Iraset Páez Urdaneta
Con la pesadez de la tarde nublada, la madre le seguía diciendo que no se fuera, que era mentira todo lo que le habían dicho, y Rosalinda que qué va, que usted no tiene nada, y era verdad que no tenía nada, porque el estómago le hacía ruidos cada vez que el olor de comida le pasaba por la nariz. Fue entonces cuando la vio, tratando de levantarse y sin poder porque estaba como coja, expuesta a que el carro que venía la aplastara, así, sin piedad, la pobre paloma como pidiendo ayuda, y él se dobló a recogerla para salvarla, para curarle la patria con un poco de yodina y una tirita limpia, cuando una mano de hierro se le clavó en el hombro y era un agente que le gritó indignado ¡desgraciado hijo sin madre, con que matando estas palomas indefensas que pertenecen a la gobernación, que son parte de los bienes nacionales, mal patriota, muerto de hambre, que se vienen no más que a comerse las palomas de la capital! Arcángel, viendo que a la morena cara le llameaban los ojos, quiso defenderse con un pero señor si yo... mas fue contenido por las palabras abrasantes de ¡no lo niegues criminal, que yo te vi cuando la cogiste y mira que hasta le has roto una pata! La gente comenzó a rodearlos y al agente se le crecieron el pecho y las venas, el agente que había agarrado infraganti a un vago que andaba por ahí, con su cara de gocho idiota, matando unas palomas que pertenecen a la nación, que son parte de la soberanía, porque había una orden de que el que le tocara una pluma a esas palomas o un pelo a esas ardillas se había fregado para siempre, con la pesadez de la tarde nublada y las señoras que decían que no había derecho, que había que ser duro con el bandido, y los señores que agregaban que no debía haber compasión porque el crimen no paga y hasta cuándo, y Arcángel sin poder explicarse, porque no, señor, que él no había cazado ninguna paloma, porque la paloma estaba allí, tirada, como pidiendo ayuda porque un carro me va a destripar, pero la gente lo miraba con desconfianza y el agente que le desmoronó el hombro y le quemó la cara lo esposó, porque era peligroso y no escapara, y en marcha hacia el retén la gente lo aplaudía por el deber cumplido y hacía crecer el murmullo que luego se hizo grito de a lincharlo, ¡a lincharlo, para ejemplo y pavor de los criminales de la patria!, pero el agente se opuso, porque sin juicio, no, y tuvo que venir un refuerzo y otro y otro y toda la comandancia para contener la justicia popular que casi se avalancha sobre Arcángel cuando por suerte arribó la guardia y los dispersó a todos, porque allí no habría ningún linchamiento, porque los tribunales decidirían, porque de otra manera no era procedente, procedente ¿para qué?, gritó resentida la turba, que ya verán que los tribunales lo sueltan ahorita y el malvado se regresará a vengarse matando las otras palomitas, arrasando con todo, y entonces sí, adiós techos rojos, adiós blancas torres, adiós azules lomas, adiós palomitas, alegría de la vida, por lo que la gente no se fue, porque esto no se va a quedar así, señor gobernador, porque exigimos inmediata justicia, señor ministro, porque elevaremos nuestro clamor al presidente de la república, ya que si hoy son las palomas, mañana serán los niños y toda esa chusma del interior viniéndose en oleadas a comernos a nosotros mismos. Afortunadamente ya estaban allí, anhelantes por colaborar, los treinta testigos de cargo: la vendedora de estampitas de Santa Migdalia, que vio que el tipo tenía los ojos rojos de la maldad, la vendedora de velones de San Evaristo de Avila, que le vio las manos crispadas como para retorcer un hierro, el vendedor de amuletos del santuario de Pagüita, que vio caer la paloma y pedir ayuda que este hombre me mata. los empleados oficiales y los paseadores de turno, que allí se quedarían pidiendo justicia hasta que a ese engendro del infierno se le dé su merecido, porque hay que ser del mismo infierno para comerse al Espíritu Santo, matando así no más, como se coge un mango maduro, porque