José Luis Palacios*
Es curioso como algunas frases se mantienen en la cabeza de manera inexplicable. Del opresivo bachillerato español que me tocó pasar, todavía recuerdo Clan pervenit pastor dixit puerum invenisse oves y algunos versos de Calderón y Racine. De mi primer año como estudiante en la Simón Bolívar (1971) me queda There used to be some palm trees where the basketball court is now, frase arqueológica en grado sumo, que hace referencia a unas canchas de basketball desaparecidas bajo lo que hoy es el edificio de Comunicaciones. La frase la recuerdo quizás por la personalidad del instructor de Inglés, un barbado pelirrojo de nombre Andrew que una vez decidió dictar un Estudio General de nombre "Música y Poesía", o algo por el estilo, acerca de la letra y música de Bob Dylan, de gran vigencia por aquel entonces e incluso hoy en día, si el nombre Travelling Wilburys les dice algo.
Alguien como yo, salido del bachillerato celtíbero tan rígido, estrecho y opresivo como el franquismo, no podía dar crédito a la posibilidad de que discutir Blowing in the wind o The times they are a changing fuera un curso universitario, con créditos y todo. Y a pesar de que, lamentablemente, el curso, de Andrew nunca llegó a abrirse (de ello todavía culpo a su insulso nombre, ¿por qué no haberlo llamado "Lay lady Lay" o "Bob Dylan" a secas?), por falta de inscritos, hubo muchos otros cursos de Estudios Generales donde sumergir la imaginación lejos de las derivadas, las integrales y el movimiento armónico simple, e infinitamente lejos de la rigidez educativa hispana.
La memoria es una cosa rara, difusa y muy selectiva de lo bueno. Es por eso que tengo un mezclote mucilaginoso de mi paso por la USB donde resaltan, además de los cursos profesionales, aquellos cursos inolvidables de apreciación musical con Abraham Abreu; la lectura de García Márquez no mucho después de publicada Cien Años de Soledad (¿usarán de texto Los Versos Satánicos en las universidades británicas de aquí a un par de años?), con Fernando Fernández o Paco Belda dirigiendo la discusión de que si praxis o poiesis; Theotonio dos Santos sirviendo de fondo a los debates dirigidos por Vicky Straetger; y un buen número de cursos más o menos indigestos sobre petróleo, ecología, literatura y cambio social que terminaron de completar la tarea de crear un universitario científico y humanista, tarea comenzada (y casi perdida) con la absolutamente intrasegable clase magistral "Arquetipos de la Educación" de Ernesto Mayz, de la cual me queda el lindo adjetivo óntico ontológico.
Nada tiene de extraño, habida cuenta de mi formación en la U.S.B., que al término de mis estudios doctorales en Berkeley (donde de nuevo, al mismo tiempo que aprendía sobre martingalas, me inscribía en cursos tales como el dictado por Julio Cortázar en Otoño de 1980 sobre su propia producción) regresara a la U.S.B. para dictar, además de muchos cursos en el departamento de Matemáticas, un Estudio General de nombre "Narrativa y Matemáticas", para pasarles a mis estudiantes un poco de la medicina que en su día me hicieron probar.
Creo que fue divertido. Leímos y viviseccionamos a Jonathan Swift; encontramos simetrías en Samuel Beckett; nos metimos en las geometrías de "La biblioteca de Babel" y los rombos de "La Muerte y la Brújula" para concluir que Borges fue un perfecto mentiroso al afirmar que nada sabía de Matemática; inventamos cuentos deliberadamente estructurados a nuestro antojo en espacio y tiempo, e incluso le dimos una ojeada a la producción de quien suscribe, metido a cuentista con éxito no del todo despreciable, éxito en parte atribuible sin duda a unos Estudios Generales de cuya continuada existencia no puedo sino ser un defensor y promotor entusiasta.
*Licenciado en Matemáticas. Mención Cum Laude (USB 1976). M.A. y Ph.D en Matemáticas (Universidad de California en Berkeley, 1979 y 1982).
Universalia nº 3 Ene-Abr 1991