Maximiliano Bezada*
Utopía, la isla que no está en ningún lado. Es difícil imaginar que cuando Tomás Moro acuñó el término tuviera conciencia de todo lo que abarcaría con ese vocablo. Se repiten necesariamente en cada texto que trata el tema (éste no será la excepción) las raíces etimológicas de la palabra: El griego topos (topoz) que significa lugar, y el prefijo, también griego, u (ou) que implica negación. La utopía es, entonces, el "no-lugar", el "no-sitio" .
Una definición de utopía resulta verdaderamente elusiva. Elusiva porque el término, al volverse un nombre genérico, aumentó y diversificó su contenido semántico lo cual trajo como consecuencia una inevitable pérdida de precisión. Así, las fronteras que separan a lo utópico de lo que no lo es constituyen líneas bastante difusas sujetas a interpretaciones variadas. En nuestro caso, nos limitaremos a estudiar obras literarias que plantean modelos de sociedades perfectas. Será de nuestro interés la estructura del modelo social que se plantea y, especialmente, el punto de vista desde el cual es enfocado.
Habiendo recordado las raíces etimológicas de la palabra utopía, conviene mencionar también las raíces históricas de la literatura que se conoce como utópica. La idea relacionada con la utopía es mucho más antigua que la obra de Moro. De hecho, los orígenes de los textos utópicos los encontramos en la antigua Grecia. La referencia más común es La República de Platón, sin embargo, no es éste el único texto de la literatura griega que puede considerarse utópico. El mismo Platón escribió otros textos donde se describen míticas sociedades y comunidades ideales, como son Timeo y Critias. Existen además leyendas sobre la Edad de Oro y otros textos que se dedican al estudio de leyes y formas de gobierno los cuales debemos a autores como Aristóteles y Zenón. Junto con La República se cita frecuentemente, cuando se habla de utopías antiguas, la Vida de Lycurgus de Plutarco. La razón por la que los autores prefieren mencionar estas dos obras es quizás que éstas tuvieron una mayor influencia en los autores utópicos que surgirían siglos más tarde .
Si bien no se puede decir que la creación utópica se paralizó desde la época de los antiguos griegos hasta el renacimiento, es poca la importancia que le otorgan los autores a este período intermedio en cuanto a utopías se trata. Es en el renacimiento cuando resurge con fuerza avasalladora la literatura utópica. Una extensa colección de textos encabezados por la Utopía de Tomás Moro conforman lo que se conoce como las utopías del renacimiento. La mayoría de estas obras sigue un modelo literario más o menos uniforme en el que un viajero relata la historia de cómo conoció un lejano país cuyos habitantes eran inmensamente felices debido a la perfección de su sistema social.
En la utopía renacentista, o utopía clásica, el autor plantea una sociedad ideal y expone la organización socioeconómica de la misma. El artefacto utópico funciona como una propuesta social bien estructurada que surge como una posible respuesta ante un diagnóstico que el autor realiza de su sociedad presente. Este diagnóstico se pone de manifiesto en la obra explícitamente. Su presencia es necesaria para establecer una comparación entre los problemas que el autor halla en la sociedad y las soluciones que propone. En la Utopía de Moro, por ejemplo, tenemos que la primera parte del libro se dedica a una crítica directa de la sociedad inglesa de comienzos del siglo XVI. Esta argumentación expone los vicios que el autor encuentra en el modelo social imperante y crea una atmósfera propicia en el lector para que éste acoja con agrado las propuestas utópicas que se presentan en la segunda parte del libro.
En otras obras como La Ciudad del Sol, de Tomasso Campanella, publicada en 1623, la estrategia comparativa es diferente. Se suprime la primera sección destinada al diagnóstico y, en su lugar, se colocan numerosas referencias a lo largo de todo el texto que nos remiten a la sociedad de la época. De esta manera se concientiza al lector explícitamente sobre el problema observado y la solución propuesta creando estas contraposiciones que se aprecian en toda la extensión del relato. Así, el sistema de diagnóstico-propuesta se administra en pequeñas dosis, en pares de problema y solución, en vez de un bloque de problemas seguido de un bloque de soluciones.
Al final, la intención y los resultados son idénticos independientemente de la estrategia comparativa utilizada. Lo que se busca es compartir con el lector las preocupaciones que han llevado al autor a estructurar su propuesta utópica como lo ha hecho, con el fin de lograr una mayor aceptación de ésta.
