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¿Redescubrir a Montaigne?

Peter Soehlke*

C’est ici un livre de bonne foi, lecteur. (...) Je veut qu’on m’y voie en ma façon simple, naturelle et ordinaire, sans contention et artifice: car c’est moi que je peins. Mes défauts s’y liront au vif, et ma forme naïve, autant que la révérence publique me l’a permis. Que si j’eusse resté entre ces nations qu’on dit vivre encore sous la douce liberté des premières loi de nature, je t’assure que je m’y fusse très -volontiers peint tout entier, et tout nu. Ainsi, lecteur, je suis moi - mêmes la matière de mon livre...[1]

Es éste, un libro de buena fe, lector. (...) Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues píntome a mí mismo. Aquí podrán leerse mis defectos crudamente y mi forma de ser innata, en la medida en que el respeto público me lo ha permitido. Que si yo hubiera estado en esas naciones de las que se dice viven todavía en la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que gustosamente me habría pintado por entero, y desnudo. Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro...

Michael de Montaigne. Ensayos.

El que esto escribe tiene plena seguridad de estar produciendo un texto que hará historia. Tan cabal es esta conciencia que no vacila en afirmar: “Es libro único en el mundo y en su especie, de propósito raro y extravagante.” (Ibid., II, 8, p. 71)

La cita que encabeza estas líneas pertenece a la ‘Advertencia al Lector’ de la primera edición de Los Ensayos publicada en Burdeos en 1580. Pero de hecho, la obra ha empezado a gestarse desde 1571 y sólo concluirá con la muerte de su autor en 1592. Su título es tan escueto como general y cabe suponer que la escogencia de tan novedoso término debe haber desconcertado al lector de la época, ya que Montaigne lo acuñó para la literatura universal, fundando así una forma de expresión cuya popularidad no se ha desmentido hasta el día de hoy.

Pero antes de convertirse en el género literario que nos es familiar, el ensayo representa para su inventor un instrumento metodológico para la observación del hombre a partir de un autoanálisis lúcido, pero sin severidad ni indulgencia exageradas y una manera de poner a prueba su propia capacidad de razonar. Montaigne redacta su obra entre los cuarenta y los sesenta años ya retirado del mundo en la soledad de su biblioteca. Su escritura lleva la huella de una incesante revisión y reelaboración que refleja tanto la pugna por la forma como la evolución de un pensamiento que se cuestiona perpetuamente. A prueba de ello, tenemos los tres estratos de redacción que corresponden a las ediciones de 1580 (A) y 1588 (B), así como a los tres mil consignadas de su puño en el ejemplar de la Biblioteca Municipal de Burdeos (C). Montaigne logra así plasmar un discurso que privilegia la meditación y no aspira a ser resultado, sino proceso. No pretende entregar soluciones, sino plantear problemas. Si bien procede en su inicio del diálogo y de la epístola, este texto puede y debe considerarse como un soliloquio que busca impactar a su lector pues “cada hombre lleva en sí la forma entera de la condición humana” (Ibid. III, 3).

Los Ensayos giran alrededor de su objeto en un incesante cambio de perspectiva y aligeran el discurso conceptual recurriendo a episodios narrativos, anécdotas o digresiones de sorprendente frecuencia y extensión. Obra abierta por definición que se genera a partir del fragmento y que resulta inacabada e inacabable de toda necesidad. Si bien se trata de una reflexión que muy a menudo parte de premisas y se apoya en autoridades filosóficas, estamos en los antípodas del tratado, lejos de toda voluntad de sistema.

Representa esta obra sin duda un asombroso pozo de erudición. Como buen discípulo de los humanistas y representante del renacimiento tardío francés, Montaigne tiende naturalmente a acudir a los modelos de la antigüedad greco-latina. Entre los autores griegos descuellan Platón y a través de él por supuesto la enseñanza de Sócrates, figura eminentemente afín a su idiosincrasia, Aristóteles en menor medida, luego Sexto Empírico y por sobre todo Plutarco. Los Ensayos, en su estructura, deben mucho a Las Vidas paralelas y en el Libro III que representa la culminación del pensamiento maduro de Montaigne, encontramos la huella de los Moralia por doquier. En cuanto a los romanos, prevalecen Julio César, Lucrecio y los poetas siempre presentes, i.e. Virgilio y Horacio. El que se lleva la palma es Séneca, fundamental para la fase inicial o estoica del pensamiento de Montaigne, pero que permanece presente a lo largo de los tres libros. Por fin, Marco Aurelio, el Emperador filósofo que, junto con Sexto Empírico, representa la fuente principal para la segunda etapa del pensamiento de nuestro autor, la escéptica o pirrónica. Este último período queda admirablemente sintetizado en el emblema de la balanza en equilibrio -por cierto una representación visual de la etimología de la palabra ‘ensayo’ < exagium = acto de pesar que Montaigne mandó acuñar en una moneda junto con su lema (de aquella época): “Que scay-je?” (“¿Que es lo que yo sé?”).

La crítica ha querido ver en el Montaigne de la tercera y última fase de su evolución -reflejada sobre todo en el Libro III defensor de la doctrina de Epicuro. Si admitimos que Los Ensayos constituyen cada vez más una búsqueda de la sabiduría y que la actitud suya ante la vida procura gozar de sus momentos felices o, como lo expresa él: “Yo por lo tanto, amo la vida y la cultivo tal y como quiso Dios otorgárnosla.” (III, 13, p.398), esto podría ser cierto.

