Br. Kender A. Poncho L., estudiante de Ing. Química
El cielo nocturno estaba vestido de luna nueva cuando el gato saltó desde la ventana a un techo con tejas y en uno de sus pasos apresurados, movió una de ellas que cayó estrepitosamente al suelo del callejón por donde pasaba un hombre pálido y delgado con una expresión nerviosa. Este sonido le causó tanta sorpresa que resbaló por el empinado callejón. El hombre cayó unos tres metros abajo, golpeándose la cabeza con el borde de un escalón, terminando postrado inconsciente a los pies de una joven chica que salía de su casa. Al verlo, empezó a gritar -¡auxilio!- desesperadamente, temblando e intentando con su poca fuerza, levantar al pobre hombre.
Un señor de 50 años, vecino de la joven, se asomó por la ventana para ver lo sucedido, y en ese momento, el hombre que cayó por las escaleras recuperó la consciencia y empezó a trepar por las piernas de la mujer. El señor de 50 años, al ver esto busca su arma, una vieja escopeta clásica golpeada por el desuso, para defender a la chica, ya que creía que el hombre pálido la estaba atacando. La joven toma por el brazo al hombre pálido y lo pone de pie, cuando el señor de la escopeta sale por la puerta de su casa propinándole inmediatamente un disparo al hombre pálido.
La joven sorprendida y congelada de terror por lo sucedido, se arroja sobre el hombre pálido para intentar salvarlo (sin ninguna idea de cómo), manchando su blusa blanca con sangre de un completo desconocido y le grita al señor -¡Asesino!- explicándole luego lo que realmente había sucedido. El señor apenado y asustado, toma al hombre pálido y lo carga inmediatamente para llevarlo a su pequeño taxi y transportarlo al hospital más cercano.
En la carretera, bañada por la soledad de la noche, un taxi iba a toda marcha esquivando todos los carros lentos y noctámbulos, buscando con desesperación la ruta más corta para llegar al hospital. De la nada salió una moto pequeña con una cruz roja en la parte delantera de su vehículo y un joven moreno a bordo de ella que, sin dar tiempo a reacción alguna, se atravesó ante el pequeño taxi, haciendo imposible evitar la fuerte colisión que mató en el acto al motorizado. Sangre, una moto destruida y un montón de frascos pequeños de vidrio fino destrozados fue lo que quedó en el suelo, haciendo entrar en pánico al taxista que, además de tener un cadáver frente a su carro tenía a un hombre moribundo dentro de él. Entra a su taxi buscando su teléfono tanteando en el asiento de atrás, donde pudo sentir el frío rostro de su tripulante. Llamó a la línea de teléfonos de la recepción del hospital al que se dirigía para solicitar una ambulancia, pero el teléfono no dejaba de dar el mismo resultado monótono y, para ese momento, asquerosamente desesperante.
En el hospital, un médico de guardia caminaba de un lado a otro. Ignoraba el fastidioso sonido de los teléfonos de la recepción, porque para ese instante, ni siquiera llegaban a la superficie del interés en su cerebro. Marcaba números torpemente en su teléfono celular, y colocaba su oreja en el auricular y la fría operadora le vuelve a responder que el teléfono que llamó estaba fuera de servicio.
-¡Dame soluciones ya!- Le grita un hombre calvo al médico, empujándolo contra la pared y apuntándolo con una pistola en la cara, -salva a mi hijo, si no, sabes que tu esposa y tu hijo pagarán, sabes que tengo a mi gente en tu casa-. El médico le explica que el mensajero que venía con los medicamentos no le responde, y de los nervios se arrodilla frente al hombre calvo, rogando por su vida y la de su familia.
En su mente, el médico imaginaba la moto pequeña con una cruz roja en frente, llegando al estacionamiento con un montón de frascos para proceder a operar al hijo del matón que lo tenía amenazado a él y a su familia. Su mente se interrumpe agresivamente con el golpe frío de la culata de la pistola en su cuello. Sin duda el hombre calvo estaba perdiendo la paciencia. El hijo del matón, un joven de no más de 15 años, se encontraba muy grave y le quedaban pocas oportunidades de recuperarse.
Una máquina conectada al cuerpo del joven empezó a pitar frívola e insistentemente y tanto el hombre calvo, como el médico dieron un respingo, corriendo hacia la camilla del mismo. El sonido de costumbre de las máquinas de hospital mostró que lo inevitable era irremediable. Los hombros del hombre calvo cayeron, como si un peso hubiese bajado desde el techo del consultorio y los del médico se tensaron, mostrando en su cara la preocupación por su familia. –Mátame a mí- dice el médico resignado, -pero deja a mi familia vivir, te lo ruego- habla el médico con la voz ahogada y ojos llorosos. El matón calvo apunta en la sien del médico mientras una lágrima resbala por su cara, su pulso tiembla y luego de unos pocos segundos “infinitos” baja su arma y busca su celular en su bolsillo.
-El chico murió- dice el matón al teléfono con voz apagada y cuelga en el acto. Ya no era necesario amenazar y apagar más luces en esa noche, había perdonado al médico que no tenía culpa de lo sucedido.
Un hombre con un gran tatuaje de una cruz en su brazo izquierdo tiene su teléfono en la oreja, la llamada fue breve, ni siquiera él emitió una palabra, el mensaje que escuchó, le hizo interpretar que debía tomar venganza de la muerte de su sobrino. Se levanta del mueble donde estaba sentado y toma a un niño rubio con mirada perdida y asustada y coloca un cuchillo en su cuello con toda la intención de matarlo, lo cual trae como resultado, gritos desesperados de una mujer rogando por la vida de su hijo.
Llevaba más de treinta minutos atada a la silla de su comedor viendo al hombre tatuado jugando con un cuchillo frente a su hijo que, a sus cuatro años no entendía lo que estaba sucediendo. Durante todo ese tiempo estuvo aflojando las ataduras de sus manos, tanto, que para cuando el hombre tatuado recibió la llamada, ella ya tenía sus manos libres. En el momento que el hombre tatuado tomó al niño, la mujer empezó a gritar, insultándolo para provocarlo. A pesar de los nervios de ver a su hijo en esa situación tan terrible, no dudó ni un segundo en sus planes desde que empezó a quitarse sus ataduras. Su esposo estaba lejos, trabajando, y ella debía salvar a su hijo a toda costa…
El hombre tatuado cansado de los gritos de la mujer, soltó al niño de un empujón y se asomó a la puerta de la calle donde un hombre estaba asomado escuchando los gritos de la mujer. Éste, al notar que lo vieron se puso pálido en el acto y empezó a bajar nerviosamente las escaleras del pequeño y empinado callejón.
El hombre tatuado regresó a matar a la mujer, cuando de sorpresa, ésta se abalanzó sobre él intentando quitarle el cuchillo de las manos. Golpes, patadas, y gritos, era lo que veía el niño, entre su madre y el hombre tatuado. – ¡Corre a tu cuarto! - Le grita su madre, haciéndolo correr rápidamente a su habitación (recordando cuando su mamá le grita y castiga por portarse mal). Se encierra en su cuarto y abraza a su mascota, un hermoso gato negro que con solidaridad e interés se acurruca en las piernas del asustado niño.
Un grito desgarrador suena en la sala de la casa del niño, haciendo soltar al gato del susto que, también asustado, corre y trepa por la ventana de la habitación del chico.
El cielo nocturno estaba vestido de luna nueva cuando el gato saltó desde la ventana a un techo con tejas y en uno de sus pasos apresurados, movió una de ellas que cayó estrepitosamente al suelo del callejón por donde pasaba un hombre pálido y delgado con una expresión nerviosa…