si es que tienes hambre allá en la capital, te vas a la plaza y allí te coges una paloma, que las hay de a montón, gorditas y brillantes, por lo que insistimos de que esto tiene que ser conocido y tiene de que ser divulgado, porque es todo el mundo, compañeros, todo el mundo el que tiene que reunirse aquí en esta hora de decisión para, dejando a un lado los interesantes partidistas, clamar justicia contra los que quieren destruir los tesoros vivientes de la patria, cumpliendo nuestro deber con nuestros padres libertadores que dejaron la sangre botada en Pichincha y Bomboná para que fuéramos libres. Y las palomas se preguntaban si sería verdad, pero una dijo que no, que ella había visto que la intrusa se había caído sola, que el pobre hombre no había hecho nada malo, con esa cara de gafo que si no se la han visto, y otra coincidía que era injusto, que algo debía hacerse en nombre de la dignidad y la verdad, mas el resto dijo indiferente que cómo, que eso no era una obligación de la alcurnia, que además no se preocuparan porque la tonta esa no valía para nada y, con lo del tipo, el pueblo aprendería una lección no despreciable. Varias fueron las disidentes que se fueron a decirlo a las vecinas de San Jacinto, que, igual de indiferentes, argumentaron que era que era prudente esperar, que incluso el asunto no les concernía directamente y que si las de la plaza del Panteón hacían algo, bien o, quizás acaso, y las de la plaza del Panteón se aparecieron temprano en la mañana diciendo que ellas esa injusticia sí que no y que otras ya venían en camino, en el día despejado y lento, con la gente montando guardia, esperando ansiosa, mostrando gloriosas pancartas, pidiendo cabildo abierto para que, luego de juzgado, "precedidas sin la mayor dilación las diligencias conducentes a su alma, sea sacado de la cárcel, arrastrado de la cola de una bestia de albarda y conducido a la horca, publicándose por voz de pregonero sus delitos: que muerto naturalmente en ella por mano de verdugo, le sea cortada la cabeza y descuartizado...", cuando llegaban las de la Candelaria diciendo que ellas tampoco lo iban a permitir, y así también las de San Agustín y La Vega, y llegaron las de San José y La Pastora alegando hermanadas que había que defender a un benefactor, que ya estaba buena la broma, la crueldad, la indiferencia, porque tenía usted razón, madre, cuando me dijo que no me viniera, que no la dejara sola, que todo era mentira, porque no me encontré tirados billetes de cien allá en Chacaíto ni billetes de a cinco en El Silencio, porque todo tan caro, que se me fue la platica en la comida y los zapatos de tacón gruesote, a la moda, que no, hijo, quédese en la bodega del compadre don Ignacio, que con sexto grado usted no hace nada en la capital, donde hay tantos doctores y presidentes, pero, entonces, ¿cómo hago para casarme con Rosalinda, que es tan bella y tan pura cual arroyuelo límpido que baja desde las nieves blancas para refrescar mi alma? Yo sé que ella, no qué va, Arcángel, si usted no tiene nada, porque no tengo intenciones de casarme con un limpio como usted sino con uno con plata que me lleve a disfrutar de la vida allá en la capital. Y si es así, madre, que yo me voy a hacerme rico, porque Ramón se fue sin nada y sin sexto grado y mire no más como vino a ver a su tía, con esos pantalones de terciopelo rayado y esa camisa tan fina como de papel brillante y aquellos zapatos de última moda, con el tacón gruesote, porque en Chacaíto se consiguen tirados los billetes de cien y en El Silencio los de cinco, que usted me lo decía, madre, que no me viniera, pero soñaba con regalos para Rosalinda, un murano, un radio nuevo para las novelas, una muñeca grande italiana para poner en el mueble de su sala, una plancha para usted, y ya ve que sólo iba a ponerle una tirita con yodina para que se le curara la patica, pero no a comérmela, madre, porque usted me enseñó que uno no podía comerse los animalitos de Dios, en el momento en que llega el gobernador para dar