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La guerra del golfo

Aníbal Romero*

En agosto de 1990, grandes contingentes de tropas iraquíes, bajo el mando del Presidente Saddam Hussein, invadieron Kuwait, país vecino de Iraq y su socio en la Liga Árabe y la OPEP. La motivación fundamental del líder iraquí tuvo origen económico. Luego de ocho años de cruenta, compleja e infructuosa guerra contra Irán en parte financiada por los propios kuwaitíes, temerosos del Ayatollah Jomeini , las arcas iraquíes estaban vacías y sometidas al peso insoportable de una gigantesca deuda externa. Kuwait, país pequeño e inmensamente rico, fue visto como una presa fácil y codiciable.

El Presidente iraquí trató de justificar su acción con el argumento de que Kuwait no era una verdadera nación con entidad propia, sino una creación artificial del imperialismo británico. Ciertamente, numerosas fronteras en el Medio Oriente, África, América Latina y otras partes, han sido a través de décadas y siglos el producto de los intereses y conveniencias de otrora poderes coloniales. Para no ir muy lejos, la frontera oriental de Venezuela resultó de la penetración británica en nuestro territorio, y de ahí la reclamación, aún vigente, de la zona Esequiba por parte de nuestro país. No obstante, decir que en algún momento de la historia Iraq y Kuwait formaban parte de una misma entidad junto a todos los territorios del área no es equivalente a justificar el uso descarnado de la fuerza militar como instrumento de conquista. Si esto último se aceptase, el sistema internacional estaría en guerra todo el tiempo, pues decenas de fronteras tendrían que modificarse de acuerdo a los mismos criterios.

La invasión iraquí ocasionó una severa reacción de buena parte de la comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos -cuyos intereses petroleros están claramente en juego , y respaldadas por la Unión Soviética y el resto de los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Este organismo decidió dar a Iraq un plazo para retirarse pacíficamente de Kuwait (resolución que contó con el voto salvado de la China Popular). El quince de Enero de este año venció el plazo, sin que se produjese la salida de las tropas iraquíes, lo que ocasionó una pronta reacción de la coalición aliada contra Saddam Hussein.

La guerra se inició, como era previsible, con un intenso bombardeo aéreo contra Iraq, por parte de una fuerza de gran sofisticación tecnológica, apoyada también por misiles "crucero" de gran precisión y poder destructivo. Al momento de escribir estas líneas (día 20 de enero), la guerra continúa su curso, y corre el riesgo de ampliarse y hacerse más cruenta. Ello es así ya que el Presidente iraquí optó por lanzar misiles tierra tierra contra Israel país que no está involucrado directamente en las operaciones con el objeto de intentar transformar una guerra en su contra en un conflicto entre el mundo árabe y el Estado Judío.

A mi modo de ver, ésta es una acción altamente irresponsable. Ningún dirigente nacional en su sano juicio, que ve a su país sometido al bombardeo de una fuerza aérea multinacional de gran poder de fuego, debería a atreverse a provocar además la mortífera reacción de Israel, país que cuenta con aplastantes recursos militares. Pienso que estos eventos han demostrado que Saddam Hussein es un dirigente perjudicial para su pueblo, para su región, y para el sistema internacional como un todo. No resulta fácil pronosticar cómo finalizará esta guerra, pero hay que tener claro que no se trata de una guerra de Occidente contra el mundo árabe, sino de una coalición integrada también por árabes- contra un líder nocivo, factor de inestabilidad y desequilibrio, sin mesura y sin sentido de las proporciones.

Sólo cabe confiar que Saddam sea derrotado, y que Iraq pueda reincorporarse a la familia de naciones árabes en otros términos. Ciertamente la derrota de Saddam abrirá la oportunidad para que los poderes interesados se esfuercen seriamente en afrontar y resolver, a través del diálogo y la negociación, problemas fundamentales de esa región, como el de los palestinos. La victoria en la guerra se define en última instancia en términos políticos, y sería lamentable que la coalición anti Saddam ganase la guerra (militarmente) y sin embargo perdiese la paz. Tenemos que rogar porque ello no ocurra.

*Politólogo e Internacionalista, Licenciado en Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad de Bristol y M. A. En Estudios Estratégicos de la Universidad de Londres.

Universalia nº 4 Abr-Jul 1991