Angel Alejandro Vicente de Castro*
Mucha agua ha corrido bajo los puentes de los ríos Main y Rin a su paso por Maguncia, desde que un ilustre maguntino, llamado Gutemberg por el nombre de la casa natal materna, culminó la actividad artesanal familiar reinventando la imprenta.
Esperamos que aún correrá mucha más antes de que la cultura de la imagen, según la planteara Mc. Luhan, o los antibomberos de Fanrenheit 451, hagan desaparecer los libros de nuestras bibliotecas, reduciéndolos a inútiles cenizas.
La humanidad comenzó a escribir miles de años antes que Johannes Gensfleisch, llamado Gutemberg, es decir, "Buena Montaña", inventase su prensa. Pero, es él, quien abre la época de la cultura escrita, clausurando con ello largos milenios de cultura oral. Cuando los hombres inventan la escritura tienen en sus manos la herramienta que les ha de permitir la conquista del tiempo por la palabra. Hoy sabemos, gracias a la antropología, que la invención de la escritura puede atribuirse a cualquier pueblo que abandone la vida nómada por el sedentarismo. El peregrino desconoce la permanencia. La primera vivienda artificial, la primera palabra petrificada, hubo de surgir en el instante histórico en que un grupo humano dejó de sentir la vida como camino y se instaló en un espacio cerrado.
Las formas de eternizar el verbo pueden ser muchas y cada tribu al detenerse, ideó, de hecho, una manera propia. La epigrafía protohistórica maneja hoy un abanico muy variado de alfabetos primitivos y debemos admitir que serían muchos más, habida cuenta de los todavía por descubrir y de los que nunca se descubrirán, barridos para siempre por la erosión de la historia. Todos ellos coinciden en ser logográficos, esto es, simbólicos. El sonido, en ellos, tiene significación. Este carácter se superó cuando los hombres idearon, por derivación de un logograma precedente, el alfabeto fonético, el cual en definitiva no es otra cosa que un proceso de asociación por el cual se emparejan un signo y un sonido de un modo totalmente arbitrario o, cuando menos, inmotivado.
Si con la escritura domina el tiempo, con el libro dominará el espacio. Frente a la letra, la palabra nos ubica en la totalidad; nos colectiviza. Las barricadas se atacan y se defienden a golpe de canción; se recibe el martirio entonando himnos. Las revoluciones, como las religiones, se predican; y todos los mesianismos, desde que el mundo es mundo, - Nietzsche lo supo bien -, han sido verbales. La palabra nos coloca en la tribu, la letra en la civilización.
La UNESCO, en 1946, define al libro como "toda publicación no periódica que conste de un mínimo de 49 páginas y una cubierta". Aunque para nosotros, con Escarpit, consideramos que el libro es "una máquina para leer", que nunca debe utilizarse mecánicamente sino conscientemente.
Sin embargo, el libro es algo más. Mucho más. Es nuestro mejor amigo. Porque siempre espera. En su sitio justo, a la hora pedida. Con su página abierta con la respuesta necesaria. En silencio y siempre a cambio de nada. Una biblioteca es una tertulia de amigos del alma, que saben muchos saberes, con su padre el autor, que lo engendra y una matriz, la imprenta, que lo fabrica. Leer nos enriquece; releer nos hace más jóvenes. Libros que explican la nobleza y la vergüenza del hombre; que sugieren horizontes de meditación, a lo ancho y a lo hondo, poniendo cotas más lejanas a nuestra ignorancia.
Un libro puede ser un acontecimiento en la vida de un hombre, despertando una vocación dormida; sacándolo de la pereza, de la siesta mental de la rutina. Cervantes dice que "no hay un libro tan malo que no contenga algo bueno". Lope de Vega, que "hallaremos en cualquier libro discreto un amigo que aconseja y que reprende en secreto". Y Petrarca resume, en un párrafo, el tema de esta reflexión: "Tengo amigos, los libros, cuya sociedad me es en extremo agradable. Son de todas las edades y de todos los países. Es fácil llegar a ellos, porque siempre están a mi servicio y les admito a mi lado o los despido cuando me place. Jamás son inoportunos y responden a todas mis preguntas inmediatamente. Algunos me refieren los hechos de otros tiempos, otros me revelan los secretos de la naturaleza. Estos me enseñan a vivir, aquellos a morir. Rápidamente me abren los variados senderos de todas las artes y de todas las ciencias. Y a cambio de todos estos servicios, solamente me exigen que les preste un rincón de mi modesta morada, en donde puedan descansar en paz".
Los libros constituyen la respuesta intelectual válida para que la gente tome conciencia de la realidad que le rodea. El clima apto para el auténtico desarrollo del libro no puede ser otro que un clima de libertad, ya que la elevación del nivel cultural supone una acentuación del nivel crítico.
Y es que el libro, ese amigo, es un instrumento decisivo en la liberación del hombre y en su lucha por dominar la Naturaleza y extender el dominio de la creatividad humana en busca de la verdad; esa verdad que Bertoldt Brehct recomienda escribirla con "coraje", descubrirla con inteligencia, hacerla manejable con arte y propagarla con astucia.
*Licenciado en Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales por la Universidad Complutense de Madrid. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, con Tesis doctoral Sobresaliente Cum laude por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es profesor titular y se desempeña como jefe del Departamento de Ciencias Sociales.
Universalia nº 14 Enero-Marzo 2001