Milagros Müller*
(Artículo tomado de Cuatro Páginas de El Diario de Caracas, 30 de abril de 1989)
Hugo Alvar Henrik Aalto es una voz que nos habla del ser humano y su relación con el espacio, la naturaleza, la cultura y todas sus formas de expresión. No es sólo un arquitecto filandés que experimentó con los materiales de construcción y que transmutó las lecciones de la Revolución Industrial, es un filósofo de la arquitectura, un ser humano especial cuyo espíritu se reveló y tomó las riendas de su obra, camino de evolución a través del trabajo creador al servicio del hombre y su inmaterialidad.
Aalto se deja enseñar por la naturaleza, observa el viaje perfecto de las fuerzas en los árboles, en la estructura ósea de los animales, con sus elementos articulados preparados para resistir a la compresión y a la tracción, al golpe de viento y aun sacudidas accidentales. De la geografía aprende a conjugar formas libres, a seguir el ritmo del universo; de la luz, símbolo atávico, a crear atmósferas, dosificándola, ilusión con el reflejo, estructuras virtuales que suspenden en el aire el alma de la obra.
Las estructuras naturales son elementos fuertes, generadores de formas, funcionales, en indisoluble vínculo con el contenido. Basta con pensar en el esqueleto humano. Es él lo que da forma a nuestro cuerpo y protege los órganos vitales. Además, cada una de sus partes cumple una función específica y pertenece a la red interior que transmite hacia el piso las cargas del peso propio y de los objetos que levantamos.
Alvar Aalto estudiaba las estructuras vegetales, las de los grandes árboles de su país natal; la belleza de la forma pura que se encuentra en la naturaleza es uno de los pilares de su pensamiento. Sostiene que el contenido debe expresarse plásticamente y que el arquitecto sólo debe ayudar a que fluya de un funcionamiento claro y limpio, que los materiales deben adecuarse a la forma que surge espontáneamente. El apego de Aalto a la naturaleza le llevó a reflexiones acerca de la estandarización, tan en boga entre sus contemporáneos. Esta fue entendida por él como la producción de elementos mínimos cuya asociación responda ilimitadamente a la solución espacial de los problemas arquitectónicos y su sistemática variedad; es la búsqueda de la célula a nivel estructural, y de hecho las armazones tridimensionales son basadas en un elemento, asociado innumerables veces, con el cual producimos gran variedad de formas.
La verdadera lección de Alvar Aalto a los arquitectos del mundo viene dada en sus ideas, en su reflexión en torno a la naturaleza y el hombre, en tanto que ser humano, cuya existencia se da en el espacio inmerso en un paisaje que le es inmanente, con una gama de materiales cuyos colores, texturas y temperaturas le son propios.
(*)Milagros Müller es Arquitecto y Licenciada en Artes de la Universidad Central de Venezuela. En la actualidad se desempeña como docente en la Facultad de Arquitectura de la UCV.
Universalia nº 12 Ene - Jun 1995