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¿Por qué ser justos?

Fabio Morales*

Toda sociedad se caracteriza por poseer un sistema de valores que indica qué cosas o acciones son buenas o deseables y cuáles malas o indeseables. Para Transímaco, el interlocutor de Sócrates en la Grecia de finales del siglo V a.c., los valores no son más que un invento de los hombres hábiles para aprovecharse de los débiles: en todo negocio y en la política, el injusto saldrá más beneficiado que el justo. Con ello, Transímaco pone en duda la validez de la moral misma, intentando desenmascararla como engaño (lo mismo habría de hacer Nietzsche 2.400 años más tarde).

La cita es oportuna, pues a diario escuchamos comentarios análogos sobre el estado moral de los asuntos públicos en Venezuela. En especial, son los jóvenes quienes, al expresar sus dudas sobre la posibilidad de mejorar el país, están de hecho denunciando la inviabilidad del sistema heredado de valores.

La contrapartida de este escepticismo es la machacona frecuencia con que es usada la palabra "ética" en nuestros medios de comunicación. A diario escuchamos que es necesario introducir la ética en todos los campos de nuestra actividad humana: en el comportamiento sexual, la administración, la política y hasta los negocios. Tal vez. Pero no será impartiendo cursos acelerados de ética, organizando mesas redondas en televisión, creando telenovelas en la que los buenos triunfen y los malos sean castigados (¿pues quién las creería?), como se va a lograr que la gente sea más honrada. El bien no se puede publicitar como si fuera una marca de cigarrillos. Sólo cumpliendo y haciendo cumplir las leyes vigentes, adquiriremos la credibilidad necesaria para exigir honradez a los demás.

Quien haya dictado un curso general de Ética habrá sentido inevitablemente el desasosiego que produce hablar de principios éticos en un mundo en que muy pocos principios éticos son respetados. La desigualdad entre naciones pobres y ricas, la injusticia social, el peligro de una guerra nuclear, la destrucción del medio ambiente, la crueldad contra otras especies animales, los conflictos armados, etc. son problemas que ponen en duda no sólo la posibilidad de alcanzar una vida feliz, sino la supervivencia misma de la especie humana. ¿Tiene sentido entonces reflexionar sobre la moral? ¿No será mejor abandonar la moral a los moralistas y políticos, y dedicarnos nosotros a tratar de vivir de la manera más feliz posible?

Todo dependerá del tipo de vida que queramos vivir, la clase de persona en que deseemos convertirnos. La moral no puede ser impuesta ni enseñarse, pues conlleva un elemento de decisión personal con que intentamos dar sentido a nuestras vidas. Sin duda, las convicciones religiosas pueden jugar aquí un papel importante. Pero una moral universal no puede basarse en una religión determinada, siquiera porque ello sería atentar contra la libertad de elección que toda religión presupone.

Aunque casi todos los filósofos actuales rechazan la idea de que existen valores absolutos por encima de una sociedad y una época determinada, ello no implica que no podamos reflexionar y llegar a un acuerdo sobre los problemas más urgentes: los que tienen que ver con un mundo más justo, un planeta más limpio y equilibrado y un desenvolvimiento personal más libre y satisfactorio. Hoy parece ineludible aceptar los principios de inspiración kantiana de que todo ser humano algunos ratificarán: todo animal es un fin en sí mismo y que toda norma de conducta debe ser universalizable; lo que implica que cada individuo debe tener la posibilidad real, y no sólo formal, de satisfacer sus necesidades básicas y realizar sus deseos, siempre que éstos sean factibles y no atenten contra la libertad de otros individuos.

Una finalidad razonable de un curso de ética general podría consistir en establecer por qué estos principios son tan importantes y cómo se relacionan con las normas morales concretas que rigen nuestra conducta y el funcionamiento de nuestras instituciones. Pero que nadie se engañe: la ética no nos va a absolver del esfuerzo cotidiano de tratar de ser justos.

"Ignoras que la justicia y los justos son en realidad el bien ajeno: conveniencia para el poderoso y gobernante y daño propio para el obediente y sometido" Transímaco, en La República de Platón, 343 c.

*Licenciado en Filosofía Pura por la Universidad de Barcelona, España. M.A. y Ph.D en Filosofía, en la Universidad de Berlín Occidental.

Universalia nº 4 Abr-Jul 1991