Icli Zitella*
Basta echar una rápida ojeada al catálogo de obras de Alfredo del Mónaco para percatarse de un hecho curioso: ha explorado las variadas tendencias
que conforman el idioma musical de nuestro tiempo. La lista parece enorme: neoclasicismo en sus años de formación, música electrónica y electroacústica, obras mixtas (que emplean instrumentos tradicionales y sonidos electrónicos), composiciones constructivistas, música fonética, exploración de nuevas sonoridades en los instrumentos tradicionales, agit prop, música conceptual, etc. Obras que, por lo demás, se han escuchado en prestigiosos festivales internacionales de Europa, Asia y América.
Si se mira con más profundidad, comprendemos inmediatamente que todas estas tendencias no han sido recorridas de forma caprichosa, es decir, por una superficial adhesión del compositor al último grito de la moda en materia de arte. Por el contrario, se trata más bien de una firme trayectoria por encontrar un lenguaje propio, tomando como punto de partida las disponibilidades del momento. Esto tiene que ver con su propia concepción del progreso.
El progreso no debe confundirse con la moda. En materia de arte tampoco puede concebirse de la misma manera que en las ciencias o la tecnología, donde un postulado nuevo anula a los anteriores. En música resulta inapropiado hablar de la superación de una tendencia por otra. Del Mónaco ha tomado una importante lección de Debussy, para quien el progreso consistía esencialmente en asimilar lo que existe, digerirlo y darle un sello personal. El progreso se relaciona de esta forma con una sana noción de originalidad; esto es: decir lo mismo, pero de una manera indiscutiblemente personal.
A este punto, surge una pregunta: ¿cómo reconocer los rasgos característicos de su música? ¿Cuáles son esos rasgos? La diversidad de tendencias de la música de Alfredo del Mónaco revela unas características básicas que se mantienen a través de los cambios. Una de ellas es la exploración de los recursos tímbricos como posibilidad para trabajar con materiales sonoros propios. De allí que se sintiese atraído hacia la música electrónica, pero no por la electrónica misma (aunque compuso las primeras obras de este género en Venezuela, se convirtió en un pionero en física cibernética y trabajó cerca de diez años en el Columbia-Princeton Electronic Music Center de Nueva York). Su verdadera preocupación ha sido siempre aumentar las posibilidades tímbricas. Esto se hace más evidente en sus obras para instrumentos tradicionales, en las que aplica técnicas y procesos sonoros tomados de la música electrónica. De allí que sus obras para orquesta se oigan como si fueran electrónicas.
Otro rasgo característico de su música rescata el ideal geométrico del clasicismo: la preocupación por el equilibrio de las proporciones internas de los segmentos de sus composiciones. Para él es muy importante el control de la duración total. Pero esas proporciones no son percibidas exteriormente, sino que funcionan a nivel de la estructura interna. Coincide con el poeta italiano Giuseppe Ungaretti, quien aseguraba que el don de los verdaderos artistas consiste en disimular la fuerza geométrica de sus obras, como la gracia de la vida está precisamente en esconder el esqueleto.
Alfredo del Mónaco rechaza el extremismo de las tendencias que valoran exclusivamente los factores intelectuales de la música. Considera que la expresión es también un aspecto esencial. El hiper-racionalismo de las tendencias constructivistas ahogan la expresión. Reconoce la importancia de los modelos constructivistas, pero los practica a su debido momento solamente como entrenamiento compositivo, como ejercicio de formación técnica.
Se podría decir que esta preocupación por la expresión, por el gesto, es el otro rasgo característico de su música. Acaso sea lo que ha motivado una recuperación del lirismo en sus obras más recientes. Es un retorno al aspecto melódico, a la expresión natural, que tiene rasgos cantables, sin recurrir a los procedimientos convencionales. Se trata de un lirismo que posee una tímbrica nueva, a la que el compositor llega luego de sus experiencias acumuladas a lo largo de tantos años en música electrónica.
Queda claro, pues, que la variedad de tendencias exploradas por Alfredo del Mónaco posee una unidad profunda de concepción y de estilo. Esta circunstancia jamás ha motivado en él la pretensión de ser el dueño de una visión única de la música. Considera grave que una estética se alce sobre las demás, suprimiendo a las otras. Para él lo interesante es que haya una diversidad de tendencias, de estilos, de preocupaciones. La coexistencia de todos los puntos de vista es lo que enriquece definitivamente el arte.
Esta mentalidad abierta, moderada, aunada a una sólida cultura humanística y a un temperamento dado a la conversación, hacen de él un excelente pedagogo. Alfredo del Mónaco confía en que la composición musical puede enseñarse. Según su punto de vista, el alumno no debe moldearse pasivamente a los requerimientos unilaterales de un maestro. La pedagogía está precisamente en dejar que cada quien desarrolle sus propias potencialidades. El profesor puede ayudar proporcionando herramientas de trabajo, consejos y una libre capacidad de análisis.
Su reciente incursión en la docencia -primero como invitado del Centro Nacional de las Artes en México y luego aquí en Caracas, como profesor del Post Grado en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela- promete nuevas e insospechadas influencias en las últimas generaciones de artistas latinoamericanos.
Con Alfredo del Mónaco la música venezolana ha adquirido la madurez suficiente para dar su aporte al arte contemporáneo en el mundo. El Doctorado en música otorgado por la Universidad de Columbia en Nueva York, el Premio Nacional de Música de 1999 y su reciente nominación por Venezuela al Premio Tomás Luis de Victoria en España, en el que alcanzó el rango de finalista, son apenas algunos reconocimientos a una excelente trayectoria creativa.
*Compositor egresado de la Escuela Nacional de Música "Juan José Landaeta". Primer premio en el Concurso Nacional de Composición para Piano "Moisés Moleiro" (1992). Mérito estudiantil otorgado por la Universidad Central de Venezuela por sus actividades musicales (1998). Becado por la UNESCO-ASCHBERG para una convivencia con veinte artistas de diversos países en "The Virginia Center for the Creative Arts", USA (1999). Sus obras han sido incluidas en la programación del VI y el VIII Festival Latinoamericano de Música (1992, 1994); el Primer y Segundo Encuentro de Compositores Venezolanos (1994, 1996); el Festival "Subtropics" en Miami, USA (1997); el Festival "A Tempo", Venezuela (1999); el Festival de Montpellier, Francia (2000). Sus composiciones cuentan además con reproducciones discográficas. Violinista de fila en la Orquesta Filarmónica Nacional desde 1987. Actualmente finaliza estudios de Filosofía en la Universidad Central de Venezuela.
Universalia nº 16 Enero-Abril 2002