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Mahatma Gandhi y la Satyagraha

José Antonio Reyna

La Editorial Monte Avila Editores ha publicado recientemente la segunda edición del libro del profesor Reyna “Gandhi y la no violencia”. Reproducimos en estas páginas un fragmento de este interesante ensayo sobre una de las figuras humanas que se ha convertido en símbolo universal de sabiduría, paz y comprensión. Sirven estas líneas también como anticipo del curso que ofrece el Departamento de Idiomas sobre tan fascinante personaje.

El 11 de septiembre de 1906 puede decirse que fue un día memorable que marcó el inicio de una nueva era y el nacimiento de una gesta heroica. En efecto, la Satyagraha nació en ese día, en aquel mitin de Johannesburgo, y lo más curioso es que ese nacimiento tuvo lugar de manera sorpresiva e inesperada, aun para aquella persona que puede con toda razón llamarse el progenitor de la Satyagraha, el propio Gandhi.

El Empire Theatre de la ciudad estaba atestado de delegados de varios puntos del Transvaal y Gandhi vio, según propia confesión, en los rostros de los presentes, una expectativa de algo trascendental e inesperado.

Se había redactado una serie de resoluciones para ser presentadas a la asamblea. Entre ellas, la resolución número 4 contenía en términos inequívocos la decisión irrevocable de no someterse a la ordenanza si ésta llegaba a convertirse en ley, ateniéndose a todas las sanciones que esto llevara consigo(1).

Se sometió a discusión esta proposición y hablaron varios oradores. Pero, entre todos, el que más impresión causó en la audiencia fue un anciano residente de Suráfrica, Sheth Haji Habib. Este hizo un apasionado discurso, en el que con gran vehemencia declaró que todos debían aprobar la resolución, poniendo a Dios por testigo de que jamás se someterían a tan degradante legislación. A continuación, él mismo, con toda solemnidad, declaró, en nombre de Dios, que jamás se sometería a dicha ley, y exhortó a todo el mundo a hacer lo mismo.

Veamos la reacción que esta declaración produjo en la mente de Gandhi. (...)

Al principio, la sugerencia del Sheth lo desconcertó, al medir todas esas consecuencias en su mente entrenada de jurista. Pero, enseguida, el desconcierto dio paso al entusiasmo. El no había pensado, ni por un momento, al asistir al mitin, en hacer un juramento ni menos en pedir a los demás que lo hicieran, pero de pronto descubrió que la idea de Haji Habib era un acierto formidable.

Ahora bien, si la comunidad iba a ser exhortada a hacer un solemne juramento en nombre de Dios, de no someterse a la ley que amenazaba a todos, alguien tenía que instruirlos sobre todas sus responsabilidades, hasta sus últimas consecuencias. Así pues, pidió la palabra y se puso a explicar con todo detalle a los miles de asistentes, punto por punto, todas esas responsabilidades y consecuencias.

Admira la destreza del pensamiento de aquel hombre que, en forma improvisada, pudo presentar a sus conciudadanos un análisis tan mesurado, y al mismo tiempo tan brillante, de la situación, y proponer una línea de conducta que esta vez si se plasmó en la Satyagraha.

El razonamiento que, según Gandhi narra, hizo en aquel mitin, es sumamente extenso para ser citado aquí textualmente. Vamos, pues, a resumirlo, haciendo resaltar las ideas principales.

La resolución, dijo Gandhi, que propone el compañero Sheth Haji Habib, es algo totalmente diferente de todas las que hemos adoptado hasta ahora, y así como a él le corresponde el mérito y la responsabilidad por esa proposición, así a ustedes les tocará compartir esa responsabilidad si la adoptan en la forma propuesta.

Todos los aquí presentes, a pesar de profesar diferentes credos religiosos, creemos en un solo y el mismo Dios. Y el hacer un juramento en su nombre es algo con lo que no se puede jugar. Aun cuando teóricamente no debiera existir diferencia entre la seriedad con que una persona responsable debe cumplir una simple resolución personal, tomada deliberadamente, y un juramento ante Dios, sí existe una gran diferencia en cuanto a las consecuencias que tendría el quebrantar una y otro, así ante la propia conciencia como ante la sociedad.

