Se encuentra usted aquí

MINICUENTOS

 

 

Carlos Pacheco*

Historia de estos cuentos

Hace unos seis años, junto con mi colega Luis Barrera Linares, diseñé un programa de Estudios Generales titulado Teoría y práctica del cuento.
Después de una primera ocasión en que lo dictamos juntos, nos hemos alternado para responder, al menos en dos trimestres al año, al interés de los estudiantes. En la última oportunidad en que me tocó ofrecerlo (enero-abril de 1996), el énfasis en la lectura crítica de muy variados textos cuentísticos y en la teoría de ese género literario fue acompañado por la inclinación de la mayoría del grupo por producir ellos mismos sus propios textos. Esta práctica de escritura creativa, que siempre había tenido algún lugar en las versiones anteriores del curso, ocupó esta vez el lugar principal, señalándonos -a los estudiantes como a mí- la significación de estos esfuerzos de escritura ficcional para la formación estética y humana en general, así como para el desarrollo de los talentos literarios de nuestros protoingenieros y protocientíficos. Varios de ellos siguieron visitando mi cubículo después de concluido el trimestre para mostrarme nuevos textos y hasta un proyecto de libro de relatos. Como ha sucedido en muchas ocasiones con los "Generales" de literatura, el gusanito de la lectura, la imaginación y la escritura ha quedado en ellos. La selección de minicuentos que aquí se presenta se propone dar mínima cuenta de aquel impulso que sigue hoy gozando de buena salud.

Sara Cristina Vidal
Ingeniera de Computación USB 1996

Olvido

Allí se sentaba Elena, junto al farol. Todas las tardes, muy puntualmente a las siete, salía de su apartamento y buscaba a tientas ese lugar. Aquella noche lo encontró ocupado. Su desesperación por no saber quién estaba allí la hizo atacar con su bastón al invasor. Le aplicó golpes en las piernas para amenazarlo, en los brazos para apartarlo y en la cabeza para apurarlo. Pero la persona no se movió, parecía no sentir nada. Elena, de repente, cayó en cuenta del dolor intenso que surgió sin motivo en sus piernas, luego en sus brazos y, finalmente, en su cabeza. Se sintió aturdida, pero las ideas y memorias se reorganizaron para hacerla recordar que el día anterior ella había ido hasta el farol, se había sentado como siempre pero (¡Qué cosas les pasan a los viejos!) había olvidado regresar a su casa.

I.A.N.
Ingeniero Electrónico 1996

Deseos Ocultos

Todo el que se cree normal puede caer en el error de estar reprimiendo sus más oscuros deseos. Deseos de carne, deseos de calor, deseos de sangre...

Cuando había empezado la rutina de mi día, en un breve momento de ocio, sentí un extraño deseo de ver sangre. ¿Solamente verla? ¡No!, era más que eso. Quería sentirla fluir, sentirla brotar, sentirla endurecerse al contacto con el aire.

Tomé de mi escritorio un abrecartas y con la filosa punta pinché la piel de mi pulgar, el dolor del pinchazo fue totalmente subyugado por el placer de ver sangre. Fue un placer como ninguno que hubiera sentido antes, pero no fue suficiente, más bien fue como un aperitivo. Quería más, mucho más...

Después de mediodía, por la distracción de mi trabajo, me había pasado esa absurda obsesión. En realidad creí que ya lo había olvidado por completo.

Se acercaba la hora de la cita con una cliente nueva que vendría a poner en venta una casa que tenía en las afueras de la ciudad. Sólo bastó que ella llegara para recordar esa sensación de ansiedad que había tenido en la mañana. No sé por qué lo recordé de repente; tal vez fue el aspecto que ella tenía o el sentir la herida de mi dedo cuando le di la mano.

Ella hablaba pero yo no podía escuchar lo que decía, mi mente estaba en el recuerdo de mi sangre brotando, y en el ansia de ver más. Pero, ¿cómo satisfacer ese deseo insólito? Me di cuenta que la solución estaba frente a mí, me tenía que mostrar la casa, sería la oportunidad perfecta para saciarme.

