María Luisa Fernández*
Es una historia amena y sutil de la Biblia que narra las aventuras de dos viudas pobres. Ciertamente no he sido la primera en descubrirla, existen comentarios e interpretaciones tanto en la tradición hebrea como en la cristiana. Incluso, el exégeta carmelita Carlos Mester ha publicado un estudio entero reflexionando sobre su sabio contenido. Como tantas otras historias de la Biblia, El Libro de Ruth posee la eternidad del mensaje, pero este texto me atrajo particularmente porque es un modelo de la mujer trabajadora, solidaria y con fe que va en busca de sus derechos hasta conseguirlos. En forma breve el autor bíblico expone la lucha entre el opresor y el oprimido, es decir, son episodios que encajan perfectamente en nuestro tiempo.
El texto bíblico se inscribe en un período histórico concreto, el de los Jueces, cuando se desató una gran hambruna que obligó a muchos israelitas a emigrar de Belén hacia Moab, entre ellos estaban Elimelec, su esposa Noemí y sus dos hijos varones. Estando en Moab, murió Elimelec y al cabo de diez años Noemí quedó sin hijos. Entonces decidió salir de esas tierras con sus nueras Orfa y Ruth, pues había oído decir que Yahvéh se había acordado de su pueblo y le había dado que comer. Cuando estaban en camino de Belén de Judá, Noemí habló con sus nueras, las moabitas, y les recomendó regresar a sus casas deseándoles que Dios les diera un esposo nuevamente. Orfa regresó, pero Ruth permaneció firme al lado de Noemí hasta que ambas llegaron a Belén.
Como era justo el tiempo en que comenzaba la cosecha de cebada, Ruth le pidió permiso a Noemí para espigar; y habiéndoselo concedido se puso a juntar espigas detrás de unos segadores. Por coincidencia, llegó Booz, a quien pertenecían esos campos y quien era un rico pariente del fallecido suegro de Ruth. Luego de saludar a los segadores, Booz peguntó al capataz: "¿De quién es esa joven" y el empleado respondió: "Es la moabita que acaba de regresar con Noemí y la autoricé para que recogiera y juntara las espigas que dejan los segadores". Booz dirigiéndose a Rutn le dijo: "Oye, hijita no vayas a recoger espigas en otra parte. Quédate aquí y no te separes de los trabajadores. Yo les daré órdenes de que no te molesten. Y si tienes sed, no tienes más que acercarte a los cántaros, donde tienen agua". Al oír esto, Ruth se inclinó y le dijo: "¿Qué de bueno has visto en mí, una extranjera, para que me trates con tanta bondad?" A lo que respondió Booz: "Me han contado lo bien que tes has portado con tu suegra, hasta el punto de dejar tu patria y tus padres para venir a un país totalmente desconocido para ti. Que Yahvéh te recompense y que El, Dios de Israel, bajo cuyas alas te has cobijado, te dé el premio que mereces".
A la hora del almuerzo, Booz la invitó a acercarse para que comiera pan con salsa, también le ofreció un puñado de granos tostados y ella comió hasta quedar satisfecha y se guardó las sobras. Ruth estuvo todo el día recogiendo espigas, y luego de desgranarlas, vio que había juntado más o menos un quintal de cebada. Al llegar a casa de Noemí, le contó dónde había espigado y la suegra exclamó: "¡Pero si el dueño de los campos es Booz! ¡Bendito sea Yahvéh, que siempre se muestra bueno con los vivos y los muertos! Ese hombre es nuestro pariente; a él, entre otros, le corresponde rescatarnos".
Los días pasaron y Ruth continuó recogiendo espigas en los campos de Booz hasta que terminó la siega de la cebada y el trigo.
Un día Noemí dijo a su nuera: "Hija mía, ¿acaso no es mi obligación asignarte un porvenir tranquilo? Pues bien, Booz va a trillar su cebada esta tarde. Tú debes hacer lo siguiente: Lávate, peínate, vístete y anda a su era, pero no te dejes ver hasta que haya terminado de comer. Fíjate bien dónde se va a acostar, y cuando esté durmiendo, acércate, levanta las mantas que tenga a sus pies y acuéstate allí'. Así lo hizo Ruth, y como a media noche despertó Booz mirando con asombro que tenía a una mujer a sus pies y preguntó quién era, ella le respondió: "Soy Ruth, tu sirvienta, tápame con tu manta, pues debes rescatarme", a lo que Booz exclamó: ¡Qué Yahvéh te bendiga, pues este acto tuyo de piedad es mayor que el primero...! Quédate tranquila pues mañana haré todo lo que me pidas... Es cierto que a mí me corresponde rescatarte, pero hay otro pariente tuyo más cercano que tiene más obligación".