Es cierto que no se deben hacer juramentos o votos en nombre de Dios sino en raras ocasiones y por causas muy justificadas. Pero, si en toda la historia de la comunidad india se ha producido una crisis en la cual se justificaría el prestar un juramento como éste, yo no dudo en afirmar que es ahora justamente cuando se ha presentado esa situación. El gobierno ha perdido todo sentido de decencia.

Ahora bien, una resolución como ésta no se puede adoptar por mayoría de votos. Sólo aquel que hace un juramento está obligado a cumplirlo. Es, por lo tanto, una cuestión de conciencia para cada uno de nosotros. Así pues, recomiendo a todos y a cada uno que consideren seriamente si cuentan con la resistencia y el valor suficiente para dar ese paso, y enfrentarse con las consecuencias, cualesquiera que fueren y sólo entonces deben darlo.

En cuanto a las consecuencias, debo advertir que la eficacia de una acción como ésta depende exclusivamente de nuestra inquebrantable fidelidad en cumplirla. Si de los 13.000 ciudadanos indios del Transvaal, los 3.000 que estamos aquí presentes hacemos el juramento, debemos considerar que estamos dispuestos a ir a la cárcel, a trabajos forzados, malos tratos, a la ruina personal y a muchos otros sufrimientos imposibles de predecir. Si ante esos sufrimientos nos echamos para atrás, la lucha se prolongará. Pero, mientras haya sólo un puñado de hombres fieles a su palabra, el único resultado posible, a largo plazo, será la victoria.

Para terminar, una palabra final sobre mi propia responsabilidad. AI ponerlos en guardia sobre la seriedad de los riesgos de prestar el juramento, los estoy exhortando, al mismo tiempo, a hacerlo. Es posible que una mayoría de entre ustedes, que, llevados del entusiasmo o la indignación del momento, presten el juramento, se acobarden luego ante la terrible realidad y se echen para atrás. Aun entonces, yo les aseguro que confío, sin ninguna presunción ni vanidad, en que yo no vacilaría, aun cuando todos me dejaran solo, en afrontar todas las consecuencias. Por eso, repito, piénsenlo bien, tanto los dirigentes como los demás, y no duden en retirarse ahora, antes de dar el paso, si no están de acuerdo.

Después de haber hablado así Gandhi, lo hicieron otros oradores, confirmando su razonamiento. Finalmente, habló el presidente de la asamblea y puso nuevamente en claro toda la situación. Entonces, se pusieron todos en pie, y con los brazos en alto, como un solo hombre, hicieron solemne juramento, poniendo a Dios por testigo, de que no se someterían a la ordenanza si ésta llegaba a convertirse en ley.

En aquella noche memorable había nacido la Satyagraha gandhiana.

Pero los delegados no permanecieron inactivos tras este mitin. Se convocaron reuniones en todas las ciudades del Transvaal y se hizo en todas partes el mismo juramento. El periódico Indian Opinion se hizo eco del movimiento.

El entusiasmo prendió en la comunidad india como la chispa prende en un pajonal. Tal vez un símbolo de este movimiento fue lo ocurrido en el teatro, al día siguiente del mitin antes referido. Un incendio destruyó todas las instalaciones del teatro. Gandhi hace referencia a este incidente con un comentario algo escéptico sobre la convicción que se apoderó de sus sencillos paisanos, de que el incendio presagiaba el mismo destino para la odiada ordenanza.

