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La enseñanza olvidada

Rodrigo Conde*

Es un convencimiento general que cada vez más la enseñanza primaria y secundaria debe de incidir en dos aspectos fundamentales: la lengua y la matemática. Una de las deficiencias de nuestro sistema educativo ha sido el que hemos atiborrado a los alumnos de muchas asignaturas en desmedro de estos dos pilares fundamentales. Aquel alumno que domina bien el idioma materno y las 4 operaciones básicas de cálculo domina las demás asignaturas y es capaz de defenderse sin problemas en el plano cultural. ¿Qué es la matemática sino un lenguaje lógico? Y dominar bien el lenguaje significa saber hablar con propiedad, comprender lo que uno lee, escribir con orden y soltura, pensar con ideas claras, redactar sin faltas de ortografía, limpiamente y sin borrones ni tachaduras.

Y, por supuesto, los frutos de estas graves carencias los vemos cada día en las personas adultas: profesionales del lenguaje, como son los periodistas, hablando y escribiendo con crasos errores; profesores universitarios que escriben con evidentes faltas de ortografía; gerentes o ingenieros incapaces de redactar un memorandum o una carta correctamente escrita, etc. No es que seamos puristas del lenguaje y pensemos que lo importante es no tener faltas de ortografía (Por ahí andan eminentes académicos y escritores que propugnan una revisión profunda de la ortografía del español para hacerla más clara y precisa, eliminando muchas incongruencias que se le han ido acumulando con el paso de los siglos). El problema no es que nos escandalicemos porque escribamos algunas palabras mal acentuadas o que redactemos "asotea" en vez de azotea. No, el problema está en que nuestro lenguaje cada vez se va empobreciendo más, en que somos incapaces de expresar dos ideas de forma articulada y en que no comprendemos algunos textos medianamente profundos si no es con la ayuda de un diccionario.

Por eso las materias humanísticas no están de relleno en la universidad. Es importante pensar que cada vez más las ciencias son interdisciplinares y que, por ejemplo, para un sociólogo es importante conocer el mundo de las telecomunicaciones y para un biólogo el mundo de la ética. No basta ya con tener un título de ingeniero para conseguir rápidamente trabajo. La sociedad cada vez es más competitiva y las empresas ya no se conforman solamente con el título y las credenciales, sino que también califican altamente las destrezas y el conocimiento de la realidad. Por ejemplo, en las entrevistas para conseguir trabajo se fijan mucho en la dicción, expresión y capacidad de análisis. No es raro que a uno le den una hoja en blanco y le digan: "exprese por escrito cuáles son sus expectativas y qué espera usted de la empresa".

Antes el concepto de una persona culta era la que sabía idiomas clásicos, dominaba la historia y la música y en general las humanidades. Sin embargo esto está hoy en disputa ya que el saber se ha ampliado enormemente y, junto al desarrollo de las ciencias antropológicas y sociales, se ha producido el de la tecnología y el saber científico-natural. Los expertos manifiestan que un humanista actualmente es una persona que conoce los avances científicos y tecnológicos y que reforzar las humanidades no debe conducir a olvidar o marginar los conocimientos de matemáticas, científico-naturales o de tecnología. Todavía hoy pensamos que una persona poco culta es aquella que no sabe en qué años vivió Napoleón, pero no decimos nada si esta persona no sabe manejar una computadora o no conoce los últimos avances de la biotecnología.

No es por eso casualidad, que en la reforma educativa estadounidense (primaria y secundaria) , propugnada por el presidente Clinton para volver competitivo a los Estados Unidos estableciese como base dos ejes fundamentales: el reforzamiento y la profundización del inglés y el conocimiento y el acceso a las fuentes de la información (Internet).

