Valeria León*
De la escritura:
Recoger las palabras de entre la hojarasca e ir apilándolas en el rincón donde yacerán hasta que su significancia madure, es una labor que tiene el narrador como constructor soñador de esencias. Pero no basta con dejar que la cosecha cobre color de sol al paso del tiempo, es preciso tomar los hilos crudos que tejen los perfiles aún vagos de los personajes, e ir acentuando sus tonos; tomar de la tarde la quietud para impregnar la piel del protagonista cosa o ser , o hacerlo partícipe de la eterna confrontación de los hombres con sus dioses.
Al transcurrir los espacios por la mente del escritor, haciendo concavidades para acunar una trama que colinda con la realidad, se arma el escenario de las verdades recónditas, de aquellas que subyugan a los personajes envolviéndolos en la danza de puntos, comas y apartes. Cuando exhausta la obra termina, entonces quizás se haya creado un nuevo lugar en el universo, lugar que vuelve a nacer y a morir con cada lector.
De la lectura:
Recorrer las páginas es develar los estadios recurrentes por los que autor, personajes y lector transitan, con la esperanza de levantar la mirada para seguir al pájaro de vuelo más alto y raudo. Las vivencias de estos seres, al querer alcanzar una orilla del cielo o resistirse a la muerte cotidiana refugiándose tras un vidrio roto, resuenan en los días y las noches, provenientes de las cavernas de sus propias gargantas y/o de la visión de un omnipresente que funge de testigo y cree narrar lo inenarrable. Así llega Johnny a sí mismo a través de sí mismo: afanándose en la aprehensión de un mundo hostil, agotando su tiempo en el solaz de lo que está más allá de lo meramente humano. Bruno también nos llega a través de sus propios ecos: en silencio, despreciándose por dentro y anhelando la virtud de poder ser un loco, devela la ruptura fundamental.
Del Conocimiento:
Bruno no sólo mira en el espejo de su existencia sino que intenta conocer otro mundo humano, el de Johnny; lo compadece y lo sublimiza, dándole contexto en una sociedad poblada de espíritus ladinos que enmascaran su angustia vital haciendo de los sentidos su imperio. He aquí, entonces tres vertientes de conocimiento de estos dos personajes ("El Perseguidor" es sólo un ejemplo): el Johnny por boca de Bruno, el Johnny a través de sí mismo y el Bruno producto de sí mismo.
El escritor, en medio de sus divagaciones y desdoblamientos, conjugando el ansia de palpar lo infinito con elementos de racionalidad, precisa de una elección (o varias) para transmitir a sus personajes. La elección dependerá de la necesidad que tenga de que los personajes hablen por sí mismos. A veces, tendería a pensar que existe una cierta angustia de revelar lo que se sabe imposible por boca de otros. En este instante (en otros también) el texto literario se convierte en un ente vital que cede a la angustia de ser, a la soledad de estar y usa la palabra como único intermediario entre lo ignoto irreversible y la cercanía, entre la fragilidad y la permanencia.
(1) Johnny es un saxofonista de jazz alrededor del quien se hace una biografía en "El Perseguidor" de Julio Cortázar
(2) Bruno es el biógrafo
*Ingeniero Electrónico (USB, 1986), Tesista de la Maestría de Ingeniería Electrónica (USB) y Profesor en el Núcleo del litoral.
Universalia nº 2 Sep-Dic 1990