Freddy Malpica Pérez
Rector
Acostumbrados a oír hablar de crisis, fatigados incluso por el tono sensacionalista con el cual la prensa diaria presenta hechos y problemas que, a pesar de su gravedad, caen pronto en el olvido, quizás no nos percataremos del significado de nuestro situación actual y, por lo tanto, no tengamos una clara conciencia de lo que ella exige de nosotros
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Toda crisis, al traer consigo una puesta en cuestión de los fundamentos, obliga a repensarlos. Se comprende así -como señalan los especialistas [1]- que los tiempos de crisis hayan visto nacer algunas de las obras de pensamiento más importantes, tanto en el campo de las ciencias como en el de la teoría política, la filosofía y, en general, el estudio de la sociedad. Es decir, la crisis no es sólo dificultad, sino también oportunidad. Tiene un sentido positivo en cuanto convoca nuestra responsabilidad y espolea nuestro pensamiento: nos emplaza y nos reta a pensar con hondura, a tomar posición y a actuar, para que nuestra vida pueda tener sentido y no pase como sombra vana en el teatro de la historia.
Si esto nos ocurre individualmente, a cada uno, nos ocurre con mayor razón en cuanto somos miembros de esta “comunidad de intereses espirituales”, que llamamos universidad, donde nos encontramos unidos “en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre” [2].
Por su razón de ser esencial, puede decirse entonces sin exageración que la universidad tiene un papel importante en el proceso social. La sociedad requiere, para su existencia, de una comunidad de sentido y orientación, que se mantiene vigente sobre todo por obra del Estado y de la educación. Una crisis es precisamente, como señalábamos hace un momento, la pérdida de vigencia del sentido y la orientación, que deja a la sociedad sin rumbo, llevando al desgobierno -a pesar de la buena voluntad y de los esfuerzos de algunos individualidades y a ese estado de desintegración que los teóricos de la vida social han llamado anomia [3], preludio de la anarquía.
Es allí donde corresponde a la universidad desempeñar papel importante de liderazgo social
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Así pues, corresponde a la universidad -como sabemos- “crear, asimilar y difundir el saber mediante la investigación y la enseñanza” así como “completar la formación integral iniciada en los ciclos educacionales anteriores” y “formar los equipos profesionales y técnicos que necesita la Nación para su desarrollo y progreso” [4]. Esto es, en la universidad se aprenden las profesiones más esencialmente vinculadas al conocimiento científico, no aquella de carácter meramente práctico o empírico. Por eso, en toda universidad que quiera conservar su perfil de institución de educación superior, se cultiva la ciencia, de modo particular la investigación básica. Sobre todo, por su misma tendencia al saber, reflexivo y crítico, en ella ha de tener lugar -de hecho, tiene lugar- la elucidación continua del proceso de la sociedad; es decir, se intenta comprender ese proceso -a dónde va la sociedad-; se intenta la integración de los saberes, múltiples y dispersos, que se van adquiriendo, en una cierta cosmovisión y en una visión del hombre, para podar entender el sentido mismo de aquellos saberes; y, necesariamente, se intenta dar respuesta a los interrogantes concretos que surgen en la sociedad y en los niveles de gobierno, no para decidir políticas, sino para despejar incógnitas, ¿Cómo podría estudiarse medicina en nuestro país sin el estudio de las endemias tropicales? ¿Cómo cualquiera de las ramas de ingeniería, sin un conocimiento del proceso industrial, con sus requerimientos específicos, sus condiciones de trabajo, sus limitaciones? ¿Cómo, en general, decidir del desarrollo de determinadas áreas profesionales, sin una visión de las necesidades y tendencias de la economía del país? ¿Cómo, finalmente, formar de modo integral profesionales, sin que conozcan los supuestos que dan vida a las instituciones sociales y sin que tengan independencia de criterio para enjuiciar y corregir las posibles desviaciones?