Una revisión histórica de la literatura utópica nos llevaría ahora a las utopías de la Ilustración y las utopías del siglo XIX. No nos detendremos demasiado en este tema pues no está dentro de los propósitos del presente texto un análisis de este tipo de obras. Mencionaremos, sin embargo, que las utopías de la ilustración estuvieron centradas en problemas filosóficos y religiosos principalmente, y que en el siglo XIX proliferaron obras relacionadas con el nacimiento del movimiento socialista .
Arribando al siglo XX nos encontramos con una literatura utópica poco nutrida. Las utopías publicadas después de 1900 son generalmente versiones pálidas y muy elaboradas de obras anteriores. En todo caso, el impacto social causado por esta literatura fue muy débil comparado con el causado por textos anteriores. Algunas contribuciones importantes fueron hechas por autores como H. G. Wells con obras como Utopía Moderna y Hombres Como Dioses, publicadas en 1905 y 1923 respectivamente .
Existen también otras publicaciones que basan sus propuestas en principios sociológicos. Los autores de estas obras creen en la mayor legitimidad de sus proyectos utópicos por sus raíces científicas. Un ejemplo de este tipo de literatura es Walden Dos, de Burrhus Frederic Skinner, publicada en 1948.
Pero, en general, el panorama de las utopías en el siglo XX es poco esplendoroso y es fácilmente opacado por la abundancia de obras escritas en períodos como el renacimiento. Las ramificaciones de la literatura utópica, sin embargo, constituyen una historia diferente.
Es en el siglo XX cuando surge con gran ímpetu lo que se conoce como literatura antiutópica. Cabe mencionar que el término antiutopía no es de origen tan preciso como lo es el de utopía. Con otros nombres se denomina también a este tipo de literatura, tales son: contra-utopía y utopía satírica . Sin embargo, por ser antiutopía el término más comúnmente utilizado es éste el que adoptaremos.
Una típica novela antiutópica se desarrolla en medio de una sociedad que se proclama a sí misma como perfecta. Es decir, la sociedad en la cual tiene lugar el relato es tenida por sus dirigentes y habitantes como inmejorable, esto es, con la excepción de algunos pocos personajes (o uno sólo) que representa una voz de disidencia. Es a través de este personaje que el autor nos habla. Si bien en la utopía renacentista dijimos que se establecía un sistema de diagnóstico-propuesta en el que se criticaba la sociedad real y se ofrecían una serie de soluciones encarnadas en la sociedad perfecta, lo que tenemos en la antiutopía es un doble juego de diagnóstico-propuesta. En un primer nivel, en un discurso materializado en ciertos personajes de la novela (tanto dirigentes como gente común), se hace un diagnóstico del pasado que revela una cantidad de problemas cuyas soluciones -la propuesta- han sido puestas en práctica logrando erradicarlos y teniendo como resultado la sociedad perfecta de su presente. Este discurso representa la voz de la comunidad que se expresa a través de estos personajes y glorifica el ideal utópico. En un segundo nivel, los personajes disidentes realizan un diagnóstico de la sociedad perfecta en la que viven encontrando problemas diferentes y, más que formular propuestas concretas para corregirlos, plantean la duda de si las sociedades en las que viven son, realmente, las mejores posibles. Este segundo nivel de discurso, que se opone al primero, es la herramienta que utiliza el autor de la novela para comunicar al lector su propia visión del concepto utópico.
El autor de la antiutopía nos plantea la interesante pregunta: ¿Es la sociedad perfecta deseable? Y la respuesta que asoma es que una sociedad utópica terminaría siendo un estado de esclavitud encubierto por una muy atractiva ilusión de libertad y bienestar.
Dediquémonos ahora a estudiar con mayor detenimiento la estructura de la sociedad utópica, la sociedad ideal. Por sus nombres completamente opuestos uno pensaría que la sociedad descrita en una utopía es diametralmente opuesta a la descrita en una antiutopía. Sin embargo, veremos aquí que lo cierto es lo contrario, los modelos sociales son curiosamente similares y los paralelismos saltan a la vista. Las diferencias marcadas que colocan la utopía y la antiutopía en extremos opuestos radican en el punto de vista; si se quiere, el lente a través del cual se mira el artefacto utópico. Pero el constructo social es esencialmente el mismo en ambas corrientes. Para demostrar esto, observaremos algunos aspectos claves de los modelos sociales planteados, a través de ejemplos provenientes de cuatro novelas. En representación de las utopías clásicas acudiremos a dos obras mencionadas anteriormente: Utopía, de Tomás Moro, publicada en 1516, y La Ciudad del Sol, de Tomasso Campanella, publicada en el año 1623. En cuanto a las antiutopías, consideraremos las siguientes obras: Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, publicada en 1932, y Mil Novecientos Ochenta y Cuatro, de George Orwell, publicada en 1949.
