Br. Andrea Sucre González, estudiante de Ingeniería Electrónica
Trabajo presentado durante el trimestre abril-julio 2011 en la asignatura LLB-526 “Libros de infancia y juventud” del Prof. Cristian Álvarez Arocha, adscrito al Dpto. de Lengua y Literatura.
¿Cuántas personas leen hoy en día poesía? ¿Cuántas escriben? ¿Cuántas personas la han despreciado por no aportar nada útil a la sociedad? La poesía no sólo son las letras plasmadas en el papel, sino es una invitación a conocer un mundo íntimo que, a pesar de estar conectado con la realidad, representa una forma diferente y original de verla. En este universo distinto se vive la experiencia única que permite al lector conversar con el escritor, quizás no físicamente, sino en términos mucho más humanos, a nivel de comprensión y empatía. Pero este encuentro va más allá. Los pensamientos y el cuerpo se sumergen mutuamente en cada uno, y entonces experimentamos momentos en los que nuestro espíritu se manifiesta en cada objeto del mundo. En otras palabras, el alma se anuncia y se engrandece con la realidad. La experiencia es, como describe Teresa de la Parra en Memorias de Mamá Blanca, la relación del intérprete y el compositor en la música, pero que también se asemeja al sentimiento que surge cuando el poema es leído o escrito: “Cuando sentada al piano lograba la comunión divina que une al compositor con el ejecutante, al igual de los santos en éxtasis, se alejaba de la Tierra y se transfiguraba. En tales momentos la realidad, por apremiante que fuera, no existía.”
Si aún no ha quedado claro, o no le son familiares estas experiencias, le demostraré que existió una que se asemeja. Escarbe en su memoria y encontrará con que usted antes era más feliz y/o la imaginación dominaba la rutina; la imagen de un niño inunda su memoria, y la tentación de abandonar las responsabilidades y convertirse en él otra vez nace en usted. Si desea volver a sentir aquella plenitud, usted debe darle una oportunidad a la poesía. A través de Víctor Corcoba Herrero, Vicente Huidobro y otros escritores, se podrá comprender que al disfrutar y observar la poesía con atención se despierta en el alma la búsqueda de plenitud, y se comienza a redescubrir el paraíso perdido de la infancia.
Pero, ¿qué significa plenitud? La plenitud es integridad, por lo cual, al ver el mundo, podemos vernos a nosotros mismos con todas nuestras facetas, ya que todo está o parece estar en armonía. Cada objeto de la naturaleza o entorno pertenece uno a otro. Es decir, los límites entre cada uno de ellos parecieran fundirse entre sí. Sin embargo, no pierden su espacio ni su forma, sino que su presencia encaja como lo hace la pieza de un rompecabezas. Es como el niño que no se cuestiona por qué ni para qué la naturaleza (entendiéndose por ella la realidad) es de determinada forma, sino que cree, y esa fe es superior a cualquier explicación de un adulto; todo tiene un orden correspondiente al que debe tener. Para el niño, todo, las cosas y personas, son objetos que están al alcance para el disfrute y el juego. Es el adulto, en una realidad que cambia día a día, quien añora la época en la que podía detenerse, observar y quedar atónito ante lo absoluto del sentimiento que surge en uno mismo. Es decir, la época que podía llenarse de plenitud.