Pero, todo ello significa que, aparte de su misión académica y profesional o, más aún, como condición para su puesta en práctica y como proyección necesaria de su cumplimiento, la universidad tiene una misión orientadora. Así lo señala la Ley, y quisiera que nos detuviéramos a considerarlo ahora más en detalle, por todo lo que encierra, especialmente en nuestra situación actual.
Y quien dice orientar, dice ubicar correctamente, servir de guía y de punto continuo de referencia; dice enseñar, aclarar, ayudar a entender, mostrar caminos, servir de ejemplo. Y la sociedad puede reclamar legítimamente a la universidad que cumpla con este papel de modelo en miniatura de lo que el conglomerado social debería ser: paradigma de convivencia, de seriedad y dedicación a sus funciones, de tolerancia y pluralismo, de transparencia administrativa, de eficiencia, rendimiento y laboriosidad, de amplitud y actitud de diálogo hacia dentro y hacia afuera... La responsabilidad de semejante compromiso recae en todas y cada uno de los miembros de la comunidad universitaria.
Por otra parte, en el cumplimiento de esta misión suya de orientación, la universidad quizás tenga que ser crítica5, haciendo patentes los falsos supuestos, el discurso falaz, o las decisiones erradas de los que gobiernan y, en conjunto, de los diversos actores del proceso social. En tal caso, no ha de temer hacerlo. Al contrario, debe temer su silencio, porque sería indicativo de complicidad, y entonces estaría en contradicción consigo misma; o manifestaría una desorientación que, en ella, como órgano más sensible, sería todavía más grave y profundo que en la sociedad en general
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Es esencial que la universidad venezolana recupere hoy el ejercicio de su misión orientadora, porque -como señalaba al comienzo- el país se encuentra en un estado de gran desorientación respecto del rumbo que están siguiendo los asuntos públicos o, aún más, respecto del rumbo que deban seguir.
Para ello, las universidades tienen que reconquistar su prestigio. El liderazgo, con la capacidad de orientar que le es inherente, no se impone: se gana. Es el resultado de un reconocimiento colectivo a la calidad y autoridad intrínsecas de una voz, de una persona o de una institución.
Por eso, más que nunca, debe conservarse y fomentarse -o crearse de nuevo, donde se haya perdido- el auténtico clima académico en las universidades, abierto a la búsqueda de la verdad y la transmisión del saber, sin dependencias ideológicas ni limitaciones de política grupal.
Ha de proseguirse, con redoblado empeño, la búsqueda de la excelencia sin lo cual la institución académica no es consecuente consigo misma y defrauda al país en sus compromisos.
[1] Así se señala en la historia de las ciencias y con la noción de experimento crucial.
[2] Ley de Universidades, artículo 1°.
[3] Sobre la noción de anomia, ver R.K. Merton, Teoría y Estructuras Sociales, México, F.C.E.,1964.
[4] Ley de Universidades artículo 3°.
[5] Ver Ernesto Mayz Vallenilla, “Misión de V Universidad Latinoamericana”, en: El sueño del futuro. Caracas Equinoccio, Segunda Edición, 1989 p.199. “Por el contrario, si su posición la lleva va a discrepar de la sociedad que la rodea, su compromiso debe consistir en servir de centro crítico donde enjuiciar y analizar los vicios, defectos o deformaciones de aquélla, proponiendo anti-modelos, estimativas y sistemas distintos. En tal sentido -excluida por supuesto, la preparación directa de la revolución violenta- la universidad debe convertirse en un agente de transformación y cambio, para cuyos fines cuenta con el poder del saber y la influencia moral que de su prestigio y de su autoridad emanan. Consistente de su posición, el compromiso de ella debe ser el de servir como punto de convergencia donde se reúna la mejor ciencia y conciencia de la respectiva sociedad y desde el cual puedan brotar los gérmenes innovadores,”
Universalia nº 6 Ene-Abr 1992