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La ciencia aséptica

Luis Daniel Llambí / Roldán Muradían*

Este artículo está dedicado al profesor Omar Arenas, quien en sus clases nos "contaminó" con muchas de las ideas que aquí expresamos.

"Nosotros pensamos que la ciencia, en todos sus sentidos es un proceso social que tanto causa como es causada por la organización social. El hacer ciencia es un acto social que nos involucra, nos guste o no, en actividad política".
R. Levins y R. Lewontin

La ciencia: para muchos, la clave para alcanzar el poder político y económico; para otros tantos, la proveedora de las soluciones de los problemas fundamentales de la humanidad. Algunos dirán que se trata del sistema ideológico más eficaz en la manipulación de la naturaleza que se ha inventado en la historia, capaz tanto de desaparecer al hombre de la faz del planeta, como de extirpar un tumor maligno del cerebro de un niño de diez años. En fin, las definiciones comunes de ciencia están frecuentemente ligadas a la función que ésta cumple dentro de la sociedad. Pero lo cierto parece ser que la ciencia, como institución académica, no posee una función social definida y es muy probable que un científico quede sin capacidad de respuesta a la pregunta de qué papel cumple su trabajo en el mundo. Posiblemente podrá explicar la utilidad inmediata de su investigación o la pregunta importante que quiere resolver, pero estará en problemas para contestar cuál es la función que desempeña su labor en el sentido general de la sociedad en la que vive.

Muchas personas, con distintas ocupaciones, estarán en el mismo dilema. Pero, ¿por qué es importante que el científico esté en capacidad de contestar esa pregunta? En primer lugar, porque la actividad científica es mantenida en buena parte por los estados. Así, muchas veces el científico es un empleado público: una persona que hace su trabajo gracias al consenso general de que es importante que existan científicos. Y en segundo lugar, porque las capacidades de manipulación del mundo material que el conocimiento científico puede generar y los efectos que éste puede tener sobre la sociedad son inmensamente grandes. Así, el tener una posición acerca de las repercusiones que su trabajo tiene sobre el resto de los mortales, debería ser para el científico un asunto de responsabilidad consigo mismo y, sobre todo, con los demás.

Sin embargo, las nociones de funcionalidad y las ideologías políticas o sociales suelen ser escasas dentro de la comunidad científica y prácticamente nulas dentro de los programas de enseñanza de la ciencia. La consencuencia es la creación de científicos desligados del contexto que los mantiene. Piezas acríticas de los poderes económicos o políticos. Bárbaros especialistas, como los definiría Ortega y Gasset. Personas que dominan la información necesaria para provocar grandes cambios que, sin embargo, están desvinculados de los mecanismos de toma de decisión. Pero, ¿cuáles son las causas de tal situación? ¿Es la falta de ideología que justifique el quehacer científico una consecuencia de la crisis ideológica que se vive a nivel global o es un asunto provocado por las mismas bases conceptuales y metodológicas de la ciencia?

Acerca de la crisis ideológica a nivel mundial ya se ha debatido suficiente, sin que por lo demás haya hasta ahora luces de resolución. Por otro lado, la crisis afecta a todas las áreas de la actividad humana de igual manera, así que, posiblemente, sea de mayor interés tratar de vislumbrar las razones dentro de la misma ciencia que podrían justificar una posición anti-ideológica.

