María Luisa Fernández*
La frase apocalíptica “He aquí que todo se hizo de nuevo... " pudo haber sido pronunciada en 1522, cuando comenzaron los trabajos de reconstrucción de la Gran Tenochtitlán para convertirla en la Ciudad de México. Medio siglo después, los colonizadores procedieron definitivamente a la apropiación física y simbólica del lugar, colocando la primera piedra de la Catedral de México sobre las ruinas del Templo Mayor.
En un primer momento, los colonizadores intentaron formar una clase que transmitiera su riqueza en forma hereditaria. Sin embargo, la Corona española frustró esas tendencias por medio de la expropiación y centralización del poder en un gobierno virreinal y en 1534 quedó fundado el Virreinato de la Nueva España (México), el más rico de la América Hispana.
No obstante, la situación de los indios siguió siendo la gran preocupación de los colonos españoles, de la Iglesia y de la Corona. Los primeros deseaban controlar y beneficiarse del trabajo de los indios en forma despiadada y fue entonces cuando comenzó la labor de las ordenes mendicantes.
Se dispuso que los españoles coexistieran con los indios, para lo cual de manera general se mantuvo a éstos en sus primitivas posesiones y se dio reconocimiento a su organización social. De esta forma, dice Pedro Rojas, se establecieron dos ámbitos, diferentes aunque relacionados entre sí: el de los indios y el de los españoles.
Poco a poco las ordenes mendicantes (franciscanos, dominicos y agustinos) comenzaron a trazar y fundar nuevos pueblos. Con el objeto de cristianizar a la gran población indígena, levantaron numerosos conventos con atrios adornados con cruces y capillas procesionales y abiertas para indios, que sirvieron de centros de cristianización. En realidad, la capilla abierta para indios fue el aporte más original del siglo XVI a la historia de la arquitectura religiosa hispanoamericana.
Durante el siglo XVI escasearon arquitectos y artistas españoles y los frailes se vieron en la necesidad de recurrir a la mano de obra indígena para construir y decorar monasterios e iglesias. Por consiguiente, los misioneros abrieron escuelas para indios donde les enseñaron artes y oficios europeos. Por otra parte, los indígenas aplicaron sus conocimientos en cuanto a técnicas y materiales de construcción.
Como la mayor parte de los conventos del siglo XVI se levantaron espontáneamente, no es de extrañar encontrar una mezcla de estilos medievales, mudéjares, renacentistas y así mismo la incorporación de expresiones indígenas locales en la decoración de iglesias, capillas y claustros.
Sin embargo, el esfuerzo de las órdenes religiosas resultó pobre ante la numerosa población indígena cargada de dioses y ritos. Existieron interesantes casos de sincretismo religioso, es decir, de conceptos religiosos prehispánicos que se mezclaron con los cristianos. Ante tales muestras de sincretismo reaccionó la Iglesia Católica de España y decidió tomar medidas para extirpar la idolatría definitivamente.
Entre 1580 y 1630 se llevó a cabo una intensa campaña contra los ídolos y otros objetos de culto. Por otra parte, en el siglo XVII España envió suficientes clérigos para fundar nuevas misiones, parroquias y escuelas para contribuir a una definitiva cristianización de los indígenas. También, en esta época llegaron artistas y arquitectos españoles a quienes se les encargaron las construcciones y obras que manifestaran un espíritu europeo. Muchas iglesias fundadas en el siglo XVI fueron transformadas, eliminando de esta forma la posibilidad de fusionar los elementos indígenas con las formas europeas.
Con la llegada de los Jesuitas (1571), se reforzó la propaganda de la Iglesia Católica, acentuando la ortodoxia en la producción de objetos de culto. Desde principios del XVII hasta finales del siglo XVIII abundaron las representaciones de santos y arcángeles, escenas de la pasión y crucifixión de Cristo e imágenes de la Dolorosa, casi todas envueltas por el tenebrismo, tan característico del estilo barroco.
El siglo XVII, aunque ya rico en manifestaciones literarias y artísticas, registró las primeras creaciones originales. Estas aparecieron dentro del molde estilístico del Barroco y respondieron a las necesidades de la sociedad novohispana. Fue el siglo del florecimiento de la poesía barroca, de la formación de las escuelas de artistas novohispanos y de la construcción de las grandes catedrales mexicanas.
A principios del siglo XVIII se manifestaron las distintas mentalidades que integraron la sociedad virreinal (criolla, burguesa, esclava, indígena y eclesiástica). Las clases burguesa y criolla definieron su identidad, así como su posición social y económica. Esta identidad se reflejó en sus residencias compuestas por dependencias jeranquizadas. Las transformaciones más notables se manifestaron en las fachadas, el arreglo de las portadas y el desarrollo de los balcones; al interior, en el tratamiento de las arcadas, las escalinatas, los corredores, los patios y las fuentes.
Los cambios ocurridos en España, como el ascenso al trono de los Borbones en 1700 trajeron como consecuencia reacciones económicas y culturales que se reflejaron en las colonias del continente americano. Se intensificó el comercio entre las Indias Occidentales y España, y esto permitió la llegada de un mayor número de pinturas, grabados y estampas de maestros europeos.
La pintura resintió ese cambio, se hizo menos religiosa, aumentaron los retratos por encargo, los cuadros se hicieron de menor formato puesto que se destinaron a los palacios burgueses y de los ennoblecidos criollos. Aun cuando continuó la producción de pinturas religiosas por grandes maestros novohispanos, el Barroco fue perdiendo su fuerza a mediados del siglo XVIII. Conscientes de esa debilidad y la necesidad de renovar el espíritu creador, un grupo de pintores organizó la Academia, o Sociedad de Pintores en 1754.
Este mismo grupo de pintores intervino en el estudio que se hizo en 1756 de la imagen de la Virgen de Guadalupe. El análisis fue publicado por Miguel Cabrera y llevó el título de Maravilla Americana y conjunto de raras maravillas observadas en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Esta obra proclamó la autenticidad de la imagen, resultado de un prodigio que había ocurrido para los mexicanos. El significado que adquirió la imagen para los habitantes de la Nueva España fue inmenso y prueba de ello fueron las muchas interpretaciones que los artistas mexicanos hicieron a partir de la tela original de la Virgen de Guadalupe.
El siglo XVIII intentó liberarse de la arquitectura virreinal, buscando algo propio e innovador. Entre los aportes más originales de este siglo figuró la pilastra estípite que adornó las fachadas de numerosas catedrales y conventos de México. El estípite simple de origen español hizo su aparición en México, más exuberante y recargado, dando origen al "Churrigueresco mexicano".
La monarquía ilustrada, durante los reinados de Carlos III y de Carlos IV pudo armonizar el respeto a las tradiciones y el culto a la libertad, de acuerdo con las exigencias de los nuevos tiempos. Poco a poco, esas ideas de libertad de la Ilustración española penetraron en la mentalidad hispanoamericana, representada principalmente por los criollos y burgueses. Ciertamente, el modelo de la Revolución Francesa y el de las colonias norteamericanas influyeron en la formación de un espíritu nacional, pero, sobre todo, fueron las ideas de libertad formuladas por el liberalismo español, las que promovieron la independencia de sus colonias americanas.
(*)María Luisa Fernández es Licieceé-es-Lettres tres (Universidad de Ginebra, 1977), Master of Arts (Universidad de Harvard, 1984) y Ph.D. (Universidad de Harvard, 1988). Es profesora adscrita al Departamento de Ciencias Sociales, en la sección de Música y Arte.
Universalia nº 10 Abr - Jul 1993