Juan M. Morales Álvarez*
Encuentro, desencuentro; conquista, descubrimiento, no descubiertos, son algunas de las contradictorias definiciones con las que nos referimos a la conmemoración de los quinientos años de la llegada de las tres carabelas de Cristóbal Colón a nuestro continente. No creemos necesario abundar más en esta discusión, sino, más bien, puntualizar algunas cosas.
El hecho cierto e indiscutible es que hace quinientos años llegaron a nuestras tierras tres carabelas al mando de un Almirante llamado Cristóbal Colón, del que sus biógrafos todavía dudan sobre el lugar de nacimiento y del que generalmente se acepta de origen genovés. Otra verdad incuestionable es que estas tierras no eran conocidas por los europeos, aunque se hable de un piloto incógnito y de un viaje anterior, que trajo a unos legendarios vikingos hasta las tierras de Groenlandia. Si este hecho fue legendario o se difundió, no tuvo consecuencias culturales demostrables en Europa, ni en América.
El que sí se conoció y generó un proceso cultural de incalculables dimensiones fue el de los viajes de Colón. Nuestro Almirante murió afirmando haber llegado a la India, o a unas islas cercanas al continente asiático y hubo que esperar que otros navegantes y cartógrafos, progresivamente descubrieran la continentalidad de las tierras a las que había llegado Colón, nuevas para los europeos, que alternativamente se llamaron: Indias, Nuevo Mundo y América.
Por su parte, los habitantes de estos territorios, llamados por los españoles reinos de ultramar, jamás se plantearon ningún proyecto de navegación tendiente a descubrir nuevas tierras más allá de los mares. No poseían, ni siquiera en las altas culturas americanas, los conocimientos náuticos necesarios para asumir la empresa. Tampoco tuvieron necesidades económicas que les presionaran a conquistar espacios, más allá de aquellos a los que se podía llegar caminando por la ancha geografía americana.
Fueron entonces los europeos, al servicio de la corona de Castilla, quienes ambicionando tierras y señoríos, realizaron la gran empresa de descubrir y conquistar ese inmenso territorio, participando así en la tarea de hacer la América. Los conquistadores son, nos guste o no, nuestros abuelos, al igual que los indios y los negros.
En esa empresa de asimilar las tierras americanas a la corona de Castilla, participaron activamente españoles, europeos al servicio de Castilla, e indios y negros, avenidos al vasallaje castellano. Todos ellos colaboraron en el asentamiento de la cultura española en nuestras tierras. También hubo, claro está, resistencia de los indios, alzamientos de negros y elaboraciones intelectuales justificadoras del dominio español sobre estas tierras.
Pero el fenómeno definitorio y característico de la conquista española fue el mestizaje, producido desde los albores de la conquista. Primero entre españoles e indios, tiempo después llegaron los negros de África, en calidad de esclavos, contribuyendo en el mestizaje.
En este proceso hubo, como en todas las dominaciones de un pueblo sobre otro, atropellos y vejaciones. Al lado de ellos surgió un llamado a la conciencia, por las injusticias de los conquistadores, encabezado por el Padre Montesinos y continuado ardorosamente por Fray Bartolomé de las Casas, quién llegó a las Antillas como encomendero y, presenciando las injusticias cometidas por los conquistadores, tomó los hábitos y la defensa de los indios hasta su muerte.
La historia latinoamericana, surgida inmediatamente después de la emancipación, trató ingenuamente de liquidar el legado español de un pueblo mestizo, creyendo necesario afirmar las nacionalidades por la negación de lo hispánico. Pero la realidad es que, nos guste o no, somos descendientes de españoles, indios y africanos. Y así como nos ufanamos de nuestro arte colonial, como hispanoamericanos que somos, tenemos la obligación de sentir orgullo por nuestros conquistadores y por los próceres de la independencia, al igual que debemos enaltecer el legado indígena y africano.
Nos acercamos a los quinientos años del Descubrimiento: ya es hora de la reconciliación. Si queremos entender lo que somos y hacia dónde vamos, debemos concebir como héroes, tanto a Don Diego de Losada, como al indio Guaicaipuro, al Negro Primero, a José Leonardo Chirinos, a Bolívar y a Bello. Todos ellos, junto a Hernán Cortés, el Padre de las Casas, Túpac Amaru, Atahualpa y Carlos III, fueron los forjadores indudables de las nacionalidades hispanoamericanas.
*Licenciado en Historia (ULA, Mérida) y Doctor (Cum Laude) en Historia de América (U. De Valladolid)
Universalia nº 4 Abr-Jul 1991