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Las Ventanas del Alma

Br. Juan E. Itriago, estudiante de Ingeniería de Materiales

Probablemente todos ustedes han escuchado en algún momento de sus vidas la frase “los ojos son las ventanas del alma”. Podrían incluso pensar que no significa nada, que solamente es el fruto de la imaginación de algún poeta. Sin embargo, yo les aseguro que no hay nada más alejado de la realidad. Esas siete palabras han estado dando vueltas en mi cabeza durante casi un mes. Al principio pensé que le daban un noble propósito a una vida hasta entonces insípida y vacía, pero hoy me di cuenta de que no era así. Ahora que me veo obligado a quitarme la vida para acabar con este ciclo vicioso es que puedo entender que fui víctima de un demonio cruel.

No les diré mi nombre porque no quiero manchar el honor de mi familia. Si bien es cierto que en el presente me arrepiento de mis errores y daré mi vida para enmendarlos, hice algo terrible y no puedo cambiarlo. Basta con que sepan que soy el hijo ilegítimo de un hombre que no podía permitirse un escándalo de este tipo. Por lo tanto, crecí con todas las comodidades que podía desear, pero sin contacto con el mundo exterior. Aunque tuve la compañía de varias personas, en su mayoría profesores y ayudantes, ninguno quería acercarse demasiado a mí. Lo más seguro es que no querían meterse en problemas. Por lo tanto, mis libros fueron mis únicos amigos, podían sacarme por momentos de mi prisión de marfil y llevarme a lugares emocionantes que de otra forma jamás conocería. Pero después regresaba a mi aburrida soledad, siendo cada vez más fuerte el cambio entre la fantasía y la realidad.

Como podrán imaginarse, un día decidí escaparme. En ese momento, me encontraba en una casa de campo que compartía con dos amigos cercanos de mi padre. Ya conocía de memoria sus rutinas, así que fue fácil huir sin ser descubierto. Cuando logré llegar a un pueblo, me dediqué a observar la gran cantidad de personas que se movían apresuradas de un lado a otro. Sus ropas estaban desgastadas, sus caras estaban sucias y se veían cansados, pero aún así muchos tenían una mirada feliz y sencilla que jamás había visto en mi vida.

Busqué la zona con mayor actividad y me senté a observar. Pasé horas viendo con interés a los niños jugando y a la gente comprando en el mercado, trabajando, corriendo, hablando, gritando... En ese instante no me preocupaba nada, sólo quería ver cómo era la vida de los demás. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que había dejado atrás la comodidad de mi hogar. Empezaba a sentir hambre y no tenía comida ni dinero. Pensé en regresar a la casa —ojalá lo hubiera hecho— pero al final decidí quedarme y robar algo de comida. Aunque no era una solución a largo plazo, tenía que alimentarme antes de poder pensar con claridad qué haría después.

Había visto un pequeño almacén de donde uno de los vendedores sacaba frutas y verduras de vez en cuando. No estaba muy vigilado, así que pensé que era el lugar perfecto para conseguir algo de comida. Con mucho cuidado me subí a un árbol y entré por una ventana abierta. Una vez dentro, escuché ruidos. Me escondí detrás de una caja y me asomé poco a poco. El temor se apoderó de mí… y me gustó. Nunca antes me había sentido tan vivo. Sentir las emociones en carne propia era muy diferente a imaginarlas al leer un libro. Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que alguien podría escucharlo. Entonces pude ver una figura. En ese momento ya no pensaba con claridad, la emoción nublaba mi mente. No podía verla claramente, así que dejé de esconderme y me acerqué sigilosamente. Al acercarme, pude ver mejor a la misteriosa figura. Era una mujer alta y delgada que cubría todo su rostro con un velo negro. Estaba metiendo comida en un pequeño saco y parecía bastante nerviosa. Entonces me di cuenta de que ella estaba ahí por la misma razón que yo.

De repente, miró hacia donde me encontraba. Todavía no sé si hice ruido al caminar o si fueron mis cada vez más fuertes latidos los que me delataron.  Sin decir una palabra, soltó el saco y corrió hacia la puerta. No estoy seguro de por qué la perseguí  —ahora me arrepiento con todo lo que queda de mi pobre corazón—  pero lo hice. Yo era más rápido que ella y la alcancé justo cuando estaba llegando a la salida. Traté de agarrarla y, aunque ella intentó esquivar mi mano, logré tomar su velo. Inmediatamente se volteó se abalanzó sobre mí y me lo quitó. La mujer huyó después de eso. Si alguien más hubiera visto esa escena, se habría dado cuenta de que ella estaba aterrada. Pero yo sólo me quedé en el suelo. No podía reaccionar. No sabía qué hacer. Mi vida cambió después de ese instante. Ese breve instante en el que vi sus ojos.

