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El destino como obra de la voluntad

 

Orestes G. Manzanilla Salazar

Cuando el corazón del ser humano se emociona bajo el calor de la vivencia (o revivencia mediante la literatura) del acto heroico, se aletarga el racionalismo, ya que en él se vence la inercia, y el concepto de lo que es posible ha sido redefinido. De hecho, el acto heroico parece producir en las personas una afirmación interna, una luz que proporciona la licencia de admitir contradicciones inequívocas, y acunarlas en el campo de lo virtuoso.

Así, Savater ya encontró palabras elocuentes para describir al héroe como aquel que "no sólo hace lo que está bien, sino que también ejemplifica por qué está bien", y lo hace sin argumentos. Los argumentos sobran ante la presencia de virtudes reinventadas por los hechos.

En el caballero andante de las leyendas arturianas, los héroes no sólo son ejemplo de virtud y de fortaleza para hacer lo impensable, sino que reúnen virtudes cuya presencia en un ser humano parecieran ser mutuamente excluyentes. El caballero protagoniza un malabarismo psicológico que busca conciliar el logro de una grandeza universal viviendo una vida que constituya, en sí misma, un canto a la humildad. No se trata de un intermedio entre ambos extremos, sino de la presencia intensa y yuxtapuesta de ambos.

Sin embargo, así como a todo sueño feliz lo sigue un despertar, existen preguntas que, una vez que el corazón pierde la candidez adquirida del "sabor de lo heroico", surgen como manifestación de la naturaleza racional del hombre moderno.

La cantidad de esas posibles preguntas podría estimarse de infinita. Sin embargo, hay una que ha sido motivo de reflexión desde tiempos de la Edad Media (que, casualmente, ambienta la literatura caballeresca). Esa pregunta se interesa por la inexplicable convivencia de los conceptos de destino y libre albedrío.

El libre albedrío se encuentra, casi inequívocamente, en todo acto heroico. Toda aventura se caracteriza, tal y como nos explica Savater en La Tarea del Héroe, por desenvolverse entre hechos en los que es difícil determinar qué es lo correcto. Sólo en un ámbito inseguro e imprevisible puede empaparse de intensidad una decisión, un esfuerzo, o una acción.

En el género caballeresco esto puede volverse más trágico aún, por cuanto las hazañas del caballero errante no son sólo físicas, sino morales y éticas. Por ello lo correcto no es sólo lo conveniente, sino lo que es bueno en sí mismo.

¿Y qué es elegir entre "bien" y "mal" sino el mismo libre albedrío? Sin embargo, una elección hecha por coacción, por ignorancia o por pasividad no es una elección que afirma la libertad. Muy por el contrario, la libertad podría verse como el buen uso del libre albedrío, es decir, el uso de la voluntad.

Por ello es lógico pensar que una respuesta insegura ante un ambiente inseguro no resuelve, de manera intensa, el problema, por lo que queda absolutamente fuera de todo heroísmo. Vale la pena preguntarse ¿qué importancia tiene el acto "bueno", si no se escogió precisamente por serlo? La respuesta parece constituir, al unísono, el seno de la virtud y de la ética.

Por los momentos no es evidente contradicción alguna. La lógica puede sentirse cómoda en estas circunstancias. ¿Qué sucede con esa comodidad cuando se observa que un hecho heroico era inevitable? Tómese como ejemplo el siguiente fragmento, en el cual John Steinbeck relata una profecía de Merlín:

"-Eres un hombre prodigioso -dijo el rey-. Siempre te envuelve el misterio, como a un sueño. Aclárame tu profecía: ¿es verdad que debo morir en batalla?
-Es voluntad de Dios que seas castigado por tus pecados -dijo Merlín-. Pero debes alegrarte, pues tendrás una muerte digna y honorable. Yo soy el único que debe estar triste, pues mi muerte será vergonzosa, fea y ridícula. (...)
-Sí sabes cómo vas a morir -dijo el rey- quizá puedas evitarlo.
-No -dijo Merlín-. Es tan imposible de alterar como si ya hubiese ocurrido."

Apartando lo inverosímil que pueda resultar (especialmente para la mente del hombre moderno) el que un mortal pueda conocer los designios divinos, resulta obvio que la mismísima existencia de un destino o de una voluntad divina, es intuitivamente incompatible con la noción del libre albedrío.

