Luis Daniel Llambí*
Para ponerlo más claro, mientras grupos como Greenpeace nos exigen que no toquemos la naturaleza, el FMI nos exige que extraigamos de ella aceleradamente los recursos necesarios para pagar la deuda.
El tema de la relación entre el ambiente y el desarrollo es quizás la vedette de la conversación intelectual del momento, sobre todo a raíz de la cumbre de junio del año pasado en Río de Janeiro, Brasil. Sin embargo, pareciera no estar muy claro que repercusiones tendrá esta discusión en el futuro próximo de América Latina. La conjunción de una nueva ola de ambientalismo radical y de los programas de ajuste estructural, en la realidad actual de América Latina podría resultar muy explosiva. La intención de este artículo es discutir el por qué de la explosividad de esta coincidencia. ¿Están realmente restringidas nuestras opciones entre Greenpeace y el Fondo Monetario Internacional o existe alguna vía intermedia?
Actualmente, el debate ideológico sobre la relación entre el ambiente y el desarrollo es extremadamente complejo. Las posiciones más importantes presentadas en la Conferencia de Brasil pueden ser ubicadas en un continuo que va desde una posición "ecocéntrica" hasta una "antropocéntrica". Superpuesta a esta escala ética, se encuentra una gradación de estrategias de desarrollo que va desde "cero crecimiento económico" hasta crecimiento "ilimitado". El primer extremo en ambas ha sido llamado radical (Colby, 1989, citado por Nogueira 1992). Este se basa en la conservación absoluta de los recursos naturales y en reducir el crecimiento económico a cero. Grupos internacionales como Greenpeace podrían contarse entre sus representantes más populares. En el otro extremo del continuo, se encuentran un amplio rango de diferentes posiciones "desarrollistas" que son básicamente antropocéntricas y no fijan límites al crecimiento económico, o por lo menos consideran los límites ambientales sólo como "externalidades". El modelo económico neoliberal, que está siendo aplicado en la mayoría de los países latinoamericanos a través de los programas de "ajuste estructural" ("El Paquete"), es la manifestación más importante de esta posición extrema desde el comienzo de la década de los ochenta (Buttle,1991).
Con la publicación de Our Common Future, producido en 1987 por la Comisión Mundial de Ambiente y Desarrollo, el concepto de desarrollo sustentable aparece en el debate entre estas dos posiciones extremas como una alternativa intermedia. Era evidente que un nuevo paradigma era necesario para abordar no sólo los efectos que el desarrollo produce en el medio ambiente (que era la preocupación tradicional del movimiento ambientalista), sino también los efectos que el medio ambiente puede tener en el desarrollo presente y futuro.
La Comisión Mundial define desarrollo sustentable como: "el desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades" (Our Common Future, 1987).
La situación económica mundial de las últimas dos décadas es sumamente importante para entender la aparición de este nuevo enfoque. El aumento dramático en los precios del petróleo durante la década de los setenta produjo un inmenso flujo de capitales en el sistema bancario internacional. Los bancos asumieron una estrategia crediticia muy agresiva, con tasas de interés fluctuantes. Estos préstamos fueron en general otorados a los gobiernos y al sector privado en países del Tercer Mundo. La crisis monetaria internacional de finales de los setenta, junto con el inmenso déficit fiscal de los Estados Unidos, produjo un cambio en la coyuntura económica, llevando a un gran flujo de capitales hacia la economía norteamericana. Estos flujos de capitales estuvieron basados en un aumento en las tasas de interés que junto con el empeoramiento en los términos de comercio y la caída en los precios de las materias primas, deterioraron dramáticamente la situación de América Latina y su habilidad para pagar la deuda. Los sectores más afectados fueron los de bajos ingresos cuyos niveles de pobreza aumentaron a la par del deterioro ambiental.
El modelo de ambientalismo radical y el modelo económicio neoliberal han sido las dos posiciones predominantes en el Primer Mundo durante la última década. La explosividad de su coincidencia se hace evidente cuando se añade una nueva "condicionalidad ambientalista" a las medidas de apertura de los mercados nacionales. Al añadir nuevas restricciones y costos ambientales a los proyectos de desarrollo, la inversión en Latinoamérica resultaría poco atractiva. Para empeorar la situación, los productos latinoamericanos también estarían sometidos a parámetros ambientales más estrictos que los aplicados por los países del mundo industrializado, dificultando el acceso a sus "no tan abiertos" mercados. Para ponerlo más claro, mientras grupos como Greenpeace nos exigen que no toquemos la naturaleza, el FMI nos exige que extraigamos de ella aceleradamente los recursos necesarios para pagar la deuda.
