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Editorial: El disentimiento como respeto

 

“Bueno, cada quien tiene su opinión" es una exclamación que podemos llegar a escuchar en los pasillos, en alguna comisión y aun en reuniones que supuestamente intentan ser encuentro de distintas indagaciones, mientras se considera en voz baja "no me importa lo que piense". Si ese paracer fuera general dentro del recinto académico, la Universidad se convertiría así en una suerte de coexistencia de exclusivos cotos de caza, donde lo importante no es ni la cacería ni la presa que se persigue, pues los cazadores sólo quieren mantener el espacio limitado y propio. Se evita la sana confrontación de ideas, ya que cada quien tiene su opinión, siempre respetable, y se tiende a formar un "consenso" que, olvidando las aproximaciones más acertadas e ignorando los otros aportes, sólo selecciona "los elementos en común" -para no herir susceptibilidades- como los válidos para acercarse a la verdad. En esa "homogeneización", ¿no percibimos un irrespeto a la persona que indaga y, lo que es peor, a la esencial búsqueda del conocimiento? En el consenso así entendido se pueden confundir los plurales caminos con meta que se desea alcanzar. Aquéllos presentan diversas miradas que pueden ir de lo concreto a lo abstracto en su acercamiento a lo real, pero que, eso sí, no dejan de ser lo que son: miradas a la realidad o análisis de esas mismas miradas que intentan conocer. ¿Podemos, en nuestro celo por defender el particular espacio de la mirada, olvidar el fundamento de la Universidad?.

"El lugar natural de la verdad es el intercambio verbal entre los hombres; la verdad brota del diálogo, de la discusión de la conversación" aclaraba Josef Pieper en un ensayo que publicamos en esta revista ("La defensa de la libertad", Universalia, N°- 9, pp. 16-17). Y precisaba que la labor de la universidad es "ante todo suscitar, favorecer y alentar, conforme al espíritu de la institución misma, esa absoluta apertura de libertad que no pretende otra cosa sino arrojar plena luz sobre el verdadero rostro de la realidad -nunca exhaustivamente conocido, es cierto- y darle forma en palabras, en la inagotable disputatio llevada a todas las disciplinas, pronta a medirse con cualesquiera argumentos e interlocutores, que constituye propiamente la vida universitaria". ¿Cultivamos este diálogo consubstancial a lo universitario? ¿No hay aquí una validación de algo? Si no es así, todo es un juego sin sentido que a nada nos conduce.

En el auténtico diálogo existe la disposición de escuchar al otro, procurar entender sinceramente la proposición que expone. Cuando se pone en práctica la disputatio, en más de una ocasión puede hallarse la coincidencia en áreas de un mismo mirar. Pero si de ella resulta la diferencia, la perspectiva diversa que llega a expresarse, la acción de escuchar, de atención y consideración al otro y lo que éste dice parece evidenciarse aún con más fuerza. Es obvio que no hablamos aquí del anticonformismo a ultranza, siempre rebelde y sordo, sino de un disentimiento que siempre inquiere, pregunta, busca. Así el disentir es forma de respeto: es tomar en serio la opinión y la mirada del otro y proponer una alternativa racional. En el intercambio de ideas, conocimientos y pareceres -no exento de pasión y honradez-, quien escucha y disiente toma a su interlocutor como su igual, como par en la misma actividad del conocer, y su tarea como digna de ser oída, analizada, discutida racionalmente, pues comparte el objetivo de descubrir la realidad, que es, a fin de cuentas, la misión de la Universidad.

Los falsos consensos de los que hablábamos arriba, y cuya tentación nos atrae peligrosamente, tan sólo conforman un pragmatismo, una conveniencia que contradice la visión de la Universidad como lugar en el que se busca el conocimiento. Quedarnos en que "cada quien tiene su opinión", en esas frases que sólo persiguen proteger inseguridades y pequeños feudos, es abdicar, renunciar a la discusión, al diálogo racional. Y si la verdad, la búsqueda de la verdad en y con el pluralismo, no importa en la Universidad, entonces ¿qué importa?

C.A.A.

Puesto que “académico" equivale, cono decíamos, a "antisofista", ello también significa alzarse en armas contra todo cuanto perturbe o destruya la pura franqueza de nuestra relación con la realidad y el carácter comunicador de la palabra, por ejemplo contra la simplificación partidista, contra el acaloramiento ideológico, contra cualquier tipo de afectividad ciega, así como contra lo simplemente bien dicho y los espejismos formalistas, contra la terminología arbitraria que rehuye el diálogo, contra los ataques personales como recurso estilístico (cuanto más brillantes, peor), contra el lenguaje del disimulo tranquilizador al igual que el de la rebeldía, contra el conformismo y anticonformismo de principio, etc., etc.
Josef Pieper (1904)

"La defensa de la libertad". Antología. Traducción de J. López Castro. Barcelona, Editorial Herder, 1984.

Universalia nº 12 Ene - Jun 1995