El primer aspecto que tomaremos en cuenta es la ruptura que se presenta en la sociedad utópica con el pasado y el exterior. Es una característica común a todas las obras que nos proponemos estudiar el aislamiento geográfico e histórico de los pueblos utópicos. Seguramente el concepto de aislamiento geográfico es conocido por el lector, pero el aislamiento histórico merece una aclaratoria. Las sociedades utópicas no son el resultado de un largo proceso de evolución. Por regla general, común a la mayoría de las obras, el artefacto utópico nace ya construido en su totalidad. Luego, aparte de alguno que otro ajuste menor en el modelo, una historia de su surgimiento es no sólo innecesaria sino inconveniente. Todo momento anterior a la instauración de la utopía es imperfecto, incluso desastroso; entonces, es poco probable que un artefacto perfecto nazca de un ambiente tan turbio. Por otro lado, dado que el régimen utópico habría de suplantar a algún otro, seguramente los factores del poder instituido lucharían en contra de los utópicos reformistas. Estos conservadores han de ser eliminados de alguna forma para lograr la instauración de la utopía. Es por esto que se hace necesaria una ruptura con lo anterior, un "borrón y cuenta nueva" que permita el nacimiento de la nueva sociedad.
La forma como se da esta ruptura la podemos explorar en las diferentes novelas que hemos seleccionado. Tomemos la Utopía de Moro, por ejemplo. La única historia que tiene la isla es que estaba poblada por tribus salvajes antes de ser conquistada por un mítico personaje llamado Utopo y sus tropas. Una vez conquistada la isla, se implantó el sistema socioeconómico ideado por Utopo y así echó a andar Utopía. La isla carece de una gloriosa historia, no es la heredera de antiguas civilizaciones sino algo completamente nuevo que surge, prácticamente, de la nada.
Si observamos La Ciudad del Sol encontraremos algo muy similar. La ciudad fue fundada por pobladores originarios de la India. Sin embargo no son colonos ni nada que se le parezca. Estas personas deciden que no están de acuerdo con la vida que llevan y deciden establecerse en otro lugar, en la lejana Taprobana, con una organización completamente diferente. Así, la Ciudad del Sol nace también de una ruptura entre un grupo de gente y su pueblo y un comienzo nuevo, un empezar desde cero.
Las sociedades utópicas que nos describen en nuestras antiutopías no escapan a este método de la ruptura con el pasado. Sin embargo, debido a que cuando son escritas ya se conoce el mapa del mundo, y es poco probable encontrar algún lugar recóndito y virgen desde donde volver a iniciar la civilización, es necesario aplicar una estrategia distinta. Esta estrategia resulta ser la guerra.
En Un Mundo Feliz uno de los personajes relata cómo, en efecto, los primeros reformistas fueron rechazados por la sociedad y completamente ignorados. Sólo después de una espantosa guerra global donde artefactos bélicos llamados "bombas de ántrax" acabaron con una inmensa cantidad de seres humanos es que el mundo abraza la opción propuesta por los reformadores y se somete tranquilamente a una serie de controles que llevan a la instauración del Estado Mundial.
Una situación similar se nos presenta en Mil Novecientos Ochenta y Cuatro. Allí, una cruenta guerra mundial resulta en el surgimiento de tres super-estados: Oceanía, Eurasia y Estasia. En los tres super-estados se dan procesos similares de luchas y guerras civiles hasta que se logra la instauración de regímenes comunistas y la dominación total del Partido local. En Oceanía, sede de la novela, el partido es llamado "socialismo inglés" o "Ingsoc". No se considera a Ingsoc como heredero del socialismo de Marx y Engels; una vez en el poder el Partido efectúa la ruptura histórica correspondiente y reescribe toda la historia de manera tal que es el Partido el creador del aeroplano, del helicóptero y de todo cuanto pueda ser de alguna utilidad. Así pues, la civilización comienza con el Partido.
En cuanto al aislamiento geográfico debemos tomar en cuenta que no ha sido capricho de los autores colocar sus utopías en lugares remotos. Por un lado, en las utopías clásicas es necesario justificar el hecho de que nadie haya tenido contacto con el país utópico. Pero la verdadera razón pareciera ser que el aislamiento geográfico permite proteger a la sociedad de los vicios de afuera. Al no tener contacto el ciudadano utópico con el exterior, no puede corromperse y acabar desadaptándose al sistema utópico.
