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Los conflictos bélicos en el desarrollo de las sociedades humanas

Makram Haluani*

Ningún otro fenómeno desde la prehistoria ha dejado huellas tan impactantes sobre el desarrollo humano como los conflictos bélicos. Tales conflictos han acompañado este desarrollo, como un factor omnipresente y determinante, sobre todo en los aspectos socioculturales, políticos, económicos y tecnológicos. En términos técnicos, un conflicto se define como un choque de intereses entre dos o más personas y/o grupos. El término conflicto no implica automáticamente una guerra, ya que una crisis puede llevar a un conflicto armado solamente si no encuentra una solución satisfactoria para las partes involucradas. Por otra parte, un conflicto puede expresarse en una guerra o desarrollarse en forma de tensiones y entrenamientos, sin llegar a ser una guerra. Una revolución también significa una situación conflictiva sin ser una guerra propiamente dicha.

Todas estas múltiples expresiones y derivados de conflagraciones subrayan la importancia del fenómeno del conflicto como un concepto que abarca numerosas formas de enfrentamientos y niveles de intensidad de los mismos. No obstante estas consideraciones, los conflictos bélicos, ya sean internos o internacionales, siguen omnipresentes y vigentes al afectar, o más bien determinar, tanto el desarrollo nacional de los países involucrados, como las relaciones entre los países beligerantes y sus vecinos inmediatos. Además, el tema de los conflictos bélicos sigue ocupando la mayor parte del interés académico, humano e intelectual de los antropólogos, psicólogos, sociólogos y politólogos, los cuales pretenden explicar los motivos y las implicaciones de diversa índole de los mismos.

Los que se concentran en estudiar los motivos de los conflictos destacan la naturaleza humana como el factor principalmente responsable de los mismos, en su afán de aspirar y desatar las crisis y los conflictos. El hecho de que el ser humano es materialista por naturaleza, es decir, dependiente de la materia para sobrevivir, lo hace ya vulnerable y sujeto a exigencias materialistas. La pelea por asegurarse alimentos, tierras fértiles, acceso al agua potable, siempre han sido y siguen siendo motivos válidos y hasta comprensibles para que se den choques de intereses, sobre todo en vista de la escasez de estos recursos y su insuficiencia para satisfacer las demandas de una gran cantidad de personas que los necesitan. Estas mismas razones, enfatizan los estudiosos, se manifiestan a todo nivel de desarrollo socio cultural y civilizatorio de las sociedades humanas, y esto, no obstante su ubicación geográfica, raza o religión.

En este sentido, tanto el hombre de las cavernas como las sociedades relativamente más avanzadas de la Edad Media, justificaban sus conflictos debido ala búsqueda del bienestar material. Las cruzadas y las guerras de la Edad Media se iniciaron también para asegurar las rutas comerciales tanto dentro como fuera de Europa. Luego, con el desarrollo y la sofisticación de la sociedad industrial tecnológica y político intelectual del hombre, se comenzaba a manifestar más abiertamente la importancia del poder político, el ego personal de los poderosos y la expansión territorial colonizadora como motivos más descarados y frecuentes para que se presentaran los conflictos internacionales.

Por otra parte, un grupo de estos investigadores contemporáneos señalan la inevitabilidad de los conflictos como dogma intelectual académico. Su razonamientos se basa en que los conflictos, ya sean guerras civiles o internacionales, abusos sistemáticos de los derechos humanos o genocidios, continuarán siendo parte del comportamiento humano, mientras se mantengan los motivos que los generan: inseguridad y desconfianza en los demás, así como temor de no poder cubrir las necesidades materiales básicas. No obstante la validez de este acercamiento, parece obviar el que gran cantidad de conflictos se han producido por razones del ego personal y para obtener recursos de lujo más allá de las necesidades materiales básicas. Tal diferenciación nos lleva a la conclusión de que, al menos teóricamente aceptables, existen dos clases de conflictos: aquellos humana y moralmente justificables, pese a todo costo y sufrimiento, como revoluciones y alzamientos contra dictaduras cruentas y/o invasiones extranjeras, y otros conflictos no justificables como guerras de agresión chauvinista, de explotación económica de pueblos indefensos y/o guerras para satisfacer el ego y la megalomanía de los poderosos.

