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Vigencia de la Universidad

Lección Inaugural del año académico 1990 - 1991
Freddy Malpica Pérez

Tiempo de Cambios

Sin ninguna duda, nos ha tocado vivir en una época de grandes y acelerados cambios. El último año y medio hemos sido testigos, a través de los medios de comunicación, del proceso que ha venido ocurriendo en los países de la Europa Oriental, difícilmente imaginable hace una década, quizá ni siquiera hace cinco años, y cuyas consecuencias afectan al mundo entero.
De fecha más reciente es el conflicto surgido en el Medio Oriente, de imprevisible desenlace para todos, que aviva de nuevo el lamentable espectro de la guerra, en momentos en que las transformaciones políticas y distensiones presagiaban la posibilidad de una sociedad internacional más justa y más solidaria.

En la América Latina, particularmente en Venezuela, son tiempos difíciles. Atravesamos duras pruebas en lo económico, lo social y lo político, con situaciones que gravitan pesadamente sobre la vida actual y que plantean serias inquietudes acerca del porvenir.

Por eso, surgen de nuevo todos los grandes interrogantes sobre la orientación que deba darse a la sociedad, la manera de organizar la economía, la forma de conducir el Estado. Específicamente, nosotros nos vemos confrontados con la pregunta acerca de la vigencia de la Universidad o, en términos positivos, de su misión actual: ¿qué le corresponde hacer a las Universidades en un tiempo como el nuestro? ¿Cuál es su cometido aquí y ahora?

Al iniciar este nuevo año académico, es importante que nos detengamos a considerar estas cuestiones, que atañen a los fundamentos mismos de nuestra actividad institucional. Esto es, que examinemos por un momento el papel de la Universidad en la vida contemporánea, en concreto, de nuestros países, con el propósito de que estas reflexiones puedan servirnos de estímulo y de punto de referencia en las labores que ahora comenzamos.

La Universidad en la Sociedad

La Universidad ‑toda Universidad‑ no es una institución aislada ni existe en un vacío. Es, por el contrario, parte integrante de la sociedad que la sustenta y le proporciona sus elementos constitutivos, por lo cual está en completa continuidad con el resto del proceso social. En otras palabras, depende de los recursos ‑públicos o privados‑ de la sociedad en la que tiene lugar; experimenta sus limitaciones, no solamente en lo que se refiere a tales recursos, sino también en todo lo que atañe a las contingencias de la vida social; y desde luego, comparte sus valores y su destino. Incluso como alto centro de cultura es encarnación de sus aspiraciones y valores más elevados: como lo dice nuestra Ley de Universidades, “los valores trascendentales del hombre”. [1]

Para ello, la Universidad debe comprender la dinámica social. Esto significa que ninguna universidad puede vivir de espaldas al país ni pretender erigirse en torre de marfil para cultivo de irritantes privilegios de grupo. Al contrario, lo que fundamenta y justifica el estatuto especial que se otorga a las Universidades, así como los recursos que se les asignan, es su particular misión de servicio.

Misión de servicio.

En efecto, toda Universidad aspira a proyectarse en la vida de la comunidad, nacional e internacional. Busca enriquecerla con su propia producción, es decir, con el incremento del saber y sus aplicaciones, con la formación de personas altamente capacitadas; y con la orientación que, desde su propia labor académica, pueda aportar directamente para el enfoque y solución de los grandes problemas.

Por eso es necesario destacar que el progreso de la sociedad es particularmente sensible a la calidad de sus universidades.

Si la Universidad trabaja como le corresponde, cumpliendo su misión, su influencia es inmediata y positiva, como luz que se propaga y hace posible la elevación del nivel educativo y cultural de todo el pueblo. Las dificultades de la Universidad, por otra parte, afectan seriamente el proceso social, en particular en el mundo contemporáneo. Como pudo afirmarse en un libro reciente, de gran repercusión en los Estados Unidos: “No hay necesidad de probar la importancia de la educación; pero deberla subrayarse que para las naciones modernas, que se han fundamentado en la razón ‑con sus varios usos‑ más de lo que hizo ninguna nación en el pasado, una crisis en la universidad, el hogar de la razón, es quizás la más profunda crisis que enfrentan”. [2]

Comunidad Académica.

Quien viene a la Universidad ‑como ustedes descubrirán enseguida‑ entra en algo diferente de lo que había podido experimentar antes, diferente en cuanto a las aspiraciones que lo presiden y a las exigencias que gobiernan su actividad.

Porque la Universidad es, ante todo, una comunidad académica. Es decir, una comunidad centrada en la búsqueda de la verdad y la comunicación del saber; que exige de sus miembros juventud de espíritu, para trabajar con empeño en una tarea inagotable. El hombre sabio descubre que cuando parece haber terminado, entonces comienza, porque nunca habrá llegado al límite de lo que puede saberse.

