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CAMINO A LA PERFECCIÓN

 

Erika Camacho B.*

 

Fe, alegría, optimismo.
– Pero no la sandez de cerrar los ojos a la realidad.
(José María Escrivá. Camino, 1996)

 

 

Guillermo Sucre culmina su artículo “De la elegancia y otros anacronismos” con las siguientes líneas:

Vivimos en una depresión no menos profunda: la de la elegancia y, por tanto, la del alma misma. Mis instrumentos de trabajo son “el antiguo alimento de los héroes: /La falsía, la derrota, la humillación”, escribía Borges en un poema de 1953. ¿Habrá en el mundo de hoy alguien capaz de nutrirse de esos alimentos y de convertirlos en un destino, una gracia y una nueva iluminación de nuestra historia?1

Creo que no es el único que se hace la misma pregunta. Cuando se habita en un mundo donde el dinero y el poder son los mayores indicativos de éxito y felicidad; cuando para conseguirlos ciertos valores -e incluso la felicidad e integridad del otro- carecen de importancia; cuando la justicia es relativa a los intereses individuales; cuando la prepotencia, el orgullo y la soberbia son considerados virtudes y son, por tanto, admiradas; cuando las apariencias resultan suficientes para catalogar a una persona…. ¡no es de extrañar que más de uno se plantee la misma interrogante!

Fernando Savater, por su parte, escribe lo siguiente:

(…) ¿Cuál es la ilusión que la ética narrativa pretende resguardar o propagar? La confianza en que la acción humana está abierta a lo posible tanto como condicionada por lo necesario (y que para los propósitos de dicha acción, lo posible es más relevante y significativo que lo necesario); la creencia mítica en que la sensibilidad (o sensualidad) y la racionalidad humanas bastan para fundar, mantener y transformar los valores y normas que regulan la vida de los hombres; la obstinación en defender lo que exalta jubilosamente al hombre y le hace sentirse más firme y más libre. 2

La respuesta de Savater a su pregunta sienta una base importante a una posible respuesta a la anterior realizada por Sucre, y de alguna forma constituye la inspiración de lo que pretendo decir en estas líneas. En la actualidad, el ser humano -independientemente de sus creencias religiosas- tiene como eje central de vida, bien sea de manera implícita o explícita, la búsqueda de una “plenitud del ser”, que en otras palabras podría llamarse felicidad. Cada quien, por caminos distintos, intenta alcanzar dicho objetivo, y de alguna forma se exige a sí mismo cierta cuota de perfección en sus actos y modos de vida.

Es sabido por todos los lectores de las historias del Rey Arturo y sus nobles caballeros la influencia de las creencias cristianas en los actos que describen el estilo de vida de los protagonistas de las mencionadas historias. Por esta razón, no es casualidad encontrar semejanzas de comportamiento entre un caballero de la Tabla Redonda y un cristiano que busca vivir plenamente su fe, puesto que ambos buscan alcanzar un mismo objetivo: la plenitud del ser. Aunque recorran caminos distintos y tomen acciones diferentes (el caballero se lanza a la aventura a caballo, con su armadura, espada y escudo; el cristiano utiliza las palabras y los hechos ordinarios), la esencia de ese recorrido gira en torno a valores similares y al desarrollo de las mismas virtudes, con el fin de alcanzar cierto grado de perfección en el contexto en el que se mueven.

Los lectores de las historias caballerescas suelen identificarse en gran medida con los personajes de las mismas. Esta identificación varía desde la admiración por los valores y virtudes de los caballeros hasta la vivencia de la hazaña en forma tal que puede entrar en la historia y sentir que forma parte de ella.
En este sentido, resulta interesante saber cuáles son esos puntos de identificación lector – caballero en el camino que los lleva a ser “perfectos humanos” y no “humanos perfectos”. Perfectos humanos por ser fieles representantes de lo que es un ser humano, que no llega a ser perfecto porque sabe que tiene límites y está consciente de ellos. En el caballero este camino está constituido por la aventura. En el lector, es su propia vida, que va llenándose de nuevas esperanzas cuando huye de su realidad mediante la lectura de la aventura del caballero y regresa renovado para continuar.

