Rafael Tomás Caldera
Al ver la nueva ola (neo)liberal que llena publicaciones, foros, quizá sobre todo animadas conversaciones de sobremesa en los buenos restaurantes capitalinos, no he podido dejar de recordar los versos de Antonio Machado ("Del pasado efímero") donde retrata aquel hombre del casino provinciano -mustia la piel, el pelo cano- que
Bostezo de política
/banales
dicterios al gobierno
/reaccionario,
y augura que vendrán
/los liberales,
cual toma la cigüeña
/al campanario.
Pareciera, en efecto, que así ha sido, lo cual podría mover a pensar que hay en la historia de los hombres ciclos, movimientos pendulares -corsi e ricorsi- o como quiera llamárselos. En definitiva, que las cosas humanas se repiten, un poco como lo dijera con profundo desengaño el Cohelet:
"¿Qué es lo que hasta aquí ha sido?
Lo mismo que será ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se ha de hacer.
Nada hay de nuevo en este mundo" (Ecl 1, 9-10).
Desde luego, no es fácil decidir del punto, ni fijar su alcance, ni es cuestión de internarnos ahora en tales preguntas, sin duda importantes.
En cambio, tengo por cierto, y no resultaría difícil documentarlo, que la nuestra es una sociedad habituada a seguir la moda, no solamente en materia de arquitectura, de vestidos, de música o de coroticos de diversa índole, sino -lo que es más serio- también en el plano del pensamiento y del sentido de la propia identidad. Importa recordarlo ahora porque con todo esto del (neo)liberalismo parecemos estar viviendo un nuevo episodio de imitación, traslado e intento de copia. Con la interesante circunstancia de encontrar incluso a antiguos militantes del marxismo transformados en perfectos liberales, con un retrato de Adam Smith en el lugar de su anterior patrono y una desembozada, si no agresiva, sintonía con las (así llamadas) recetas del Fondo Monetario Internacional. No intentaré detenerme tampoco en el análisis del fenómeno de tales desplazamientos que, a más de nuestra señalada propensión nacional a seguir lo que está en boga -sea revolución, sea reacción-, incluye acaso una persistente ambición de practicar lo que Paul Johnson llama "ingeniería social", ahora -podríamos decir- con otros manuales de construcción.
Pero, aparte de no pocas consideraciones que se pueden y deben hacer al respecto de esta ideología liberal de nuevo cuño, presentada como lo actual -una suerte de state of the art en materia de concepciones del progreso-, quisiera por lo pronto destacar que tal pensamiento no corresponde a nuestra manera de ser, a nuestro ethos. Recuerdo al prematuramente desaparecido politólogo Arístides Torres Galavís -hombre de realidades y, por ello, de aciertos a la hora de predecir, por ejemplo, los resultados de las elecciones-, explicando que nuestra motivación más fuerte (discúlpese lo impreciso del lenguaje, no soy del ramo) era patriótica, de solidaridad nacional; no individualista ni, menos aún, mercantilista. Así se entiende de la flagrante contradicción de una propaganda oficial que, para persuadirnos de las bondades del gran viraje fondomonetarista, a insistido en decir que con el esfuerzo de todos, saldremos adelante. Sin duda, estamos bien lejos de "lo que es bueno para la General Motors es bueno pare los Estados Unidos" o de los consejos de Benjamín Franklin sobre el ahorro ¿Habrá que abundar sobre él?
Por otra parte, no aparece justo dogmatizar tanto en estas materias. Quiérase o no, se trata de un ámbito donde el libre albedrío del hombre tiene no poco que decir, y donde lo que pueda ocurrir varía el cuadro a veces de forma muy significativa. En tales campos, propios de la praxis humana, se requiere de aquella virtud del juicio sobre lo concreto, que los antiguos griegos llamaron phrónesis y los latinos prudentia virtud de gobierno, apoyada en una firme adhesión a lo recto, y hecha de memoria de lo pasado, previsión de lo futuro, discernimiento de lo presente; virtud que permite conservar una orientación clara junto con la flexibilidad es necesaria para enfrentar la contingencia. Cuando se dogmatiza, en economía o en política, se tiene -al menos implícitamente- un modelo concreto de cómo han de ser y hacerse cosas. Por desgracia, tales actitudes parecen abundar todavía, quizá porque la (presuntamente) difunta modernidad ilustrada aún corre por ahí, vivita y coleando, con sus inagotables huestes de intelectuales fungiendo de reformadores y maestros. Pero, preguntaba aquel sabio profesor de ciencia política, ¿sabe alguien exactamente cómo se desarrolla un país?
Además, se confunde con demasiada frecuencia a la economía con el economicismo, al intentar -de modos diversos- otorgar a lo económico la primacía en la vida humana. Y no sólo a lo económico, o lo financiero, con esa primauté de l'argent que ya denunció Jacques Maritain hace unos cuantos años. Al respecto, sin embargo, bastará con citar unas palabras de Juan Pablo II en Varsovia, el pasado 8 de Junio, en su encuentro con los representantes del mundo de la cultura: "Nuestra joven III República debe afrontar ciertamente la tarea de la reconstrucción de la economía, el aumento del estado del "tener", según las necesidades y exigencias justas de todos los ciudadanos. Pero permitidme constatar con toda firmeza que también esta tarea sólo se realiza de manera correcta y eficaz basándose en el primado del "ser" humano. La economía, en definitiva, es para la cultura. Se realiza correctamente sólo a través de los canales de esta dimensión fundamental de la cultura que es la moralidad, la dimensión ética. Asegurando la precedencia de esta dimensión, aseguramos la precedencia del hombre. El hombre, en efecto, se realiza como hombre fundamentalmente mediante su propio valor moral" (Obervatore Romano, No. 29, 19-7-91, p. 4).
No sé si -como cigüeñas al campanario- también volverán los socialistas. Ciertamente, no faltará quién lo prediga... Entretanto, traspasando las modas, con la guía de los principios y un sobrio sentido de lo real, ¿no podremos intentar -de verdad- hacer de la nuestra una sociedad más humana?
Querer encontrar el equilibrio moral en el solo ejercicio de una actividad técnica, más o menos estrecha, sin dejar abierta la ventana a la circulación de las corrientes espirituales, conduce a los pueblos y a los hombres a una manera de desnutrición y de escorbuto. Este mal afecta al espíritu, a la felicidad, al bienestar y a la misma economía. Después de todo, economía quiere decir recto aprovechamiento y armoniosa repartición entre los recursos de subsistencia. Y el desvincular la especialidad de la universalidad equivale a cortar la raíz, la línea de alimentación. Alfonso Reyes, "Homilía para la Cultura", Conferencia en la Asociación Bancaria de Buenos Aires, 27-X-1937.
Universalia nº 6 Ene-Abr 1992