Carolina Fernández
El terrorismo en Italia no es reciente y menos lo son aún sus consecuencias. Desde 1968 las manifestaciones obreras por conseguir mejoras salariales han preocupado a los grandes empresarios. Estos, viendo perjudicados sus intereses, decidieron presionar al gobierno del momento (los demócratacristianos) hasta quitarles su apoyo. Por su lado, los sindicatos no tenían voz para canalizar las protestas obreras y el gobierno no lograba controlar todas sus funciones. Fue así como durante el otoño de 1969, la situación en Italia era de lo más tensa; cada grupo quería hacerse del poder a cualquier precio y, espontáneamente, nacieron los distintos tipos de terrorismo, que desequilibraron el sistema y pusieron en peligro la seguridad de los italianos.
Entre los tipos de terrorismo que todavía se practican encontramos: el terrorismo obrero, ejecutado por los trabajadores para obtener beneficios; el terrorismo sindical que es la vía de estos cuerpos para hacer sentir su voz, y el terrorismo fascista o de alta esfera, practicado por los neofascistas para apoderarse del Gobierno y del poder absoluto.
Es decir, vemos que, desde el terrorismo de alta esfera hasta aquél ocasional y desordenado, la situación de inseguridad en Italia se agravó al ser puestos en práctica todos a la vez, y fue, sin duda alguna, la peor época del país. Aún hay desconfianza en el sistema, hay miedo en la gente y, aunque todo está mucho más calmado, los ciudadanos no se sienten libres en su tierra pues todavía Italia es una de las naciones con más problemas de terrorismo en Europa. Y entonces, ¿quién propone una solución?
En la película Tre Fratelli de Francesco Rossi, vemos, a mi parecer, un mensaje diferente y lleno de enseñanza en cada uno de los hermanos. Raffaele, el mayor, es magistrado y lucha abiertamente contra el terrorismo de alta esfera sin preocuparse por el estado físico y mental de su familia y de él mismo. Rocco, el mediano, trabaja en un instituto correccional de menores, y se ha aferrado tanto a sus problemas que no considera apartarlos para permitirse ser feliz. Nicola, el menor, es un obrero de una gran fábrica, que lucha desesperadamente por defender sus intereses laborales sin darse cuenta de que está perdiendo su familia y su vida.
Son tres mensajes que se complementan: el magistrado, desde su posición, busca cambiar todo desde el seno de la Constitución, haciendo una justicia real. Rocco también pide soluciones radicales, pero individuales; pide un poco de paz y mucho amor por el prójimo. Finalmente, Nicola nos demuestra que todos podemos, al menos, intentarlo. Y hay otro mensaje en conjunto: la crítica a la sociedad moderna, la pérdida de identidad, de perspectivas, del sentido de una meta y la consecuente desorientación de los individuos de hoy. Se ubican en posiciones extremas desde no saber qué ni a quién están apoyando. Ese liberalismo, esa pérdida de prioridades de las sociedades, acabó por separar a los tres hermanos que ahora se esconden bajo sus máscaras de orgullo. Al encontrarse todos con su padre después de muchos años sin verse, aprenden a perdonar, a reconocer los fracasos y a atenuar así su dolor, pues, imitando al padre, se aceptan unos a otros y también a sí mismos.
Hay un mensaje interesante de fe, de arrepentimiento y de sinceridad, algo quizás un poco olvidado, pero que Francesco Rossi nos presenta magistralmente hasta hacernos identificar con los personajes y sus situaciones.
Universalia nº 9 Ene - Mar 1993