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Octavio Paz o la tentación de lo universal

Peter Soehlke*

"Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra,
libertad que se inventa y me inventa cada día".
Octavio Paz. Introducción al poemario Libertad bajo palabra.

El notición estalló en noviembre: Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura 1990. Destaquemos de entrada que entre estos galardones, la poesía en lengua castellana se encuentra muy dignamente representada, contrariamente a lo que se podría suponer. Desde 1901 fueron premiados Gabriela Mistral (1945), Juan Ramón Jiménez (1956), Pablo Neruda (1971) y Vicente Aleixandre (1977).

Lo cierto es que al premiar esta vez al poeta y ensayista mexicano, el jurado de Estocolmo no expuso a lectores, periodistas y hasta críticos a una búsqueda frenética y casi infructuosa de textos y documentos como fue el caso con Wolens Sayinka de Nigeria en 1988 y Naguib Mahfuz por Egipto el año antepasado.

Ello se debe a que Paz ha logrado cautivar a un vasto público de lado y lado del Atlántico con los méritos intrínsecos de su obra de exigencia singular y de notable diversidad. Pero la difusión amplísima de sus textos -cosa insólita siempre en un poeta sería inexplicable si no tomamos en cuenta dos hechos. Paz no sólo es y siempre fue un viajero impenitente, abierto a cuantos estímulos le hayan salido al paso de "esponja ávida" lo tilda Saúl Yurkievich sino que supo lograr una inserción real, una participación auténtica en el quehacer intelectual de países muy diversos y cruciales todos.

Así en España cuando acude en 1937, a los 23 años, al Congreso de Escritores antifascistas en Valencia, coincidiendo por cierto con Vallejo y Neruda. Estadía ésta que, por breve que haya sido, dejará una honda impronta en sus poemas de la primera hora y volverá a resurgir periódicamente como por ejemplo en "Piedra de Sol" (1957) que bien puede considerarse como su poema más ambicioso.

Entre 1944 y 45, se encuentra becado en E.E.U.U., en Los Angeles primero y en Nueva Inglaterra después: estadía que lo obliga a meditar acerca de las diferencias entre la idiosincrasia del mexicano y de quienes lo rodean. El fruto de estas reflexiones lo dará a luz en 1950 con El laberinto de la soledad, ensayo seminal dentro del pensamiento latinoamericano.

Por Francia ya había pasado al regreso de España en 1938, llegando a conocer a Robert Desnos y Alejo Carpentier, empapados ambos de la experiencia vital del Surrealismo. Dos extensas estadías con cargos oficiales de su país le permiten de 1946 a 1951 y luego de 1959 a 1962 convertirse en un familiar del grupo encabezado por André Breton. Si bien Paz no llega a afiliarse formalmente, tal vez por su desconfianza frente a la escritura automática, surge una empatía y hasta una fascinación entre el mago y el poeta del Nuevo Mundo. Esto lo traduce bien una declaración hecha por A. Breton a José Ma. Valverde en una entrevista de 1950: "...el poeta de lengua española que me conmueve más es Octavio Paz...". Este, a su vez, descubre y da a conocer a poetas del grupo como René Char y Henri Michaux y colabora en publicaciones y revistas surrealistas (p. ej. en el Almanach surréaliste du Demi Siecle, París, 1950). Desaparecido Breton, Paz le rinde el siguiente homenaje en su contribución al número monográfico de la Nouvelle Revue Francaise (París, 1967):

Las ideas de Breton sobre el lenguaje eran de orden mágico. No sólo nunca distinguió entre magia y poesía sino que pensó siempre que esta última era efectivamente una fuerza, una sustancia o energía capaz de cambiar la realidad. (p.609).

O veamos este otro testimonio revelador: En mi adolescencia,..., leí por casualidad unas páginas que, después lo supe, forman el capítulo V de L'amour fou. En ellas, Breton relata su ascensión al pico del Teide, en Tenerife. Ese texto..., me abrió las puertas de la poesía moderna. Fue un "arte de amar" ...una iniciación a algo que después la vida y el Oriente han corroborado en mí: la analogía o, mejor dicho, la identidad entre la persona amada y la naturaleza (Ibid. p.613).

