Juan Pablo Lupi*
“Arte Poética” de Jorge Luis Borges impresiona por su sencillez y sobriedad. Está escrito de manera completamente tradicional: cuartetos de endecasílabos con rima consonante con la peculiaridad de que hay repetición de la palabra final del primero y cuarto versos, así como del segundo y tercero. Como veremos, las imágenes que van apareciendo en el poema son completamente familiares y convencionales, pero inmersas en el universo poético creado por Borges adquieren un sentido totalizante y profundamente filosófico. El poema se inicia con una reflexión típicamente borgiana sobre el tiempo, la vida y la muerte. El espíritu poético surge a partir de estas visiones y es reconocido por el autor:
Mirar el río hecho de
tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es
otro río,
Saber que nos perdemos
como el río
Y que los rostros pasan
como el agua
Borges toma la conocida imagen del río que representa al tiempo, pero la reorganiza otorgándole una significación metafísica completa. En el primer verso el río está hecho de tiempo ‑el fluir-, y agua‑ lo material, lo espacial. El poeta mira al universo como río y recuerda que el tiempo es otro río, retomándose así la imagen tradicional. Nótese el uso del verbo recordar, que es traer a la memoria algo del pasado. Al ver lo pasado y traerlo al presente el poeta acepta que está inmerso en el río del tiempo, fluyendo con él. El río se pierde en el horizonte y sus aguas ignoran cómo continúa su cauce, así como el hombre se encuentra perdido frente al futuro, y reconoce a lo presente como todo aquello que fluye junto a él. Pero lo único cierto para las aguas del río es la desembocadura. La imagen de la muerte se torna entonces inevitable:
Sentir que la vigilia es otro
sueño
Que sueña no soñar y que
la muerte
Que teme nuestra carne es
esa muerte
De cada noche, que se
llama sueño.
Nuevamente se toma una imagen conocida, a partir de la famosa frase de Calderón: “La vida es sueño”, la cual es también un tema esencial en la obra borgiana (“Las ruinas circulares”, por citar un ejemplo). En esta visión, la vida y la muerte son manifestaciones complementarias de un sueño que aparece como única realidad. Al dormir cada noche morimos un rato, y al estar despiertos sólo somos un sueño. En este sentido la imagen del río cabe asociarla al discurrir del sueño compartido. Tal visión idealista en la obra de Borges no sólo se refiere a la vida, sino que se extiende a toda la realidad.
En la siguiente estrofa se establece el propósito de la acción poética:
Ver en el día o en el año un
símbolo
De los días del hombre y de
sus años,
Convertir el ultraje de los
años
En una música, un rumor y
un símbolo,
Por una parte, los dos primeros versos revelan un anhelo platónico en la significación de la poesía al querer hallar una representación total del objeto a partir de un evento fugaz en particular. Recordemos esta nota al pie en “Teön, Uqbar, Orbis Tertius”:
“En el día de hoy, una de las iglesias de Teön sostiene platónicamente que tal dolor, que tal matiz verdoso del amarillo, que tal temperatura, que tal sonido, son única realidad. Todos los hombres en el vertiginoso instante del coíto, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son WiIliam Shakespeare”.
Por otra parte, los versos tercero y cuarto proponen reducir la significación de una vida a un solo instante, un murmullo, un “balbuceo arquetípico”, para decirlo a la manera de Cortázar. Lo que esto significa es transformar la compleja carga de lo vivido en poesía, llevar la vida al poema, para que así ella pueda adquirir la plenitud de su significación para el hombre y se eleve al plano de lo trascendente, lo cual es, como veremos, la pretensión del arte. En el marco del platonismo borgiano un camino es consecuencia del otro y viceversa. La poética borgiana asigna igual valor significativo al elemento individual y al conjunto; son manifestaciones de un mismo ente envuelto en la realidad: el sueño. Recordemos que el universo idealista de Borges (el río) es predominantemente temporal, no espacial; es dinámico, en persistente fluir, que es la consecución de un sueño. Esto, como apunta Juan Nuño[1], es simplemente la otra cara de la ontología platónica, según la cual existen dos mundos: uno inteligible y pleno de realidad, el de los Arquetipos; y otro el sensible, que es una ilusión formada por copias que intentan emular a las realidades superiores. El universo borgiano entonces se acerca mucho al mundo sensible platónico, que al perder su sustancialidad fluye y evoluciona incesantemente, y es justamente aquí donde se coloca la vida ‑“el ultraje de los años”‑ que anhela elevarse por medio de la poesía al universo inteligente, donde adquiriría trascendencia y mostraría su realidad.