Esta lógica nos dice que para que sea posible la presciencia, es necesaria (aunque no suficiente) la pre-determinación de los hechos. Ello, por supuesto, sugiere que los hechos no ocurren libremente, sino de acuerdo a lo que haya sido dispuesto anteriormente. ¿Dónde quedan las alternativas? ¿Cómo puede haber escogencia (sea esta pasiva o intensa) ante una única acción posible?

Lo más preocupante de esto quizá no sea la falta de una respuesta, sino la aparente injustificación de la admiración del hecho heroico. Cuando el intelecto hace estas preguntas, hace difícil volver a admirar la muerte honorable del rey Arturo, o las hazañas de sir Lanzarote. La mirada que antes fue cándida, se ha vuelto cínica.

Afortunadamente el corazón no necesita argumentos para emocionarse ante lo virtuoso, ni es susceptible de aplacarse ante argumentos en contra. Por el contrario, parece ser que hay lugares en donde la razón pierde facultades.

Sin embargo, no es necesario acudir a esos sitios para provocar vacilación en los argumentos que intentan desmentir lo heroico, ya que dentro del género caballeresco se observan hechos que apuntan a una mitología y a una cosmología propia que, de alguna manera, justifican la convivencia de los conceptos opuestos.

Ejemplo de esto es el propio Merlín, quien nos sugiere mediante sus profecías y consejos, la existencia de un destino ¿Por qué aconsejar cuando sólo es posible un curso de acción? Recuérdese, como muestra de lo dicho, un pasaje en donde los barones que apoyan a Arturo interrogan al mago Merlín:

"- Puesto que me lo preguntáis os lo diré -dijo Merlín-. Os advierto que vuestros enemigos son excesivamente poderosos para vosotros y que son tan buenos guerreros como el que más. Por otra parte, ya acrecentaron su coalición con cuatro señores más. A menos que el rey pueda hallar más caballeros que los que hay en el reino, está perdido. Si enfrenta a sus enemigos con las fuerzas de que dispone, ganará la derrota y la muerte."

Luego de esto, resulta obvio que el rey no está irrevocablemente perdido. Ello sucederá si él actúa inconscientemente. La voluntad, la consciencia y la decisión entonces sí importan (incluso para alguien conocedor del futuro como Merlín). Puede sospecharse que la voluntad es al menos una causa parcial de los hechos. Y sin embargo, el futuro es uno sólo.

Este ensayo está escrito innegablemente desde un punto de vista actual, y posiblemente no agraciado para formular una explicación a esta yuxtaposición de conceptos opuestos. Quizá la utilización de la palabra "explicación" en la frase anterior resulte una importante evidencia de ello. Sin embargo, la intención será utilizar estas armas traídas de la cultura contemporánea occidental, para abrir una brecha en el misterio y lograr algún acercamiento a lo que él encierra.

Nuestro pensar moderno no está habituado a los símbolos y a la magia. Sin embargo, si lo está a la descripción de ellos, por lo que posiblemente la labor no esté destinada al fracaso. Aunque parezca un fracaso anunciado, no debe condenarse a la creencia en que la construcción del símbolo dual Libertad-Destino sea posible a partir de los argumentos.

Para dar inicio a esta búsqueda, se intentará develar el papel y significado de los conceptos involucrados en el misterio: el destino y el libre albedrío.

¿Qué son?

El concepto de libre albedrío está asociado a la realización de una elección. Está asociado también a la noción de libertad. Para conectar estos conceptos puede decirse que no hay libertad sin elección. Precisamente la experiencia heroica se eleva como plegaria de libertad, al demostrar que es posible romper los barrotes de la inercia y la pasividad. Un héroe que actúa con indiferencia ante las opciones no está ejerciendo su libertad.

Sin embargo, al mostrar un carácter determinado manifestando preferencia por una alternativa, también, de cierta manera, ha dejado de ser libre, como lo expresó Thomas Mann: "Sólo la indiferencia puede ser libre. Todo lo que tiene carácter no es libre, está marcado por su propio sello, condicionado, fijado". ¿Cómo conciliar estas dos perspectivas de la libertad? Es necesario responder esta pregunta para poder definir el libre albedrío.