Este texto destaca una constante en la expresión poética de Paz que podemos ilustrar con la estrofa V de "Piedra de sol":

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absurdo,

1951 lo ve en misión oficial en la India y en 1952 visita el Japón. Deslumbrado ante la irreductible diferencia de Oriente, se inicia en el budismo incluyendo al Zen y a los textos sagrados de la India. Traduce a Basho y del 62 al 68 reside en Delhi como embajador de México, cuando renuncia indignado ante la masacre de Tlatelolco, imponiéndose un exilio voluntario de tres años. Esta época se refleja cabalmente en el poemario Ladera Este (1969) y El mono gramático (1974) denso texto que participa del ensayo, de la narración y del poema en prosa.

Valga como ejemplo de Ladera Este esta instantánea que Manuel Durán califica de "cuasihaiku", "La exclamación":

Quieto
No en la rama
En el aire
No en el aire
En el instante
El colibrí
(Ladera Este, p.78)

Cabe preguntarnos en qué reside el aporte de la obra paciana y por qué se nos ha hecho imprescindible más allá de lo ya evocado.

A través de las revistas literarias que fundó y dirigió, Barandal (1931), Taller (1938) que tradujo poemas de Hölderlin, Rimbaud y Blake, El hijo pródigo (1943) y luego Plural al que sucederá Vuelta, ha orientado enjuiciando lo pasado, lo presente y la última actualidad.

Ha sido un mediador entre América Latina y Estados Unidos, entre Europa e Hispanoamérica y esto en ambos sentidos a la vez que ayudó a difundir el conocimiento del Extremo Oriente en esta parte del mundo.

Ha contribuido a reevaluar a innumerables figuras a través de sus ensayos (recordemos tan sólo a Sor Juana, Darío, López Velarde o Cernuda) y a veces, el estudio hasta va de par con su propia traducción (Mallarmé y Pessoa).

Ha incursionado en los campos más diversos: antropología y lingüística con su Claude Lévi Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967) pintura y experimentación vanguardista (Marcel Duchamp o el castillo de la pureza, 1968).

Ha cultivado la poesía experimental (Discos visuales, 1967), Renga, 1969, i.e., poesía a cuatro voces y en cuatro idiomas en un intento por aclimatar un género medieval japonés; y por fin Topoemas, 1971 a manera de caligramas.

Ha analizado la problemática de la traducción apresada entre literatura y literareidad, pero que debe aspirar siempre a ser creación y para ilustrar esta tesis, entrega la versión de cuatro poemas considerados como "intraducibles" de John Donne, Mallarmé, Apolinaire y E.E. Cummings.

Pero por sobre todo, la obra de Paz ostenta un equilibrio entre la creación y la reflexión sobre el hecho de poetizar. Se quiere poesía y poética a la vez, simetría que se postula y se logra con sorprendente frecuencia.

Como pocos Octavio Paz consigue probar la tesis intuida y formulada por los románticos ingleses de Coleridge a Blake y alemanes (F. Schlegel y Novalis) primero y Baudelaire después, a saber que a partir de la modernidad, poeta y crítico son indisociables.

Dentro de su producción crítica, dos ensayos descuellan por la amplitud del enfoque y la maestría de la argumentación. Primero aparece El arco y la lira (México 1956). La segunda edición (Delhi 1967) es una versión muy reelaborada a la que sigue un epilogo "Los signos en rotación" que se quiere, en palabra de su autor, "una suerte de manifiesto poético", pero que contiene también un denso análisis del "Coup de des" de Mallarmé.

Se plantea si el poema es irreductible a todo otro decir, pregunta qué dice el poema y cómo se comunica el hecho poético.

En 1974 publica Los hijos del limo / Del romanticismo a la vanguardia cuyo ocaso se vaticina. El 1er. capítulo se titula "La tradición de la ruptura", una paradoja fértil que ha hecho mella.
Se ha premiado una obra inmensa pero más abierta.

*Miembro del Dpto. de Lengua y Literatura, PhD de la Universidad de Texas (Austin).

Universalia nº 4 Abr-Jul 1991