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Historia de un Beso

Cristian Núñez *

"...me concentré en levantar mis ojos lo suficiente
para alinearlos con los suyos; ahí los dejé, fijos,
para tratar de enfocar el infinito"

Es el tercer día que pasa y no sé cuánto más debo callar, me siento ilusionado, mi alma es el reflejo de la experiencia que me ha tocado vivir; quisiera poder contarlo de una buena vez y convencerme para siempre que esto sucedió. Es que nunca creí en esas supersticiones del destino, para ser sincero nunca creí mucho en el "amor verdadero", en el "uno para el otro", y en toda esa serie de frases cliché que a la gente le encanta decir.

Bien, el hecho es que me encontraba a las puertas de la situación más intensa que jamás me haya tocado vivir, es que no estaba preparado, todo vino a mí sin esperarlo.

Estaba como cada martes en la noche, sentado en la azotea de mi edificio viendo lo inabarcable que es el cielo, tratando de enfocar la mirada al infinito para que mi imaginación pudiera hacer de las suyas; pero, de la nada, una voz inundó mis sentidos y volteé hacia ella, no sabía de dónde había salido pero su belleza me impactó tanto que tardé unos segundos en responderle: "¿llevas mucho rato esperando?" me preguntó con una sencillez que me dejó pasmado. Tragué saliva, parpadeé unas cuantas veces, y luego de acomodarme el cabello le dije un "no" entrecortado que me brindó la oportunidad de sentirme vivo durante toda la noche. "Es que tenía miedo de que te fueras y me dejaras sola..." dijo mientras se sentaba. Yo no la escuchaba, pues estaba concentrado en lo que me estaba pasando, jamás en mi vida me había sentido así, el corazón lo tenía acelerado y creía que si me ponía de pie mis piernas no soportarían todo aquello que llevaba por dentro.

Entonces comenzamos a conversar, me contó lo que hizo durante el día, por otro lado yo era un completo desastre, tenía que pensar cada palabra antes de pronunciarla, incluso escondía mis manos en los bolsillos para que no se percatara de lo mucho que temblaba. Para ser sincero no entiendo qué le agradaba de mí, cuál era la razón para que ella permaneciera sentada escuchándome durante tanto rato cuando yo estaba tan impreciso, nunca me había sentido con tantos defectos.

No sé de donde saqué la habilidad para arrastrar la conversación hasta un punto en el cual ambos nos interesábamos; tampoco sé cómo fui capaz ( y con el permiso de la situación ) de decirle poco a poco de manera implícita lo que me sucedía, pero había algo dentro de mí que de a ratos me hacía fuerte y me regalaba algo de valor para mirarla de frente y decirle algunas palabras bonitas. Nuestras voces se hacían tan tenues que cada vez que alguno de los dos hablaba parecía una música de fondo que hacía el momento cada vez más perfecto.

Decidí no esconder mis manos ya que había dejado de temblar, y las coloqué muy cuidadosamente cercanas a las suyas, buscando algún roce casual que le recordara que yo estaba presente y que calmara mi necesidad de sentirla. La ocasión estaba a mi favor, porque sentí como tímidamente uno de sus dedos se deslizó por mi piel tan suave como una gota de agua por el ápice de una hoja. Volvió a mí el escaso valor que guardaba y me concentré en levantar mis ojos lo suficiente para alinearlos con los suyos; ahí los dejé, fijos, para tratar de enfocar el infinito y así mi imaginación volviera a hacer de las suyas. Solamente no podía respirar, el aire que me rodeaba era tan insuficiente que me acerqué hacia ella en busca de alguna señal de vida: abrí mi boca, la rocé con la mayor de las sutilezas, era indescifrable la textura que tenía en frente, eran sus labios. Y como si de una emergencia se tratara, me permití robar su aliento para que volviera mi respiración, fue único. En la medida que el tiempo avanzaba por mi cuerpo, el corazón golpeaba tan duro mi pecho en un esfuerzo inútil por tratar de salir y quedarse junto a ella; sentía como las arterias se abrían una por una y la sangre que brotaba se extendía por cada pequeño rincón del cuerpo. No sé si fue el efecto de mi imaginación algo perturbada o si la realidad se hizo presente, pero por un segundo pude apreciar como cada fragmento de nube se unió al próximo y nos regaló una lluvia de lágrimas que rozaba nuestras pestañas y brotaba por cada poro de mi piel, o su piel, o nuestra piel.

La rodeé con mis brazos y le devolví el aliento que había robado, su cabello acariciaba mi rostro y un suspiro marcó el final de esa primera batalla. Todo había terminado, pero esa indomable experiencia me había cambiado por completo, ya no era el mismo, al minuto siguiente podía ver la limpieza de su alma a través de sus ojos y esa sonrisa tan pura que me obligó a susurrarle al oído una frase que solo ella pudo escuchar.

Eso fue suficiente, ya que cualquier palabra que intentara pronunciar después de semejante momento no sería apreciada por ninguno de los testigos que se encontraban presentes; así, poco a poco el momento fue rompiéndose en pedacitos tan exactos y únicos que cada uno de ellos se almacenó en mi silencio como un rompecabezas que finalmente logré armar para transformarlo después en una historia que con simples palabras estoy terminando de contar y que me ha servido para cantarle al mundo como una noche me di cuenta de que existía al menos una razón lo suficientemente fuerte para creer en el amor.

(*)Estudiante de Ingeniería Electrónica USB.

Universalia nº 18 Oct 2002- Mar 2003