En La Ciudad del Sol se observa que el contacto con otras formas de civilización existe sólo a través de una especie de embajadores que se ocupan de reportar a los ciudadanos lo que acontece en el mundo así como los descubrimientos que hayan tenido lugar en lejanas latitudes. Por lo demás no existe ningún contacto con el extranjero a no ser por el ocasional viajero extraviado que arriba a la ciudad y es tratado con gentileza. Este rasgo es común en las Utopías clásicas, pero es de notar que el visitante se queda para aprender y no para enseñar.
En el caso de Utopía el aislamiento geográfico es absolutamente intencional. Cuando Utopo conquista las tierras que serían Utopía no se trata de una isla sino de una península. Utopo ordena a sus hombres cavar hasta remover por completo el istmo de 15 kilómetros de longitud y convertir así a Utopía en una isla. Este aislamiento pudiera tener como finalidad limitar y controlar el flujo de información desde fuera de la utopía hacia adentro y evitar la contaminación.
En nuestras antiutopías los autores se encuentran con el problema de que ya no existen barreras geográficas infranqueables para el hombre. El problema es resuelto de la siguiente manera:
En Mil Novecientos Ochenta y Cuatro existen únicamente tres super-estados, como ya dijimos. De modo que sólo hay dos culturas ajenas a la propia; de estas dos una es usualmente la enemiga y la otra es aliada pero se le mira con recelo. La omnipotencia del partido le permite limitar todo contacto con el extranjero y crear en los ciudadanos un sentimiento de repudio e incluso de odio hacia todo extranjero. Como, además, la situación se repite en cada uno de los super-estados, el contacto con el extranjero es absolutamente nulo.
En Un Mundo Feliz la solución resulta más fácil. Debido a la implantación de un Estado Mundial existe una sola gran utopía global. De modo que no puede haber contaminación de factores culturales exógenos, porque éstos no existen.
De cualquier modo, en las cuatro obras el panorama es el mismo. El artefacto utópico está rodeado de una fosa y un puente levadizo que lo mantiene aislado histórica y geográficamente de toda posible influencia exterior.
Este aislamiento absoluto es el sostén de lo que será nuestro próximo punto a tratar: el carácter estático de las utopías.
Podemos interpretar el afán aislacionista que hemos observado en las utopías como un mecanismo empleado para garantizar la ausencia de factores perturbadores provenientes del extranjero (vicios y malas costumbres de otros países) así como del pasado (renacer de alguna costumbre o ideología anterior a la utopía); ya que estos factores pueden representar un peligro para el equilibrio del sistema utópico.
Dado que las instituciones utópicas son tomadas como perfectas, resulta evidente que cualquier modificación sólo puede significar una desmejora . Por lo tanto, la estabilidad del sistema debe ser mantenida a toda costa. En este sentido, el Estado utópico debe ocuparse de remover cualquier elemento que pueda causar "ruido", que pudiera perturbar la valiosa estabilidad del sistema instaurado.
Esta marcada intención de preservar la estabilidad de la sociedad le va a otorgar un carácter estático a la utopía. Debido a la deliberada ausencia de cambios la utopía no evoluciona. Por el contrario, se suprime afanosamente cualquier elemento que pudiera llevarla a cambiar, por creer firmemente que cualquier cambio es negativo.
En las utopías clásicas que hemos considerado hasta ahora esta intención de estaticidad se encuentra más o menos tácita. La encontramos en la vigilancia sutil pero incesante de los mayores hacia los jóvenes y de los dirigentes hacia el pueblo. Lo encontramos también en la eliminación de los revoltosos, de los que pretenden salirse de la norma, ya sea a través del destierro o el sometimiento a servidumbre.