sus declaraciones y las palomas de Catia apenas si van pasando y una, sin querer, lo ensucia indignamente, y él, rojo de la furia, levantó su blanco puño y le gritó criollas groserías, tan impropia e injustamente, que ellas, ofendidas, se dijeron que vieran cómo eran de malvados por naturaleza, que fuego no apaga fuego y que así no se comportaba un gobernador, por lo que se pusieron de acuerdo y comenzaron a ensuciarse en todo, porque era la única delensa, y la gente sorprendida se dijo que pues claro, que se están dando a entender, que lo que quieren es justicia, pero que ellos estaban allí por ellas, por los techos rojos, por las blancas torres, por las azules lomas, ya que de allí no se irían hasta que se les hiciera justicia y castigaran al criminal, al muerto de hambre, cuando llegó el comandante y las palomas del Cementerio, por equivocación, lo dejan putrefacto y él levantó su blanco puño vociferándoles no marciales groserías, y pasó camino a la cancillería el embajador Harrison y las palomas de Sarría a propósito, le arruinaron su bello traje claro mientras que él les gritaba inglesas groserías con su voz de trueno estereofónico, porque todos se decían que las palomas se habían vuelto como locas, reclamando un castigo, y por eso ellos permanecían allí, unidos por la misma sed de la misma justicia, acrecentada ahora por la protesta de la Sociedad Protectora de Aves Históricas, que clamaba su sangre, y la Sociedad de Amigos Ecológicos, que gritaba furiosamente, y el círculo de Veteranos de Tertulia de la Plaza, que llegaba con una inmensa paloma de papel piñata que abría el pico y decía "Protéjanme", la Sociedad Observadora de Aves y Flores Nacionales, la Comisión de Protección de la Fauna Turística e Histórica, el Club de Domésticas Domingueras y -por compromiso sentimental- la Tropa Robacorazones, la Cofradía de la Sagrada Paloma de la Anunciación y todos los sindicatos, porque el gremio de vendedores de cotufas, los más foribundos, decían que este gobierno no era fuerte si no era capaz de dar su merecido a los destructores de la patria, ¡que muera, que muera!, porque hay que darle una lección que nunca olvide, y los señores insistían en que no debía haber compasión, y las señoras en que el crimen no paga, cuando llegando monseñor las palomas de San Bernardino lo ensucian gozosas y él levantó su blanco puño excomulgándolas con latinas groserías, en este mar de gente suplicante, desde la capital de la república, informando que la situación sigue - siendo indefinida y que las palomas mismas parecían como estar pidiendo justicia, según se desprende de la multitud de ellas que ha reunido aquí en la plaza y la actitud que han tenido para con el público. Y así fue necesario que el fiscal general de la nación apareciera en televisión apaciguando al pueblo, ya que la paloma estaba con vida, en terapia intensiva por cuenta del gobierno, y el ciudadano aún estaba declarando ante las autoridades competentes, que mi madre me lo había dicho allá en Táriba, Arcángel, no sea tonto, que el compadre don Ignacio es buena gente, así la Raquelina lo tenga embrujado, porque con el tiempo es seguro que él lo deja el encargado a usted de la tienda, ya que don Ignacio le quiere como un padre, aunque Raquelina dizque le había cogido la naturaleza y se la había enterrado con los billetes de a cien que se recogían en Chacaíto ... ah Dios, ¡que ya ni sé lo que digo!... porque Rosalinda se sentaba en la ventana para escuchar al escritor que habla al corazón de las mujeres, ella tan bella, haciéndose sus clinejas de reina del carnaval del quinto grado, diciéndome que ya no le llevara más pomarrosas, yo que la vi tirada, como diciéndome ayúdenme, pero les juro que sólo una tirita con yodina. Y así ellas lo creían y por eso no estaban pidiendo venganza, porque ellas estaban de parte de Arcángel, porque sólo él se había apiadado, porque los demás no saben que nos estamos muriendo una a una y a nadie le importa un comino, ya que a quién le duele que una paloma mugrosa