Ámbito de Libertad.

Por ser una comunidad académica es, luego, un ámbito de libertad, donde puede debatirse con franqueza, con la convicción práctica de que ‑como dijera Bolívar- “La verdad pura y limpia es el mejor modo de persuadir”. [3]

Justamente, representar ante la sociedad entera este compromiso libre con la verdad, este empeño de no ceder sino ante la verdad, es uno de los grandes servicios que la Universidad presta a la sociedad. ¿No hemos percibido acaso lo que ocurre cuando predomina la desinformación, el engaño, el no atreverse a llamar a las cosas por su nombre? Václav Havel, presidente de Checoslovaquia, tras haber enumerado alguna de las múltiples dificultades que confronta su país, se atrevía a decir en su elocuente y conmovedor discurso inaugural: “Pero todo esto no es el principal problema. Lo peor es que vivimos en un ambiente moral contaminado. Nos sentimos moralmente enfermos porque nos hemos acostumbrado a decir algo diferente de lo que pensamos”. [4]

En la Universidad, para desarrollar la ciencia y comunicar lo aprendido, para debatir a fondo los problemas y poder plantear soluciones, para aprender, siempre de nuevo, el difícil oficio de buscar la verdad, tenemos que acostumbrarnos a decir lo que pensamos. Esta es la razón de ser de la libertad académica y es también su última garantía.

Esta libertad transforma al universitario en un hombre de espíritu crítico y cuestionador, que no calla sus dudas y contradicciones y que busca esclarecer sus inquietudes, zozobras y angustias vitales.

Escuela de Solidaridad.

Al mismo tiempo, esa constante actividad no debe estar movida sólo por interés personal. Tal como lo expresara en sus reflexiones Antonio Machado: “No debemos crearnos un mundo aparte en que gozar fantástica y egoísticamente de la contemplación de nosotros mismos; no debemos huir de la vida para forjarnos una vida mejor que sea estéril a los demás”. [5]

Por el contrario, todo debe conducir a vivir de modo efectivo la solidaridad. La Universidad puede y debe ser escuela donde se aprenda el valor del trabajo compartido y donde se cultive el aprecio por la contribución que cada quién pueda hacer a la tarea común. Porque la búsqueda de la verdad y el avance del conocimiento es una empresa solidaria de la humanidad; y, finalmente, porque la verdad alcanzada es siempre, por su propia naturaleza, universal y pertenece a todos los hombres.

De esta manera, cuando los universitarios están a la altura de sus responsabilidades y la Universidad cumple de modo excelente sus cometidos propios ‑de investigación, desarrollo, formación‑ como dice Giménez de Asúa: “Gana crédito, importancia e influjo social. En cambio ‑añade‑ cuando anquilosada en viejos postulados o entumecida por embates de fuera, decae o se amilana, la Universidad carece de influencia en la sociedad de su tiempo”. [6]

Tareas de Futuro.

Además hemos de fijarnos en que esos cometidos son tareas vinculadas al futuro de la sociedad, que depende del progreso en el conocimiento y de la capacitación de sus nuevas generaciones. Por ello, como afirmaba en una de sus lecciones inaugurales el Rector Mayz Vallenilla: “A pesar de la profunda y sostenida crisis sufrida por la Universidad en nuestra época ‑así como de los múltiples y paralelos cambios experimentados en su perfil tradicional‑ ella continúa siendo la institución que primordialmente utiliza la sociedad como centro formativo de los recursos humanos que requiere para hacer frente a las necesidades de su desarrollo integral”. [7]

Sobre todo ‑podemos añadir‑ en países como los nuestros, donde el desarrollo es, en definitiva, el gran objetivo.

Preguntémonos entonces cuál ha de ser hoy el aporte específico de la Universidad al desarrollo de nuestros pueblos, porque éste es el modo concreto como se nos plantea ahora la pregunta por el papel de la Universidad en la vida social.

Un Desarrollo Sostenible.

Si, en términos amplios, ha podido definirse al desarrollo como “el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas” [8] , la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo ha insistido ‑en su informe sobre nuestro futuro común‑ [9]   en que éste debe ser un desarrollo sostenible, precisamente porque la vida social no es algo estático sino un proceso, y habida cuenta de las limitaciones que impone la preservación del medio ambiente.

Se afirma así que “El desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades, lo cual encierra en sí dos conceptos fundamentales: el concepto de ‘necesidades’, en particular las necesidades esenciales de los pobres a las que se debe otorgar prioridad preponderante y, la idea de limitaciones impuestas al avance de la tecnología y a la capacidad del medio ambiente para satisfacer las necesidades presentes y futuras”. [10]

Crecimiento Económico y Equidad.