Acudiremos, para ilustrar mejor este punto, a un ejemplo mucho más explícito. Se trata de otra obra del renacimiento llamada La Nueva Atlántida, escrita por Francis Bacon y publicada en 1627. Como es común en los textos de su categoría, un grupo de viajeros llega a una isla remota donde encuentran la sociedad utópica. Allí son recibidos y en una conversación con el gobernador de la residencia de extranjeros éste les relata lo siguiente:
Hará unos mil novecientos años reinaba en esta isla un rey, cuya memoria entre la de todos los otros adoramos, no supersticiosamente, sino como a un instrumento divino aunque hombre mortal. Era su nombre Saloma, y está considerado como legislador de nuestra nación. Este rey, que tenía un corazón de incomparable bondad, se entregó en cuerpo y alma a la tarea de hacer feliz a su pueblo y reino. Así que, comprendiendo lo muy abundante de recursos que era el país para mantenerse por sí solo sin recibir ayuda del extranjero, pues tiene un circuito de cinco mil leguas de rara fertilidad en su mayor parte, y calculando también que se podía encontrar la suficiente aplicación para la marina del país empleándola así en la pesca como en el transporte de puerto a puerto y también navegando hasta algunas islas cercanas que están bajo la corona y leyes de este reino; considerando el feliz estado en que entonces se encontraba esta isla, tanto que si en verdad podría sufrir mil cambios que lo empeorara era difícil inventar uno capaz de mejorarlo, pensó que a nada más útil podía dedicar sus nobles y heroicas intenciones que a perpetuar [hasta donde la previsión humana puede llegar] la felicidad que reinaba en su tiempo. Para lo cual, entre otras fundamentales leyes de este reino, dictó los vetos y prohibiciones que tenemos respecto a los extranjeros que en aquel entonces [si bien esto era después de la catástrofe de América] eran muy frecuentes; evitando así innovaciones y mezclas de costumbres .
Este párrafo demuestra la intención que impera en la utopía clásica de mantener el sistema utópico inmutado e inmutable, de hacer todo lo posible por mantener su estabilidad.
El sistema utópico presentado en las antiutopías también lucha ferozmente por mantener su estabilidad. En el caso de las antiutopías el deseo por la estabilidad y el equilibrio se nos presenta explícitamente en la voz de la colectividad que habla a través de uno de sus representantes. Así en Mil Novecientos Ochenta y Cuatro encontramos a un miembro del directorio del partido diciendo: "El Partido gobernará siempre. Esta verdad ha de ser el punto de partida de todas sus ideas" . Igualmente, en Un Mundo Feliz uno de los inspectores mundiales, cuando habla sobre la estabilidad del sistema, dice: "No queremos cambiar. Cada cambio es una amenaza a la estabilidad. Ésta es otra razón por la que estamos tan poco inclinados a aplicar invenciones nuevas" .
De esta manera se nos pone en evidencia que uno de los postulados de la sociedad utópica es la estabilidad. La estabilidad del sistema debe ser defendida con tenacidad y cualquier elemento peligroso que la amenace ha de ser eliminado.
Pasemos ahora a otro punto que es una característica fundamental de las utopías: su carácter colectivo.
La sociedad utópica está basada en la comunidad, en el amor por la patria y la colectividad. En las utopías clásicas vemos como en las comidas y celebraciones la comunidad se reúne. Por lo general, los bienes y medios de producción son comunes y toda la vida se desarrolla en comunidad. En otras palabras, la república funciona como una única familia .
Así, cada uno de los habitantes trabaja para la colectividad sabiendo que el bienestar de la colectividad redunda en bienestar propio. Podemos citar, a modo de ejemplo, La Ciudad del Sol. Allí el narrador cuenta lo siguiente: "En opinión de ellos, hay que velar ante todo por la vida de la colectividad" .
Igualmente, en Utopía el trabajo es comunitario, todos trabajan, con contadas excepciones, y se turnan el trabajo en la ciudad con la agricultura cada cierto tiempo. El resultado de ese trabajo pasa a ser propiedad de la comunidad. Aquellos que no trabajan están consagrados al estudio, y deben satisfacer las expectativas de la colectividad logrando resultados útiles con sus investigaciones; de otra manera regresan a los trabajos manuales.
En fin, la vida utópica transcurre siempre en colectivo, ya sea el almuerzo o el trabajo, todo implica una sensación de que se hace en colectivo y para el colectivo.
En la antiutopía encontramos exactamente lo mismo. La base de la sociedad es la colectividad. Todos trabajan para todos, las comidas y diversiones se realizan en grupos, siempre en grupos, nunca solos.
Sin embargo, en la novela antiutópica hay dos visiones distintas de la colectividad. Recordando lo que se dijo anteriormente en el texto sobre la estructura general de la antiutopía, tenemos un primer nivel de discurso que es la voz de la comunidad. Allí encontramos un amor absoluto por el colectivo y un orgullo por ser parte de esa maquinaria. En el segundo plano, que es de un discurso mucho más individual, se puede apreciar un cierto horror por el colectivo sublimado que abarca todos los niveles de la vida en la sociedad utópica.