La función de los versos anteriores es doble y circular: primero fundan una poética sobre las bases del idealismo y el platonismo, a través de una visión particular del tiempo, la vida y la muerte; y segundo, justifican al escritor como poeta, en tanto que la poesía es reconocer las visiones del tiempo, la vida y la muerte dentro de una poética determinada. Así leemos a continuación:
Ver en la muerte el sueño,
en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Borges reconoce la visión expresada en las primeras estrofas como hechos poéticos. La hermosa frase: “Ver (...) en el ocaso un triste oro (...)” aparece con una doble significación, por una parte como metáfora de la muerte, triste porque la “teme nuestra carne”; y por otra, una breve alusión a la visión poética de lo cotidiano en la naturaleza. Inmediatamente la imagen de la muerte es contrapuesta a la poesía:
Que es inmortal y pobre. La
poesía
Vuelve como la aurora y el
ocaso.
El fluir de la poesía es perpetuo, como el del universo, pero a la vez se acepta su pobreza, reconociéndose así su limitación en cuanto su capacidad de nombrar la realidad. Borges admite entonces que la poesía está más del lado del universo platónico sensible que del lado de los Arquetipos, aunque su pretensión sea totalizante. La palabra misma es sólo un pobre anhelo de representar al mundo, incapaz de crearlo. La realidad plena y trascendente de los Arquetipos no puede alcanzarse por medio del instrumento de la palabra. Así se reconoce que la poesía es tan sólo esa superficie esférica que vive dentro de una realidad más vasta que podemos intuir pero no discernir completamente al no poder “saltar” del continuo movimiento circular sobre la superficie. Movimiento continuo, limitado, cíclico, va y vuelve “como la aurora y el ocaso”. Pero Borges no deja cesar su búsqueda y pretende extenderla al arte:
A veces en las tardes una
cara
Nos mira desde el fondo de
un espejo
El arte debe ser como ese
espejo
Que nos revela nuestra
propia cara.
La alusión a los espejos es ahora inevitable. Harto conocida en la obra de Borges es su obsesión con los espejos, y el terror que acepta alguna vez haber sentido frente a ello. Este espanto es de profunda raigambre platónica, en tanto que los espejos son vistos como degradadores de la realidad, falseadores del Arquetipo que producen una completa pérdida de identidad. Para Borges, al igual que para Carroll, el mundo del otro lado del espejo no tiene que corresponder con el nuestro, es una puerta de acceso a una realidad multiplicada y deformada. La cara que acecha a Borges desde el fondo del espejo es un rostro anónimo y degradado, que en principio es parte de otra realidad. Pero inmediatamente surge una salvación en el arte: el reconocimiento de que la imagen del espejo corresponde a “nuestra propia cara”. El arte como reflejo del mundo y representación del Arquetipo. Notemos, sin embargo, que “El arte debe ser (...)”, sin llegar a afirmar que en realidad el espejo sea capaz de revelarnos nuestro propio rostro y no una imagen alejada y degradada: una ambición purificadora del arte en su función de representar al universo.
El artista‑poeta es entonces un afanoso viajero que intenta sin cesar encontrar su propio rostro en el espejo:
Cuentan que Ulises, harto
de prodigios,
Lloró de amor al divisar su
Itaca
Verde y humilde. El arte es
esa Itaca
De verde eternidad, no de
prodigios.
La imagen del arte como la isla de Ulises es, por una parte, un símbolo a su inagotable fertilidad: su “verde eternidad”; y por otra, el regreso a los orígenes, a la madre, al hogar del poeta, que llora de amor al encontrarlo: esta búsqueda es su sentido. Inmediatamente es reconocido el anhelo no logrado del arte, “humilde” y “no de prodigios”, cualidad que sí le es otorgada al artista‑poeta, como protagonista en la odisea de búsqueda y revelación de la realidad. Al final del poema, la eternidad del arte es retomada volviendo a la imagen inicial del río, tornando al poema circular:
También es como el río
interminable
Que pasa y queda y es
cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que
es el mismo
Y es otro, como el río
interminable.
El arte como imagen del universo: “el río interminable”, ese universo borgiano idealista de carácter temporal, en perpetuo fluir y cambio, que es también el universo sensible platónico. Borges toma la célebre sentencia de Heráclito, “No te bañarás dos veces en el mismo río”, pero la invierte, ya que si bien las cosas fluyen, dos etapas distintas del flujo no corresponden a manifestaciones distintas, como afirmaría Heráclito sino que representan a una misma cosa: de vuelta al platonismo. El “Heráclito inconstante” en cuanto el universo del que forma parte es temporal, perpetuo flujo y transformación.
[1] Juan Nuño. La Filosofía de Borges, Fondo de Cultura Económica, México, 1986; p.26.
*Licenciado en Física USB.
Universalia nº 6 Ene-Abr 1992