caiga en media calle y un carro la vuelva puré sobre el asfalto, que quién se apiada cuando nos tiran a la basura, medio vivas todavía, cuando con una simple tirita mercuriocromo o un poquito de agua y una sombrita para decirle adiós al mundo, este mundo en el que ya no hay cabida para nosotros, porque todo es del monóxido de los autobuses, porque el agua la han corrompido y han podrido la buena tierra, tierra para orquídeas y mangos, con colillas y chicles y latas de refresco, sólo eso, y esa gafa que viene y se cae en los pies de un santo pendejo, al que quizás maten por haberla salvado, sin necesidad, como se decían las palomas de la plaza, todo por una sucia pobretona que se vino de por allá de Petare, así no más, sin pedigrí ni nada, creyendo que podía ser una de ellas, que estaban allí desde mucho antes de que aquel capitán general tan buenmozo nos cantaba el dulce lamentar de dos pastores y la capitana generala se asomaba diciendo quita, quita, mi señor, que si vos ven los mocos principales de la ciudad, dezir han que vos facedes la puñeta, y casi nos apachurran las paredes del terremoto del doce o nos comen asadas los negros borrachos de aquel asturiano hambriento con pelos de báquiro o los matones de aquel general vagabundo con piel de iguana que nos miraba tan feo, por lo que no, señor, que mucho padecieron sus abuelas y sus madres para que una coja cualquiera venga así como así a vivir con nosotras, y así muy bien que puede ir a pudrirse en otra parte, pero no con ellas, con la madre del detenido, a la que hemos localizado en la tarde de hoy y la que luego de un ataque de llanto nos ha dicho que a su hijo sólo le gustaba cazar mantises y sietecueros, porque ella le había enseñado que uno no podía matar los animalitos de Dios, pero sí los del Diablo, y así resulta obvio que esto es el antecedente de una típica conducta criminal latente, distorsionada e ilógica, que ha llevado a este individuo a un clímax de odio para con la sociedad, el campo en conflicto con la ciudad, la emigración en el señuelo urbanizador de la nación, que ahora no puede cerrar sus ojos ante tal peligro, por lo que salvemos la dignidad nacional, la riqueza nacional, el legado de los próceres, la herencia de nuestros hijos, los techos rojos, las blancas torres, haciendo de todo por él, hasta que vino un día y salió y dijo ya vuelvo y yo me quedé esperándolo, angustiada, sin gusto para nada, muriéndome, hasta que días después me dijeron que lo había visto por el Pedagógico, detrás de una extranjera medio rata ella que no ha dejado recados, vuelve amor mío al Paraíso, y yo mandándole recados, vuelve amor mío al nido, vuelve, razón de mi existir, y su madre también, diciéndole que regresara, que no fuera indigno, que si viviera su padre, yo que por amor me arriesgué a salvarlo del gato de las colombianas y casi me quedo sin pata, porque estaré coja pero con el corazón henchido por la pasión, y me resuelvo a irme al Paraíso, a traérmelo porque su madre le manda a decir que la indecencia tiene un límite, pero el Paraíso queda tan lejos que me quedo sin fuerzas ya casi cuando estoy llegando, y entonces pensé que quizás las de aquí me pudieran dar algo, una cotufita, una pepita de cualquier cosa, y caigo como una torta, sin poder pararme, porque ese gato de las colombianas tiene más diente que rabo, y casi que se me viene un carro encima y pasa un señor con más cara de muerto de hambre que yo, señor, hágame la caridad, y él me salvó la vida y al agente lo van a condecorar por el deber cumplido y, en vista de la gravedad del caso, juzgar extraordinariamente al acusado y sentenciarlo a que, "precedidas sin la menor dilación las diligencias ordinarias conducentes a su alma, sea sacado de la cárcel, arrastrado de la cola de una bestia de albarda y conducido a la horca, publicándose por voz de pregonero sus delitos...", como se hizo aquella mañana de mayo del setecientos noventa y nueve, para ejemplo y horror de los pobladores, porque hay una orden de la soberanía nacional