En principio puede pensarse que quien no es libre ante la indiferencia, es el hombre, puesto que está desperdiciando un don. Se vuelve indiferente a la existencia o no, de alternativas. En cambio, cuando un hombre tiene un carácter, tiene opinión, tiene un propósito, el que no es libre es su carácter, puesto que él se genera a sí mismo y no es reemplazable por elección. Cualquier cambio en el carácter forma un carácter nuevo en el cuál es natural ese cambio. Mas el hombre pareciera afirmar su existencia al ejercer su albedrío. En pocas palabras: estaría viviendo.

El caballero vive (o intenta hacerlo) bajo las 3 virtudes teologales: fe, amor, esperanza. Ya el amar es una acción que no se argumenta, que no admite excepción, y que es una condena de la libertad de amar o no. El caballero no escoge amar, pero al hacerlo es libre.

El amor presenta una base a la voluntad.

El amor da forma a una finalidad en la vida caballeresca. El deseo vive en el orden de lo sensible, pero la voluntad se origina en el intelecto, en el conocimiento, en una finalidad. No por azar fue pensada la caballería como un concepto intensamente ligado al amor (sea éste a una doncella o a Dios).

Este amor, esta voluntad y esta elección son ingredientes que otorgan intensidad y virtud a la acción del caballero. No es una preocupación para la literatura de caballería que el carácter carezca de libertad, porque el hombre obedece a él, y él define al hombre. Es más, el hombre que reniega de sí mismo o que se traiciona, en cierta forma ofende a su Creador. Guillermo Sucre citaba a Emerson cuando decía que "la obediencia de un hombre a su carácter, es la fe por excelencia". ¿Y quién duda que el caballero andante es un hombre de fe? De hecho podría decirse que la fe es el eje central de la Edad Media.

Quizá esta fe tan imbricada en la cabeza del hombre medieval justifica la aceptación de las profecías. ¿Cuándo se observa un cuestionamiento a los presagios de Merlín por parte de sus escuchas? Aparentemente en ningún momento. Por lo que podemos leer de este género en la actualidad (y que haya sido revisado por el autor) se puede decir que las personas simplemente creían o rechazaban las profecías, pero no las sometían a argumentación.

El hablar de profecías da pie para pasar al tema del destino. De él puede decirse, con la finalidad de salvar las distancias con los conceptos modernos, que es distinto al determinismo, ya que éste está relacionado con una visión mecanicista del universo que poco tiene que ver con el pensamiento de la Edad Media.

También puede decirse que generalmente es trágico o glorioso. Ello puede justificarse por el hecho de que un destino indiferente no vale la pena anunciarlo. Sin embargo, precisamente hay que descubrir, qué es lo que hace que valga la pena la existencia del destino en la literatura de caballería.

Obsérvese que cuando el presagio es fatal, se sitúa al héroe en una encrucijada espiritual. En primera instancia, puede ser pasivo y aguardar pacientemente el desenvolvimiento de los hechos, o puede, en segunda instancia, ser fiel a sí mismo, pese a lo que haya sido augurado.

El hombre que persevera en la persecución de su finalidad, ejerciendo su voluntad, y por tanto su libertad, fracasa, pero sin arrepentimiento por su acción. Aquel que ama en demasía, está dispuesto a ser herido por el rechazo. Esta actitud activa, por intensa, se puede catalogar como virtuosa, y reafirma así un hecho que he propuesto anteriormente en el ensayo ¿Por qué no importa si Arturo fue? El mismo consiste en que la literatura caballeresca sugiere que para ser glorioso no es necesario alcanzar el éxito.

Cuando el destino es glorioso, el caballero tiene las mismas dos opciones, y tiene por tanto la misma oportunidad de mostrar esa gloria independiente de los resultados. Un caballero destinado a ser bueno, deja de ser digno de admiración si no se esfuerza en hacer lo posible para que el destino sea más una consecuencia de su voluntad que la causa única de su gloria. El que espera el éxito sin procurarlo, lo obtiene sin mérito, dejando a la figura de ese hombre sin asidero para construir un acto heroico.