Pero el gobierno no pensaba de la misma manera. Una delegación de la comunidad india se presentó ante el Ministro para asuntos coloniales. Mr. Duncan, quien les manifestó sin rodeos la decisión del gobierno de mantener la ordenanza invariable. Sheth Haji Habib formaba parte de la misma, y al informarle de los pasos dados por ellos y del juramento con que habían sellado su resolución, aseguró al Ministro que, si algún oficial se presentaba a tomar las huellas digitales de su esposa, le sería imposible contenerse; lo mataría en el acto, aunque él tuviera que morir a continuación. El Ministro se le quedó mirando y leyó en sus ojos la inquebrantable resolución. Entonces, en tono más conciliatorio, él declaró: "El Gobierno está considerando la conveniencia de excluir a las mujeres de la medida, y les aseguro que la cláusula referente a ellas será eliminada. Pero, añadió, por lo demás el gobierno está firme en mantener la ordenanza en sus líneas generales". Terminó aconsejándoles que se reconciliaran con la idea de que tendrían que someterse a ella, aunque el gobierno estaba dispuesto a hacer concesiones de menor monta en cuanto a ciertos detalles.

La delegación agradeció esta "graciosa" disposición del gobierno y la exención hecha a las mujeres, manifestando al mismo tiempo que los indios, por su parte, no estaban dispuestos a ceder un ápice. ¡Los comprometía a ello su juramento!

Era natural que el gobierno no cediera de un golpe ante la reacción de la colonia india a la anunciada ordenanza, pero parece evidente que esa reacción tan sonada, y tan imprevista por lo desacostrumbrada, impresionó a los oficiales del gobierno, y esa primer "concesión" respecto de la no aplicabilidad de la ley a las mujeres parecía demostrarlo. Sea de esto lo que fuere, los indios la interpretaron como una victoria, y su fe y entusiasmo crecieron proporcionalmente.

Por otra parte, Gandhi aprovechó la coyuntura para desarrollar y explicar a sus conciudadanos el contenido y los alcances del naciente movimiento. Esta era una tarea de paciente educación, ya que ese movimiento no era algo circunstancial y circunscrito a un juramento hecho en el fervor de un momento de pasión.

Era toda una ideología, era un programa de acción y de conducta, tenía metas definidas y se regía por unas reglas del juego perfectamente determinadas. Todo ello estaba, en germen, en la mente de Gandhi como fruto de esa formación a que hicimos referencia en otra parte de este trabajo. La formulación y el desarrollo de ese programa, de esa ideología y de esas metas, se iba a hacer patente a lo largo de la campaña. Para este fin, el periódico Indian Opinion iba a ser un instrumento inapreciable.

Pero lo primero que urgía era dar un nombre apropiado al movimiento. Esto lo caracterizaría desde un principio, situándolo en su verdadera dimensión. El nombre inicial con que se lo designó, es decir, Resistencia Pasiva (Passive Resistance), no resultaba adecuado. Este nombre tenía ya sus connotaciones propias que, como veremos, distaban mucho de ser las mismas que las del movimiento iniciado por Gandhi. Para evitar confusiones, y sobre todo, porque el adoptar una palabra extranjera para designar un movimiento tan autóctono resultaba disonante, Gandhi promovió un concurso en el órgano de prensa Indian Opinion, ofreciendo un premio para quien sugiriera el nombre más idóneo.

Gandhi comenta que para entonces se había dado materia abundante de información y discusión sobre los alcances del movimiento a través del periódico, por lo cual los concursantes podían tener una idea cabal de lo que se buscaba al solicitar un nombre que los caracterizara.

Manganlal Gandhi, amigo y colaborador de Mohandas, se acercó mucho a esa meta, al sugerir el nombre de Sadagraha que significa "firmeza en una buena causa". A Gandhi le agradó el nombre, aunque no expresaba totalmente la idea que él quería resaltar. Así que él mismo lo transformó en Satyagraha. Satya, verdad, implica amor y graha, firmeza, engendra y simboliza la fuerza. De esta forma, empezó a llamar el movimiento indio, Satyagraha es decir, la fuerza que nace de la verdad y el amor, amor que incluía la no violencia y abandonó el uso de la resistencia pasiva para designarlo, tanto que evitaba el usarla y empleaba el término Satyagraha u otra frase equivalente en inglés.

(1) The Black Act. Constituía el proyecto de ordenanza del gobierno de Transvaal. Las disposiciones que contenía esta ley a ser aprobada, colocaba a los indios residentes en Suráfrica en una situación humillante, tratándolos como criminales (Nota Editorial).

Universalia nº 7 Abr - Jul 1992