Leer y escribir poesía brinda al ser humano esa posibilidad de recuperación o de buscar hacia dónde hallar la plenitud, porque le permite ‘ser libre’. Sin embargo, esa libertad no consiste en hacer todo lo que se desea y abstraerse de todas las normas establecidas. No, como suele ocurrir cuando se plantea la libertad como lo que se le permite o no hacer a una persona, como si la condición dependiera de las reglas establecidas en una sociedad. Ese no es el tipo de libertad al que me refiero con ‘ser libre’. Como menciona G. K. Chesterton en Autobiografía: “la libertad se concibe como algo que simplemente funciona hacia fuera, mientras que para mí siempre fue algo que funciona hacia adentro.” Es común darle mayor prioridad a las condiciones que limitan las posibilidades externas antes que nuestra propia capacidad de lograr un crecimiento personal. Por esta misma razón, confundimos el poseer y dominar con la libertad, porque creemos erradamente que con esas condiciones se nos permite ser plenos. No se trata del valor cuantitativo de los objetos sino del cualitativo. El poseer o dominar no proporciona crecimiento al espíritu. Porque los objetos o personas para que puedan realmente suscitar plenitud deben proporcionar al ser, aceptación, que significa recibir voluntariamente. No se refiere a la aceptación de ‘lo que se es’, porque no se trata de someterse a la situación en la que se encuentra el ser sino de aceptación porque ‘se es’. ‘Se es’ equivale a reconocer su propia existencia, por ello la aceptación hace libre a la persona en toda la expresión de la palabra, ya que al estar consciente de sus propios límites, sentimientos, defectos y virtudes es capaz de ver la gracia en cualquier situación. La poesía es el testamento de esta aceptación, como menciona Vicente Corcoba en Poesía es el camino: “Hemos de amar al ser por ser persona. Hemos de amar al ser. Hemos de amar. Hemos de ser para el mundo, ¡la poesía!”. Vista así, la poesía ve la gracia en las cosas cómo en realidad son, no les agrega o quita distintivos. Las acepta, las comprende y luego las llega a amar o despreciar. Este acto es dirigido tanto a sí mismo como a su entorno. Entonces ‘ser libre’ significa ‘ser uno mismo’, por lo tanto no puede depender de lo que se le permita o no hacer o tener.
Fernando Savater en Lo que enseñan los cuentos, en el libro Sin contemplaciones, lo menciona: “Si desapareciera la literatura no perderíamos un arte, sino el alma”, ya que sin ella eliminaríamos una de las maneras en las que el ser humano está en contacto con la plenitud. La literatura nos permite entrar en un mundo, no distinto, sino desde la perspectiva de su autor, por lo que al leerla no estamos sólo reviviendo sus experiencias sino reconociendo las nuestras en ellas. Por ello, la poesía mientras está siendo escrita brinda al ser: la aceptación de lo malo y/o bueno de sí mismo para exponerlo ante el mundo; al culminar el poema, el reconocimiento (“conversación entre el escritor y el lector”) y finalmente su disfrute, que se transforma en lo pleno.
En el caso del escritor partimos de Poesía es el camino de Víctor Córdoba Herrero. En este texto se expresa lo que es la poesía diciendo que “Poesía es caminar y hacer camino. Hacer camino es vivir y dar vida.” Para el escritor la poesía representa una manera de expresarse; estando más allá de traducir un simple sentimiento, será una visión del mundo. Poesía es ver la realidad con una visión propia y expresarse originalmente, por lo cual para el poeta crear se convierte en una necesidad. Además, al depositar en el poema sus pensamientos y sentimientos se acerca a la plenitud. Por ello, escribir se convierte en un acto intrínseco para el autor, debido a que es su forma de convivir y comprenderse a sí mismo mediante el amor y necesidad de la creación poética. En Mi lugar secreto de Forrest Carter se explica por qué la comprensión es esencial, y por qué está atada al amor, ya que para el escritor: “la comprensión y el amor son una misma cosa: lo que pasa es que demasiadas veces la gente se acerca a ella al revés, con la pretensión de amar cosas que no comprende. Y eso no puede ser.”
La forma de llevar a cabo esta comprensión a través de la escritura de poesía es, como recomienda Rainer María Rilke al joven Kappus en Cartas a un joven poeta, pensar “en un mundo que lleva en usted mismo, y llame como quiera a ese pensar; bien sea recuerdo de la infancia propia o anhelo del propio provenir, pero esté atento ante lo que surge en usted y póngalo por encima de todo lo que observe en torno.” Puesto que como se dice comúnmente “puedes mentirle a todos, menos a ti mismo”, la poesía representa esa interiorización por parte del escritor, convirtiéndose en un tipo de arte que tiene su fuerte en el sentimiento que transmite. Sentimientos “casi” absolutos como los de los sentimientos de los niños que son puros; que no tienen necesidad de dar explicaciones sobre su visión de la realidad. El niño sólo debe sentir y dejar que el sentimiento le domine; el hecho de una situación agradable o desagradable deja de ser importante. En forma similar, la poesía a través de los sentimientos que expresa puede llegar a transformar los hechos más crudos de la vida en maravillas visuales y del lenguaje. Esta característica es la que le otorga a los poetas no solamente ‘libertad soberana’, que permite recuperar la “feliz exuberancia del niño”, de la que habla Georges Bataille en La Literatura y el mal, sino que, como menciona William Wordsworth, al estar consciente de ese sentimiento, lo vive, lo internaliza y lo transforma, permitiéndole experimentar el ‘gozo’, un sentimiento que manifiesta el disfrute de lo posible, parecido a la plenitud del infante.