Conviene recurrir a algunos ejemplos para ilustrar el punto. En Un Mundo Feliz podemos ver manifestaciones del primer plano discursivo en episodios como éste en el que Lenina, uno de los personajes, dice lo siguiente: "Todos trabajamos para todos. No podemos prescindir de nadie" . Igualmente lo podemos apreciar en el siguiente párrafo que se refiere a un centro de incubación: "'Esta colmena' como tanto le gustaba denominarla al Director estaba en pleno zumbido de trabajo" . El Director del centro parece estar sumamente complacido de que éste funcione como una colmena, máxima expresión del trabajo colectivo.
En cuanto al segundo nivel, lo encontramos en otro tipo de personajes como Bernardo Marx que dice que le gusta contemplar en paz la mar pues le da la sensación de ser "más yo mismo, no tan por completo parte de otra cosa. No sólo una célula del cuerpo social" . De la misma manera, lo podemos observar en personajes como el salvaje, quien es ajeno a la sociedad, cuya reacción al observar a un grupo de trabajadores gemelos (estimados como utilísimos e indispensables en la sociedad) es descrita de la siguiente manera: "Despertóse a la realidad exterior, miró en torno suyo, y dióse cuenta de lo que veía; dióse cuenta con una sensación de horror y de disgusto, por el constante delirio de sus días y sus noches, por la pesadilla de aquel enjambre de identidad indistinguible" . Una opinión completamente opuesta a la que, en el párrafo anterior, vimos que expresaba el director del centro de incubación.
En Mil Novecientos Ochenta y Cuatro la situación es la misma. El protagonista de la obra habla de la visión de la sociedad sostenida por el Partido: "El ideal sustentado por el Partido era algo deslumbrante, gigantesco y avasallador, un mundo de acero y hormigón, de máquinas monstruosas y armas aterradoras; un pueblo de guerreros y de fanáticos avanzando hacia sus destinos con perfecta cohesión" . Por contraposición, la visión propia de Smith es la siguiente: "Gran parte de esa vida, aún para los afiliados del partido era zona neutral y apolítica, donde la existencia se reducía a cumplir monótonas horas de labor diaria, a trepar a codazos a los coches del subterráneo, a zurcir calcetines que ya no admitían remiendos por lo gastado, a escamotear una pastilla de sacarina y ahorrar para mañana una colilla de cigarrillo" . Dos discursos enfrentados que representan la visión que el colectivo tiene de sí mismo y la visión que tiene el personaje individual de ese colectivo que lo envuelve y al cual pertenece.
Hasta ahora hemos venido hablando de las estructuras sociales utópicas que se presentan en las obras y sus características. Discutiremos ahora un rasgo propio del texto: la narración. En las utopías clásicas nos encontramos con que la narración de las características de la sociedad está hecha por un visitante que aprendió el modo de vida utópico durante su estadía. En otras palabras, la narración está hecha desde afuera. En este tipo de narración hay una ausencia notable, la voz de los ciudadanos de la utopía. Todo lo contrario ocurre en la antiutopía. En la antiutopía el mundo está descrito desde adentro, aceptado por sus habitantes como una obviedad, con excepción de uno o dos personajes que entran en conflicto con el orden social .
Esta diferencia no es sólo una diferencia de forma, no es únicamente un cambio en la estrategia narrativa. Por el contrario, estamos frente a una diferencia de fondo que implica una visión completamente diferente de la utopía, una visión interna que se opone a la visión externa de las utopías clásicas.
Hemos estado comparando la utopía y la antiutopía, encontrando notables similitudes en los modelos sociales utópicos que se plantean en uno y otro género. Ahora, también, apreciamos ciertas diferencias esenciales que separan radicalmente a estos dos tipos de literatura. Estas diferencias tienen que ver con un concepto que ha aparecido recientemente en el texto: el individuo, lo individual. Éste será el centro de nuestra atención de ahora en adelante.
En las utopías clásicas se busca la felicidad a través del bienestar material, la disolución de la individualidad del hombre y la grandeza del Estado. El resultado es que el individuo es obligado a seguir un código legal y moral fabricado para él .
En el mundo utópico impera absolutamente lo colectivo (como hemos visto) y la noción de individualidad desaparece por completo. Es éste un mundo uniforme donde las casas, edificios, e incluso las vestiduras, son iguales para todos. De aquí que el individuo como tal no existe o, más bien, no debe existir en la utopía pues "si hay algo que sobra en toda sociedad utópica es el individuo" .
No es difícil encontrar en las utopías clásicas ejemplos de lo que aquí estamos diciendo. Rafael Hitlodeo, el viajero-narrador en la Utopía de Moro, habla sobre las ciudades de la isla de la siguiente manera: "Conocer una de sus ciudades es conocerlas todas; hasta tal punto son semejantes entre sí" . Y en La Ciudad del Sol la ciudad está dividida en círculos concéntricos formados por palacios y galerías cuya descripción es idéntica en cada uno de los círculos de modo que " a través de parecidos círculos y dobles muros... se llega a la parte última de la ciudad" .