Una de las principales justificaciones de esta falta de una ideología social o política es el postulado de la objetividad científica. Bajo esta concepción el científico debe ser objetivo, imparcial, ajeno a prejuicios ante sus resultados y la ciencia debe estar desligada de preconcepciones que la desvirtúen de su fin último: la verdad. Esta concepción de la ciencia parece tener sus raíces en la tradición de la filosofía inductiva: partimos de la experiencia, de los hechos "puros", y a partir de ellos derivamos inductivamente el conocimiento científico. Pero para acceder a los hechos "puros" debemos primero desembarazarnos de toda nuestra carga subjetiva, nuestras ideologías y preconcepciones. Así, en el Novum Organum, F. Bacon identifica cuatro ídolos a los que hay que combatir para alcanzar el ideal de ciencia objetiva: el de la tribu (la torpeza inherente a la naturaleza humana y la tendencia a la abstracción), el de la caverna (producto de la educación particular que cada quien recibe y de las diferencias individuales), el del foro (producto de las confusiones que se derivan del uso del lenguaje) y el del teatro (que nace de los dogmas filosóficos). Esta visión de la ciencia (que es la que predomina entre la mayoría del público no científico y entre muchos científicos) ha sido duramente criticada por los filósofos de la ciencia moderna como Kuhn o Feyerabend, dejando claro que el hacer de los científicos está muy alejado de la búsqueda ascética de la verdad y que suele ser pan de cada día la presencia de sesgos y dogmas dentro de la propia comunidad científica. Por otro lado, Popper se dedica a demostrar la invalidez lógica del razonamiento inductivo y propone (con muchos otros) sustituirlo por lo que se ha venido a conocer como el método hipotético deductivo. Bajo este enfoque la experiencia actúa sólo como punto final de contrastación (o refutación) de las conjeturas e ideas del investigador (hipótesis). Sin embargo, Popper deja sin contestar una de las preguntas más interesantes para el tema que nos concierne: ¿Cuál es la fuente de esas hipótesis, conjeturas o ideas que el científico constantemente intenta poner a prueba con la experimentación?

No cabe duda que la creatividad y la capacidad de abstracción del investigador son de las fuentes más importantes de hipótesis científicas (de aquí la importancia de una educación técnica y científica que estimule la creatividad del individuo). Otra gran fuente de ideas pudiera estar instalada también en el corazón de la lista de los ídolos de Bacon, es decir, en el marco conceptual derivado de nuestra educación. De ser así los "dogmas" jugarían el papel positivo de generadores de ideas e hipótesis y no de ídolos maléficos a los que hay que exorcizar. Por supuesto que si el investigador es dogmático frente a nuevas ideologías, aquella que prefiere actuará como freno a los cambios de enfoque. Sin embargo, la respuesta a este problema no está en una ciencia "hermética" y apegada a los "hechos", sino en una ciencia plural, abierta a la diversidad de enfoques y a la discusión ideológica. Un ejemplo de este papel positivo de las ideologías políticas dentro de la ciencia lo encontramos en la biología evolutiva y la ecología con los programas de investigación producidos bajo concepciones explícitamente Marxistas por científicos reconocidos como R. Lewontin y R. Levins.

Por otro lado, cabe preguntarse si en realidad es deseable una ciencia objetiva. ¿Es deseable una ciencia desapasionada, sin fines últimos dentro de la sociedad? ¿Tiene sentido abogar por la búsqueda de una verdad inmaculada, deshumanizada quizás en su pureza?

En países como Venezuela donde la pobreza y el hambre son padecidos por un porcentaje importante de la población y la mayoría de los investigadores son empleados públicos (con toda la responsabilidad frente al público que esto implica) la respuesta parece ser obviamente negativa. Sobre todo porque entre los investigadores está uno de los sectores más capacitados para ser agentes de transformación efectiva dentro de nuestra sociedad. Pero, ¿por qué no lo hacen? ¿Por qué en general participan tan poco?

