Ingrid Salazar
Cuando se iniciaba el siglo pasado fue publicado en Alemania un pequeño trabajo de apenas unas treinta páginas de Paul Julius Moebius (1853-1907), un reconocido neurólogo de la época, titulado "La inferioridad mental de la mujer" (Barcelona: Ed. Bruguera, 1982). El ensayo mereció no sólo centenares de cuartillas de opiniones favorables sino también de innumerables críticas desfavorables, además de una cantidad de prólogos que su autor hubo de escribir, cada vez, para las múltiples ediciones que se hicieron posteriormente.
En ese compendio, Moebius elabora toda una teoría científica para probar la inferioridad mental de la mujer. Sus argumentos se fundamentan en el menor peso cerebral y la endeble estructura física de la mujer en comparación con el hombre: el peso cerebral medio de un recién nacido masculino es de 400 gr., el de una recién nacida femenina es de 380 gr., el de un adulto masculino 1570 gr., el de la mujer 1223 gr. No sólo basa esta inferioridad en su fuerza y en la pequeñez de su peso cerebral específico y relativo, que prueban según detalla sus deficiencias en relación a las aptitudes mentales del hombre, sino que además afirma que es absolutamente imprescindible mantenerla en ese estado. Las mujeres, dice, "no consiguen dominar los afectos y están incapacitadas para el dominio de sí mismas. Los celos, o la vanidad insatisfecha o herida, suscitan en ellas tempestades que no dejan campo a ninguna reflexión de orden moral. Si la mujer no fuese débil física y mentalmente; si, por lo demás, no la hicieran inofensiva las circunstancias, sería un ser altamente peligroso".
Para Moebius, el ser humano no hubiese evolucionado si sobre la faz de la tierra existieran sólo mujeres, "todo progreso -indica- parte del hombre. Por eso la mujer es para ellos una pesada carga; les impide emplear todas las energías e insaciables indagaciones y temerarias innovaciones, y también pone freno a las nobles iniciativas, porque no tiene facultad para distinguir por sí misma el bien y el mal y subordina todas las cosas a la costumbre y al: así lo dice la gente".
Opinaba que la mujer había sido creada exclusivamente para ser madre y educadora por lo que "su horizonte es limitado debido a su posición natural. Ellas viven dependientes de sus hijos y de su marido; lo que es extraño a la familia no les interesa. La Justicia sin consideraciones personales es para ellas un concepto vacío de sentido". Y asentía que mantenerla en esa misión era lo ideal, en interés de la conservación de la especie y para lograr una raza sana.
Y, como lo sugiere también el contemporáneo John Gray, autor de numerosos libros de autoayuda, los famosos bestseller de Martes y Venus, cuando asevera que mientras la mujer necesita de tres mil palabras, el hombre requiere únicamente de treinta; para Moebius, "la lengua es la espada de las mujeres, porque su debilidad física les impide combatir con el puño; su debilidad mental las hace prescindir de argumentos válidos, por lo que sólo les queda el exceso de palabras. El afán de reñir y la locuacidad han sido considerados con justa razón como especialidad del carácter femenino. La charla proporciona a las mujeres un placer infinito y es verdadero deporte femenil".
Y, en relación a las mujeres que cada vez más se integraban al campo laboral y se matriculaban en los centros estudiantiles, recordemos que comenzaba un siglo donde la mujer se sumaba al juego social, asiente Moebius que "en todos los países donde las mujeres se obstinan en seguir estudios superiores, está universalmente reconocido que son excelentes alumnas, y cuanto más corto de comprensión sea el profesor, tanto más satisfecho estará de la aplicación de sus discípulas; aplicación que se reduce a aprender de memoria las materias que se les enseñan".
Son cosas de otra época, opinarán algunos; pero cuando nos topamos con voces como la del señor Edwin Bracho, quien escribe su carta "Un adorno más" a la columna de los lectores de El Nacional, nos preguntamos qué pasó en este siglo que transcurrió, ¿transcurrió?.
Un adorno más
¿Debe la mujer participar en política? No. Con mucha razón dijo Napoleón "calle la mujer en política". Ella no está en capacidad por lo menos en nuestro medio vernáculo, de analizar algún aspecto de la realidad políticamente, pues su visión de las cosas es doméstica en lo fundamental, ha sido educada para lo concreto, no puede ver más allá de lo inmediato. Su miopía natural le impide pensar en lo trascendente, pues se le ha educado para ser admirada, para ser conquistada; el pensamiento crítico en ella se torna muy difícil. Tiene poca capacidad de pensar objetivamente, pues para eso se requieren ciertos períodos de aislamiento, cosa para ella imposible en el medio patriarcal en el cual su razón de ser se ubica en agradar, cual adorno, al hombre.
Por esa razón debe callar en política, pues de lo contrario sólo asume el papel de "tonto útil", repitiendo lo que el hombre dice, sin pensar lógicamente sino emocionalmente; antepone la "voz del corazón", su frase favorita, a todo lo que requiere análisis y razonamiento. Por eso mujeres auténticas, no intervengan en política, es contraproducente para el orden natural de las cosas, tan beneficioso para ustedes.
El Nacional 19 de diciembre de 1999
Universalia nº 16 Ene-Abr 2002