Del mismo modo, en ambas obras la ciudadanía lleva vestidos uniformes, exactamente iguales para todos salvo ligeras diferencias entre los vestidos masculinos y los femeninos. Estas estructuras y ropajes completamente uniformes están diseñados para ser cómodos y atractivos pero no permiten ninguna expresión de individualidad. Los hombres utópicos resultan ser criaturas uniformes con deseos y reacciones idénticas y carentes de pasiones y emociones pues éstas también serían expresiones de individualidad .
En Utopía, no existe ningún tipo de preocupación en el autor respecto a este tema. Así, sin ofrecer explicaciones, se nos relata cómo los niños son transferidos de una familia a otra, las familias son cambiadas de hogar e incluso de ciudad sin que esto parezca ser un problema. Si todo es perfectamente igual, da lo mismo una casa que otra, una ciudad que otra, unos padres que otros. En La Ciudad del Sol se encuentra abolida la propiedad, no sólo de bienes sino también de hijos y mujeres, pues es considerada ésta la raíz del amor propio. Éste debe ser eliminado pues "una vez que ha desaparecido el amor propio subsiste sólo el amor a la colectividad" .
Analizando el sistema utópico resulta natural que toda expresión de individualidad deba ser suprimida pues, cuando el individuo se manifiesta como tal, necesariamente se sale del patrón, rompe la norma. Esto lo convierte instantáneamente en amenaza a la tan importante estabilidad y en enemigo del colectivo del que se ha separado al definirse como individual. Éstos son, con mucho, los peores pecados en los que puede incurrir un ciudadano utópico. Manifestarse como individuo es un atentado contra la utopía.
Esta característica de la utopía parece ser la que inspira a autores como Huxley y Orwell a escribir sus antiutopías.
Como hemos visto hasta ahora en las antiutopías se repiten los patrones que se aprecian en la literatura utópica. En las sociedades planteadas en las obras antiutópicas observamos los elementos de uniformidad que encontramos en la utopía. Winston Smith, el personaje principal de Mil Novecientos Ochenta y Cuatro, describe su patria como "trescientos millones de habitantes, todos con la misma cara" . Bajo estas condiciones de forzada uniformidad, el individuo resulta una molestia inaceptable para el sistema. Por lo tanto merece ser eliminado por completo.
Si bien en la utopía clásica la preocupación por el individuo es nula, en las novelas antiutópicas es inmensa. El centro de todo el texto es el drama del personaje dotado de ciertos rasgos individuales que tiene que luchar contra un colectivo inmenso y todopoderoso.
En Un Mundo Feliz, por ejemplo, Bernardo Marx, el personaje principal de la obra, posee ciertas características físicas que lo diferencian de las demás personas de su casta. Esto le ha causado siempre un rechazo de sus compañeros y, a la vez, despierta en Marx una conciencia de individualidad que lo lleva a estar a gusto en la soledad y a cuestionar el mundo utópico en que vive. En esa sociedad, la solución ante personas como Marx es el destierro de por vida a islas inaccesibles.
El sentimiento de la sociedad hacia Marx se lee en numerosos episodios de la novela, pero quizás el más elocuente de ellos sea el siguiente:
Por sus heréticas opiniones..., por la escandalosa heterodoxia de su vida sexual, por su resistencia a obedecer las enseñanzas de Nuestro Ford y a conducirse fuera de las horas de trabajo "como un bebé en su envase"... se ha declarado enemigo de la sociedad, un subversivo, señoras y señores, de todo Orden y Estabilidad, un conspirador contra la Civilización .
Otro ejemplo de la actitud utópica hacia el individuo expuesta en la antiutopía se puede ver en Mil Novecientos Ochenta y Cuatro. Consideremos la siguiente reflexión de Winston Smith:
Una vez en las garras del Partido, carecía de toda importancia lo que un individuo sintiera o dejara de sentir, lo que hiciera o dejara de hacer. En cualquiera de los casos, llegado un momento, el individuo se hundía en el mundo de las sombras sin que nunca más se supiera de él o de su vida terrenal .
En cambio, la visión del colectivo, que nos llega a través de un miembro del directorio del Partido, expresa lo siguiente:
Solo y libre, el ser humano resulta siempre vencido. Y así tiene que ser, porque el ser humano está condenado a morir y es la muerte la más grande de sus derrotas. Pero si ese individuo se somete en forma absoluta, haciendo completa abstracción de su personalidad, si puede desleírse en el Partido, entonces será inmortal y omnipotente .