Entonces, “crear es expresar lo que uno tiene en uno mismo. Pero uno se equivocaría si se le atribuyera este poder creador a un “don innato” como nos dice Henri Matisse en Reflexiones sobre el arte. La creación poética es acto consciente de la realidad y de los sentimientos vividos a través de ella. Pero, además, hay que fijarse en la sutileza “hacer camino es vivir y dar vida”: no es sólo el hecho de expresarse sino de hacer que, como lo menciona Vicente Huidobro en Arte Poética, “el alma del oyente quede temblando”.
El lector mediante el poema ve imágenes, y éstas le permiten la exaltación de sus sentidos. Éstos le ayudan a conocer el mundo, pero esta conexión sola no le llevará a la plenitud. No es sólo sentir, sino involucrarse, es una comunión con el entorno y nosotros mismos. La comunión consiste en la participación en la realidad, en la que se goza de ella como integrantes de un todo. Los poetas le enseñan al lector lo poco integrado que está a la realidad, como si realizaran un llamado de atención demostrando que hay mucho que se pasa por alto en el día a día. Al igual que los poetas, los niños nos hacen darnos cuenta de ello, porque ellos poseen una comunión con la realidad, tan natural como le es al ser humano respirar como lo expresa el escritor Jorge Guillén. La comunión que ofrece la poesía también permite al lector en primera instancia comprender, con lo que se puede llegar a reconocer a sí mismo como alguien parecido al autor (o que siente semejante a él). En ese reconocimiento existe consuelo, ya que el lector siente, además de una exaltación de sus sentidos, que es posible recuperar el asombro y libertad de ser uno mismo.
Ser como el infante que se maravilla con los objetos más cotidianos, como cuando toma una rama, tiene una espada y lucha contra muchos soldados derrotándolos de las maneras más gloriosas. El niño toma su entorno y crea sus propios cuentos de hadas, donde todo está a su disposición y nada le impide utilizarlo como material para sus historias. La habilidad innata en el niño de ser capaz de emplear todo su entorno para la creación y asombrarse con la realidad, porque encuentra siempre en todo objeto motivo de admiración, es necesaria para el poeta, porque, como menciona Henri Matisse, “la pérdida de esta posibilidad impide la expresión de manera original, es decir, personal”. Para distintas personas la visión de un mismo objeto no es igual, pero para que sea realmente única esa expresión es necesario ver los detalles con admiración y aprecio. Lo cual significa que para poder sentir esta plenitud es necesaria la contemplación. “Asombrar con ojos de niño, hallarse poeta y sentirse poema” (Poesía es el camino de Víctor Corcoba Herrero). La poesía permite recuperar el asombro y la capacidad de ver la belleza en lo cotidiano, es decir, contemplar.
Algunas veces el poema representa una protesta, pero no es ésta el motivo a lo cual se refiere con la contemplación, sino a la creación poética en sí. Como menciona Cristian Álvarez en La contemplación en Jorge Guillén al referirse a San Juan de la Cruz, “ver el amor que los poemas revelan, apartando, por momentos, los títulos que explican y el comentario alegórico”. Es evitar caer en el empeño de encasillar la poesía en corrientes artísticas, tema, herramientas de lenguaje, sino concentrarse en el sentimiento que hace brotar en nosotros el poema. Ya que como se mencionó el fundamento es la creación poética, el sentimiento surge porque la persona al leer o escribir está observando con admiración y asombro algún objeto o situación, y se ‘deja llevar’ por el sentir que le proporciona esa mirada contemplativa. Por lo tanto, la contemplación puede representar un elemento básico para la poesía.