Puede concluirse de esto que la existencia del destino, y en particular de la profecía, da lugar a dos alternativas, de las cuales muchos optarían por la más sencilla, y precisamente es lo tentador de esta escogencia lo que hace más admirable al caballero que opta por ser fiel a sí mismo.

Intersecciones

Pese a esto, se aprecia en el héroe caballeresco un respeto al designio divino. La acción independiente de las profecías no se realiza con odio al destino, sino con fe en el propio ser. De hecho, podemos ver que sir Gawain caminaba a la Capilla Verde (dónde probablemente moriría) diciéndose:

"-¡Por Dios vivo -exclama Gawain-, que no voy a llorar ni a gemir! A la voluntad de Dios me someto, y a Él me acojo."

Puede apreciarse que sir Gawain se mantiene firme en su deseo de tener éxito pese a la poca posibilidad que tiene de alcanzarlo, y, sin embargo, está dispuesto a amar y someterse a la voluntad de Dios.

Es en momentos como éste, al observar el comportamiento de Gawain, que el cerebro moderno parece recordar que el amor no tiene límites. Amar su vida no le exige odiar el designio divino cuando éste la amenaza. Amar cosas que no pueden conciliarse no es cosa nueva. No por casualidad se ha representado el deseo del hombre como una carroza tirada por varios caballos en direcciones distintas.

Pese a esto que ha sido redescubierto por los argumentos, todavía no parece claro si el destino afecta la voluntad o viceversa. Todavía podría pensarse que la voluntad está destinada a ser de determinada forma. Ante esta duda remanente, puede ser útil releer a John Steinbeck al relatar un mensaje de Merlín a Uther Pendragon cuando, a los dos años del nacimiento de Arturo, se produjeron saqueos y matanzas por parte de sus enemigos:

"No tienes derecho a yacer en tu cama, sea cual fuere tu enfermedad. Debes salir a batallar al frente de tus hombres, aunque debas hacerlo tendido sobre una litera, pues tus enemigos nunca serán derrotados hasta que tú mismo les hagas frente. Sólo entonces obtendrás la victoria".

Se observa allí que el resultado depende de la voluntad de Uther. Merlín sabe que su presencia es necesaria, mas evidentemente, no sabe si se repondrá el reino. Y si lo sabe, es por conocimiento de la personalidad y valentía de Uther, no porque su voluntad fuese necesariamente única. De no ser así, no tendría motivo para hablarle a Uther.

Uther escuchó el mensaje de Merlín, y en efecto acudió a la batalla, en la cual, como reseña Steinbeck:

"(...) sir Ulfius y sir Brastias realizaron grandes hechos de armas, y los hombres del rey Uther cobraron ánimos y atacaron con reciedumbre y ultimaron a muchos enemigos y obligaron al resto a darse a la fuga. Concluido el combate, el rey regresó a Londres para celebrar su victoria. Pero había perdido las fuerzas y cayó en un sopor profundo, y por tres días y tres noches estuvo paralítico y sin habla. Sus barones, contristados y temerosos, le preguntaron a Merlín qué convenía hacer.
Entonces dijo Merlín:
Sólo Dios posee el remedio. Pero si es vuestra voluntad, venid ante el rey mañana por la mañana, y con la ayuda de Dios intentaré devolverle el habla."

Esto, en principio, es una muestra más de que dentro de la mitología y cosmología caballeresca la voluntad sí afecta el resultado de los eventos. Inclusive es una muestra de que la voluntad del hombre inclusive puede afectar la voluntad divina, puesto que Merlín lo expresa claramente en el último párrafo de la cita anterior.

Así, la voluntad de los hombres da lugar a acciones que alteran el desarrollo de los hechos, aunque éstos están siempre sujetos a influencias y leyes naturales que muchas veces por ser desconocidos son catalogadas de Fortuna. Más aún, estas influencias y leyes pueden cambiar por voluntad divina si la voluntad del hombre se ha ganado el favor de Dios.

Tal parece que el destino no es exactamente esa especie de libreto previo a la vida que aparentaba ser al principio de este análisis, y, si lo fuese, sería uno indiscutiblemente flexible y sometido a correciones por un editor llamado voluntad.

