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¡Llévate tu basura!

Ana María Rajkay

Como una de las fuentes de
contaminación del medio ambiente
proviene de la inmensidad de basura que
generamos, la necesidad de reducir al
mínimo necesario nuestros desechos fue
penetrando la manera de pensar de todos.

Cuando se encuentra uno fuera de su país, son muchas las casas que percibe como extrañas: el ambiente, el clima, los paisajes, la gente y naturalmente la manera de hacer las cosas son distintos a lo acostumbrado. Ello es, sin embargo, precisamente, lo que hace tan valiosa la experiencia de zambullirse en otro medio. Los esquemas con los cuales interpretamos la realidad circundante se tambalean, y uno se ve obligado a reflexionar sobre su valor. Los prejuicios que nos poblaban la imaginación -favorables y desfavorables- se ven de repente confrontados con sus objetos. Por supuesto, muchas veces el proceso tiene por resultado la confirmación de lo que creíamos, pero, otras, más bien nos sorprendemos por descubrir que hay grandes diferencias entre lo que habíamos aceptado como información veraz y lo que vemos. Ello puede ser fuente de la satisfacción de ver que nuestra manera es mejor o también de aprendizaje y crecimiento al tener la oportunidad de adquirir nuevos conocimientos.

Uno de los prejuicios que yo traía cuando llegué a Alemania para disfrutar de mi Año Sabático, era que "los europeos -y por tanto los alemanes también- son muy conservadores". Esta imagen ciertamente se vio confirmada cuando vi los esfuerzos que se hacen por mantener las tradiciones, por renovar antiguas obras arquitectónicas. Sin embargo, tuve que ajustarlo, porque algunos de los descriptores fundamentales, propios del concepto "conservador" que yo tenía -la rigidez y la resistencia al cambio- no resultaron ser adecuados para describir esta sociedad. Buscando una posible explicación para justificar esta discrepancia entre cualidades coexistentes pero contradictorias, llegué a la conclusión de que la rigidez es imposible en un lugar en el cual todos los ciudadanos tienen una conciencia bastante clara en cuanto a los derechos, pero también a los deberes con los cuales hay que cumplir para que la Sociedad funcione para satisfacción de todos. Ello hace que las soluciones a los problemas se tengan que negociar continuamente, lo cual prueba más bien una enorme flexibilidad.

Un ejemplo de esta manera de hacer las cosas y que me ha llamado poderosamente la atención, es la evolución de la manera en que se maneja el problema de los desechos. En un territorio que tiene una densidad de población tan alta (alrededor de 260 habitantes por km2), si no hubiera una política sensata de administración del espacio físico, lo cual implica el aprovechamiento cuidadoso de los recursos hídricos, la tala planificada de los bosques y la cuidadosa disposición de los desechos tanto industriales como particulares, pronto habría un estado de total caos. Esto es especialmente difícil en un país en el cual funciona a cabalidad el concepto de libre mercado de los bienes. Los intereses de los productores, de los comerciantes y de los consumidores, unidos con las necesidades sociales que debe atender el Estado, conforman un sistema que se encuentra en permanente tensión. Y, sin embargo, por la actitud de los habitantes, de los políticos y de los industriales, se llega a unos resultados bastante satisfactorios, en comparación con otras partes del mundo.

En un principio, como hace veinte años, el problema del medio ambiente aún no era tema de mucho interés. Unos pocos ciudadanos se organizaban para llevar a cabo acciones de protesta por planes específicos, como por ejemplo la construcción de un aeropuerto, o la ampliación de una industria. El resto de la población miraba a estos grupos con cierta ironía y con frecuencia hasta se hacían comentarios descalificantes. La realidad también era que estos grupos, cuyos núcleos tenían motivos quizás muy serios, lamentablemente también atraían a personalidades rebeldes sin causa específica y a personas que tenían actitudes antisociedad, y eso les hacía perder respeto ante las comunidades. Su acción, aunada con el horror producido por "accidentes" como el de los bebés Contergan, cuyos tristes resultados aún hoy afligen a numerosas familias que tienen hijos minusválidos, hicieron ver también la necesidad un de mayor control en los medicamentos, en los productos químicos, en los alimentos, etc. Así pues, con el paso del tiempo, lograron despertar un cuestionamiento de algunas prácticas y obligaron de hecho al Estado y a las industrias sobre todo a empezar a prestarle atención al medio ambiente. Consecuencias de este movimiento fueron, por una parte, su consolidación en un partido político (denominado Los Verdes, por la asociación de ese color con la naturaleza), y por otra, cambios en la conducta ciudadana, que a su vez obligó al Congreso a la promulgación de leyes relacionadas con asuntos similares.

