Yván Ricardo Ecarri
¿Cómo contar sin cocina, sin maquillaje, sin guiñadas de ojo al lector?
Tal vez renunciando al supuesto de que una narración es una obra de arte...
Julio Cortázar (La Casilla de los Morelli)
De alguna manera, más una suscitación que una impresión, Julio nos llevaba a todos a un estado cuasidemencial: luz-sombra, espacio-vacío, certeza-incertidumbre... Mil pares antagónicos conociéndose en cada línea de aquel universo.
Estando yo, que siempre he sido niño inquieto, una tarde en el éxtasis de aquellas lecturas, descubrí el subrepticio pasaje que, abriéndose en la interlínea del segundo párrafo de una página diecisiete, conducía al Mundo de Abajo.
Entré tímidamente. El camino era oscuro. Di unos cuantos pasos y el temor me hizo querer retroceder pero, al volver la cara, me di cuenta que la puerta estaba cerrada. Más tarde habría de comprender que salir de allí hubiera sido tan fácil como olvidar que era yo, olvidar quién era yo y haber releído como un buen lector-hembra, pero en ese momento tuve la certeza de que Julio estaba parado a mis espaldas y me susurraba qué escribir (o qué entender de aquello que entonces estaba leyendo).
Fue entonces cuando conocí a Isabel y a Nino. Llevaban una botella llena de hormigas, según decían, para hacer un formicario. Todos sabíamos que no era una idea demasiado buena porque el tigre podía aparecer en cualquier momento y hacernos pasar un mal (¿o buen?) rato. Esa manía de carta-cuento-metacuento que lo enreda todo, eso de vivir dos veces la misma cosa al mismo tiempo, como si pasara la noche boca arriba, tirado sobre una piedra de sacrificio, soñando con un hospital. En ocasiones, me parece que soy yo el que sueña, pero entonces sueño que me despierto y todo se me aclara.
También me ha dicho Cora (la enfermera), que Julio no usa un guión más de los que le agrada usar, que es ninguno -lo cual es un asunto tipográfico- y que si no estás pendiente de lo que dices puedes terminar diciendo lo que dice otra persona. Esto no tendría por qué ser malo, pero habrá quien piense que por qué estoy yo obligado a poner guiones donde no los hay, presuponiendo que cada cosa la dice alguien diferente, porque cada cosa dicha es claramente de uno y sólo de alguien, o porque coda cosa dicha es dicha por el mismo alguien que soy yo.
Julio es un antipático, pero por encima de todo es un anti. Un simbolista: ¿Kafkiano? ¿Poe-ético? ¿Cómo es la cosa? ¿Son significantes sin significado o significados sin significantes? iGracias a Dios eso es asunto de los semiólogos! Es ese antisímbolo creado no para significar sino para suscitar lo que lo eleva a la condición de anti. La suya es una anti?narración, una antiestética, un arte no por la vía de la SIMpatía sino de la EMpatía: vení, -me decía- ponte por acá detrás de mí mientras escribo? caminando por el sendero del lápiz y el papel. ¿O es que el eslabón que une el significante con su significado es tan sutil que nosotros, pobres mentes inferiores, no atinamos a encontrarlo y preferimos optar por el camino fácil de darle el primer significado que nos pase por le mente?
Y ese jueguito de palabras, lo de Alina Reyes es la reina y... que abre las puertas otra vez a esa doble vida, Lejana, o Continuidad de Los Parques: sino recurrente, fractal, que Benoit Mandelbrot Padre le puso a Julio en la Cabeza el séptimo día cuando estaba jugando a la Creación.
Julio, el chico raro, ese del que todos se apartan y de quien a la vez se sienten atraídos por eso, por extraño, que le mete el dedo al ventilador (y seguramente descubre que es sólido, contrario a lo que todos piensan), termina diciéndole a uno cómo hacer cuentos. Lástima que uno sea tan torpe y no aprenda, pegado desde antes al Decálogo del Perfecto Cuentista, que el pobre Quiroga parió para que Julio se pudiera burlar de él hasta el cansancio y de uno hasta la muerte, uno por doblemente torpe: por Quiroguista y por tener ínfulas de futuro ingeniero.
Y hasta le dice a uno de qué escribir: nada más que de lo que miras: el fuego, todos los fuegos o él, dulces caseros con corazoncito de leche condensada, Circe moderna de cucarachas o quién sabe qué, y otra vez la doble vida, náuseas, bombones de cucaracha, embrujo que nunca se sabrá si de siempre o si Delia no pudo aguantar la tentación y la muerte de los novios anteriores fue pura coincidencia y por eso soy difunto; cronopios y de vez en cuando el desliz de una fama.
Pobre Julio que se aborrece a sí mismo, porque de una casa tomada a un bestiario hay por lo menos la pérdida y recuperación del cabello de por medio, y ¡válgame Dios!, ¡sí son la misma cosa!... El asunto es que el tigre ha tomado la casa y está haciendo todo ese ruido que tanto nos martiriza a Irene (mi hermana) y a mí, frente a una puerta clausurada, oyendo llorar a un niño mientras vomito conejitos que no sé que hacer con ellos, porque ya no me caben en el escaparate.
Termino desquiciado, creyendo ser quien no soy, y al preguntarle a Julio, en medio de este enmarañado mundo, quién es él, me mira y me responde: Yhvh, ego sun qui sum.
Universalia nº 7 Abr - Jul 1992