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Enseñar historia

Ezio Serrano Páez*

"Lo que buscamos en el conocimiento del pasado es lo mismo que buscamos en el conocimiento de los hombres contemporáneos"
Lucien Goldmann

Existe una conocida anécdota según la cual un discípulo de Euclides tuvo la inorpotuna ocurrencia de preguntarle al maestro sobre la utilidad de tal o cual teorema geométrico, -para qué sirve eso- inquirió el aprendiz. Y el sabio respondió sin hacerse esperar: ¡Toma ese dracma y lárgate! Al parecer era esa la reacción que se merecía quien no era un "amante del saber", precisamente en Grecia, cuna de la filosofía. Aquel estudiante buscaba la utilidad del conocimiento y recibió una moneda, es decir, un objeto de "utilidad universal".

Quienes hayan tenido la oportunidad de ejercer la docencia en el campo de la historia, tal vez han tenido que enfrentarse a la misma pregunta, por supuesto, no en el campo de la geometría: ¿Para qué sirve la historia? ¿Para qué sirven esos "cuentos" sin moraleja que nos aburren tanto? -podrían preguntarse nuestros estudiantes hoy.

Pero, un joven estudiante venezolano, por ejemplo, no aceptaría una respuesta euclidiana como en la anécdota. Posee muchos "recursos", tal vez más que su profesor, como para aceptar la orden de "salida". Y, en cuanto al dracma, en nuestro caso, tendríamos que hablar de bolívares devaluados que no le alcanzarían al estudiante para comprarse un chicle si se toma en cuenta lo que puede ofrecerle el docente en metálico.
Lo peor de nuestra situación es que, tal vez nuestros estudiantes nunca planteen problemas de este tipo, en cambio, si puede ocurrir que un buen día, el profesor al contemplar los bostezos de sus discípulos y al sentir que su voz se oye cada vez menos, reflexione: "Y, aparte de cuadrarme la arepa, ¿para qué sirve esto?”.

A decir verdad, el "realismo mágico educativo venezolano" da para esto y mucho más. Pero se debe reconocer que, cual buenos sastres, tenemos un patrón para cada talla, una respuesta prefabricada para cada problema que se plantee. De este modo, puede resultar necia nuestra reflexión pues ya las respuestas están dadas, digeridas, distribuidas: "Estudiamos el pasado para comprender el presente" -responde el docente avisado-, o también, "quien no conoce su historia no puede querer a su país", etc. Pero como se deduce de estos lugares comunes convertidos en máximas, las respuestas al para qué de la historia, son, en lo esencial, incompletas y hasta incoherentes.

Ríos de tinta han corrido sobre este problema, y las respuestas que se den es difícil despojarlas de un cierto matiz capcioso. De nuestra parte, más bien son nuestras vivencias las que nos llevan a sostener un punto de vista poco innovador, pero tal vez de menor superficialidad que las respuestas ya comentadas. Creemos posible orientar "la cuestión" bajo las siguientes alternativas:

1.- Una respuesta pura: 

Si el docente que responde no sufre ningún tipo de "complejo profesional" y considera su labor sin diferencias respecto a la que desarrollan sus colegas de Física, Química, Biología, etc., es decir, si considera la Historia como una ciencia, tan dura como las ya mencionadas, entonces podrá sostener que, como toda ciencia, la Historia busca la verdad referida a los hechos pasados, lo cual es su ámbito de acción, y como para toda ciencia, la verdad es un fin en sí mismo, no hay razón para plantearse una utilidad del conocimiento histórico. ¿Acaso todos los hallazgos que realizan las ciencias físico-naturales tienen una utilidad concreta e inmediata? En historia, una vez hallada la verdad, cada quien podrá hacer con ella lo que le plazca.

Quien opte por esta salida debe estar consciente del carácter "puro" de tal respuesta. Aquí se reafirma la "objetividad", "rigurosidad" y "precisión" del conocimiento o del dato histórico, pues de otra manera no hay posibilidad de asimilarse a las ciencias duras, las cuales se jactan de poseer estas virtudes. Historia Erudita, le llaman algunos especialistas, otros le llaman Historia Historizante, pero lo que debe importarle al docente es la "verdad" del dato que transmite pues de allí parte la propia justificación de este tipo de historia.

2.- Una respuesta ingenua:
Se puede estar convencido del carácter científico de la historia, pero si se desea ir más lejos que los partidarios de la respuesta pura, entonces habrá que admitir efectivamente una "utilidad" de la historia. Si el desarrollo actual de la técnica se apoya en los avances producidos por las ciencias naturales, el estudio del pasado debe servir para resolver problemas del presente. Así, por ejemplo, estudiar los sucesos caraqueños de 1810, el famoso Cabildo Abierto que desalojó a Emparan del poder, podría servir, acaso, para hallar la manera de recortar el período al actual presidente, estudiar los detalles de la Guerra de Independencia, podría orientar la estrategia de Seguridad y Defensa que utilicen hoy los encargados de resguardar la "soberanía", etc. Pero de todo esto salta a la vista un serio inconveniente: ¿Cómo hallarle utilidad presente a cada cosa del pasado que dedicamos estudiar?