Ello implica, por lo tanto, crecimiento económico, con las transformaciones tecnológicas que lo hacen posible; pero también equidad, puesto que el objetivo no es otro que “satisfacer las necesidades y aspiraciones de la población mundial en plena expansión”; e implica respeto a las condiciones del medio ambiente, sin lo cual ningún proceso económico es sostenible ni puede lograrse equidad en la distribución. Al contrario, “cuando un sistema se acerca a los límites ecológicos, se agudizan las desigualdades entre los diversos sectores de la población. “Cuando una vertiente se deteriora ‑por ejemplo‑ los agricultores pobres sufren más porque no pueden permitirse las mismas medidas contra la erosión que los agricultores ricos. Cuando se deteriora la calidad del aire, los pobres, que viven en las zonas más vulnerables, sufren más perjuicios de salud que los ricos, que habitan generalmente en los barrios mejores (...) En el plano mundial las naciones más ricas están en mejores condiciones financieras y tecnológicas para encarar los efectos de eventuales cambios climáticos”. [11]

Bien sabemos, pues, que el crecimiento económico es necesario, pero no suficiente para el desarrollo. Separado de la justicia social, que exige una adecuada distribución de las riquezas y de las cargas para asegurar la participación de todos en una vida digna del ser humano, sólo conduce a un incremento de las desigualdades ‑como el que vemos hoy con preocupación‑, con su peso de sufrimientos y frustraciones, que vacía de sentido cualquier crecimiento de la producción y, a mediano plazo, la hace improbable.

Esto es lo que tenemos planteado, de manera muy aguda en los llamados países del Tercer Mundo, aunque en íntima vinculación con el mundo desarrollado.

La Clave es el Hombre.

Ahora bien, se ha señalado con acierto que “el desarrollo no comienza con bienes, comienza con la gente, su educación, organización y disciplina (...) Toda la historia ‑así como la experiencia actual‑ apunta al hecho de que es el hombre, no la naturaleza, quien provee el recurso primario: que el factor clave de todo desarrollo económico proviene de la mente del hombre”. [12]

La clave, pues, de todo el problema del desarrollo, su principio y su meta, es el hombre.

De allí, el papel fundamental de la universidad, el aporte a la solución de los problemas del subdesarrollo que la sociedad espera de nuestras universidades. [13]

En efecto, toca a los centros de estudios superiores formar dirigentes, hombres con capacidad gerencia, o, de manera quizás más amplia y completa, agentes del desarrollo, es decir, no unos sujetos pasivos que aumenten la dependencia tecnológica, ni unos simples operarios especializados, sino personas capaces de iniciativa, de liderazgo y de cumplimiento.

Formación para el Desarrollo.

Podríamos decir entonces que, en su tarea de formación de los recursos humanos, la Universidad debe propiciar la maduración de una mentalidad concreta, precisa y exigente. Al mismo tiempo, una mentalidad flexible, abierta, con inventiva y creatividad, capaz de enfrentar los múltiples problemas, teóricos o prácticos, que la realidad plantea.

          Por otra parte, la Universidad debe propiciar más la investigación y el desarrollo de la tecnología. Como se­ñalaba la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo en el informe antes citado, “En primer lugar, será necesario impulsar la capacidad en materia de innovación tecnológica en los países en desarrollo, a fin de que puedan resolver eficazmente los problemas del desarrollo sostenible”. Aunque ‑como es sabido‑ la investigación y el desarrollo no son actividades exclusivas de la Universi­dad. Hay muchos grandes Institutos y Laboratorios fuera de la Universidad, de donde han salido numerosos inven­tos y productos, y que han estado a la vanguardia científica y tecnológica en muchas especialidades. De ahí que co­rresponda a la Universidad ‑además de realizar su propia investigación‑ un papel integrador, de asimilación y decan­tación de los conocimientos que, en forma más o menos fragmentaria, hayan podido obtenerse en los centros in­dustriales o especializados.

Al mismo tiempo, corresponde a la Universidad mantener un alto nivel de calidad en la enseñanza. No podemos descuidar la calidad de la transmisión del saber, por considerar que el proceso de enseñanza universitaria es una ocupación fatigosa, que deba considerarse una interrupción de las condiciones propicias para el estudio y la investigación.

La ciencia debe exponerse verdaderamente ante las numerosas mentes vigorosas, lozanas y juveniles, que integran la Universidad. En esas condiciones, tal conocimiento se cuestiona y se consolida como un saber universal.