La perfección del caballero

¿En qué consiste la “perfección” del caballero? Al hablar del héroe y lo noble, Max Scheler establece que “el héroe es la personificación de lo noble, es decir, la suma de todas las excelencias y virtudes, no sólo puramente espirituales, sino vital-espirituales. (…) Héroe es el tipo ideal de la persona que carga con el valor de lo noble, el portador de la suma de todas las excelencias vitales”3 . Asumiendo pues, que la esencia del caballero es el héroe noble, lo anterior puede resumirse en una definición expresada a través de una curiosa “fórmula matemática”:

Caballero = (ferocidad y valor)^n + (humildad y cortesía)^n

La n está en continuo crecimiento, porque en la medida en que alcanza un valor, nunca es lo suficientemente alto como para satisfacer las expectativas, sino más bien siempre se quiere que ese valor sea mayor, evocando una idea de grandeza infinita. Sencillo, ¿no? Las matemáticas no fallan. Lo complicado es aplicar esta definición de caballero, puesto que constituye una doble exigencia de la naturaleza humana al tratarse de una convivencia de fuerzas que, en principio, son contrarias, y deben ser llevadas a su máxima expresión.

El ideal caballeresco busca la verdadera nobleza, la nobleza del corazón, la cual reside en la virtud y busca a su vez el perfeccionamiento humano. El código caballeresco sienta sus bases en las virtudes cristianas: las virtudes cardinales (fortaleza, templanza, justicia y prudencia) y las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). John Steinbeck, en el juramento que realizan los caballeros de la Tabla Redonda al final de las Bodas del Rey Arturo, relata una muestra hermosa de esto:

Juraron que jamás usarían de la violencia sin un buen propósito, para no incurrir en asesinato o traición. Juraron por su honra ser clementes cuando les pidieran clemencia, y proteger a las doncellas, damas, señoras y viudas, y defender sus derechos sin jamás someterlas por la fuerza a sus deseos carnales. Y prometieron no luchar nunca por una causa injusta o en provecho personal.4

En un análisis anterior, escribí que resulta interesante la manera en que el caballero se deja guiar por estas virtudes, dándole un sentido sagrado a su estilo de vida, pudiendo observarse una especie de “círculo”: se dirige por las virtudes cardinales y sus acciones se sustentan en las virtudes teologales, formándolo y haciéndolo madurar para alcanzar la perfección de la que tanto hablo. De esta forma intenta buscar el equilibrio entre las dos fuerzas contrarias planteadas en la “fórmula matemática”.

Por su parte, Fernando Savater establece que “el héroe aspira a la perfecta nobleza, es decir, a que su deber no se le imponga como una coacción exterior, sino que consista en la expresión más vigorosa y eficaz de su propio ser”5 . Define héroe como quien logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia, estableciendo que “a la virtud se le reconoce una eficacia excelente, pero tal reconocimiento teórico y edificante está constantemente desmentido por la acumulación de fracasos concretos de la conducta virtuosa que cualquiera puede constatar en la vida cotidiana”6. Y ante esto, plantea que:

Hay otra posibilidad, sin embargo, de ver a la virtud como vencedora contra la inercia viciosa del mundo: la proeza del héroe. Allí la virtud no sólo no fracasa, sino que cobra su sentido, es decir manifiesta por qué es considerada como virtud: el héroe no sólo hace lo que está bien, sino que también ejemplifica por qué está bien hacerlo. (…) En el héroe la virtud surge de su propia naturaleza, como una exigencia de su plenitud y no como una imposición exterior (…).
Apoyado y combatido por lo extra-humano, el propio héroe se hace con frecuencia un poco monstruoso, (…), tantea por arriba y por abajo los límites de la humanidad como si vacilara sobre cuál es el punto adecuado para asentarse en ella. El héroe es el hombre que vence a lo inhumano; su lección más honda puede resumirse así: hay que ser más y menos que hombre para llegar a ser hombre de veras. Lo que se llama habitualmente “humanidad” no es más que una cauta componenda de biología, frustraciones y convención (…). 7

La vida del caballero es una lucha constante por la perfección, y en muchos casos logra una porción de ésta mostrándose como una esperanza para el lector traspasando la barrera de lo imposible a través de sus “proezas”. No se equivoca, puesto “no es el éxito lo que determina su heroísmo, sino el ímpetu de sus actos” . Pero según Savater, el héroe no puede triunfar de cualquier modo (pues no todo imponerse o dominar es un triunfo), sino que triunfa porque no aspira a algo ajeno a lo que él mismo es. El caballero decide, y así demuestra, como decía Aristóteles, que las virtudes han de ser imitadas de la conducta excelente, puesto que lo valioso de la virtud reside en su ejecutante ejemplar.