Más allá de los motivos, los protagonistas de la cátedra académica conocida como "Estudios de Paz" proponen expandir y consolidar aquellos programas de enseñanza básica y universitaria que apuntan hacia la tolerancia y el menosprecio de la violencia física o estructural como medio para solucionar los choques de intereses. Los estudiosos de la paz han demostrado su amplitud multidisciplinaria, al incluir todo factor y ángulo relevante del comportamiento humano para explicar la dimensión violenta del mismo. Ellos reconocen que una vez estallado un conflicto bélico ya no importan sus razones, en vista de la destrucción y del sufrimiento que se está causando. Sin embargo, comprenden que las razones de un determinado conflicto, contribuyen considerablemente a profundizar nuestros conocimientos respecto a los conflictos en general y ayudan así a evitar otros. los estudiosos de la paz se ven obligados así a estudiar más la guerra y sus requisitos, que la paz, siendo hoy en día y como siempre la primera quien determina la última.

El estudio de la guerra y la paz adquiere dimensiones más complejas cuando observamos el saldo de los conflictos en el Tercer Mundo. Entre 1945 y 1948, los países latinoamericanos, africanos y asiáticos en desarrollo experimentaron 150 guerras, entre civiles e internacionales, cuyo costo humano ha sido de más de 25 millones de muertes, 30 millones de refugiados y desplazados y un costo económico definitivamente incalculable. La alta heterogeneidad etno cultural, racial y religiosa de muchos países del Tercer Mundo seguirá siendo causa primordial para las conflagraciones internas, mientras que las discrepancias subversivas político ideológicas y las aspiraciones separatistas constituyen otro conjunto de causas directas para estos conflictos. Por otra parte, algunos países tercermundistas aplican la misma política belicista que ellos atribuyen a las grandes potencias, invadiendo y anexando territorios de sus países vecinos en búsqueda de tierras fértiles y de situaciones para distraer a su población de los problemas internos.

Todo indica que, pese a la actual distensión y desarme entre las grandes potencias, el fenómeno del conflicto armado seguirá formando parte de la vida de nuestro planeta, sobre todo la parte sur y menos desarrollada del mismo. Son los conflictos internos de índole étnica, racial y religiosa en el Tercer Mundo los que no dejarán de causar muertes, destrucción y estancamiento socio económico e industrial. Ya los gastos militares de todos los países, US$ 2 millones cada minuto, representan un enorme e inaceptable drenaje de recursos financieros, por no hablar del drenaje de recursos humanos al servicio obsesivo de la tecnología e industria de la muerte. Los países en desarrollo gastaron en 1988 US$ 9,2 mil millones para armas, a costillas del desarrollo y de la paz regional.

Finalmente, cabe mencionar otro aspecto trascendental de todo conflicto: la Historia nos demuestra que los que iniciaron y ordenaron las guerras son los que menos han sufrido sus consecuencias, al menos personal y físicamente. La brecha entre líderes y seguidores garantiza en cierto modo la supervivencia de la obediencia ciega a los poderosos. Se ha comprobado suficientemente que los intereses de los que inician las guerras no son los mismos de los que luchan y casi seguramente mueren en ellas.

Mientras más se prolonga un conflicto, más evidente es esta fisura en el sentido de que los combatientes se agotan física y psicológicamente, mientras que los poderosos no se cansan de darles ánimo y coraje para seguir. Ante esto consideramos que en la medida que se vaya cerrando esta brecha, es decir, en la medida en que los poderosos vayan sintiendo más agudamente y en carne propia las abominables consecuencias de sus actitudes, es muy probable que disminuyan las pugnas de esta índole.

*Miembro del Dpto. de Ciencias Económicas y Administrativas USB, docente de Postgrado de Ciencia Políticas
Universalia nº 2 Sep-Dic 1990