Para ambas cosas ‑esto es, la formación de las mentalidades y el desarrollo de la actividad investigativa‑, se debe propiciar una ética de la actividad académica, que sustente el trabajo intenso, con profundo respeto por la verdad y sentido de compromiso adquirido, sin lo cual ninguna de estas tareas puede llevarse a término ni constituir un verdadero factor de progreso. Y una ética de la solidaridad que, teniendo presente el bien común y la esencial interdependencia de todos los hombres, fomente en cada uno el deseo real de contribuir a mejorar las cosas, de hacer lo posible para que su vida y el paso de su generación dejen huella positiva en la sociedad. Más que recursos materiales, han faltado en nuestro medio agentes del desarrollo, hombres y mujeres bien capacitados que, con espíritu de servicio e iniciativa, asuman responsablemente su puesto en la vida del país.

La Orientación de Nuestros Programas.

Todo ello nos lleva a intentar acentuar aspectos de la formación que tratamos de impartir en la Universidad Simón Bolívar, en particular el desarrollo de las capacidades básicas de expresión y análisis, con el cultivo del lenguaje natural y de los lenguajes abstractos y artificiales; el estudio de los conocimientos fundamentales para la comprensión de la sociedad y del sentido de la tarea profesional; el cultivo de una actitud reflexiva y crítica para entender y evaluar lo que se hace; la adquisición de una formación profesional básica, que prepara para diversas trayectorias en el mundo del trabajo; el fomento de la alta especialización, en los estudios de postgrado.

Simultáneamente, nos lleva a seguir impulsando el esfuerzo en la investigación básica, así como en el desarrollo de tecnologías apropiadas. Y a fomentar nuestra participación creciente en programas de apoyo a la comunidad, tanto a nivel técnico especializado como a nivel de colaboración estudiantil.

Estamos también empeñados en desarrollar la dimensión internacional de la Universidad, multiplicando convenios e intercambios para mantenernos integrados en la corriente del saber universal. Específicamente en el ámbito latinoamericano, donde tenemos la responsabilidad de crear una verdadera comunidad académica, para que la región pueda afirmarse en su identidad y en la conducción de su propio destino.

Vigencia y Valor de la Universidad.

Al concluir esta exposición, quisiera decir que las dificultades del momento presente y las incertidumbres del futuro, lejos de disminuir o anular su importancia, reafirman la vigencia y el valor de la Universidad. Por su misión de servicio, como comunidad destinada a la búsqueda de la verdad, la comunicación del saber, la formación de las nuevas promociones y el afianzamiento de los valores del hombre, la Universidad tiene un cometido especial en el desarrollo de nuestros países: tiene que hacer ciencia e integrar el saber que se desarrolla en los centros especializados; tiene que fomentar la innovación tecnológica apropiada, con responsabilidad por el medio ambiente; tiene, sobre todo, que formar agentes del desarrollo capaces de impulsar el proceso social, por su saber, su iniciativa y su marcado sentido ético.

Cuando en sus inicios esta Universidad Simón Bolívar asumió ‑sin jactancia‑ el lema de “Universidad del Futuro”, quiso significar su compromiso es estar en la vanguardia de la educación en nuestro país. Estar en la vanguardia no es un título de gloria, sino una posición de lucha. Es comprometerse a abrir caminos en medio de las dificultades y, para ello, a trabajar duro, con visión clara de los objetivos y sin perder ánimo por los fracasos.

Queremos seguir estando en la vanguardia. Queremos que ustedes, los que ahora comienzan, asuman el compromiso de incorporarse a esta vanguardia, para su propia satisfacción personal, pero ‑sobre todo‑ para bien de la Patria.

[1] Ley de Universidades, artículo 1°

[2] Allan Bloom, The Closing of the American Mind, Nueva York, Simon and Schuster, Touchstone ed. 1988, p. 22.

[3] Carta a Urdaneta. Guayaquil, 3 de agosto de 1829.

[4] Václav Havel, El arte de lo imposible.

[5] Citado por Miguel de Unamuno, Almas de Jóvenes, Madrid, Espasa‑Calpe, S.A. 5ta. ed. 1981, p. 23.

[6] Luis Giménez de Asúa, La Universidad Argentina y sus problemas.

[7] Ernesto Mayz Vallenilla, El sueño del futuro, Caracas, Equinoccio, 2da.ed. 1989, p. 193.

[8] Populorum progressio, No. 20.

[9] CMMAD, Nuestro futuro común, versión castellana publicada por Alianza Editorial, Madrid, 1988.

[10] Ibid, p. 79

[11] Ibid, p. 73

[12] E.F. Schumacher, Small is Beautiful, London, Sphere Books, Ltd., Abacus ed., 1974, p. 140.

[13] Ver "Regulación Académica de la Vinculación Universidad ‑ Sector Productivo", en Boletín Informativo CINDA, No. 78, julio 1990, p.10.

Universalia nº 4 Abr-Jul 1991