Pero conviene nunca perder de vista la dialéctica permanente e intencionalmente presente entre una visión individualista, privada, íntima y el afán de abrazar al hombre en su universalidad. Una y otra vez se ha reivindicado para Montaigne de ser el primer “moralista”. Sí, pero sólo si no salimos del ámbito de la literatura francesa, por cuanto él es tributario de toda una tradición renacentista italiana. Y si él es un “moralista”, lo es mucho menos en relación con la moral que con el concepto latino de mores en una acepción casi fenomenológica. “Los demás forman al hombre, yo lo describo...” y a continuación: “No pinto el ser. Pinto el paso...” (Ibid., III, 2, p. 26). La meta de Los Ensayos no es nunca un deber ser de índole normativa. Lo que a Montaigne lo apasiona es el hombre tal cual es o mejor dicho, tal y como él logra estructurarlo a través de su observación y descripción.

La imagen implícita entre tantas metáforas presentes es la del espejo que nos tiende a nosotros sus lectores: autoanálisis que obliga a la comparación que puede hacerse goce o herida, pero que siempre es confrontación. Contemporáneo del Barroco al fin es Montaigne.

Según toda evidencia, él constituye un eslabón en la antropología de la Europa posterior a la Antigüedad que el Renacimiento se esfuerza por resucitar y no nos ha de extrañar su entusiasmo por todo lo que es descubrimiento y contacto con culturas nunca vistas ni imaginadas. En su biblioteca figuran libros sobre Turquía, el África, la India y China. Pero lo que cautivó su atención sobremanera fue su apasionado interés por dar a conocer y analizar la expansión ibérica de lado y lado del globo.

El Montaigne que evoca el nuevo mundo destaca dos aspectos: el funcionamiento de una sociedad “bárbara” o primitiva, siendo su paradigma los aborígenes tupinambas del Brasil (a más de tres siglos de Durkheim, Mauss, Malinowski y Lévi-Strauss...) y la destrucción de las dos civilizaciones prehispánicas más refinadas, la azteca de México y la incaica del Perú.

Describe primero esté mundo “niño”, hermoso, inocente y feliz -nace el mito del buen salvaje que será retomado con tanta pasión por Rousseau y la Ilustración- pero sólo para invertir el concepto de la barbarie. Al subrayar que no es el mundo del Otro el bárbaro, si no el del invasor, cuestiona explícitamente el sistema de valores de la civilización llamada occidental cuya irrupción devastadora convierte al Otro de sujeto en objeto. Hace surgir una sociedad paradisíaca tan sólo para vaticinar su inminente e ineluctable ocaso.

Tres de ellos, ignorantes de lo que costará algún día a su tranquilidad y ventura, el conocer las corrupciones de acá, y de que de este trato les vendrá la ruina, la cual supongo se habrá iniciado ya... (se trata de indios del Brasil traídos a Francia) Ibid., I, 31, 277.

Montaigne se apoya en Jean de Léry quien tras una larga estada en el Brasil (1556-1558) publica en 1578 su relato basado en un auténtico trabajo de campo resultado de una arriesgada convivencia.

Pero para llevar a cabo su estudio de antropología comparada, Montaigne se vale además de informantes franceses e indígenas y dispone de documentos etnográficos de literatura oral (canciones) o artefactos indígenas. Una información recogida pues con minuciosidad y sentido crítico.

Su relato de la derrota y muerte de Moctezuma y Atahualpa es una requisitoria en regla contra lo que califica de “carnicería universal” (Ibid., III, 6, 159), un ajuste de cuentas con la monarquía española desde los Reyes Católicos hasta Felipe II.

Cabe subrayar que Montaigne es, con Jean Bodin y Justo Lipsio, uno de los pocos pensadores europeos quienes -fuera de España y siguiendo el ejemplo pugnaz de Las Casas- se sintieron llamados a incriminar con semejante vehemencia la brutalidad de este choque cultural. Es característico que sus fuentes pertenezcan en su mayoría a autores opuestos a la empresa colonizadora, pero en conocimiento de causa: Benzoni y Léry el protestante. Con gran habilidad, Montaigne logra vincular la crítica explícita de los desmanes del conquistador con su repudio alusivo a las atrocidades cometidas en las ocho guerras religiosas en Francia (1563-1598).

Los Ensayos representan una suma que se debe analizar tanto desde la vertiente filosófica como literaria, pero cuya originalidad politológica, historiográfica y antropológica descubrimos cada día más, y desde luego es menester subrayar la importancia lingüística del texto. Es la primera obra de un pensador francés de primera magnitud escrita en lengua vulgar.

Montaigne, mostrándose a sí mismo nos descubrió al hombre.

Curso

Montaigne y el Nuevo Mundo

Análisis de las reflexiones de un autor renacentista francés de finales del siglo XVI acerca del significado del descubrimiento del Otro en este choque cultural que fue la conquista de América. Confrontación de los Ensayos con algunas de sus fuentes: crónicas (Benzoni, López de Gómara), escritos polémicos (Las Casas) y documentos etnográficos (Jean de Léry).

Será dictado por primera vez en el trimestre enero-abril de 1992 por el profesor Peter Soehlke.

[1] Les Essais de Montaigne, Ed. de Pierre Villey, Paris, Puf, 1978,II, p.3.

*Ph.D Cand. De la Universidad de Texas (Austin), Miembro del Dpto. de Lengua y Literatura de la USB.

Universalia nº 6 Ene-Abr 1992