La contemplación no es un acto forzado ni una simple comprensión. Como expresa Josef Pieper en Contemplación Terrenal, “cada cosa encierra y esconde en el fondo de sí misma una señal de su origen divino. Quien llega a divisar esa señal ve que ésta y todas las demás cosas son buenas, más allá de cualquier ‘comprensión’. Lo ve y es feliz”. La observación de la realidad con una mirada amorosa nos permite conocer más de lo que podría imaginarse y con ello se llegar a crear el verdadero poema. Como diría Josef Pieper:
“De esta clase de contemplación del mundo creado se nutre
sin cesar toda auténtica poesía y todo verdadero arte, que
no son sino elogios y alabanza por encima de cualquier
lamentación. Y quien acierte a contemplar así las cosas
será también capaz de comprender la poesía ‘de manera
poética’, es decir, en su único significado genuino.”
En otras palabras, en cada pequeño objeto se encuentra un pequeño pedazo de “divinidad” que nos permitirá entender el poema, que se traduce en comprenderse a sí mismo y más allá de ello, ser plenos. Entonces, la poesía brinda al ser humano una forma de contemplación, y al tratarse de este tipo de mirada está vinculada a la realidad. En Árbol y hoja de J. R. R. Tolkien, donde habla de los escritores, leemos:
“Probablemente, todo escritor, todo sub-creador que elabora
un mundo secundario, una fantasía, desea en cierta medida
ser un verdadero creador, o bien tiene la esperanza de estar
haciendo uso de la realidad; esperanza de que (si no todos los
detalles) la índole típica de ese mundo secundario proceda de
la Realidad o fluya hacia ella.”
Todo poema en sí representa la imaginación que surge de la misma realidad y todo lo bello o espantoso de ella sufre una transformación para transmitir un sentimiento. Este concepto del escrito como sub-creador se asemeja al pensamiento de Vicente Huidobro, quien considera al poeta como un Dios y de cómo ‘debería’ ser un poema y el poeta en sí. Rescatando de él una de sus frases cito: “Sólo para nosotros viven todas las cosas bajo el sol. El poeta es un pequeño Dios.”
No obstante, no sólo existe esta capacidad creadora en los escritores sino en los niños. En el infante la comunión se encuentra en la naturaleza, en el poeta adulto quizás pueda estar en ella, pero también está presente en la creación poética. Además, la diferencia principal es que en el poeta este acto de comunión es consciente. Sin embargo, a pesar de ser un poco distintos en esos aspectos, ambos están envueltos en ese sentimiento de ‘habitar’, de saber estar. El escritor se involucra con su realidad y es, como menciona Cristian Alvarez en La contemplación de Jorge Guillen, “un singular contemplador que en su trato con el lenguaje, en ese acierto que une música y sentido, construye una relación con el mundo.” El poema es en sí el ‘resultado’ de esa convivencia. Expresado más claramente con la frase de Jorge Guillén: “Soy, más, estoy”. Todo está a nuestra disposición y en armonía para crear, al igual que para el niño jugar.
¿Acaso entonces la creación poética está vinculada al juego? Pues sí. El niño mientras se divierte libera la imaginación y disfruta de su entorno, pero cada elemento pertenece a un orden en ese mundo del juego. Este orden debe ser respetado porque es a partir de éste que se encuentra el deleite y diversión. Por ello se dice que el juego surge de los límites, ya que al tener un espacio, tiempo y reglas el niño puede gozar del entorno y de las sensaciones que en él despiertan. La poesía, al igual que el juego del infante, tiene límites. En Autobiografía de G. K. Chesterton se explica esta característica, pero además nos proporciona una idea que demuestra la clara relación entre el juego infantil y el poético: “La imaginación funciona con imágenes. Y, por naturaleza, una imagen es algo que tiene perfil y por lo tanto un límite.” Se había dicho que la poesía está nutrida por las imágenes que proporciona, sin ellas el ‘temblor del alma’, como dice Vicente Huidobro, sería imposible. Pero las imágenes son objetos reales, palpables y por lo tanto tienen un aspecto y forma determinada, tienen límites. Y esta condición del juego y la poesía es la que nos permite el verdadero disfrute, como diría G. K. Chesterton: “Este juego de ponerse límites es uno de los placeres secretos de la vida”. El poeta se nutre de los límites, ya que explota los detalles de los objetos para otorgarle a cada uno de ellos una sensación o sentimiento, creando entonces de aquellos fragmentos el poema. Además, la poesía en sí debe presentar límites porque si no ocurrirá, como dice Vicente Huidobro, en Arte Poética “el adjetivo, cuando no da vida, mata”; lo que se le exagera sus cualidades pierde su belleza.