¿Y qué tal si el destino no fuese un libreto anterior, sino un recuento? Ello lo sugiere Merlín en una conversación con Arturo ya citada al inicio de este ensayo:

"-Sí sabes cómo vas a morir -dijo el rey- quizá puedas evitarlo.
-No -dijo Merlín-. Es tan imposible de alterar como si ya hubiese ocurrido."

También, Merlín asevera mientras discute con Arturo sobre la escogencia de su esposa:

"(...) todos los hombres se aferran a la convicción de que para cada uno de ellos las leyes de la probabilidad son canceladas por el amor. Hasta yo, que sé con certeza que una muchachita tonta va a ser la causa de mi muerte, cuando la encuentre no vacilaré en seguirla."

En estos textos puede entenderse que el mago de alguna manera ha visto lo que le acontecerá (o aconteció, desde el punto de vista del recuento). Sabe que es el resultado de su propia voluntad, y aún más, resultado de su amor. Entonces, si ya ocurrió, ¿por qué se refiere a su profecía, diciendo "como si ya hubiese ocurrido", en lugar de decir "ya ocurrió"? posiblemente sea porque lo está diciendo en un momento anterior a la ocurrencia del evento (incluso ese diálogo está en el recuento). Se necesitaría entrevistar nuevamente al mago para estar más seguros de la razón detrás de su escogencia de las palabras.

Al hablar de esto, puede ser útil recordar a Borges, quién, aludiendo a Boecio, comentó en una ocasión, que existía una perspectiva divina, desde la cual se apreciaría simultáneamente todo lo que ocurre en los distintos momentos de la realidad. Como ejemplo dibujó una situación en la que unos carros tirados por caballos competían en un circuito. Para el observador mortal (digamos, el apostador), el momento en que apuesta es previo a la carrera, la partida es posterior a la apuesta, y lo que realizan los carros durante la carrera sigue una perfecta secuencia temporal, en donde cada evento tiene sus causas y es, a su vez, un efecto. Sin embargo Borges plantea esta noción de un observador que viese todos los momentos al mismo tiempo: para él todo ocurre dentro del marco de la eternidad. Como una fotografía con infinito tiempo de exposición.

Una posible aproximación

La eternidad puede definirse como "lo que es siempre" (o "lo que siempre es"), pero con más énfasis en el es, que en el siempre, puesto que el siempre sólo tiene sentido dentro de la temporalidad y la eternidad no puede ser medida por el tiempo. De hecho la cronología, para este observador divino, no sería sino una perspectiva de la eternidad. Así, la eternidad no niega al tiempo, sino que lo contiene por completo. La eternidad es un punto en que no hay futuro que ya no esté contenido en él.

Por ende, desde este punto de vista, la presciencia de Dios no niega la voluntad del hombre, puesto que conocer la voluntad del hombre, y sus consecuencias, no niega su existencia. El contenido de la presciencia es lo que llamamos destino, y se infiere de lo dicho que está construido en parte por las voluntades de los hombres.

Merlín parece, bajo esta óptica, haber realizado súbitos vistazos a esa eternidad, como si se hojeara un libro. De estos vistazos parecen haber sido memorizados algunos detalles, que son aquellos que él describe mediante las profecías. De esos detalles sabe lo que ocurre. Muchas veces eso le permitirá describir el curso de los hechos, y otras le permitirá conocer la voluntad de los hombres. De unos está seguro, cual si estuviese escrito, y de otros sólo conoce la forma de pensar y desear de los actores de la realidad. Entre una cosa y otra, y ayudándose de su sabiduría y entendimiento del corazón de los hombres, bien podría comportarse como lo hemos observado en la literatura arturiana.

En ocasiones Merlín evidentemente carece por completo de esa visión breve de la eternidad, como lo muestra el siguiente pasaje de las bodas de Arturo:

"-Es difícil entrever una aventura por sus comienzos -dijo el mago-. La grandeza nace pequeña."

De hecho, podría decirse que hace falta una voluntad, una vida, unos hechos, para que esta grandeza crezca. Y se necesita tener por un instante los ojos de la eternidad para entreverla.

