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La plaza Bolívar del centro de Caracas

Por Br. Oscar Laguna

El centro de Caracas es un espacio que recuerda su fundación, las rebeliones y revueltas populares, es decir, aquellos eventos históricos que le proporcionaron una personalidad con rasgos definidos. La plaza del centro de la ciudad ha cambiado con el paso de los siglos, ha sufrido incontables remodelaciones y restructuraciones hasta la fecha. En su tiempo servía de mercado, de teatro, de rodeo, de plaza de coleo, etc. Servía además como salón de reuniones de la sociedad colonial, como lugar de ahorcamiento de herejes y rebeldes. Atacada e invadida en su tiempo por franceses e ingleses por igual.

Asentada en lo que actualmente se conoce como el Municipio Libertador, fue creada como principal asentamiento y centro del trazado cuadriculado que definía la ciudad. Rodeada a su tiempo de  construcciones que iban y venían. Tiempos difíciles cuyo apogeo empezó con el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, aunado a la merma y restricción del poder eclesiástico. Gobierno que intentó por todos los medios posibles, aunque siempre siguiendo un patrón, de preferencia francés, "modernizar" la ciudad, y en mayor medida el centro de la capital, buscando así una armonización de las edificaciones en los alrededores de las plazas públicas. Tiempos donde se dudaba si Caracas era una ciudad en constante demolición o construcción, una ciudad que no seguía un patrón definido.

Está actualmente rodeada por edificios y construcciones tan emblemáticas como la plaza misma, tales como la Catedral de Caracas, el Museo Sacro, el Palacio Arzobispal, el Palacio Municipal, la Capilla de Santa Rosa de Lima, la Casa Amarilla (la cual fue la residencia presidencial por mucho tiempo, actualmente funciona como sede de la Cancillería) y el edificio del Gobierno del Distrito Capital. Además de su cercanía al Palacio Legislativo de la nación y al Palacio de las Academias (antiguo vicerrectorado de la máxima casa de estudios del país, la Universidad Central de Venezuela). Goza del privilegio de ser una de las pocas con una cercanía tan grande a la casa del Libertador, y al lugar donde reposaron los restos de este ilustre hombre por más de treinta años.

Es un lugar único en la capital, lugar de diversas caras y de cambio constante. Uno de esos pocos sitios del mundo que se adecúa a las necesidades de sus transeúntes. Cambia con tal facilidad que pareciera un acto de la naturaleza, como si el color de las plantas que la adornan, el pelaje de las ardillas que tienen su hogar allí, las sonrisas que transitan por ella y las diferentes personalidades que la recorren a diario, cambiaran de color, intensidad, expresión y trajes, con el cambio de ángulo en que esta recibe los rayos de luz con que el sol la adorna y le hace relucir.

Es un lugar adecuado para una cita, compromiso, reunión, con sus cafés aledaños y su fácil ubicación. Es, además, un lugar idóneo simplemente para diversión y esparcimiento. Lugar para el deleite cultural, ya sea formal, como el promulgado por el Ministerio de Cultura y el Teatro Principal, aledaño al lugar, con sus diversas exposiciones y obras que renuevan paulatinamente, o simplemente el arte callejero, promulgado este por las diversas escuelas y agrupaciones callejeras que hacen vida en la ciudad. Quién sabe si hasta en un paseo por el lugar te encuentres a Juan Vicente Gómez y a Cipriano Castro rondando la plaza, y dispuestos a tomarse una foto para la historia contigo.

Lugar de convivencia de distintos grupos. Cita obligada para todos aquellos que quieren el dato del día para el "5 y 6 millonario" (carreras de caballos). Lugar de culto para los aficionados a la pelota, con sus características discusiones efervescentes y agresivas sobre, mayormente, datos irrelevantes para cualquier mortal que los oyera hablar, los cuales misteriosamente desaparecen de la plaza después de las cuatro de la tarde, horario en el cual se da inicio a la jordana de la MLB; y más rápido aún si Johan Santana es el pitcher del día.

Sitio de paso obligado para una gran cantidad de trabajadores que confluyen en este emblemático lugar de la capital. Sitio de culto diario para aquellas personas que aún hoy en día añoran la efervescencia con que crecía y se intercomunicaba la ciudad en los 50's y 60's. Lugar preferencial para los nuevos padres de la sociedad, que desean un primer contacto de sus hijos con el ambiente de la ciudad. Parada obligada además para aquellos turistas que desean conocer la casa del Libertador, así como el primer sepulcro de este en la ciudad. O, simplemente, un lugar adecuado para flanear. Es también hogar de tolerancia total, sitio donde no cabe un ápice de remordimiento ni rencor de cualquier tipo. Portal mágico a otra dimensión, una en la cual cualquier persona en esas cuatro cuadras, y las aledañas, es igual a la otra, ya sea social, o étnicamente hablando. Es decir un sitio donde el color, edad, tipo de sangre y el nivel social de sus transeúntes es indistinto. Un lugar utópico, de esos que están extintos. Importante punto estratégico y político, donde las facciones de seguidores, unos más organizados que otros, se reparten y conviven en las diferentes esquinas de la plaza, como una suerte de cuadrilatero, en un aparente pacto de no agresión, como si estuvieran en el límite del paralelo 38 y donde las armas no son más que improperios. Por una esquina el sector oficialista y su famosa "esquina caliente", un nombre casi patentado en nuestra ciudad, con su distintivo color rojo, en la cual la aglomeración de personas pueden ser contadas por docenas y cuya principal actividad no es más que la admiración a un televisor colocado en una mesa, para la posterior sintonización del "Canal de todos los venezolanos"; cualquiera que simplemente les observe 15 minutos se pondría a reflexionar claramente si ellos imitan la personalidad de los zombies, o fue que los zombies se la robaron a estos, puesto que el único modo en que haya un leve movimiento o simplemente una vaga conversación entre algunos de los allí presentes, es necesario una pausa comercial. En la otra esquina, y representando a la carpa de "la alternativa", encontramos gran cantidad de grupos con acaloradas discusiones cuyo principal uso semántico y lingüístico son las analogías entre el gobierno de turno y todos los anteriores, obviando totalmente el futuro de la nación; grupos, además, delimitados por los diferentes partidos políticos a los que están adscritos, los cuales parecieran turnarse a la hora exacta, como si existiera un reloj natural dentro de ellos que les anunciara que su tiempo ha finalizado y que es tiempo de otra de las tantas toldas políticas de la alternativa.