Sin embargo, también se cae y aprende de sus caídas. Esta doble exigencia de la naturaleza requiere un esfuerzo sobrehumano: siempre existe la tentación al mal, la debilidad. Savater establece que el héroe rechaza el mal por “la voluntad de perseverar en su ser”, y que “lo malo del mal” es precisamente la debilidad que encierra. Hasta Aquiles, que era un semi-dios, tenía una debilidad -el talón-; los caballeros tampoco se escapan de ello. Pero lo grandioso es que su caída no se presenta de manera pesimista, sino más bien como una esperanza de reconciliación con el mundo. Es aquí donde el caballero se nos hace más cercano, precisamente porque es la representación fiel de la perfecta humanidad: es un ser humano precioso que lucha por ser perfecto y, en su lucha, alcanza la plenitud –y nosotros junto a él-, pero su misma condición humana le regala una pequeña cuota de “imperfección”, representada por debilidades, que le devuelven la conciencia de sus límites y nos devuelve a nosotros a la realidad, para atenderla con nuevos ojos y así devolvernos también nuestra propia conciencia.

El camino del héroe: la aventura

Retomo la idea de la virtud como “vencedora contra la inercia viciosa del mundo: la proeza del héroe”, expresada por Savater. Al analizar el fenómeno del “héroe” salta a la vista la importancia de la aventura sobre éste. Nuevamente llama la atención un planteamiento del tan mencionado autor, quien con mucha razón, afirma que “el mundo del héroe es la aventura: en ella hay que buscarle y allí alcanza la plenitud de su perfil” . Y es precisamente en la aventura donde encontramos al caballero luchando por su perfección: aquí es donde desarrolla sus virtudes y nos hace partícipes de su hazaña y de su evolución. Savater describe de manera extraordinaria la sensación de algunos lectores de la aventura:

El tiempo aventurero es realmente nuestro y la relación que mantenemos con él se hace apasionada, más allá de cualquier módulo convencional, pues puede ser nuestro mejor cómplice o implacable tirano. (…) Ese tiempo no se mide, sino que se saborea o se sufre (…). El tiempo en la aventura es el marco dramático de lo que pasa, mientras que en la rutina todo pasa para llenar de algún modo el hueco bostezante del tiempo (…) En la aventura nadie puede decidir por nosotros ni está determinado de antemano cuál es el comportamiento correcto que requiere la ocasión: es un ámbito inseguro e imprevisible (…) todo en ella tiene el sello de la intensidad, del esfuerzo, de la sorpresa, de la pasión, del tesoro 10

 

Curiosamente, la aventura caballeresca puede parecer descabellada para muchos lectores. Incluso podría considerarse absurda, obligada, ¡y hasta tonta! Al menos esa fue la impresión que me dio al comienzo de la lectura de aventuras como la de Sir Gawain y el Caballero Verde, o las que se originaron por el robo de la perra de caza blanca durante las bodas del Rey Arturo. Digo esto porque el tiempo que me ha tocado vivir me ha acostumbrado (¿acaso obligado?) a razonar todo lo que ocurre a mi alrededor, a buscar causas a los acontecimientos, a evaluar todos los posibles escenarios de una situación y encontrar justificaciones enmarcadas dentro de una “lógica común” que explique los efectos producidos.