Una de las mayores dificultades pedagógicas que presentan los alumnos universitarios en general, es con respecto a la escritura. Es importante que los alumnos se concienticen de que no basta hablar para expresar sus ideas, inquietudes y pensamientos. Es necesario escribir. Y escribir cuesta. Es un doloroso parto, sobre todo para los jóvenes universitarios con pocos hábitos de lectura y escritura. Por eso es pedagógico en las diversas asignaturas de la USB forzarles, obligarles a escribir. Y uno no podrá escribir con propiedad si no tiene el hábito de la lectura. ¿Cómo uno escribe sin faltas de ortografía? Leyendo. ¿Cómo uno se conecta por Internet a la actualidad mundial? Leyendo lo que tenemos en la pantalla del monitor. ¿Cómo uno conoce la realidad del mundo y del país? Leyendo prensa, revistas, afiches, páginas web o comiquitas.

El escribir le hace salir a uno, de su cascarón de caracol, su propia genuinidad. El venezolano se encuentra más cómodo hablando que escribiendo, pero nos hace falta personas que reflexionen, que piensen, que no todo se les vaya por la boca. Ya lo dice el adagio latino "las palabras vuelan, lo escrito permanece". Necesitamos líderes menos hablantes y más pensantes.

Quiero remarcar la importancia de escribir en relación a las humanidades, a las ciencias sociales. ¿Qué sucede cuando los profesores obligamos a escribir, mediante un trabajo o un ensayo, a redactar una reflexión de la propia cosecha? En el hecho de escribir el estudiante se expresa, se objetiva, se dice, se formula, sabe quién es.

Cuando uno manda a los estudiantes que resuman la lectura de un libro o de un artículo encuentra que hay alumnos que tienen dificultades en hacerlo. Pero, ¡cuánto más les cuesta que expresen por escrito una opinión personal de lo que han leído!

Cuando el artista crea una obra de arte, la plasma en algo material, la materializa, la objetiviza. Cuando uno tiene una idea y la expresa, él mismo se hace idea. La materia puede ser variada, una piedra, una tela, un pentagrama, unas líneas, una fórmula matemática. Lo importante es que resulte plasmada. Cuando los estudiantes expresan sus ideas y reflexiones por escrito, se objetivan y pueden ser trampolín para otras reflexiones.

Claro está que la persona humana es más que su objetivación, que su escritura. Pero siempre hay un algo -la propia subjetividad- que rebasa toda concreción y toda escritura. Pero precisamente en el hecho de escribirnos nos descubrimos como capaces de trascendencia.

También hay otro aspecto en el hecho de escribir y es que el inmenso torrente de la vivencia de cada quien se hace lenguaje. Y así cada uno puede releerse, comprenderse, autocomunicarse. Esto también puede ocurrir cuando uno habla, pero con diversas posibilidades de reformar lo dicho o lo escrito.

El aspecto original de la escritura posibilita la comprensión de un proceso. Cuando releo las primeras páginas que escribí hace tiempo brota una benévola sonrisa, pero aflora algo interesante: el desnivel, el avance, el proceso recorrido. Es decir autocomprendo mi aprendizaje.

Y esto mismo sucede a nivel de otras materias, a nivel de las personas y de las instituciones.

En conclusión, profesores y estudiantes universitarios: si queremos enseñar a pensar, obliguemos a escribir; si queremos aprender a reflexionar escribamos; quieren ser personas críticas, escriban; quieren crecer en sus capacidades, escriban; quieren descubrir el sentido de la vida, escriban. Y escriban de todo: literatura, cuentos, física, matemáticas, música, ideas, pensamientos, sueños, vivencias. ¿Por qué será que los profesores escribimos tan poco? ¿Será porque no pensamos?

Claro que también entra un problema técnico de comunicación: el manejo de la forma. Bien decía Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía de la filosofía. Algo es cierto: cuando la reflexión se reviste de un lenguaje comunicativo se hace pedagogía. Este punto tiene muchas implicaciones y consecuencias.

Así pues, abramos un hueco en este ese muro de la flojera y la dificultad de escribir. En el mundo de la comunicación instantánea en el que estamos inmersos -cualquier evento deportivo es un botón de muestra- no ha llegado a desaparecer la prensa, la información escrita. Cambiarán los modos y medios de escribir, pero no el hecho de escribir.

*Dpto. de Ciencias Sociales. Lic. en Teología 1987. Maestría en Teología. Univ. Gregoriana de Roma 1990. Maestría en Historia de América. UCAB 1994.

Universalia nº 14 Enero-Marzo 2001