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De Gaulle y la nueva Europa

Alfredo Toro Hardy*

En noviembre del año pasado se conmemoró el primer centenario del nacimiento de Charles De Gaulle. Hombre excepcional, constituye no sólo uno de los grandes líderes de la Segunda Guerra Mundial sino muy probablemente también la más relevante personalidad francesa del presente siglo. De Gaulle fue en esencia un heterodoxo. Un contestario cuyas posiciones y puntos de vista contradijeron siempre la sabiduría convencional prevaleciente a su alrededor. Con frecuencia, también, un visionario cuyos incomprendidos planteamientos terminaban por verse confirmados con el paso del tiempo y el curso de los eventos.

Reivindica el movimiento, la iniciativa y la imaginación como elementos fundamentales de la guerra moderna, en momentos en que la doctrina militar prevaleciente en su país santificaba la guerra de posiciones y, a través de la Línea Maginot, transformaba a Francia en una gran trinchera. Advertía, ante la miopía general, acerca de las contradicciones entre una política de alianzas que generaba compromisos militares en el exterior y una doctrina militar asentada en la inmovilidad. Se rebelaba dramáticamente contra el oficialismo francés, cuando éste aceptaba el armisticio de Petain como expresión de una posición responsable ante la realidad del nuevo orden impuesto por Hitler. Insistía ante sus desmoralizados compatriotas que una batalla había sido perdida pero que la guerra sería finalmente ganada. Solitario se alzaba ante ingleses y norteamericanos como expresión de una Francia eterna a la cual había que tratar con deferencia y respeto. Por la fuerza de su carácter colocaba a Francia entre las potencias vencedoras de la Segunda Guerra, a pesar de los cuatro años de colaboracionismo del régimen oficial de Vichy. Encarnaba, tras la victoria, el símbolo de la unidad francesa en momentos en que ninguna otra figura hubiese podido asumir ese papel. Abandonaba el gobierno en la cúspide de su prestigio, ante la creciente ingobernabilidad del régimen de partidos, para volver a él doce años más tarde con la propuesta de un presidencialismo fuerte. Salvaba a Francia de la dictadura militar o de la guerra civil, bajo el cruento drama de Argel, para iniciar un proceso de descolonización que transformaría a su país en inevitable punto de referencia para el llamado Tercer Mundo. Se rebelaba contra la "satelización" de Francia, buscando convertirla en eje de la balanza y canal natural de comunicación entre las dos superpotencias.

Su concepción de Europa asume particular relevancia dentro del contexto de su acción política. Deseaba que ésta fuese tan independiente de los Estados Unidos como resultase posible. Vetó, en tal sentido, la entrada de Gran Bretaña al Mercado Común Europeo por considerarla como el "Caballo de Troya" norteamericano. En su visión de la Europa comunitaria se encontró a la zaga de la historia sin llegar nunca a comprender la importancia real de ésta. Era demasiado nacionalista como para aceptar la noción de supranacionalidad que ella entrañaba. Para él el Mercado Común era significativo, ante todo, como instrumento para proyectar la influencia francesa dentro de un contexto continental y aun mundial. Donde sí respondió cabalmente a esa calidad de visionario, que tantas veces lo caracterizó, fue su planteamiento de una Europa unida por sobre las cenizas de las ideologías. Anticipándose casi treinta años al "hogar europeo" referido por Gorbachov, hablaba de una Europa que "desde los Urales hasta el Atlántico" conformaría un núcleo orgánico de cooperación y armonía. Percibió, como nadie en su época, las fisuras que presentaba el bloque soviético y anticipó la emergencia inevitable de las nacionalidades frente a la ideología imperante. De la misma manera en que insistió en el proceso de acercamiento inexorable de la Unión Soviética hacia Europa Occidental. Sostuvo así mismo, su convicción en un acuerdo puramente europeo a la reunificación alemana, problema que a su juicio no debía ser forzado, ya que la propia dinámica histórica se encargaría de aportar las soluciones.

De Gaulle se nos presenta hoy con una vigencia extraordinaria.

Como nadie más en su tiempo supo darse cuenta de la vulnerabilidad de las ideologías y de la inevitabilidad de una Europa unidad por encima de éstas.

Una figura que veintiún años después de su muerte sigue aún dándonos grandes sorpresas. Una figura para el estudio y la reflexión profundos.

*Politólogo y Analista internacional, miembro del Dpto. de Ciencias Sociales USB. Abogado y M.A. en Derecho Comercial Internacional ((Universidad de Pennsilvania) y en Derecho de la Integración Económica (UCV)

Universalia nº 4 Abr-Jul 1991