Nos fuimos en dos autos, mi obsesión era tal que en camino todo era rojo. Ni siquiera me fijé por donde pasamos o cuál ruta tomamos; sólo podía concentrarme en su auto y en lo que haría al llegar. Pensé en atontarla dándole un golpe fuerte en la cabeza con lo primero que encontrara y, estando viva todavía, le abriría el pecho para meter mi mano en su corazón latiente y sentir su sangre caliente emanando e inundándolo todo. Luego tomaría sus entrañas, las sacaría de su cuerpo una a una y exprimiría cada gota de sangre sobre mí. Estaba extasiado pensando que al fin podría saciar mis deseos.

Aunque conducía como si estuviera desesperada por alcanzar su muerte, fácilmente la podía seguir. Al fin llegamos a la casa, era una construcción lujosa y moderna. Estacionamos los autos y los dos prácticamente corrimos a la entrada de la casa, ella abrió la puerta y me invitó a pasar. Al cruzarla sentí como si me cayera encima el techo de la casa. Ella me golpeó con una estatuilla de mármol que llevaba en la cartera, dejándome casi inconsciente.

Lo último que recuerdo es un agudo dolor en el pecho, pero sólo alcancé a verla con mi corazón en su mano, sacándolo de mi pecho. El resto debe coincidir estrictamente con mis planes...

Edwin Hernández
Licenciado en Química 1996

Relativo

"Papi," dijo el niño retirándose de la ventana del auto, durante un paseo por el campo, "¿por qué cuando pisas el pedal, el campo va hacia atrás de nosotros más rápido."

" No digas tonterías", respondío el padre sabiamente, "es el auto que va más aprisa hacia adelante, Albert."

No es tan malo

"¡De veras, no es tan malo! Puedes viajar en el Metro gratis, entrar sin pagar al cine y ver películas cuantas veces quieras; o entrar al baño de mujeres y observar sus pieles desnudas, orladas después de una ducha. Y no importa si las puertas están cerradas, pasas sin problemas, ¡es excelente! ... Aunque admito que también tiene sus inconvenientes. El que más me molesta es cuando estás leyendo el periódico por encima del hombro de alguien, o un buen libro mientras compartes una cómoda poltrona, y no has terminado de leer cuando ¡RAS! te pasan la página y, ¡claro, como uno está muerto, es invisible y nadie te escucha, tienes que seguir leyendo sin saber que pasó en el último párrafo!

Fuga

"No podía regresar, por nada del mundo, a aquel lugar. No después del horrible asesinato que me había impulsado a cometer. No había sido premeditado, pero, ¿acaso eso me exoneraría de culpa? ¿Qué juez no sería ciego e implacable ante mi caso? Ni aun con el mejor abogado del mundo -que obviamente no estaba en condiciones de pagar -tendría posibilidad de salir con las manos lavadas. De cualquier forma, no creo merecerlo. Maté a un hombre, y nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro ser vivo... Existen, claro está, sus excepciones, pero no es ese mi caso. Ya he decidido escapar. No puedo dejar que me atrape la policía. No puedo ir a un juicio, y exponerme a la luz pública... Y este túnel será mi salvación. A lo lejos puedo divisar la muralla de la prisión. Una vez traspasados sus límites, estaré a salvo de los policías. Pasaré por debajo, cual gusano que soy..."

"Si mis cálculos son correctos, ya debo haber... ¿y si no?" Y asomando la cabeza cuidadosamente fuera del hoyo que había cavado, contempló, mudo de la emoción, como se alzaban los muros de la prisión a su alrededor: tan monstruosos, tan grises, tan seguros. Y el patio donde los presos salían a caminar en las horas de recreo, justo allí, en frente suyo. "Sí, éste es el lugar, el escondite perfecto"...