De tal manera, aquello de "estudiar el pasado para comprender el presente" debe tratarse con sumo cuidado. Su veracidad se puede opacar si no nos percatamos de lo que verdaderamente buscamos en el pasado. Si nos empeñamos en extraer "la lección" dada por el hecho histórico con el fin de resolver un problema actual, más temprano que tarde nos daremos cuenta que no se trata de "la lección", sino de lecciones, pues el mismo acontecimiento, el mismo dato histórico, puede adquirir distinta valoración en distintos sujetos. La historia no es un trampolín que nos pueda permitir impulsar desde el pasado las soluciones reclamadas en el presente. Sin embargo muchos creen lo contrario. Piensan que es posible utilizar el conocimiento del pasado como el cañon del circo, para convertir en bala humana al payaso disparado en el pasado hasta llegar "ileso" al presente. En su intento por hallar la "utilidad" de la historia, algunos creen ver en ella a los personajes que hoy llenan los diarios, declaran en la T.V. y se enriquecen con los dineros públicos. Para esto es fácil construir una literatura histórica que poco tiene que ver con la Ciencia Histórica.

3.- Una respuesta apoyada en los valores:
Para empezar, se debe admitir que la historia posee un elevado valor existencial, es decir, contribuye poderosamente a la ubicación existencial de los sujetos. Si esto último se convierte en un propósito, se debe avanzar demostrando (lo cual no es difícil) que nuestra individualidad, nuestro yo, siempre se va a interrelacionar con una colectividad. Podemos ser categóricos: No existe el sujeto aislado. Somos miembros de una sociedad que existe para lograr determinados propósitos. Si queremos ser sujetos activos en la definición y logro de tales metas, buscaremos referencias, miraremos a las sociedades vecinas, las de "abajo", las de "arriba", intentaremos comprender su evolución. En ellas, así como en la nuestra, buscamos la demostración-negación de aquello que forma nuestra interpretación del presente y hacia donde debemos conducirnos. Obviamente que esto constituye la "ubicación existencial" y cuando buscamos referencias, quiérase o no, comparamos nuestro presente con el de otros, y también comparamos este presente con nuestro pasado. En todos estos casos estamos incluyendo los valores negados o reafirmados por tal o cual sociedad, defendidos o combatidos por tal o cual personalidad. Admiramos o descalificamos la acción emprendida por una u otra forma de asociación humana, por este o aquel líder. El grado de conciencia conque se efectúan tales operaciones por supuesto que varía, hasta podemos efectuar esta valorización de manera maquinal. Pero es esto lo que da sentido a la búsqueda en el pasado. Por ello nos parece certera la afirmación de Goldmann al respecto:
... Si el conocimiento de la historia presenta una importancia práctica para nosotros, es porque en ella aprendemos a conocer hombres que, en circunstancias diferentes, en medios diferentes y en la mayoría de los casos inaplicables a nuestra época, han luchado por valores e ideales que eran análogos, idénticos u opuestos a los que tenemos en la actualidad, y esto nos da la conciencia de formar parte de un todo que nos trasciende..." (1).

Entonces, mientras mayor sea el individualismo y la desvinculación del sujeto respecto a la totalidad social, menor será su conciencia histórica, y, probablemente, tendrá menos posibilidades de hallar la "utilidad" de la historia. De igual manera, la sociedad tendrá menos posibilidades de contar con un sujeto ubicado "existencialmente". Decía Gramsci algo parecido a lo que sigue: "el no conocer nuestro origen nos imposibilita determinar hacia donde vamos". El trasfondo verdadero de tal afirmación se comprende en una sociedad, que como la nuestra, no llega a definir los propósitos universales que persigue, y menos, que estos propósitos se conviertan en "norte colectivo", en fuerza estimulante para la acción mancomunada. Queda de este modo abierto el camino al sujeto ahistórico, es decir, aquel que define particularmente lo que ha de ser su ubicación y actuación en el mundo que le tocó vivir. Con tales sujetos no hay metas sociales y por tanto no existe posibilidad alguna de progreso, aunque los neoliberales piensen lo contrario y dejen el destino a la mano invisible.

Nota:
(1) Lucien Goldmann. Las ciencias humanas y la Filosofía. Buenos Aires, Edit. Nueva Visión, 1972, p. 14.

(*)Ezio Serrano es Profesor de Historia y Geografía (lUPC-UPEL) y Magister en Ciencias Políticas. Es miembro del Departamento de Ciencias Sociales.

Universalia nº 12 Ene - Jun 1995