Mi lectura caballeresca tuvo sus inicios con el libro de John Steinbeck: Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros (según la obra de Sir Thomas Malory y otras fuentes). El primer capítulo se denomina Merlín, y comienza relatando la historia de Inglaterra bajo el reinado de Uther Pendragon y la forma en que el mago interviene para satisfacer su capricho de tener a la hermosa y discreta Igraine, esposa del duque de Cornualles. Fue allí donde conocí la manera en que Arturo vino al mundo y me fui dejando maravillar -muy racionalmente, cabe destacar- por la magia y las fuerzas del destino presentes en la historia. Regresó a mi mente un vago recuerdo que tenía de cuando era niña, la imagen de una película en la que un chico sacaba una espada de una piedra, pero no recordaba más. Mi sorpresa fue tremenda al tomar conciencia de que el chico era Arturo, el famoso rey que fundó la Tabla Redonda y todo ese mundo desconocido para mí que tenía que ver con caballería: castillos, caballos, armaduras, escudos, lanzas, espadas, batallas, doncellas, caballeros…

Dentro de mi “lógica”, la aventura fue fascinándome: la lectura era muy movida, las batallas y combates tenían un origen o causa comprensible de forma evidente. Era claro para mí, como lector desprevenido que era, que se desencadenara una guerra en una tierra sin ley debido a que un chico iba a imponerla simplemente por haber sacado una espada de una piedra, y por cosas del destino este muchacho sería aclamado rey de Inglaterra. Era lógico pensar que los reyes de las comarcas vecinas se molestaran por el hecho y se librara una gran batalla por la conquista del reino, en la que se demostrara que el chico era quien debía gobernar, ¡porque en el fondo así también lo quería yo! Y disfruté ese sabor de lo heroico11 como si estuviese montada en el caballo, con la armadura, escudo, lanza y espada, cabalgando detrás de Arturo empuñando la Excalibur junto a los reyes de Francia, que eran nuestros aliados. Aquí viví con ellos cómo en efecto se cumplía una parte de la “fórmula matemática” del caballero: alcanzamos (ferocidad y valor)n, con un n particularmente alto, y empecé a conocer la forma en que Arturo aprendía a alcanzar (humildad y cortesía)n. ¡Las palabras me son cortas para expresar la emoción que sentí!

Después fueron ocurriendo hechos que merecen especial atención, en los que tuve que dejar de ser “lector desprevenido” para empezar a ser una especie de “lector macho”, como diría Cortázar, porque por primera vez vi la caída del rey y lloré junto a él, pero además empecé a leer aventuras que, a mi manera de ver (y de leer) resultaban absurdas.

Mi emoción fue disminuyendo cuando, al avanzar la lectura del libro, llegué a las Bodas del Rey Arturo. Cuando por fin leí que el rey convierte a Ginebra en reina, aparece en el gran salón de la corte una dama gritando que se habían llevado su perra blanca. ¿Extraño, no es así? Y el rey reaccionó igual que yo: le dijo que eso no era su asunto. Fue cuando Merlín dijo: “Es difícil entrever una aventura por sus comienzos. La grandeza nace pequeña. No deshonres tu fiesta ignorando lo que en ella ocurre. Así son las normas de la caballería andante” 12.

Tanto Arturo como yo le hicimos caso, y se desencadenaron tres aventuras cortas con tres de los caballeros de la recién fundada Tabla Redonda: Sir Gawain, Sir Pellinore y Sir Tor, hijo de Pellinore. Sir Gawain y Sir Tor recién habían sido armados caballeros y ésta constituía su primera aventura. Gawain sale con su hermano Gaheris (todavía escudero) a perseguir al venado blanco. Tor sale solo, detrás de la perra de la discordia, y Pellinore, también solo, sale en la búsqueda del caballero y la dama ultrajada. Después de leerlas comprendí lo esencial: aunque la aventura tenía origen descabellado y absurdo para mí, en ella los tres caballeros se mostraron como los mejores del mundo. En cada una se observa la lucha por la perfección, el enfrentamiento ocasionado por la doble exigencia de la naturaleza y la caída por causa de la debilidad, con su correspondiente contemplación y recuperación de la conciencia. Me detendré un momento sólo en la historia de Gawain, resaltando elementos interesantes que descubrí cuando empecé a ser “lector macho” de la historia.