“Los ojos son las ventanas del alma” —Eso fue lo primero que me pasó por la mente—.  Era la única explicación ¿Acaso esa mirada profunda me hubiese podido transmitir tantas cosas si no hubiese estado viendo directamente su alma? No, no era posible. Durante el corto tiempo en el que pude ver sus ojos, negros como el terror de alguien que sabe que va a morir, sentí todo el sufrimiento del alma de esa joven mujer.  Era un dolor como ningún otro, tan grande que ningún ser humano sería capaz de soportarlo por mucho tiempo. Los ojos son las ventanas del alma, de eso no hay duda. Yo pude ver su alma atormentada y sentí que me pedía que acabara con su sufrimiento. Y por eso fue que decidí que tenía que matarla.

Pueden pensar que estoy loco, mas si hubieran visto esos ojos me entenderían completamente. En ese momento nada se sentía más correcto, más noble… Tomar su vida me convertiría en un héroe ¿Cómo me podía negar a una súplica salida de su propia alma? Por ello pasé las siguientes tres semanas buscándola. En ningún momento se me ocurrió que esta búsqueda me llevaría a la situación en la que me encuentro ahora. Pero mi destino ya estaba definido desde el fatídico momento en el que vi sus ojos. Aunque hubiese sabido lo que pasaría, no habría tenido la fuerza de voluntad para cambiarlo.

Busqué sin descanso en cada rincón de ese pueblo. No dejé un edificio abandonado sin explorar ni una alcantarilla sin revisar. Hasta que por fin la hallé. Estaba durmiendo entre los animales de un establo, con su velo negro puesto. Se lo quité y descubrí un hermoso rostro lleno de calma. Confieso que en ese momento llegué a dudar de mi misión. Por eso la desperté, quería volver a ver sus ojos para cerciorarme de que no lo había imaginado todo. Ella recobró la conciencia poco a poco, no estaba segura de lo que estaba pasando.  Cuando se dio cuenta, trató de golpearme y escapar. Pero la sujeté con la firmeza de alguien que acaba de confirmar que no se había equivocado. Había vuelto a ver sus ojos, había vuelto sentir el mensaje de su alma. Yo la ayudaría a acabar con su suplicio.

Rodeé su delicado cuello con mis manos y apreté cada vez con más fuerza, alentado por los ojos negros que ahora me miraban fijamente. Escuché un seco crujido e, inmediatamente, perdieron el brillo. Ya no podía ver nada especial dentro de ellos. Sin embargo, seguía sintiendo el sufrimiento del alma de la pobre mujer. No lo entendía en aquel momento. El tormento que sentía iba creciendo cada vez más. Golpeé el cuerpo de la mujer una y otra vez, tratando de calmar el dolor, pero no servía para nada. Sin saber qué hacer, salí corriendo del lugar.

No tenía un rumbo fijo, sólo quería huir del establo. Empecé a escuchar voces. Muchas, todas hablando, gritando o llorando. Trataba de entender lo que decían, pero era muy difícil. Me quedé parado, pensé que había perdido la razón… Y entonces los vi. A lo lejos, en medio de la oscuridad, estaban esos ojos negros. Fui hacia allá tan rápido como pude, pero los perdí de vista en el camino.

Una de las voces empezó a llamarme la atención, sentía que trataba de decirme algo. Era una voz dulce y femenina. Me esforcé por ignorar el resto de las voces y entender lo que me decía. “Lo siento” —repetía una y otra vez—. Aún sin haberla escuchado mientras ella vivía, supe que era la voz de la mujer que acabada de matar. Cada vez estaba más desconcertado. Las voces se fueron calmando poco a poco, como si se hubieran dado cuenta de lo inútil que era tratar de hablarme.

Volví a ver los ojos negros. Esta vez me acerqué poco a poco, sin parpadear. No quería que se volvieran a escapar. Estaba muy oscuro, pero esos ojos eran tan negros que resaltaban entre el resto de las sombras. Seguí caminando lentamente, hasta que pude distinguir una silueta. Un pensamiento aterrador pasó por mi mente. No quería aceptarlo, pero cada paso que daba   parecía confirmar mis peores sospechas. Sentía que mi corazón iba a estallar, aunque se detuvo por un par de segundos cuando me encontré frente a frente con esos ojos. Ya no cabía duda. Tenía una gran ventana de cristal a centímetros de mí y, en ella, mis ojos reflejados me miraban.

Los ojos son las ventanas del alma, y yo estaba viendo la mía. Sólo que ya no estaba sola. Había cientos de otras con ella. Entre todas, había un ser oscuro que se alimentaba de nuestro sufrimiento. Entonces lo comprendí todo. Había sido víctima de ese maligno ser, al igual que muchas personas antes que yo.

Ya conocen mi historia y saben por qué he decidido que debo morir ahora. No quiero pasar el resto de mi vida alimentando a este demonio. No quiero tener que huir de los demás humanos para evitar formar parte de este círculo vicioso. No sé si así logre acabar con este mal, pero debo intentarlo. Tal vez así libere mi alma y todas las demás que están apresadas en estos ojos.