No podría faltar la "muchachera" que con sus risas y alegrías le arreglan el día a cualquier desdichado que no se lo ha pasado muy bien últimamente, y le dan un aire más informal a la plaza, aunque a costa de las plumas perdidas de una inmensa cantidad de palomas que pierden estas en su afán de evitar ser capturadas por aquel manojo de "manos inocentes" y de la latente preocupación de las ardillas por tener que descender más de los normal de sus madrigueras, para lograr obtener una de las tantas raciones de comida que reciben al día; palomas estas, atraídas por los padres de los niños, sin más esfuerzo que el de dejar caer unas secas y refritas cotufas al suelo, adquiridas a uno de los tantos vendedores ambulantes de los alrededores de la plaza. Vendedores, por cierto, bastante oportunistas, cuya mercancía se adecúa a las necesidades de los transeúntes, como una especie de dependencia lineal.

A pesar de todo el caos que podría imaginar la mente de cualquiera que lea estas líneas con respecto al lugar citado, basta con mencionar unos detalles y facultades de aquel para que todo ese caos sea borrado inmediatamente de la mente del lector. Es que además de todo aquello, aún existe sitio para la fantasía, la lírica, la poesía, el amor y pasión de las continuas parejas que no esconden, ni dejan amedrentar su amor por la cantidad de transeúntes que por diversas causas cruzan la plaza a distintas horas del día y la noche, y menos aún por la soberbia de los distintos grupos de toda índole que hacen vida en ella.

Otra característica, de esas que la hacen especial, es que ella no olvida. Todos los hechos que han acontecido en la nación parecieran ser registrados, además de en la Biblioteca y el Archivo Nacional, en este sitio. Por donde quiera que mires alrededor de esta, en cada esquina que la compone, una huella del pasado está latente, como si al mirar cada esquina, cada edificación que la rodea, pasara una leve imagen fantasmática y surreal de la construcción de Caracas; por esto no es raro ver que todos los cronistas de la ciudad empiecen o basen sus relatos e historias de la ciudad desde las esquinas que rodean este lugar, tal como lo hizo Enrique Bernardo Nuñez en su libro La ciudad de los techos rojos. Una de esas esquinas, por cierto, es bastante especial, desde ella se puede ver la historia, inmensidad, colorido, e incluso la división social de la ciudad. Esta esquina es la ubicada en el punto de intersección de las avenidas Oeste 2 y Sur; la esquina de Las Gradillas. Todo aquel que se pare en dicha esquina, mirando hacia el sur, verá toda una jerarquización de la construcción en la ciudad. Empezando con un bulevar, cuyo tamaño es un poco reducido, seguido por edificaciones mercantiles y bursátiles, bastante modernas, para luego continuar con una gran cantidad de edificios residenciales y finalizar con un laberinto casi indescifrable de edificaciones populares, es decir, una "barriada" con su característico color marrón, aledaño al Cementerio General del Sur. Es por esto, un excelente lugar para pasear, para recordar, para rencontrarse con el pasado y hasta, en algunos casos, para añorar y llorar lo que no se tuvo.
Por todo esto y por lo que se deduce a partir de ello, a cualquier persona del interior del país, o fuera del mismo, que lea este ensayo, le sería difícil creer que existan personas que, viviendo y perteneciendo a la ciudad de Caracas, aún no hayan siquiera pasado repentinamente por este, uno de los sitios más emblemáticos de la ciudad; por no decir el más emblemático, excusándome con el Parque el Calvario y la Casa Natal del Libertador, entre otros. Pero, ¿quién de aquellos que se dice a sí mismo “caraqueño” tiene el valor de decir, o admitir, que aún no ha pasado por la plaza Simón Bolívar, aun cuando realmente no le venga a la cabeza siquiera la ubicación, o un vago recuerdo de esta?

La máxima representación del ser caraqueño no es la moderna arquitectura del Centro Comercial Milenium, ni las tiendas del Centro Comercial Tolón, aunque los medios audiovisuales se encarguen de afirmar que sí. Tampoco lo es la imponente estructura de Parque Cristal, menos aún el Aeropuerto Internacional de Maiquetía, aunque últimamente la moda sea salir del país mensualmente por allí. Ese sentimiento y pasión que produce todo lo anterior en los jóvenes, y a los no tan jóvenes, no debe llegar ni a la décima parte de lo que cualquier venezolano y, en especial, cualquier caraqueño debería sentir al cruzar la Plaza Bolívar y ver la estatua ecuestre del Libertador erigida en el centro de la misma, la cual es la máxima representación del ser caraqueño.
En efecto, no hablamos de otra más que de la Plaza Bolívar del centro, que debe su nombre al “Máximo hombre que ha nacido de las entrañas de esta infeliz tierra...”. Como diría José Bernardo Viso al referirse en uno de sus innumerables textos a Simón Bolívar, el Libertador.