Desde el principio del relato, Gawain se muestra arrogante, soberbio, impulsivo y vengativo. Cuando llega Pellinore a la Tabla Redonda, Gawain le dice a su hermano: “Ese caballero que recibe tantas honras mató a nuestro padre, el rey Lot. Mi espada está afilada para él. Lo mataré ahora mismo”13. Se muestra falto de templanza: es ésta su debilidad. Su camino de caballero estaba apenas comenzando, todavía le faltaba por madurar. Ante la pelea de los hermanos sale triunfante: muestra una fortaleza de carácter admirable, está conciente de su valentía y no necesita ponerla a prueba. Sabe que no ganará mayor honra por batirse con dos caballeros mal heridos. Muestra su gallardía al enfrentarse con Sir Alardine de las Islas. Encuentra al venado blanco y, junto a su hermano, le da muerte. Aparece el dueño del ciervo, quien llora y decide vengarse. Mata a dos perros de Gawain y éste se encoleriza. Aquí encuentra su punto máximo de ferocidad: “Morirás por matar a mis perros” – dijo. Pero se mostró inclemente cuando el caballero pidió misericordia. ¡Abrupta caída la de Gawain! No supo controlar su libido, y sin querer mató a una dama que iba en defensa del caballero. Gaheris hace pocas intervenciones, pero muy acertadas, y se muestra como el “Pepito Grillo” de su hermano: “Este fue un acto de villanía” -dijo con amargura-, “un acto ignominioso que se clavará en tu memoria. Él pidió clemencia y no se la otorgaste. Un caballero sin clemencia es un caballero sin honor”. 14

¡Qué dolor el de Gawain (y el mío también)! Más adelante, los hermanos caen prisioneros de otros caballeros, y Gawain conoce el valor de la misericordia cuando le es perdonada la vida por intercesión de unas damas. Es aquí donde recupera el sentido, y con humildad regresa a Camelot a comparecer ante el rey. ¡Cuánta emoción me causa las órdenes impuestas por los reyes a Gawain! De ahora en adelante debe defender a todas las damas y honrarlas mientras viva, además de ejercer la cortesía y otorgar la clemencia cuando se la pidiesen. ¿No resultaba necesaria la aventura para la perfección del caballero? ¿No nos llama a la reflexión y nos llena de esperanza para nuestra propia perfección como seres humanos? La respuesta a ambas preguntas es definitivamente afirmativa. Siempre ocurre que se conoce una realidad teóricamente, y se dice. “Yo nunca caeré, no cometeré ese tipo de error”. Somos soberbios igual que Gawain. No prestamos atención a cosas esenciales: muchas veces agraviamos a otros con nuestros errores. Y cuando cometemos el error nos sentimos ínfimos… pero si tenemos la dicha de saborear el gusto del perdón, nos reconciliamos con la vida nuevamente, y somos mejores personas. Es grandioso sentir que Gawain es soberbio igual que nosotros, ¡es un perfecto humano!

Después de todo fue interesante la aparición de la perra blanca. De hecho, fue bastante aleccionadora: de aquí salió el juramento de los caballeros de la Tabla Redonda, al que hice referencia líneas atrás. No resultó tan absurda como pensaba al principio de la lectura, porque como bien dijo Merlín, “la grandeza nace de las cosas pequeñas”.

La perfecta humanidad de Gawain se demuestra nuevamente en otra aventura -en principio descabellada también-: Sir Gawain y el Caballero Verde, que resulta muy interesante e inspiradora, gracias a la carga simbólica medieval que contiene. Carezco de experticia en simbolismos medievales, pero voy a partir del análisis realizado al poema en el epílogo de la edición que leí, escrito por Jacobo F.J. Stuart.

Stuart establece que “para el hombre medieval, el mundo era representación de otra realidad que no era posible percibir en sí misma” 15. Todo lo existente en esta realidad era representación de lo sobrenatural, por lo que la literatura se basa en el sentido alegórico de las cosas. De esta forma, afirma que “lo fantástico era tan concebible como la espada, pues el otro mundo era la otra parte de la realidad y estaba íntimamente interrelacionado por medio de los símbolos, o los oscuros designios divinos”16 .

La historia de Sir Gawain y el Caballero Verde comienza en una celebración de Navidad en la corte del Rey Arturo, con la llegada de un caballero imponente, verde desde la cabeza hasta los pies, con un hacha inmensa en la mano, exhortando a los caballeros presentes a debatirse con él en el juego de la decapitación.

Otro inicio extraño, ¿no? Lo primero que hice fue preguntarme: ¿por qué verde?, (además de intentar imaginármelo, porque me resultaba particularmente difícil), y aunque el cuento no respondió mi pregunta, el epílogo sí aclara que para el hombre medieval lo atractivo era el significado directo de las figuras del cuento, no las causas. Habría sido lo mismo que el caballero fuera azul, amarillo o anaranjado: el asunto es que el caballero llegó a la corte a poner a prueba a algún caballero de la Tabla Redonda.