Quizás, porque no fueron educados para la participación y por lo tanto no saben cómo hacerlo: carecen del marco ideológico para hacerlo. En nuestra Universidad (como lo señala en un artículo publicado en el número anterior de esta revista el Rector, Prof. Freddy Malpica), uno de los objetivos de los Estudios Generales parece ser el proveer al estudiante este marco que le permita hacer un análisis crítico de la sociedad y hacerlo más participativo. Otro objetivo fundamental parece ser el de humanizar al estudiante de manera de hacerlo un hombre más completo. Así, nos dice: "Esta visión o de manera más precisa, esta cosmovisión de la época actual, complementa los estudios especializados y amplía la conciencia para el ejercicio creador y a la vez crítico, que demanda de sus futuros dirigentes la sociedad democrática en que vivimos". Sin embargo, en nuestra opinión, estos objetivos no se están cumpliendo a cabalidad. El estudiante de la Simón Bolívar nos luce bastante más tecnócrata que crítico o participativo. Aun cuando conceptualmente coincidimos con el Prof. Malpica, diferimos de su apreciación de los Estudios Generales como una panacea humanizante que hace de cada estudiante un agente de transformación social. En nuestra opinión, los Generales no son efectivos y en la práctica no están cumpliendo del todo la función para la que fueron concebidos. Creemos que esto se debe fundamentalmente a que funcionan como un "barniz" humanizante del tecnócrata que internamente se va consolidando en la formación profesional "objetiva" de cada disciplina. A la luz de nuestra discusión anterior, queremos sugerir algunas vías de solución académicas de este problema:

• Llevar la realidad nacional desde los Generales de sociales hasta los pensa de estudios de cada carrera, discutiendo las posibilidades de inserción que el profesional que se está formando tiene en la problemática nacional actual.

• Fomentar la enseñanza de las materias propias de cada disciplina, bajo un enfoque en que se hagan explícitos, cuando sea posible, los marcos ideológicos y conceptuales de los que se derivan los conocimientos que están impartiendo. Esto permite al estudiante ser crítico con su formación y pensar (o discutir con el profesor) en esquemas conceptuales alternativos.

• Fomentar la enseñanza dentro de cada carrera de materias de historia o desarrollo conceptual de su disciplina en las que el estudiante comprenda el proceso de consolidación de las ideas y la forma como las "externalidades" políticas, económicas, sociales y culturales jugaron un papel fundamental como generadoras de enfoques alternativos o frenos al cambio tecnológico y científico. Por otro lado estudiar cómo estos cambios científicos y tecnológicos afectaron la estructura de las sociedades en las que se produjeron.

• Fortalecer los programas de Extensión Universitaria de manera de hacerlos de participación estudiantil masiva. Así, crear programas en los que el estudiante pueda trabajar activamente en la solución de problemas concretos de las comunidades aledañas a la universidad (por ejemplo) utilizando la experticia técnica que su disciplina le provee. Una de las maneras de garantizar esta participación estudiantil en los programas sería hacerlos obligatorios, abriendo por supuesto espacios, en los apretados horarios estudiantiles para este tipo de trabajo de extensión.

• Todo esto debería producir un cambio de actitud (difícil de lograr a través de medidas concretas) en estudiantes y profesores, de manera que, si un profesor dedica horas de su clase a discutir su ideología política o su concepción de la sociedad con los estudiantes, no sea visto como un sacrílego que interrumpe el sano ambiente de "asepsia ideológica" en que se vive en la universidad. Por otro lado, debería estimular la discusión dentro de la universidad de enfoques y modelos de sociedad alternativos, que tanto se necesitan en nuestro país hoy en día.

Las respuestas a estas indagaciones nunca serán inequívocas, pero por lo menos, a nuestro modo de ver, se hace imperativo que esta discusión se plantee dentro del ámbito de la educación científica venezolana y en particular en nuestra universidad. Resumiendo, no creemos que existan argumentos suficientes e irrefutables, fundados en las bases filosóficas de la ciencia para negar la ensañanza ideológica, si se le puede llamar así, o en todo caso de concepciones de mundo que justifiquen de manera última la labor científica en su contexto social.

Relegar a la ciencia a un papel acrítico y desentendido del juego social, y al trabajo científico a la mera producción de conocimiento que lleve la marca de: "no nos hacemos responsables" pareciera ser el resultado de una comunidad que: o no se estima lo suficiente como para lograr aportes en otros ámbitos que no sean las revistas científicas, o que en su torre de marfil mira al resto del mundo (sobre el que se jacta de tener una gran influencia) de manera indiferente e irresponsable.
(*)Luis Daniel Llambí y Roldán Muradian son Licenciados en Biología USB.

Universalia nº 13 Ene - Jun 1997