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Escher: constructor de mundos imposibles

Bruno Ernst

“La luna es para mí el símbolo de la indiferencia,
de la falta de admiración que caracteriza a la mayoría de los hombres.
¿Quién se admira todavía de que la luna esté pendida del cielo?”

Escher

Hemos ilustrado la edición impresa de Universalia con la obra gráfica de M. C. Escher, como una invitación a descubrir los mundos imposibles de este autor y los mundos posibles que procura nuestra Universidad Simón Bolívar.

Escher es sin duda el artista gráfico más conocido del siglo XX. Una cantidad de sus reproducciones de gran formato está propagada en el mundo entero, libros que tratan sobre su obra son reeditados sin cesar en múltiples idiomas.

Maurits Cornelis Escher nació en 1898 en Leeuwarden, Países Bajos. Y fallece, el 27 de marzo de 1972 en el norte de Holanda, en plena posesión de sus facultades, conservando un pulso firme y un ojo agudo, a la edad de 74 años.

Para Escher la crítica, tanto positiva como negativa, le era indiferente. Había encontrado su propio camino y su propio estilo, a pesar del escaso interés que el público había demostrado por su obra. Sin embargo, la forma de trabajar de Escher estaba orientada hacia el gran público. No hizo ejemplares únicos ni limitó el número de copias. Imprimía con esmero y lentitud mientras había demanda. En un principio, aceptaba casi todos los encargos, pues consideraba que era su deber vivir en la medida de lo posible de su propio trabajo; ilustró cuatro libros, diseñó sellos postales, elaboró billetes para el Banco de Holanda, confeccionó murales. En 1939, creó un sello postal para el gobierno de Venezuela. Escher trabajó intensamente en la confección de esos billetes, pero posteriormente le fue anulado el encargo.

Cuando a partir de 1960 mejoraron sus ingresos, el dinero no logró interesarle en lo más mínimo. Siguió viviendo como lo había hecho hasta entonces: con gran modestia, casi ascéticamente. Le satisfacía vender bien su trabajo, viendo en ello un claro signo de que era estimado. “Trabajé durante años diseñando un billete de cien florines por encargo, al final, lo rechazaron. Hoy en día imprimo mis propios billetes de 500 dólares según mi propio método”. Escher no era el tipo de artista espontáneo, característica tan estimada hoy en día. Cada estampa exigía semanas y meses de trabajo intelectual y un sinnúmero de estudios previos. Los temas de Escher varían según períodos, la razón por la cual esto pasó inadvertido tal vez sea lo difícil que es analizar sus obras, así como el hecho de que diversos temas le hayan ocupado simultáneamente durante las distintas etapas

Escher nos muestra cómo una cosa puede ser a la vez cóncava y convexa; cómo sus figuras, en el mismo punto y al mismo tiempo, suben y bajan la escalera, pueden estar adentro y afuera. Emplea dos escalas distintas en sus dibujos y su coexistencia nos parece lo más natural, gracias a la lógica que maneja la composición. Su obra nos enseña que en la realidad misma está encerrado el más cabal superrealismo. Pero hay que tomarse la molestia de estudiar las leyes que la gobiernan. Sus mundos imposibles son de una naturaleza que no excluye al entendimiento de la contemplación de sus dibujos sino que, al contrario, lo hace participar en la construcción en ellos representado. Así, crea dos o tres mundos que existen en un mismo lugar. Para Escher no es el enigma lo que tiene primordial importancia; espera que nos asombremos, pero también que salgamos del asombro resolviendo el enigma. Si una mano está ocupada en pintar otra mano, y si esta segunda mano está ocupada a su vez en pintar la primera mano, y si todo ello está representado en una hoja de papel sujeta por tachuelas sobre el tablero de dibujo y si, encima, esto no es sino un dibujo, puede hablarse muy bien de un super-engaño. Dibujar es, en efecto, un engaño. Escher ha querido poner en evidencia el engaño, pero también ha perfeccionado la técnica del dibujo hasta el punto de hacer de él una ilusión potenciada, mediante la cual concibe objetos imposibles con tal facilidad, coherencia y claridad que el espectador se ve obligado a desconfiar de sus ojos. Escher intentó representar en muchos de sus dibujos lo ilimitado y lo infinito.

En la litografía Escaleras arriba y escaleras abajo, de 1960, nos vemos confrontados con una escalera en la que se puede subir y bajar sin que por ello varíe la altura. Al dar una vuelta completa, nos encontraremos de nuevo en el mismo punto de partida, ¡no habremos ascendido ni un solo centímetro!. El secreto de como consigue engañarnos es que mientras la escalera está colocada sobre un plano horizontal, los otros detalles del dibujo avanzan en forma de espiral. En la litografía Encuentro de 1944 compuesta de figuras blancas y negras, muestra la predilección de Escher por ese contraste que tiene su paralelo en el principio dualista que caracteriza su manera de pensar. Vemos sobre la pared del fondo una partición regular, que emplea en sus dibujos de metamorfosis, en los cuales formas estrictamente matemáticas van convirtiéndose paulatinamente en imágenes que reconocemos enseguida: hombres, plantas, animales. La partición periódica de la superficie no es, sin embargo, un tic, un vicio o un pasatiempo. No es algo subjetivo, sino objetivo.

Las cintas de Moebio deben su nombre al matemático Augustus F. Moebio (1790-1868), quien las empleó para demostrar ciertas propiedades topológicas de gran interés. La cinta puede cortarse longitudinalmente sin partirse en dos anillos, y tiene un solo lado y un solo borde. La xilografía de Escher, Cinta de Moebio II, de 1963, es una demostración de esa propiedad. Las nueve hormigas avanzan aparentemente sobre dos caras distintas. Si embargo, si les seguimos el paso, descubriremos que todas caminan sobre la misma. El amor por el detalle fue una de sus características.

Su arte es una permanente glorificación de la realidad, que sentía e interpretaba como un milagro de naturaleza matemática, reconocida por él intuitivamente en las estructuras y ritmos de las formas naturales y en todas las posibilidades que encierra el espacio Una y otra vez, se nos revela su arte como un afán incansable de abrirle los ojos al prójimo para que goce también del mismo espectáculo.

Fuente: Bruno Ernst. El espejo mágico de M. C. Escher, Ed. Taschen, 1994

Universalia nº 14 Enero-Marzo 2001