En esta historia conocí a un Gawain mucho más equilibrado que la vez anterior. Como en toda aventura caballeresca, es el mejor caballero del mundo y no existe nadie que se le compare en nobleza y virtudes. Sale a cabalgar con un escudo bien particular: por el anverso un pentáculo, por el reverso el rostro de la reina de los cielos. No me detendré a analizar el significado de estos símbolos, basta con decir que el escudo en sí mismo era símbolo de protección: Gawain estaba protegido por su fe de mantenerse fiel a sus principios y su realidad de caballero. La fe se presenta como su mayor virtud y casualmente (¿o más bien, causalmente?) es ésta la que será puesta a prueba en la aventura, mostrándonos la perfecta humanidad de Gawain.

El caballero sale al bosque y se enfrenta con salvajes, dragones y lobos, toros, jabalíes.... Pasó frío, pero nunca sucumbió debido a la inmensa fe que tenía, la cual alimentaba su fortaleza para llevar a cabo su cometido. Encuentra el castillo verde y es aquí donde es puesta a prueba su valía, al ser tentado tres veces por la esposa del anfitrión, ofreciéndole el gozo del cuerpo. Gawain sale ileso de estas tentaciones: tenía fuertemente arraigado los principios de lealtad y pureza. Sin embargo, maliciosamente la dama consigue que acepte el cinturón verde que lo protegería frente al caballero verde. Es aquí donde vuelve a mostrarse el héroe humano, su mayor virtud es puesta a prueba y muestra debilidad. Se enfrentó y sucumbió ante uno de los enemigos de la voluntad: el miedo. A pesar de la inmensa fe que tenía, se aferró al poder de la magia, un poder externo a sí mismo, para triunfar en la afrenta. Y como dice Stuart: “el resto de la historia nos es conocida”, el caballero llega a la Capilla Verde y vence la última prueba del juego de la decapitación.

Al principio no entendía tanta cortesía y tanta aventura absurda. Me divertía y me causaba gracia las peripecias de la mujer perversa, y admiraba la perfección y la elocuencia con la que Gawain manejaba la situación. Casi no me doy cuenta del fallo de Gawain, su debilidad fue bastante sutil ante mis ojos. ¡Cuántos no padecemos de la misma debilidad!

Una vez más descubrí y me maravillé de la humanidad del héroe, pero lo más curioso fue descubrir que su debilidad en la historia despertó en mí cierta necesidad de contemplación de la realidad que me rodea. Y es que muchas veces se olvida que “la victoria heroica no espera su recompensa en nada fuera de sí misma”17 Por eso es que no entendía la cortesía y las aventuras me parecían absurdas. Después fui encontrando analogías de la lectura con mi realidad, y empecé a contemplarla con otros ojos.

¿A qué me refiero con contemplación? Cristian Alvarez escribe:

La contemplación puede sentirse como un pequeño gusto de lo celeste, promesa anticipada de la vida ultraterrena, donde ese sabor será máxima plenitud (…) El concepto de contemplación parte precisamente de un mirar distinto -“amoroso y afirmativo hacia aquello que se contempla”- (…). El aprender a ver las cosas –“todo lo real”-, el apreciarlas en su ser y equilibrio, y aun el tener la certeza de que “en lo íntimo de las cosas mora en definitiva la paz, la felicidad y la gloria; nada ni nadie se pierde” (…). Todo hombre, en su cotidiano habitar, puede, así, iniciar este aprendizaje de integración al mundo. 18

Fue allí donde dije: ¡Pobre Gawain! ¡Ya casi había ganado la batalla con honores! Pero en su afán por ser perfecto se olvidó de que era humano. Y recordé lo que una vez Jesús le dijo a Pedro: Si tuvieras fe del tamaño de un grano de mostaza, le dijeras a las montañas: “¡muévanse!” y las montañas se moverían. ¡Cuántos nos hemos dejado llevar por la desesperanza y el desasosiego al haber perdido la fe ante las dificultades o por egoísmo propio!

