Colette Capriles*
No importa cuántos años tenga uno dando clases. Cada año, cada encuentro con los estudiantes le sigue evocando la misma curiosidad y la misma aprensión. También para nosotros, aunque no parezca, cada vez es la primera vez. Como si el lado teatral de la docencia quedara más al descubierto en ese primer contacto. Aunque se me ocurre que también se hace más visible una dimensión profunda de esta profesión, que es el deseo secreto de conjurar el tiempo. Digo: es curioso pensar que los estudiantes tienen siempre esa misma edad dorada, cada año abriéndole los ojos a una nueva vida, y que uno, sometido en cambio al tiempo inexorable, puede ser espectador privilegiado, cada vez, de ese descubrimiento que están haciendo, viviendo su primera vez. Corrijo: viviendo una incontable lista de "primeras veces". La primera vez que viven solos, o que hacen trámites complejos, o que regulan sus horarios y sus responsabilidades, o que son tratados como adultos, o que se enamoran, o que abandonan, o que tienen que decidir sobre asuntos que afectarán su futuro radicalmente.
Hace años -tantos que es más correcto decir "hace un par de generaciones"- la entrada a la universidad estaba marcada por ciertos ritos que formalizaban el advenimiento de una nueva etapa vital. Ritos y ceremonias de iniciación que se emparentaban con antiguas memorias y tradiciones como los ritos de pubertad y de virilidad. Algunas universidades en otros países y casi todos los institutos corporativos, como las academias militares, conservan tradiciones iniciáticas, algunas jocosas e inofensivas y otras dramáticas. Existe toda una serie de películas de segunda categoría cuya temática es el horror y la pasión de las pruebas de noviciado de las llamadas sociedades estudiantiles en vetustos colleges de Nueva Inglaterra. En cambio por aquí no hay tipos persiguiendo a los nuevos con máquinas de afeitar para pelarlos como ocurría entre los estudiantes de ingeniería de la Católica, por ejemplo. Pero se me ocurre que tal vez los ritos de iniciación de esta universidad sean otros más secretos y sutiles, invisibles a los ojos de profesoras distraídas como yo. Debe haberlos, creo, porque este "país de la primera vez", como diría la escritora Bárbara Piano, tiene una geografía complicada y exigente.
Los ritos de iniciación tienen un sentido: marcan una diferencia entre estar adentro y estar afuera, y esta diferencia cumple una función muy importante, que es redefinir la nueva identidad. Ya no se es la misma persona. Creo que casi siempre uno está muy feliz de abandonar la vieja piel de liceísta y estrenar el traje nuevo de universitario (y hasta literalmente: al fin puede uno vestirse como uno y mostrar en cada atuendo su propia firma y su propia estética). Pero la primera vez, sabemos, siempre está llena de fantasías y de temores que muchas veces ocultan la ansiedad del cambio. Es verdad que algunos siguen anclados en el antiguo esquema adolescente, incapaces de enfrentar el duelo de crecer, pero casi todo el mundo traspasa su primera vez con relativa soltura, aprendiendo a sobrellevar la libertad.
(*) Profesora del Departamento de Ciencias Sociales USB
CSX-372
Capitalismo y neoliberalismo: El secreto de la mano invisible
Universalia nº 18 Oct 2002- Mar 2003