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¿Para qué los Héroes? A propósito del Bicentenario de José Antonio Páez

¿Para qué los Héroes?
A propósito del Bicentenario de José Antonio Páez
Ezio Serrano*

La secularización progresiva de nuestras sociedades en constante transformación suele dejar al descubierto algunos aspectos de su propia "materia constitutiva" que chocan y, en ocasiones, ruborizan a los individuos que descubren los elementos en base a los cuales nos hemos hecho, no como seres biológicos sino como seres históricos.

Nuestras sociedades llevan, como parte de esta materia constitutiva, el enorme bagaje ideológico que legó la etapa de la Guerra Independentista. Para bien o para mal, a partir de este hecho, se procuró definir lo que debía ser una identidad cultural que asumiera y diera sentido a su acción social con apego a los valores de quienes dirigieron la guerra. En nuestro caso, ésta se convirtió en la pila bautismal de la nueva nacionalidad y también en el horno crematorio en que se procuró fundir todo hecho anterior.

Los héroes de la guerra, los padres fundadores, ""inmortales", figuran en la trama ideológica como un eterno presente y como los únicos capaces de indicarnos el camino a seguir. En nombre de ellos se actúa, se dirige.

Pero la secularización, unida a los continuos fracasos en el logro de la prosperidad anunciada desde el mismo momento en que se elaboró el discurso legitimador de la independencia, nos hace percibir el fondo mítico de la trama. Para quienes no estamos en el "vértice", el culto a los héroes puede resultar chocante: el discurso de orden, la alabanza desmedida, la corona de flores ante la estatua "maltratada" por las aves y, en fin, el ritual del aniversario. Cada vez más se nos asemeja a un velorio sin difunto ni dolientes. Los ladrillos que formaron el ethos cultural nacional parecen debilitarse ante el beso de una realidad cada vez más racional o racionalizada.

Y sin embargo ... ¿se debe eliminar el culto?

En opinión de Gino Germani, aun las sociedades más avanzadas en el proceso de modernización y que han "institucionalizado" el cambio, preservan un núcleo esencial de valores que les permite obtener la cohesión de un cuerpo social diferenciado. De manera que es lícito pensar en la necesidad de conservar un conjunto de valores que permitan enfrentar colectivamente los retos actuales sin que por ello tengamos que remontarnos a la idea griega de los hombres divinizados.

Una sociedad que promueve como valores la libertad y el respeto por los seres humanos, requiere precisar aquellas facetas en los personajes dignos de ser rescatados como los prototipos de los ciudadanos que se desea formar. Los valores señalados son producto de la época moderna y no son contradictorios con el proceso de secularización. Pero la libertad del individuo, el derecho a ser su propio amo sin olvidar su pertenencia a una sociedad, es contradictorio con el culto a los héroes en la medida en que dicho discurso sirve para la enajenación y la consagración de formas de autoridad ya caducas.

En nuestra opinión, no puede echarse por tierra a los héroes por simple voluntarismo o como expresión del deseo de estar a la moda. Como seres humanos, su acción está enmarcada dentro de un contexto histórico y vistos desde el presente, podremos asumir que hay en estos errores y verdades con mayor o menor influencia y responsabilidad en los triunfos y fracasos que ha vivido nuestra sociedad.

En el caso de la figura de José Antonio Páez, a nuestro juicio, poco se obtiene, para el presente, al procesar su personalidad política y militar. Es este último aspecto, el carácter legendario de sus hazañas, el recordatorio de "Las Queseras del Medio", batalla en la cual con apenas 150 hombres derrotó a los 6.500 de Morillo (?), resulta sobrecogedor. Para un individuo de hoy, al leer sobre estas y otras hazañas del "Centauro del Llano", pueden asaltarle ciertas dudas, puesto que no es fácil imaginar que exista una cabal descripción de las contiendas, menos del fragor de los combates, sin que, quien describe llegue a perder, al menos por un instante, el rigor y la objetividad que hoy exigimos a la historia. En medio del lenguaje épico que suele acompañar el relato, resulta difícil separar la verdad de la ficción. En el fondo lo que se debate es una concepción de la historia. En cuanto a su personalidad y acción política, la figura de Páez aparece impregnada por la turbulencia de una época que para muchos ha sido algo así como el "medioevo republicano venezolano". Si bien el contenido de este calificativo, de ser justa su utilización, no sería responsabilidad absoluta del personaje en cuestión, no es menos cierto que, difícilmente podamos ver el pasado sin las anteojeras del presente y, en definitiva, la época de Páez en ocasiones se nos dibuja con la fuerza de nuestra actual crisis política. La imagen de los caudillos, referencia fundamental del orden, la ley y el Estado, resulta hoy, para muchos, un lastre que sigue pesando en nuestra vida política y Páez, lamentablemente, aparece asociado a esta época de recuerdos no del todo gratos.

A riesgo de lucir ingenuos, en cambio, Páez nos asombra al leer sobre su vida de llanero tosco a quien los oficiales ingleses procuraban enseñarle "buenos modales". El profundo sentido de la superación cultural que parece haber animado al León de Payara es un buen ejemplo para quienes hoy se enfrentan a una "igualdad declarativa" que consagra la desigualdad en las oportunidades. Una voluntad férrea, (sin ignorar algunas ventajas que se iban presentando unidas a la cuestión del poder), ha debido desplegar este personaje que en un momento de su vida pasó de instrumento a protagonista de la circunstancia política, de provinciano implicado en un asesinato y temeroso de la ley se convierte en la ley misma. De hombre con mentalidad local e iletrado se convierte en traductor de las "Máximas de Napoleón", además de aprender inglés, viajar por medio mundo y escribir su autobiografía, valioso instrumento para comprender su época. Esta faceta que no tiene por qué erizar la piel ni despertar el furor patriótico nos parece más ajustada a los tiempos en que ser nuestros propios amos es impostergable.

*Magister en Ciencias Políticas (USB), Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas (Bolivarium USB), profesor de Historia y Geografía (IUPC).

Universalia nº 3 Ene-Abr 1991