Fabio Morales
Agradezco ante todo al Prof. Carlos Pacheco la invitación para participar como expositor en este Seminario sobre la asignatura Venezuela ante el siglo XXI. Mi propósito en esta intervención, que habrá de ser muy breve, será el de exponer algunas de las reflexiones que me hice a lo largo de un curso de Estudios Generales que abrí hace un trimestre como Profesor del Departamento de Filosofía, curso que llevaba por título Medio Ambiente: ¿Hecatombe o Salvación? A muchos de ustedes, con muchos años de experiencia en la docencia, estas ideas tal vez les parezcan triviales o acaso ingenuas; para mí resultaron enriquecedoras.
Lo que me impulsó, dentro de mi formación filosófica, a impartir un curso sobre el medio ambiente, es la urgencia de los problemas que amenazan, por primera vez en la historia, la supervivencia del hombre sobre el planeta. Nuestras acciones concretas son el resultado de actitudes ante la vida y ante la naturaleza, y estas actitudes cambian históricamente y no son ajenas, como ningún otro aspecto de la teoría y la praxis, a la actividad crítica que la filosofía debe desempeñar. En este sentido, la Universidad es en sus funciones afín a la filosofía: no puede únicamente transmitir conocimientos, sino que debe formar además criterios para la acción y facilitar la adopción de actitudes críticas frente a los nuevos problemas con que se enfrenta la sociedad.
Aunque no soy experto en las disciplinas ecológicas, mi intención durante el curso fue la de centrarme puntualmente sobre algunas de las actitudes que el hombre, a lo largo de su historia, ha tomado con respecto a la naturaleza. Pretendía así despertar el sentimiento ético de mis alumnos frente a problemas que directamente nos atañen a todos: la contaminación, la conservación de los recursos no renovables, la preservación de la diversidad biológica, el crecimiento demográfico y la eliminación de basuras. Me basé, sobre todo, en un libro titulado La responsabilidad del hombre hacia la naturaleza, donde su autor, el filósofo australiano John Passmore, evaluaba, ya por el año de 1974, los pros y lo contras de las concepciones de la naturaleza que el hombre ha adoptado en sus producciones literarias y filosóficas. Desde la aparición de esa obra, se han acentuado los problemas del medio ambiente, y aunque asimismo se ha hecho mayor la conciencia sobre su gravedad, el libro no ha perdido su vigencia.
Quisiera comunicarles brevemente algunas de las reflexiones a las que aludí antes, y que se deben en parte a las discusiones surgidas con mis alumnos:
1. No se pueden adoptar posiciones extremas en las cuestiones del medio ambiente. Ni un ecologismo radical, ni un desarollismo o neoliberalismo despreocupado son hoy defendibles. Es preciso mostrarle al alumno la complejidad que tienen las situaciones reales y acostumbrarlo a escuchar siempre los argumentos de su interlocutor, aunque no simpatice con él o considere sus argumentos como errados.
2. Los problemas ecológicos no pueden verse ya en un contexto sólo nacional, sino que es preciso adoptar la perspectiva de la especie humana. Una visión de nuestro pasado histórico venezolano es importante, pero se debe complementar con un estudio de la situación política y económica mundial del presente.
3. Por lo general, hay gran unanimidad entre los jóvenes respecto a la proclamación teórica de los principios morales que respaldan un "desarrollo sustentable". Pero lo verdaderamente difícil, sospecho, residirá en actuar moralmente una vez que el estudiante haya terminado su carrera, pues ello le exigirá sacrificios personales. Es preciso, pues, centrar el curso en aspectos del problema aún no conocidos por el alumno, y no en los puntos en los que implícitamente está de acuerdo, para no convertir la materia en algo banal o reiterativo.
4. La efectividad de una legislación ecologista depende estrechamente de la salud política del cuerpo social correspondiente. No se podrá cuidar el ambiente en una sociedad donde no estén garantizados los más elementales derechos humanos. La reciente masacre de los Yanomamis es un hecho dolorosamente expresivo. Hay que preparar al alumno contra la posible conmoción que pudiera resultar del contraste entre un sistema ideal de valores y el mundo materialista en el que vivimos. Acaso sea más prudente dar una visión descarnada de nuestra sociedad, pero cuidando de advertir que un medio hostil nunca nos exime de actuar éticamente. Como los hechos son preferibles a las prédicas, el mejor ejemplo que podemos dar los profesores de esta universidad es el de impartir nuestras clases con el nivel profesional más elevado posible.
5. El enfoque correcto de los problemas que nos afectan depende, como ya supieron ver los pensadores griegos, de que reflexionemos sobre aquello que nos beneficia a largo plazo. El error del tiempo presente -un error que ha tenido y sigue teniendo gravísimas consecuencias para la sociedad y la naturaleza- consiste en que privilegiamos los fines inmediatos, y, al hacerlo, muchas veces sacrificamos nuestros intereses duraderos, hipotecando de paso los de las generaciones futuras. Vivimos en un mundo de improvisaciones. El sentido de los Estudios Generales, si no me equivoco, ha sido y seguirá siendo el de abrir una puerta espiritual para la reflexión no utilitaria, aquella que se interroga, desde un enfoque riguroso de cada disciplina humanística, por el sentido de la vida en su conjunto, para así lograr una evaluación más acertada de los problemas presentes y de sus posibles soluciones.
(*)Fabio Morales es Licenciado en Filosofía Pura por la Universidad de Barcelona, España. Obtuvo el M.A. y Ph.D. en Filosofía en la Universidad de Berlín Occidental. Profesor del Departamento de Filosofía, en la actualidad se desempeña como Coordinador del Postgrado de Filosofía de la USB.
Universalia nº 12 Ene - Jun 1995