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El poder de las palabras

Juan Carlos Pérez Toribio *

En estos momentos nos viene a la memoria el general alemán de la época napoleónica Clausewitz y su no menos famosa sentencia de que "La guerra es la política por otros medios". Y es muy natural que así nos ocurra porque la política por ser una actividad social, donde no hay un paradigma aceptado universal y predominantemente, más allá del que podría representar una democracia a la que todos conseguimos defectos, la deliberación y la persuasión, el discurso, en suma, dialéctico-retórico es fundamental para lograr la adhesión. En los momentos de cambios profundos, y es innegable que este es uno de ellos, sólo la otra figura de la retórica clásica, el auditorio, es el que termina decidiendo qué es lo que está bien y qué no lo está, qué procede y qué no. No existe una instancia superior, neutral, a la cual apelar, si no es lo que considere conveniente el auditorio, el foro, para decidir a favor o en contra de lo que se predica.

En los actuales momentos una sentencia como "la tierra debe ser para el que la trabaja" tiene tanta validez en el plano del razonamiento práctico como "la tierra es de quien la posee legítimamente", o "la propiedad privada es la causa de todos los males ( pobreza, crímenes, etc.)" tanta como "la propiedad privada es la causa de todos los bienes (felicidad, riqueza, etc.)". O, todavía más actual, "los petroleros sabotean la industria" tanto como "el gobierno se quiere apropiar de la industria petrolera". Ni siquiera la Constitución representa ya esa instancia tan ansiada. Los elementos del gobierno, por ejemplo, han sentenciado más de una vez que si la Constitución llegara a frenar la revolución, ésta deberá cambiarse. El pulso político, pues, va más allá de la concentración y la marcha, se juega en el terreno que le es propio tanto a la Política como a la Ética (en mayúsculas), según lo avizoró en su momento Aristóteles; esto es, la retórica, y no en el sentido de artificio engañoso, sino en el más puro y clásico de la persuasión y el convencimiento. Los elementos de la oposición, aunque no disponen de un orador tan diestro en el arte de retorcer argumentos como el que preside la república, apelan, sin embargo, a las experiencias que se han vivido en otros países (Cuba, Rusia e, incluso, Irak). Olvidan que la experiencia no es suficiente, como aseveró Kuhn, para validar una teoría. Siempre es posible argumentar que en esos países, el "proceso" fracasó porque no fue bien llevado. Sin embargo, tanto gobierno como oposición se han percatado que en los actuales momentos de globalización el auditorio se ha ensanchado y ahora está compuesto además por una comunidad internacional atenta a lo que sucede en nuestro país. El gobierno ha esgrimido, entonces, que la oposición quiere violentar las leyes (golpismo), y la oposición que el gobierno es el que las violenta (antidemocrático y autoritario). En este sentido, las preguntas que saltan a la vista pueden ser las siguientes: ¿Quién podrá, pues, persuadir y convencer a mayor cantidad de gentes y auditorios? ¿Qué nos conviene y conviene más al mundo: aceptar un gobierno legítimamente electo con una práctica que raya en la ilegalidad, o aceptar que es conveniente el respeto a unas normas mínimas de convivencia que nos liberen de la discrecionalidad del presidente y de lo que Guillermo O'Donnell llama, en sus Ensayos sobre autoritarismo y democratización, democracias delegativas (1)? ¿Qué instancia, de entre estas dos, convendría más para el desarrollo de nuestro pueblo? Y por último y no menos importante porque la respuesta podría situarnos fuera del campo estrictamente retórico y político: ¿Qué tanto estamos dispuestos a hacer para defender lo que creemos que nos conviene?

No faltará quien "argumente" que aquí no apelo a la facticidad que podrían representar algunos miles de ciudadanos muertos de hambre y desempleados, cosa que podría muy bien inclinar el fiel de la balanza. Y no lo hago porque las cosas que podrían ser consideradas como "hechos", sirven igualmente para sustentar los argumentos de ambos bandos. Y es que así es la política, lugar de "juntas patrióticas" cuando conviene, de "revoluciones" cuando nos interesa, de "sangre sudor y lágrimas" cuando es útil; de palabras mayores como Patria, Estado, y demás yerbas, todas formas culturales convenientes en determinado momento pero no por eso válidas en sí mismas, como diría el economista Emeterio Gómez. Y es que ya lo dijo Nietzsche en algún momento: "El hombre ata su vida a los conceptos para no verse arrastrado y no perderse a sí mismo"(2). De ahí que llegara a sentenciar en el Crepúsculo de los ídolos que nunca dejaremos de creer en Dios mientras sigamos manejando el mismo lenguaje.

Es innegable, pues, el poder de las palabras en este momento. El "saco de palabras", como acertadamente calificó una vez Arias Cárdenas, antiguo aliado del mandante, las propuestas del gobierno, han adquirido vida propia debido a la repetición y la pretendida ostensión. Revolución, oligarquía, proceso, etc., traspasan nuestras fronteras y cada mañana nos levantamos ansiosos por hojear las páginas de los periódicos internacionales para ver si han hecho mella en el auditorio internacional, la llamada "aldea global", desconocedora de nuestra verdadera realidad.

Citas:

(1) "[…] las democracias delegativas -dice O'Donnell- se basan en la premisa de que la persona que gana la elección presidencial está autorizada a gobernar como él o ella crea conveniente, sólo restringida por la cruda realidad de las relaciones de poder existentes." O'Donell, G., Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 293.

(2) Nietzsche, F., Gay saber, Ed. Narcea, Madrid, 1973, p.33

(*)Profesor del Departamento de Ciencias Sociales USB
CSX-422
La estructura de las revoluciones científicas

 

Universalia nº 18 Oct 2002- Mar 2003