Humberto J. Bello R.
Ingeniero Electrónico, 1996

Alegoría

Dicen que aún era joven cuando extraviado en la marítima calma de un cuarto menguante, encontró el regreso al puerto siguiendo una discreta luz de la bóveda celeste. Cuenta la historia que desde entonces el hombre, prendado de la salvadora, no hacía más que drenar la paz de la faena nocturna hacia fantasías cambiantes de vida y sencillez, que satisficieran silenciosamente la incógnita que acechaba su limitada comprensión acerca del bienestar e inspiración que le eran infundidos hasta el filo de cada amanecer. Una noche, luego de recoger las redes, y eufórico por la abundancia de la jornada, decidió interpelar a la distante compañera para retribuir explícito todas las bondades obsequiadas por su pacífica existencia y a la vez revelarle los misterios que noche a noche iba tejiendo con paciencia en torno a ella. Algunos aseguran que el viejo hombre de mar no pudo soportar el altivo silencio de la estrella y se arrojó enloquecido a las profundidades en un deseperado intento por alcanzarla. Los menos entendidos suponen que siguió una nueva luz más brillante, hacia otros puertos, en otros mares. Aunque del incidente la tradición en el pueblo sólo conserva el fatalismo de hacerse a la mar en noches estrelladas, todavía se encuentran lugares en donde se dividen los recuerdos entre un pescador que falló en el intento de hacer llegar su voz a milllones de años luz, y una estrella que prefirió callar al oír profanadas sus verdades con alegorías desvariadas de un simple mortal.

El Desconocido

La joven doctora inquirió sobre mi niñez sin incorporar nuevas preguntas a la trillada rutina que otros tantos intentaron para tratar de descifrarme infructuosamente. Luego de cansarse de lo cruel que era mi madre, decidió avanzar su investigación hasta el ocaso de mi adolescencia, centrándose en la sexualidad inminente de mis ilusiones y decepciones afectivas. Todo desfiló: La poesía, las tertulias de luna llena, los efímeros romances de la edad. Entonces se detuvo un momento para apuntar alguna vanidad de connotación rememorativa, se colocó los finos anteojos que amplificaban su agudeza intelectual y volvió mis pensamientos indefectiblemente hacia la llave que alguna vez clausuró el cerrojo de mi personalidad. Las delicadas facciones que estaba descubriendo, evocaron la imagen de un rostro similar de mi juventud que se sembró en el alma, abriendo a su paso la herida que el dinero y el reconocimiento intentaron paliar inútilmente. Aquella era una perfecta desconocida, pero inquietante por su rozagante inocencia e indómito carácter, con la estampa de un ángel que me cautivó en la brevedad de una mirada, aun sin conocer su nombre o algún precedente que pudiera involucrarme con ella de una manera tan vertiginosa. Los fallidos intentos por hablarle, boicoteados muchas veces por la cobardía, otras tantas por la vergüenza de ella, se condensaron en un poema sencillo pero esencial, con lo fascinante y enigmático que de la expectativa del encuentro de dos desconocidos se pueda crear. Cuando el poema llegó a su destino, fue recibido con sorpresa e indecisión, pero con un "gracias" cortés y halagado, que fue retractado tras segundos de reflexión por un altivo "Creo que nunca lo voy a leer". Esa fue la última vez que la vi; nunca volví a escribir a alguien, y cuando lo necesitaba esforzaba la memoria al máximo para traer las líneas de aquel recuerdo que marcó el comienzo de mi envejecimiento. La psicóloga pareció complacida, y la satisfacción de su rostro se hizo patente en un récipe, que supuse para píldoras de dormir, pero que al pasar de unas manos temblorosas a otras, se vio como tal; un trozo de papel amarillento maltratado y doblado, con una dedicatoria al pie de página que versa: "Con enigma y fascinación al más romántico desconocido que alguna vez haya admirado".

(*)Carlos Pacheco es Licenciado en Filosofía y Letras Universidad Javeriana Bogotá. Magister en Estudios Latinoamericanos, Liverpool, y Ph. D en Literatura Hispanoamericana King's College de la Universidad de Londres. Profesor del Departamento de Lengua y Literatura. Ha sido Coordinador del Postgrado de Literatura y Decano de Estudios Generales.

Universalia nº 13 Ene - Jun 1997