El argumento del desarrollo sustentable es entonces que la protección ambiental no implica necesariamente la virginidad de la naturaleza (aislamiento total de las actividades humanas).
Lo que opone la posición de desarrollo sustentable a la posición de "desarrollismo extremo" es el concepto de límites al crecimiento.
Estos límites, no son absolutos, porque están definidos por el progreso tecnológico, el cambio en las instituciones sociales y el grado en el que el medio ambiente es capaz de soportar el crecimiento económico. Pero el modelo de desarrollo sustentable no es sólo crítico con el modelo de "crecimiento ilimitado" en abstracto, sino también con la desigualdad económica Norte-Sur, identificándola como el problema estructural más importante en la relación entre el ambiente y el desarrollo.
Bajo el enfoque del desarrollo sustentable la erradicación de la pobreza, como causa y efecto de los problemas ambientales es considerada la primera prioridad en las agendas nacionales e internacionales.
El proponer este nuevo enfoque fue un paso muy importante dado por la Comisión Mundial, proporcionando un nuevo paradigma para tratar la compleja relación entre ambiente y desarrollo en el contexto de la economía política. Sin embargo, el concepto ha mostrado ser muy general cuando "uno trata de convertirlo en un concepto utilizable y aplicarlo en estrategias políticas, ejercicio que expone algunas de sus debilidades" (Nogucira, I992).
El concepto necesita ahora ser articulado dentro de una más completa teoría de economía política. En América Latina se han producido documentos regionales como "Nuestra Propia Agenda" (publicado en I990 por la Comisión Latinoamericana en Ambiente y Desarrollo) que intentan hacer esto. Sin embargo, la regionalización de la agenda se realizó en el mareo de un análisis muy pobre de los problemas estructurales enfrentados por América Latina. La posición "conservadora" del documento al evitar mencionar los actores relevantes fue una causa fundamental de estas fallas. Entre estos actores relevantes sin duda se encuentran el FMI y las organizaciones ambientales extremistas como Greenpeace. Sin embargo, resulta fácil echarle toda la culpa a instituciones, internacionales. Las élites nacionales latinoamericanas que se beneficiaron y siguen beneficiándose de los programas de ajuste estructural y de la aplicación de prácticas económicas poco sustentables, también tienen gran responsabilidad.
Recordemos que el dinero para pagar la deuda privada asumida por el estado se encuentra en cuentas privadas en Suiza. Existe una necesidad evidente de redistribución del ingreso. Esto, también, es parte de una estrategia de desarrollo sustentable.
Estamos a un año de la Conferencia de Río. Al mismo tiempo la Ronda Uruguay de negociaciones del "Acuerdo General de Tarifas y Comercio" (GATT) pudiera resultar en una posición aún más desventajosa para América Latina. Existe la necesidad de introducir el discurso ambiental en las negociaciones del GATT. La ineficiencia del sistema de la ONU al tratar eon problemas ambientales, y el control total que el Primer Mundo tiene sobre ésta es otro punto importante. La reunión en Brasil pareció ser sólo otra ronda de declaraciones teóricas. Cada grupo de interés llevó a Brasil su "propia agenda".
Pero los verdaderos problemas ambientales en el mundo seguirán siendo determinados en reuniones como las negociaciones del GATT. Si los países latinoamericanos mantenemos una posición "delicada" (sumisa y de bajo perfil) acrítica y no-teórica como la expresada en "Nuestra Propia Agenda", mantendremos nuestro propio subdesarrollo por muy largo tiempo.
Bibliografía
Buttel, F. H. et al. 1991. Balancing Biodiversity and Human Welfare. Documento preparado para el Instituto de las Naciones Unidas de Investigacin en Desarrollo Social. Ginebra, octubre de 1991.
Comisión Latinoamericana para el Ambiente y el Desarrollo. 1990. Nuestra Propia Agenda. Banco Interarnericano del Desarrollo. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
Nogueira, J.M. 1992. Development and Environment: A perspective from Brazil, publicado en CUSLAR Newsletter. Primavera 1992. Ithaca, New York.
Nogueira, J.M. 1992. Why Our Own Agenda if it is Our Common Future? Docurnento inédito.
Readclift M. and David Goodman. 199I. Environment and Development in Latin America. The politics of sustainability. Manchester University Press. New York.
Rubin, J.G. 1992. Perspectives on Our Own Agenda Documento Inédito.
Thurow, L. C. 1992. Head to Head. The Economic Battle among Japan, Europe and America. William Morrow and Company, Inc. New York.
Comisión Mundial en Ambiente y Desarrollo. I987. Our Common Future. Oxford University Press. Oxford. New York.
(*)Luis Daniel Llambí es estudiante de la Licenciatura en Biología, cohorte '89.
Universalia nº 10 Abr - Jul 1993