Como una de las fuentes de contaminación del medio ambiente proviene de la inmensidad de basura que generamos, la necesidad de reducir al mínimo necesario nuestros desechos fue penetrando la manera de pensar de todos. Ideas como la de la posibilidad de reciclaje se generalizaron de tal manera que desde los niños hasta los ancianos saben que hay que tratar de evitar el uso de cosas no reciclables. Por ejemplo, en todos los supermercados y tiendas venden unas bolsas de algodón por muy poca plata para que los compradores las prefieran a las bolsas de plástico, que también se cobran. Así mismo, las bolsas de papel se han popularizado, y llevan un sellito que indica que fueron hechas de papel reciclado. Además, en los hogares la gente selecciona su basura separando las cosas metálicas de los vidrios (y éstos por color) y de los papeles, además de la materia orgánica de origen vegetal. Esta última va a la compostera, los papeles son recogidos por un aseo especial que anuncia el día en que va a pasar, y las demás cosas separadas se llevan a unos depósitos bien marcados para metales, vidrios verdes, vidrios marrones, vidrios blancos, ubicados con relativa frecuencia para estimular su uso. El último desarrollo en este sentido es que los supermercados han tenido que instalar en su terreno también unos depósitos especiales para las envolturas descartables, como, por ejemplo, la caja de cartón de las pastas dentales.

Naturalmente, como dije antes, se trata de un sistema, y como tal hace falta que las presiones se generen de todas partes hasta equilibrarse y para llegar a su resultado sinergético -el Todo es más que la suma de sus partes-. Sería falso decir que la población colabora por puro sentido del deber ciudadano. Eso seguramente también es un factor importante; sin embargo, me parece que un mayor papel juega su sentido del derecho a vivir saludablemente y su rechazo a tener que asumir gastos impuestos por los productores, puesto que cada bolsa de basura que se lleva el aseo urbano cuesta caro; no se acepta tener que pagar más por basura generada por criterios de mercadeo. Por lo tanto, la gente obliga a los productores a asumir ese gasto, lo cual seguramente a la larga hará que se reduzcan las envolturas al mínimo.

Al comparar nuestra situación con ésta, si bien reconozco y celebro todas las acciones que se han llevado a cabo y que se siguen haciendo, y sé que nosotros tenemos un Ministerio del Ambiente, que se han protegido áreas definiéndolas como Parques Nacionales, que se han generado muchas leyes que apoyan estas acciones, que el sistema de aseo urbano, por lo menos como lo conozco en Caracas (y hasta que me vine) funciona muy bien, y muchos más esfuerzos no menos importantes, lo que observo es que falta aún un trecho muy grande en la creación de una conciencia ciudadana que respalde los propios derechos a vivir sanamente. Sin necesidad de grandes actos heroicos, con ajustar nuestras conductas personales y familiares lograríamos grandes resultados; muchas de las energías gastadas en luchas inútiles podrían ser encauzadas para trabajar por nuestro ambiente y futuro. He aquí la gran diferencia: la acción parte del individuo hacia el Estado y no del Estado hacia el individuo. Si lo pensamos bien, el Estado y hasta la Sociedad son estructuras organizativas abstractas y lo que en cambio vive, disfruta o sufre, es el Ser Humano, en cualquier organización a la cual se someta. Nos organizamos, porque el bien individual, no obstante, depende del bienestar colectivo, siempre y cuando el esquema que escojamos sea el adecuado, como ciertamente la democracia lo es; sin embargo, el modelo por muy bueno que sea no funcionará si la gente, cada uno como individuo no pone de su parte. Precisamente, uno de los grandes aprendizajes de nuestra época es que todos estamos montados juntos en un vehículo solitario que viaja por la inmensidad del espacio, independientemente de si está habitado o no, y que si no lo cuidamos, el futuro que liquidamos es el nuestro, sin importar el status social, económico o de poder al cual pertenezcamos. Llevada esta lógica hasta sus últimas consecuencias, las acciones de colaboración individual mediante el cambio de actitud y conducta, suficientemente generalizado, casi automáticamente llevarían a una mejor protección de las selvas amazónicas, de la capa de ozono, etc., lo cual nos permitiría el optimismo de un mundo saludable para nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

Universalia nº 9 Ene - Mar 1993