Se encuentra usted aquí

Crónica de la Libertador

Por Br. Diego Mejía

Sale el sol por el este de una ciudad trasnochada por las faenas sexuales y criminales, en una noche no muy distinta a las tantas agitadas por los sucesos que pasan a ser caldo de cultivo para las crónicas periodísticas de una extensa explanada de cemento, en la que día a día se cruzan tantas historias variopintas. Un residente constante, rodeado de su propia chivera de latones y restos inservibles de cualquier cosa que pueda servir de cobijo o protección, resulta ser el observador permanente y público de esta obra caótica movida, solitaria, vertiginosa y bulliciosa que, pese a todo, es su única forma de vida. Un séquito de perros falderos dejan su sello, delimitando su territorio en una calle ancha y dividida a los largo de los años, espectadora constante de los desfiles carnavalescos, Reinas y Reyes Momo, la esperada lluvia de caramelos lanzados al aire de unos años de la avenida moza y hoy acompañante silencioso de afectos y detractores de un régimen decenario, la hacen tránsito serio de estas faenas no menos carnestolendas.

El día a día transcurre entre trancones y momentos, escasos espacios de tiempo, donde todo fluye y deja tiempo al alivio para caminar, recorrer y pasar de un lado a otro de esa gran avenida. Sólo sesenta segundos para ver transcurrir un espectáculo de malabaristas, sopladores de fuego, acróbatas y otros no tan talentosos, carismáticos y entretenedores como los mendigos, mujeres cargadas con niños que padecen de una jornada de calor, hambre y sueño buscando un bocado de comida.

Las agujas del reloj marcan las doce, culmina la mañana y anuncia la mitad del día, se intensifica el sol y arrecia con su calor toda la actividad callejera. Sube el estrés laboral del día a día, mensajeros, vendedores de café, locales informales y una prudente cantidad de médicos con sus batas blancas transitando por las pasarelas que conectan las calles para ahorrar tiempo y facilitar el destino. Una variedad gastronómica rápida y simple se ofrece para la suspensión momentánea de labores y otra horda de gente puebla a esa hora las calles, bien para comer un panini italiano o un tradicional y venezolano cachito, para así continuar con sus respectivas actividades, y preparar la llegada del fin del día laboral marcado por el sol en el poniente y la marcha de retorno hacia sus hogares.

Al anochecer se muestra la cara oculta de la Av. Libertador con la lenta aparición de un mundo femenino, y otro que no lo es tanto, imitándolas a ellas, mezclándose entre sí y ofreciendo un servicio para calmar las necesidades y atenuar las pasiones de hombres y mujeres insatisfechos, así como un espectáculo erótico de placer para aquellos que transitan esa vía a tales horas. Comienza la aparición de unos que otros funcionarios, quienes más que cumplir con sus funciones buscan un beneficio económico en actividades poco lícitas, para permitir la libre actividad de estas “trabajadoras sociales”. A medida que transcurre el tiempo, se suman otros actores a este espectáculo nocturno. Los delincuentes, los vagabundos que deambulan sin rumbo definido, así como el camión de la basura, quien anuncia la realización de su labor con el pitido intermitente que lo caracteriza y a algunos les perturba el sueño.

La parte inferior de la avenida es prácticamente inaccesible al transeúnte, exceptuando algunas paradas de autobús con escaleras que conectan a la parte superior de la avenida. Tienen lugar a diario y en ambos sentidos, lentos o veloces (dependiendo del flujo del tráfico) simbólicos cruces: de lo pre-moderno a lo moderno; de lo rural a lo urbano; de la exaltación nacionalista de lo local a la disolución internacional de fronteras culturales; del deseo de una ciudad formal a la realidad de la ciudad informal; de la idea de nación construida a partir de los ideales republicanos de la Ilustración a la estructura semi-feudal de la hacienda del caudillo.

Jugando un notorio papel en la configuración de nuestro país y de nuestra ciudad capital como polarizador, murales cubren sus paredes de hormigón, dramatizando la confrontación entre lo moderno y lo pre-moderno, haciendo de estos muros emblemas de los conflictos ideológicos que caracterizan la situación política actual en el país. Este río de concreto intercepta dos municipios de la ciudad capital, el Municipio Libertador y el Municipio Chacao. El primero de ellos contiene a la ciudad antigua y el centro, el segundo es parte de la expansión de la ciudad transformando lo que antiguamente fueron haciendas cafetaleras en urbanizaciones residenciales. En el centro virtual de la avenida se encuentra la única frontera clara y visiblemente demarcada de la ciudad, un límite remarcado ahora por el hecho de que cada uno de los municipios está gobernado por lados opuestos de nuestro convulsionado paisaje político.

Una Avenida que bien pudiera ser emblemática, como una Champs Elysées en Paris, una Gran Vía en Madrid, una 9 de Julio en Buenos Aires, una Vittorio Emmanuelle II en Roma, quizá, menos espléndida, menos luminosa, pero no menos vedette, o menos histórica y pintoresca.