de que a esas palomas no se les toca una pluma ni un pelo a esas ardillas, porque la gente del interior no puede venirse así como así a comerse la capital, ya que hoy son las palomas, pero mañana las gladiolas y los crotos y los jabillos y los caobos y el jardín botánico y luego no quedarán sino los niños, que son bienes nacionales, patrimonio histórico de la nación, porques estas palomas fueron traídas de España en los albores de la patria y el crimen no puede quedar impune, he dicho, con el público aplaudiendo agradecido porque el gobierno era fuerte y la seguridad del pueblo no peligraba, y así se hará justicia, con todo el peso de la ley, con esta alegre aceptación de todos vosotros que cantáis el himno nacional y las palomas de Maracay que llegaban diciendo que ellas con Arcángel, y también las de Lara y las de San Felipe jurando que no lo permitirían, y llegaron las de Maracaibo, engreídas y quejándose del frío y del patuá de las otras, y detrás arribaron las de Falcón, dispuestas a dar sus pechos por la honra, y llegaron en masa las de los Andes, que no visitaban estos lares desde que al General lo bajaron del altar más alto de la patria a la paila más baja del infierno, y se aparecieron las de Carúpano, todas ebrias y alborotadas diciendo que ellas iban a gozar un puyero y que las de Trinidad estaban dispuestas a colaborar si era necesario, y aterrizaron las llaneras, gavilanas y vulgares, diciendo que por encima de sus cadáveres, y llegó Arcángel, caminando como si le dolieran los pies, esposado y defendido por un batallón de valientes para impedir que la justicia popular, explotada y arruinada, lo descuartizara allí mismo, en el instante en que las palomas de Puerto Cabello comienzan a arrancarle las tejas a la Catedral y las de Tucupita a romper los vidrios de las faroles y las ventanas y todas ellas a arrancar dientes postizos, pelucas postizas, brazos postizos, a picotear a sálvese quien pueda, porque con estos millares de palomas nadie va a salir vivo, nadie vivirá para contarlo, entre tanto grito y corran, corran. Y cuando casi se llevan a Arcángel hacia las nubes, hacia donde pudiera estar a salvo y la gente se pisoteaba por el pánico y el dolor, el gobernador dio la orden de disparar, que no quede ninguna viva, que todas están locas, por el bien nacional, por la dignidad del pueblo por la reputación del gobierno, cuando entre disparos y disparos las de la plaza, resguardadas en sus aleros de concreto, se dolían de las otras, que por bolsas no dejaban ahora sino la sangre y las plumas y el millón de cadáveres chamuscados, y entre tanta tripa hirviente, entre tanto hueso quebrado, Arcángel queriéndose quitar los zapatos para ponerse a llorar, porque él no era culpable, porque ya nadie les quería poner una tirita con mercuriocromo no dejarles aire, ni agua, ni flores, ni tranquilidad ni nada, con esta pesadez de la tarde nublada y el ministro fresco y perfumado que con sus blancas manos aparece para asegurar la intranquilidad del criminal y la promesa de que el suelo será lavado con creolina, los árboles y la grama con querosén, el aire y las paredes con alcohol, para que no quede huella alguna del bochorno de aquellas palomas que enloquecieron al reclamar justicia.
Para Augusto Germán Orihuela.
Iraset Páez Urdaneta (1952 - 1994) se graduó de Profesor de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Pedagógico de Caracas, Licenciado en Letras por la UCV, Master of Arts y Ph.D. en Lingüística por la Universidad de Stanford (California). Profesor del Departamento de Lengua y Literatura de la USB y del Instituto Pedagógico de Caracas, también se desempeñó como Decano de Estudios Generales y Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de esta casa de estudios. Estas líneas que retratan su perfil y un relato de su original invención (del libro Verosimilia, Centauro, 1984) constituyen un homenaje a quien en su fructífera labor académica se convirtió en el Decano fundador de Universalia.
Universalia nº 12 Ene - Jun 1995