Jaime Pitter*
Al releer cualquier obra de Julio Cortázar tropezamos con detalles que dan un vuelco a nuestra primera interpretación, aun cuando tengamos un esquema preestablecido que puede ser producto de la lectura anterior. Esta característica, que se da en cada uno de los lectores, permite la construcción del relato a nuestra conveniencia. El autor expresa sus teorías narrativas en "Morelliana, siempre" de su novela Rayuela, que es uno de los instrumentos más valiosos para descifrar su poética; en la Morelliana resalta que sólo emite algunas imágenes según aparecen en su mente y los espacios entre ellas, esos agujeros de ansiedad de saber o "continuar la película", deben ser llenados por el lector, según su aparición en el consciente.
Es la gran libertad. Interpretar cualquiera de sus cuentos, que no son suyos (pues cada cuento existe por sí solo, está allí con vida propia) y luego hacer una crítica desde nuestra parcela. "Circe" no está exento de toda esta poética cortazariana. En él plasma las características surrealistas, tan enraizadas en su escritura. Comenzando por el título, "Circe". Su significado puede llevarnos desde la antigua mitología griega presente en la décima rapsodia de la Odisea homeriana, hasta el más común, como lo es el de "mujer engañosa, traicionera" que encontramos en cualquier diccionario de bolsillo en nuestra lengua.
Cuando nos sumergimos en el relato mismo, resalta ese paralelismo mito actualidad donde, por supuesto, se exorciza la magia y la hechicería de la Circe de Homero para dar paso a las manipulaciones desquiciantes de Delia, donde el único que parece no caer en cuenta de ello es Mario. Haciendo la comparación entre los personajes de Circe-Homero y Circe Cortázar, notamos la íntima relación entre el rol de Mario y el de Ulises. Ambos sienten esa atracción hacia la diosa o la mujer rubia, envueltos por una especie de encanto, sólo que en el mito se utilizan alimentos o manjares preparados con drogas para someter a los visitantes y en el relato se trata más bien de la idealización que hace Mario de Delia, ese verla como alguien misterioso pero interesante. Los manjares se cambian por cucarachas, supuestos bombones elaborados por la protagonista, que simbolizan el mal, la locura y lo que puede llegar a enceguecer a una persona enredada en los males de un idilio. Es importante señalar que, en el mito, Ulises tenía la protección de los dioses del Olimpo y se sabía de antemano inmune a los maleficios de Circe, mientras que Mario cae en cuenta de la locura de Delia al final de la obra, cuando se ensaña contra la mujer. Al igual que Ulises, Mario somete a Circe por la espada y le hace jurar fidelidad, pero inferimos que la perdona y luego se suicida como lo hicieron los anteriores novios de la protagonista, Héctor y el Rolo. La obsesión de tener compañía, propia de Circe y de hacer daño a quienes se le acercan se manifiesta en Delia por la locura y el desquiciamiento de dañar a sus novios y a los animales que posee. Al igual que Circe transformaba a los hombres en cerdos y los encerraba en su palacio. El miedo que siente Ulises ante el peligro inminente durante toda La Odisea y específicamente en esta rapsodia, se manifiesta en el relato por el temor de Mario hacia lo que desconoce de la vida anterior de Delia, que por efecto de ese irse cegando desaparece en él, pero que sigue palpitante en el cuento. Con lo anterior notamos que este relato tiene características del cuento gótico de Poe, por ese misterio y esa inquietud que nos causa a los receptores.
A través del relato se nota ese acercamiento, ese punto de choque con la realidad pero sin llegar a caer jamás en la razón pura. (Recordemos que los surrealistas no valoran la razón pues ella no explica todo lo que le acontece al hombre en su mundo, sino que lo encierra en ideas en exceso precisas). Se manifiesta también la obsesión amorosa, el ver a Delia como algo único, bueno y noble, mientras se va envolviendo en la locura hasta el final, cuando cae en un estado de conciencia que le permite diferenciar lo bueno de lo malo y la locura de la no locura.
Como siempre, éste es un excelente relato (sin tratar de totemizar al desaparecido Julio Cortázar pues a él mismo le hubiese enojado) donde la forma en que está escrito, esa simpleza del lenguaje, sin tanta floritura y sin tanto enreveso, hacen que sea asequible al entendimiento de cualquier lector, trasciende ese velo mental que cada lector se coloca sin querer, para alojarnos en ese mundo que da pequeños saltos, que cruza continuamente las fronteras del consciente con el subconsciente.
*Estudiante de Ingeniería Química
Universalia nº 3 Ene-Abr 1991