Resulta precioso en este momento, consultar nuevamente a Merlín, en su opinión de sí mismo:

"-Esto es incomprensible -dijo el rey-. Eres el hombre más sabio de este mundo y sabes lo que está por ocurrirte. ¿Por qué no elaboras un plan para ponerte a salvo?
-Porque soy sabio -respondió Merlín con serenidad-. En la lid entre la sabiduría y los sentimientos, la sabiduría nunca triunfa. Te he predicho el futuro con certeza, mi señor, pero no por saberlo podrás cambiarlo siquiera en el grosor de un cabello. Cuando llegue la hora, tus sentimientos te precipitarán a tu destino."

La firmeza que se observa en el destino profetizado en esta cita parece estar fundamentada en la firmeza del amor y de la voluntad, más que en cualquier otra cosa. Acá se vuelve útil la reflexión llevada a cabo antes respecto a la no libertad del carácter.
Una manera de apreciar esta aproximación al problema analizado en este ensayo, es entendiendo que al hacer un vistazo al destino, lo que mira Merlín es también resultado de las voluntades de los hombres y la suya propia en ese momento, ya que ésta también influye en la realidad. De esta forma, el destino está construido bajo la influencia que tienen, sobre los hechos, esas profecías y vistazos a él.

Dicho de otra manera, aquello que se vislumbra a través de su profecía, ya incluyó su propia voluntad y el acto profético. La voluntad suya no es distinta a la del resto de los hombres.

Así, cuando Merlín "adivina" que Lanzarote será el mejor caballero, puede decirlo precisamente porque el será/es/fue capaz de reconocer lo siguiente:

"-Cuando yo era niño, el gran Merlín profetizó mi grandeza. Pero la grandeza hay que ganarla. Y me he pasado la vida colaborando para el cumplimiento de esa profecía."

La grandeza predestinada, cómo la hidalguía, no es garantía de sí misma, sino muestra de una obligación a merecerse. Lo que desconoce Lanzarote, es que no puede evitar colaborar para el cumplimiento de su destino, puesto que lo construye a cada momento. Pero esto no está dicho por primera vez, sino que Gawain lo dijo ya, antes de partir a su encuentro con el Caballero Verde:

"-¿Por qué voy a desmayar? ¿Sea adverso o favorable, ¿qué otra cosa puede hacer el hombre más que afrontar su destino?"

Sin embargo, intuye que lo importante es vivir con intensidad, y no con dejadez, tal y como lo expresa en el siguiente fragmento, que se lee cuando él es prisionero de las brujas:

"Quizá debiera morir, pero en ese caso el código le exigía acercarse a la muerte como si fuera parte de la vida, y si notaba una brecha en lo inevitable debía arrojarse a ella en el acto y con todas sus fuerzas, pues si había fallas en las normas de la caballería, la dócil aceptación de la injusticia no se contaba entre ellas. Un hombre podía aceptar la muerte con buen ánimo y alegre predisposición siempre que hubiese agotado todos los medios honrosos para eludirla, pero ningún hombre digno de sus espuelas se arrastraba a su destino o presentaba el cuello al tajo definitivo. (...) no había llegado el momento de su muerte. Era su deber de caballero aceptar lo que Dios tuviera a bien mandarle, pero también era cierto que el mismo Dios esperaba que él empleara todos sus recursos."

La pasión que siente Lanzarote por su condición de caballero, puede ser definida de muchas maneras pero, tal y como Guillermo Sucre escribió en sus Cuadernos de la Cordura, siempre habrá una instancia que la define: lo que llamamos destino.

Guillermo Sucre nos dice también que Don Quijote, al igual que Lanzarote, no pierde su tiempo en sentirse víctima de otros. Más aún, nos revela una creencia importantísima dentro del ambiente caballeresco: todo lo que existe es sagrado, inclusive aquello que podría convertirse en excusa para su odio, o para su capacidad de sentirse víctima.

Así se lo expresó Merlín a Arturo, luego de su fracasado enfrentamiento con el rey Pellinore:

"A todos, en alguna parte del mundo, nos aguarda la derrota. Algunos son destruidos por la derrota, y otros se hacen pequeños y mezquinos a través de la victoria. La grandeza vive en quién triunfa a la vez sobre la derrota y sobre la victoria."

Para el que se mantiene fiel a sí mismo, y venera lo existente, no hay final que desmerezca la ocurrencia de su vida. De igual forma, el que reniega de su carácter, y desprecia lo existente, no hay éxito que valga. Entiéndase que "lo existente" es lo mismo que el destino, al menos bajo la perspectiva construida en este ensayo.

