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El retiro y la excelencia

Ana Carmen Rondón

Como alumna de esta Casa de Estudios quisiera dedicar algunas líneas a la reflexión sobre un tema que, particularmente, creo que atañe a todos los que con su esfuerzo y trabajo logran darle a este recinto el sustantivo de Universidad.

El sistema de educación superior en Venezuela ofrece en todas sus instituciones un instrumento de suma importancia como lo es el retiro de materias. Sin duda alguna en un período académico existe la factibilidad de que se presenten contratiempos que impidan culminar con éxito una determinada asignatura, más aún, un lapso completo. Es allí cuando dicho instrumento constituye la solución más viable y razonable a la que cualquier estudiante puede apelar en caso de algún percance estudiantil. En nuestra universidad contamos con ciertas ventajas con respecto a este punto, pues tenemos la posibilidad de evaluar nuestra situación hasta mediados del trimestre para así tomar la decisión más acertada en cuanto a las asignaturas cursadas. Muchos estudiantes de otras instituciones se ven obligados a tomar una decisión en el transcurso de las primeras semanas del período, privándoles de la posibilidad de evaluar más realistamente su situación.

Sin embargo, en el caso específico de la USB, cuando se acerca el mito de la octava semana y frente a las taquillas de D.A.C.E empiezan a desfilar una gran cantidad de estudiantes con su planilla de retiro en mano, algo me hace pensar que el verdadero sentido de lo que significa retirar una materia esté siendo opacado.

¿Qué podemos pensar cuando en un determinado curso se han retirado cerca del 50% del estudiantado? ¿Cuán bueno puede ser un alumno que llene el límite de créditos permitidos en un trimestre? ¿Qué sentido puede tener retirar una asignatura de los Estudios Generales? ¿Cómo catalogar a un docente que de alguna manera incita a sus estudiantes para que retiren el curso? Mucho me temo que tanto alumnos como profesores somos culpables y víctimas de toda esta situación.

Cuando se oferta una materia para un determinado trimestre y los estudiantes se inscriben en ella, inmediatamente se establece un compromiso bidireccional profesor-alumno. Cada uno se ve en la obligación de cumplir con su parte, unos de enseñar y otros de aprender. Sobre este compromiso es que se sientan las bases de toda formación académica.

Si bien formamos parte de la universidad de la excelencia -y esto toca tanto al personal docente como al estudiantado, entre otros-, tenemos que comprender que ésta no sólo se manifiesta en nuestro índice académico. La excelencia también se lleva por dentro, se refleja en todo aquello que vívidamente nos forma como profesionales, y, lo que es más importante, como personas íntegras. Por ello debemos ante todo respetar el compromiso adquirido por ambas partes, tratar en lo posible que éste se cumpla. Sería lamentable ensombrecer el reto de excelencia propuesto.

No está de mi parte considerar la validez o no de las razones que llevan a un estudiante a retirar una asignatura. Solamente propongo que hagamos un alto y pensemos con seriedad y sinceridad los motivos que nos conducen a ello, y si es posible buscar la opinión ajena, bien sea de algún compañero o familiar como de algún profesor que consideremos justo en sus apreciaciones.

Creo que es hora de reflexionar un poco y pensar que nuestra profesión universitaria no es una carrera en contra del reloj, que el día de mañana cuando salgamos a competir en el mercado de trabajo, no seremos merecedores de un buen cargo por el hecho de haber obtenido un título en el menor tiempo posible; verdaderamente nuestras únicas credenciales serán el buen rendimiento, reflejo del esfuerzo, que presentamos durante los años de estudio. En este sentido, debemos ser sinceros con nosotros mismos, medir nuestras capacidades y siempre tener presente todo aquello que nos complementa como seres "humanos", y no sentirnos como frías computadoras que simplemente son objetos almacenadores de datos, para así poder exigirnos los más altos niveles de excelencia, y lo más importante, cumplirlos.
La mayor satisfacción que podemos sentir como profesionales egresados de la Universidad Simón Bolívar, es sabernos merecedores de un título logrado con lo mejor de nosotros y marcharnos seguros, con la frente bien en alto y felices pues cumplimos el reto.

Del mismo modo, a los docentes les propongo que así como evalúan al alumnado, también se evalúen a sí mismos. El reflejo de que cada una de las palabras dichas sobre la tarima no son arrastradas por el viento, sino que llegan con exactitud y ocupan el justo lugar que se merecen, es el mejor estímulo en la búsqueda de la presea.
Universalia nº 6 Ene-Abr 1992