Entonces, al igual que el juego, el poema también cuenta con estos elementos. Primero, su espacio limitado es la hoja de papel física o digital donde está escrito. Segundo, el poema tiene un tiempo finito en cuanto al momento de su creación, el hecho de que haya sido escrito en una época determinada hace que cambie la perspectiva del mundo del autor, ya que está viviendo experiencias distintas. Por último, a pesar que esto para un poeta vanguardista como Vicente Huidobro sería contradictorio, los poemas presentan unas reglas definidas en cuanto a su forma. Antes de la vanguardia existían los sonetos, las prosas, la rima y la métrica en la poesía, y en la actualidad, a pesar que ya suelen huir a ello, también existe una forma, en la que se suprimen los signos de puntuación, se manipula la distribución del poema en el espacio, se evita la rima. Pero, no hemos de ahondar en ese tema en este ensayo, puesto que no es lo esencial. No obstante, vemos cómo hay elementos en común entre el infante y el poeta.
El poeta no sólo juega con el espacio sino con el lenguaje. Un ejemplo se ve en el mismo Vicente Huidobro cuando plantea en Arte Poética: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! hacedla florecer en el poema.” Refiriéndose a uno de sus elementos claves en su poesía que es no mencionar en el poema el tema, él propuso que el poeta si quiere hablar del mar no ‘debería’ mencionar la palabra en el poema, sino que busca la relación entre imágenes que comúnmente no se relacionarían entre sí, pero que juntas forman imagen del tema. En Memorias de Mamá Blanca se menciona esta característica: Las niñitas de Piedra Azul “al igual de los artistas, sentíamos así la fiebre divina de la creación; y, como los poetas, hallábamos afinidades secretas y concordancias misteriosas entre cosas de apariencias diversas”. Esto, a pesar de que es un planteamiento de cómo debe ser la poesía, posee la idea esencial que en la creación del poema el autor viaja por lo extenso del lenguaje y las imágenes haciendo combinaciones nuevas y disfrutando de ellas.
¿No menciona Georges May, al hablar del período de la infancia, en su libro sobre La Autobiografía que “los seres mejores son aquellos que más guardan o menos pierden de ese candor y de esa sensibilidad primitiva”? Pues el poeta en el propio acto de creación se involucra en el ‘juego’, de tal manera que se convierte en un momento sagrado en el que puede recobrar esa mirada de infante y ver al mundo con verdadero asombro y contemplación. Más aún, en Inspiraciones Mediterráneas Paul Valéry dice que el arte “nos da miradas que pueden considerarlo todo”, permitiéndonos a través de la poesía ser verdaderos creadores, innovadores y, más que todo, permitiéndonos retornar en cierto grado a ese sentimiento de plenitud. En Homo ludens de Johan Huizinga se menciona “Todo juego es, antes que nada, una actividad libre [...] porque encuentran gusto en ello, y en esto consiste precisamente su libertad”. Podríamos cambiar la palabra juego por poesía, y con ello entenderíamos que la poesía no debe ni será nunca olvidada, porque representa en sí misma la esencia de la plenitud del adulto, quien ha perdido esa ‘inocencia’ infantil. Sin la poesía perderíamos la sensibilidad de ver al mundo con su verdadero esplendor, y, más que ello, la de ‘ser’ o ‘habitar’ en el mundo y aceptarnos a nosotros mismos como realmente somos y sentirnos plenos. Además brinda la oportunidad de la comunión entre el lector y el escritor mediante contemplación, con lo que el escritor/lector puede decirle al otro: “Yo te veo a ti y a mí en una misma mirada”.
Bibliografía:
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