Edgar Lee Masters vivió entre dos siglos. Nació en el estado de Kansas, EE UU, en el año de 1869, y murió a mitad del XX, en 1950. Su infancia se desarrolló en el Medio Oeste norteamericano, región que luego inmortalizaría en su obra Antología de Spoon River.
A pesar de que la producción poética de Lee Masters fue abundante, no es realmente reconocido hasta que, hacia 1915, publicó esta célebre Antología. En ella encontramos una colección de epitafios, en los que cada difunto habla de sí mismo entrelazándose sus historias, que son reflejo de una conducta humana, de un temperamento, de una actitud en medio de la vida compartida.
Hemos seleccionado dos de estos epitafios, traducidos por Alberto Girri, escritos en un tono notoriamente sarcástico, de unos personajes propios de una típica y pequeña localidad norteamericana de la época.
Roscoe Purkapile
Ella me amaba. ¡Oh!, ¡cómo me amaba!
No logré nunca esquivarla
desde el día en que me vio por vez primera.
Pero después, cuando nos casamos, pensé
que podría demostrar su mortalidad y dejarme libre,
o que podría divorciarse de mí.
Pero pocas mueren, ninguna renuncia.
Entonces me escapé y anduve un año de parranda.
Sin embargo nunca se lamentó. Decía que todo saldría
bien, que yo volvería. Y volví.
Le dije que mientras remaba en un bote
había sido capturado cerca de la calle Van Buren
por piratas del lago Michigan,
y atado con cadenas, así que no pude escribirle.
¡Ella lloró y me besó, y dijo que eso era cruel,
ultrajante, inhumano!
Comprendí entonces que nuestro matrimonio
era un designio divino
y no podría ser disuelto
sino por la muerte.
Tuve razón.
Mrs. Purkapile
Huyó y se fue por un año.
Al volver a casa me contó la tonta historia
de su rapto por piratas del lago Michigan,
de modo que no pudo escribirme, amarrado con cadenas.
Fingí creerle, aunque sabía muy bien
qué había estado haciendo, que de tanto en tanto
se encontraba con la señora Williams, la sombrerera,
cuando ella iba a la ciudad a comprar mercaderías, según decía.
Pero una promesa es una promesa, y el matrimonio es el matrimonio, y por el respeto que me debo a mí misma no quise ser arrastrada al divorcio por las tretas de un esposo simplemente aburrido del voto y del deber conyugal.
Universalia nº 16 Enero-Abril 2002