Al día diguiente Booz se sentó a esperar al tal pariente y cuando pasó le dijo: "Noemí, la viuda de nuestro pariente Elimelec quiere vender la propiedad que era de su marido. Si tú quieres cumplir con la obligación de rescatarla, hazlo, si no, dímelo, porque después de ti me corresponde a mí cumplirlo". El otro contestó: "Muy bien, lo voy a rescatar". Pero Booz prosiguió: "Hay algo más todavía, pues si adquieres el campo de Noemí, también debes adquirir a Ruth, la moabita, nuera del difunto y sus hijos heredarán la parcela. El otro, entonces, respondió: "Si es así la cosa, no podré hacerlo por temor a perjudicar a mis herederos. Te cedo el derecho, cumple tú con la obligación". Entonces Booz asumió toda la responsabilidad. Todos los testigos de esto dijeron: "Que Yahvéh haga a la mujer que va a entrar a tu casa semejante a Raquel y Lía, quienes edificaron la casa de Israel". Booz se casó con Ruth, y Yahvéh permitió que diera luz a un niño a quien llamaron Obed, quien fue padre de Jesé y éste el padre de David.
A primera vista observamos que el Libro de Ruth no nombra a reyes ni a sacerdotes; no describe el templo ni el altar, tampoco habla de Jerusalén ni de sacrificios. En el centro de la historia está una extranjera, Ruth, por quien los testigos piden a Dios que sea como Raquel y Lía, las dos mujeres que están en el origen del Pueblo de Dios. En la narración, la iniciativa de salir de Moab, de espigar y de pedir el rescate parte de las dos viudas, Noemí y Ruth, cuyos nombres significan "gracia" y "amiga", respectivamente.
La historia parece ingenua, es corta y sencilla, pero está muy bien estructurada. Comienza con la descripción de la opresión y el hambre en que vive el pueblo y termina con la felicidad que trae el nacimiento del niño. Como dice Mester, entre ambas partes, figura el camino de la reconstrucción del pueblo que será trazado por esas dos mujeres viudas y desposeídas. El mérito de Noemí y Ruth está en su actitud emprendedora. Su salida de Moab significa levantarse y andar, no se quedan inmóviles ante el infortunio, ni resignadas a la pobreza, sino que luchan por la vida. Lo que las hizo caminar fue la fe en Dios y el deseo de pan; estas dos cosas juntas hicieron que se pusieran en marcha. De las dos nueras, sólo Ruth es la Amiga, la que se mantiene junto a Noemí y se afinca en la fe de su suegra. Ruth se compromete de verdad, no vuelve atrás, no abandona a Noemí. El compromiso de Ruth equivale al compromiso con el pueblo de Dios. Ruth lo hace por amor, pues en ello no había ganancia.
Las dos mujeres regresaron a Belén en busca de pan y siendo época de cosecha, la ley de Dios les daba derecho de espigar. Como añade Mester: "Ellas orientándose por la palabra de Dios descubren el camino y van en busca de sus derechos". La idea de espigar es de Ruth, pero antes de la acción las dos planifican como ha de hacerse, son mujeres prácticas y quieren resolver los problemas concretos de la vida: pan, familia y tierra. Siendo así, cabe la pregunta ¿qué papel desempeña Booz, el dueño de las tierras, en esta historia? En realidad, Booz entra en la narración como el "juez" esperado, justo y responsable; por medio de él y Ruth, Yahvéh salvará a su pueblo. Por su fortaleza, Booz dará el pan, garantizará la posesión de la tierra a la familia de Noemí y engendrará a un hijo. Pero, Booz no dirige nada, solamente ejecuta las sugerencias de las viudas prácticas. Booz no obtuvo ganancia de la propuesta, sólo obedeció la ley, imitó en bondad a Dios para que Noemí y Ruth pudieran tener pan, tierra y descendencia.
En esta historia la iniciativa la toman esas dos mujeres, aparentamente débiles, pero inteligentes y perseverantes que vencen unidas por su fe en Dios. La escogida es Ruth, quien apoyada en Noemí y con el esfuerzo de su trabajo rescata los derechos del pueblo y trae la esperanza al dar a luz a Obed. De esta forma se entiende como Dios eligió a una mujer pobre, viuda y extranjera para la salvación de su pueblo.
(*)María Luisa Fernández es Licence ès-Lettres, Maitrise. Université de Genève y Ph.D. Harvard University. Profesora del Departamento de Ciencias Sociales.
Universalia nº 13 Ene - Jun 1997