De hecho, el mismísimo rey Pellinore, una vez aliado a Arturo, recibe un mal presagio por parte de Merlín, al cual responde:

"-Tus palabras me llenan de aflicción -dijo Pellinore-, pero creo que Dios puede torcer los destinos. Debo tener fe en ello."

Ello constituye una forma magnífica de expresar la compatibilidad entre el amor propio y el amor al designio divino. Tan oscuro puede llegar a ser, que en realidad puede ser palpado sólo por los ojos de la fe. Para el que tiene fe, lo oscuro es evidente. En la fe no necesita explicación, y toda explicación que se dé, es insignificante y siempre oscurecida por ser una reducción de lo que es. No por casualidad la contemplación, la meditación y el rezo son actividades asociadas a los estereotipos religiosos, actividades todas ellas alejadas de toda percepción pragmática de los hechos. Son actividades que se asume permiten cerrar los ojos que se fijan en lo cotidiano, físico y oscuro, y al mismo tiempo abrirlos para fijarse en aquello que siempre estará claro, aquello absoluto, bello y eterno. La necesidad de conocer y explicar, estereotipada mediante la frase "anhelo fáustico", es un compuesto desligado (si no opuesto) a la fe.

El mundo, sus eventos, sus hombres y sus presagios, no son para el hombre medieval otra cosa que una realidad parcial, que sólo es completada por otra realidad que es divina en naturaleza e incomprensible para la lógica y la temporalidad. De no ser incomprensible, formaría parte de la primera de las realidades parciales, así que no hay lugar a discusión.

Igualmente incomprensible e intemporal es la grandeza que traen a la existencia del hombre las historias de caballería. No necesitan de este ensayo para ser maravillosas. Simplemente lo son... aún cuando la aparente masculinidad de la decisión, el valor, la grandeza, y la aparente femeneidad del destino que se deja encontrar, de la consciencia y de la humildad, dancen perennemente en el cerebro moderno sin encontrar una silla cómoda en la lógica. Quizá nunca la tuvieron. Lo que si resulta evidente, es que nunca la necesitarán.

"Los dominios del alma" -decía Guillermo Sucre- "son así: se asientan en la lealtad a la vez consigo misma y con la diversidad y las leyes del mundo." Irrespetar o insultar las leyes del mundo, es un acto de soberbia. Irrespetarse a ella misma, es una negación al mandato divino.

Ya esta alma intuía, aunque el intelecto lo rechazaba hasta ahora, algo que señalaba Rainer María Rilke, y que no podría decirse mejor:

"(...) lo que llamamos destino sale de los hombres, no entra en ellos desde fuera (...). El porvenir está fijo (...) pero nosotros nos movemos en el infinito."

Esto suena esperanzador de alguna forma. Sin embargo, debe aclararse que este porvenir reinventado no justifica optimismo ni pesimismo alguno, puesto que ellos son sólo formas opuestas de una misma rendición a la simplicidad. "Relevados" de la complejidad de las opciones y sus consecuencias, ambas filosofías (asumidas honestamente) desprecian la importancia de las consecuencias de las acciones humanas. Ser pesimista u optimista es permitirse actuar irresponsablemente porque las acciones no tienen consecuencias significativas.

Las escogencias del ser humano sí hacen diferencia. La historia humana (incluso en las novelas caballerescas) es un producto parcial de las escogencias de los seres humanos. Una capacidad que se cree esencial y característica del ser humano, nos dicen Hawken, Ogilvy y Schwartz en su libro Seven Tomorrows, es la de proyectar alternativas futuras, y luego escoger entre ellas, procurando tener una mejor existencia.

Ya observamos que el futuro no es un vacío indeterminado que el humano es libre de llenar inventando cualquier futuro agradable, ni un libreto preexistente. Un rango completo (e infinito) de posibilidades parecen tener lugar, entre ambos extremos: ese polo de la completa determinación, y el recipiente vacío para la imaginación. El destino se entreteje con las escogencias de los hombres, las leyes naturales y la voluntad divina, dando un resultado único.

Y sin embargo...
...nos movemos en el infinito.

Universalia nº 17 Sep-Dic 2002