Vemos cuán diferente es la sociedad utópica desde el punto de vista del colectivo y desde el punto de vista del individuo, al menos en las representaciones de la antiutopía.
Es pertinente preguntarnos ahora por qué los autores utópicos del renacimiento se olvidan de la persona como individuo mientras que los autores de la antiutopía del siglo XX lo convierten en centro de su atención. Buscaremos la respuesta en el momento histórico vivido por unos y otros.
Incluir aquí una biografía de cada uno de los autores escapa a los propósitos del texto. Podemos mencionar, sin embargo, que ni Moro ni Campanella fueron extraños a la política. Moro fue miembro del parlamento inglés y también fue canciller. Estuvo íntimamente ligado a la corona hasta que se negó a prestar el juramento antipapal, hecho que lo llevó a la desgracia. Campanella por su lado nunca estuvo de acuerdo con las enseñanzas de su tiempo lo que le trajo muchos conflictos incluyendo una condena por herejía y conspiración contra el gobernador español de Nápoles que le valió 27 años en la cárcel. Durante este tiempo, precisamente, escribió La Ciudad del Sol .
En la Europa de los siglos XVI y XVII (al menos en la visión que nos brindan los utopistas) imperaba una profunda desigualdad social que creaba un abismo gigantesco entre la gente humilde que moría de hambre, y la aristocracia y la nobleza que vivían en el lujo y la opulencia. Ante situaciones semejantes las respuestas ofrecidas por Moro y Campanella son sus respectivas obras utópicas.
Si estos autores no se preocuparon por las restricciones que sus modelos sociales imponían al individuo quizás es porque pensaron que resolvían males mucho mayores. De modo que los utopistas del renacimiento fueron revolucionarios cuando abogaron por la comunidad de bienes en un tiempo en el que la propiedad privada era sagrada, el derecho de cada uno a comer cuando los pordioseros eran condenados a la horca, la igualdad de las mujeres cuando éstas eran consideradas poco más que esclavas, la dignidad del trabajo manual cuando éste era considerado como degradante y el derecho de todos los niños a recibir educación cuando ésta era exclusiva de los hijos de los nobles y los ricos .
El panorama del siglo XX tiene características diferentes. La historia del recién acabado siglo conduce al pesimismo por extrapolación hacia el futuro de sus horrores. Las realidades así como las posibilidades a las que hemos llegado producen horror al pensar que el desarrollo tecnocientífico puede desembocar en "nuevas y terribles formas de dominación cada vez más incontrolables para el hombre común" .
Tanto Orwell como Huxley vivieron en su juventud los horrores de la gran guerra que a principios del siglo XX sacudió al mundo y comenzaron a desarrollarse como escritores en el período ínter bélico . En ese entonces la confianza en la tecnología desaparecía tras los horrores mecanizados que hicieron su aparición en la primera guerra mundial .
En el mundo del siglo XX las promesas utópicas de armonía se convirtieron en amenazas de totalitarismo, nació "el miedo a la utopía" . Parece ser éste el motivo que lleva a nuestros autores a retratar la utopía como una sociedad opresora. Huxley se preocupa más por el mito del progreso técnico y científico como camino a la felicidad; mientras que Orwell acomete contra la mitología revolucionaria, sobre todo la comunista . Pero en ambos, la preocupación principal es el individuo, el ser individual absorbido y aplastado por el colectivo utópico.
Podemos concluir de todo esto que la sociedad utópica, diseñada para acabar con ciertos problemas sociales, se erige como una sociedad del colectivo; lo que implica una desaparición absoluta de la identidad individual. Sin embargo, este carácter autoritarista y opresivo de las utopías fue obviado por los autores utopistas cuya preocupación por el individuo es prácticamente inexistente, y no fue concebido como un problema a la hora de construir sus sociedades, sueños para el colectivo. En el otro extremo nos encontramos a los autores antiutópicos que, situados en un contexto histórico diferente, hacen una revisión de la sociedad utópica colocando al individuo como centro de atención y encontrando que la utopía es una pesadilla para el individuo.
BIBLIOGRAFÍA
A. DIRECTA:
BACON, Francis. La Nueva Atlántida, en Utopías del Renacimiento. México, Fondo de Cultura Económica, 1966 (Primera Edición: 1627).
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*Estudiante de Ing. Geofísica
Universalia nº 17 Sep-Dic 2002