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Una perspectiva personal de Hermann Hesse y de su obra

Hugo Groening Pulido

Cuando yo contaba 12 años, mi hermana me entregó un libro, el cual recién terminaba de leer, pidiéndome que lo leyera para luego comentarlo entre los dos. Se trataba de Demian de Hermann Hesse. Aunque confieso que al principio la lectura me pareció poco entretenida, al cabo de varias páginas, el libro comenzó a cobrar cada vez mayor interés de mi parte. Se trataba de la historia de un joven, quizás no muy diferente a lo que podría ser un muchacho de mi edad para ese entonces. La novela relata, en primera persona, el paso de la niñez, plena de seguridad y luz, de Emilio Sinclair, a una adolescencia llena de temores, inseguridades y turbulencia. Aunque estoy seguro de que en aquel momento yo no estaba en capacidad de entender todas las implicaciones asociadas con aquel libro, era evidente que la lectura había tocado partes en mí que resonaban con aspectos de aquella historia. No sólo sentía una identificación con situaciones, sentimientos y percepciones del mundo que acompañaban el crecimiento de Sinclair, sino que la novela había descubierto para mí un aspecto misterioso, trascendental, arquetípico, de la vida donde el tiempo parecía detenerse. Un giro que restaba importancia a lo cotidiano y lo concedía a elementos que, como dormidos, yacían en las profundidades de la psiquis. Aunque difícil de demarcar con palabras, es como si su esencia estuviese más bien asociada con las fuerzas que dan origen a la vida y conceden sentido a la muerte. La obra contiene pasajes y diálogos que parecen apuntar hacia realidades últimas. En algún lugar y tiempo, Max Demian, personaje catalizador del proceso de cambio en Sinclair, le comunica en un tenso diálogo que "bueno es darse cuenta que dentro de cada uno de nosotros hay alguien que sabe todo, decide todo y hace cualquier cosa mejor que nosotros mismos".

A pesar de que las obras de Hesse parecen reflejar los sentimientos del autor en momentos de profunda crisis, muchas veces sumidas en episodios de perturbante depresión, parecieran aportar la llave para abrir procesos de crecimiento personal. En esa búsqueda incesante de respuestas a las interrogantes de orden humano y personal que surgen en las vidas de muchos individuos, Hesse puede representar un camino hacia respuestas que resultan del descubrimiento y despertar de mundos internos insospechados. Pareciera que sólo bastara reducir el ruido externo para escuchar los mensajes escondidos. Aunque todas estas consideraciones son de naturaleza absolutamente personal, creo que en una dinámica social que concede justificada importancia a la rigurosidad científica y al pensamiento lógico, de lo cual necesariamente resulta un empinado gradiente hacia la cuantificación y la compartimentalización, surge refrescante la posibilidad de descubrir fuentes de riqueza espiritual que provean de un necesario equilibrio a nuestros procesos de crecimiento.

Al igual que en el caso de otros autores, la relectura de algunas obras de Hesse me ha permitido descubrir cosas que en anteriores lecturas no me había sido posible hacerlo. Es como si cada obra contuviese mensajes que sólo pueden ser aprehendidos al tocar la madurez asociada a un determinado período cronológico en la vida. Tuve la suerte de leer, por primera vez, El lobo estepario a los 18 años. La novela trata de la historia de un episodio en la vida de un personaje llamado Harry Haller, arribando a los 50 años. Su vida solitaria marchaba sin aparente significado en lo cotidiano de lo eminentemente burgués de los años treinta. Hastiado de la vida y perseguido por una dualidad personal que no le permitía ni compartir ese mundo de aparente seguridad ni dar el salto mortal al riesgoso vacío de lo trascendental, Haller contempla el suicidio como última solución. Un fatal desenlace cobra perspectivas reales al cabo de un enfrentamiento infeliz con representaciones del entorno convencional durante una velada en el hogar de un joven profesor de mitología. El destino lo salva cuando es empujado dentro de una taberna de mala reputación y conoce a una joven, Armanda, muy conocedora de la naturaleza masculina, quien comienza un largo y deliberado proceso de seducción, manipulando al niño dentro de Halter. En cierta forma, cada uno representa una tabla de salvación para el otro. Él, muy leído y acartonado, maestro del conocimiento formal. Ella, maestra de la sabiduría práctica que da la calle. Armanda conduce a Halter por una senda de deliciosa anticipación durante varias noches, hasta que, reduciendo a cenizas las defensas del personaje, logra el enfrentamiento entre Halter y su inconsciente en el extraordinario "Teatro Mágico".

Los pesos relativos de los mensajes que surgen de la novela, la cual he leído unas 6 veces en 26 años, han cambiado para mí con el tiempo. La obra deja al final una sensación de déjà vu, de una experiencia muy lejana, onírica, pero a la vez terriblemente cercana; como de dos universos internos, muy próximos, pero separados por una barrera muy delgada y transparente pero casi impenetrable.

Hesse enseña la dualidad en la naturaleza y en sus procesos como arquetipos. Vemos así los opuestos dentro de los propios personajes. Armando, el amigo de la niñez de El lobo estepario, dentro de Armanda, su seductora, la cual, al igual que Beatriz en La Divina Comedia es luz y guía hacia el conocimiento de sí mismo. El viaje, otro posible arquetipo es el fondo de la novela El Viaje a Oriente. La obra Narciso y Goldmundo contrapone las naturalezas opuestas de dos amigos, para luego sumirlas en una dinámica de complemento. La misma exposición hacia lo arquetípico ocurre en varias de las otras obras. Pienso, sin embargo, que lo más importante de la obra de Hesse es la ventana abierta hacia el infinito lejano de las profundidades de la psiquis; son, por lo tanto, ventana y espejo simultáneamente.

Universalia nº 7 Abr - Jul 1992