Stuart culmina el epílogo del cuento diciendo:

El medio unificador de lo claro y lo oscuro, el símbolo, se ha perdido en el olvido deslumbrado por el Logos. Los fenómenos naturales y metafísicos han sido arrancados del círculo analógico y dinámico del mito para entrar en el sistema de comprensión lógico.
La antigua encrucijada de Sir Gawain ha muerto para la conciencia moderna, que anda demasiado ocupada en sí misma. 19

Supongo que este es el origen de la pregunta que se hacía Sucre, con la que empecé a escribir todo mi análisis. El problema parece girar en torno a la mentalidad utilitarista de la sociedad actual. Como dice Savater, pareciera como si en verdad el heroísmo y todo lo que envuelve fuera una simple ilusión, una utopía, porque es calificada de imposible, o más bien, de impensable. Al igual que el movimiento, el heroísmo no puede pensarse porque “lo que se piensa es inmutable y necesario, no móvil y libre”.20 Y sin embargo todos somos testigos de que existen el movimiento y los héroes, aunque para muchos estos últimos sólo existan en la literatura. Sin embargo, coincido con la opinión de Savater en que los ejemplos heroicos inspiran nuestra acción, y que al actuar adoptamos de cierta manera el punto de vista del héroe. “Por ridículo que sea exteriorizarlo enfáticamente, todo hombre sano y cuerdo, activo, vive alentado por la saga de sus hazañas y es noble y acosado paladín de su fuero interno” .21

Mariano Picón-Salas escribe en “Cultura y sosiego”:

Calma, gracia, perfección, porque son virtudes que se están perdiendo en el estrépito de nuestros días, debemos reaprenderlas en el ejemplo de los grandes maestros. Con la calma necesaria para leer, pensar y decidir, con la cortesía y las formas, que son para la pulcritud del espíritu lo mismo que el baño diario y el uso del jabón para el cuerpo, acaso no se modifique radicalmente la Humanidad, pero se habrá hecho más diáfano, al menos, el trato y la comprensión de los hombres. 22

¿No resultan acaso los caballeros los mejores maestros de estas virtudes? Un caballero de este siglo expresa que estas palabras de Picón-Salas “coinciden para una reflexión de la educación que cultiva la saludable conciencia”23 , esa primera libertad como la llama el mismo Picón-Salas.

Puedo afirmar que nuestra plenitud está determinada por el ejercicio de nuestra libertad, y a la vez ésta se determina por la conciencia de nuestros límites. Al aventurarnos por la vida, necesitamos una dosis de contemplación que nos permita recuperar el sentido de cosas esenciales como el honor, el respeto, la solidaridad, la fe, la esperanza, que actualmente han perdido valor. Esta falta de conciencia hace que muchas veces el ser humano se sienta vacío. Una vez recuperado ese sentido esencial, se acepta la realidad tal como es y se atiende, es cuando se alcanza la plenitud de la que tanto hablamos. Esa atención no consiste en obligarnos a montar en un caballo, con armaduras y espadas, como lo haría Arturo, en el sentido literal de estas palabras. Más bien se asemeja a la lucha interior del caballero, cuando se empeña en alcanzar la perfección, y a pesar de sus caídas no pierde la esperanza de continuar luchando por ella, porque de cada caída hay un aprendizaje. Guillermo Sucre lo describe muy bien con estas palabras:

Se aprende de la dicha o de la desdicha, de la ventura o de la desventura, aun de la posesión o de la desposesión. Pero el verdadero aprendizaje sólo empieza después de un ejercicio del alma: la lucidez, la transparencia, la purga de los rencores. (…) No sólo no saber más sino más profunda o humanamente; saber que no se es dueño de la verdad o que ésta no es más que la vida misma. 24

Creo que la caballería ha dejado huellas en muchos de nosotros. Al recuperar la conciencia de lo esencial, cada ser humano se convierte en caballero y empieza a “atender” su realidad de manera elegante, en el sentido que expresa Sucre. Entonces podemos decir: ¡sí es posible ser esa nueva iluminación de nuestra historia!

(*)Estudiante de Ingeniería en Computación
Trabajo final para el curso “Grandes Temas de la Literatura: Libros de Caballería” LLB-516 del Profesor Cristian Álvarez.

Citas:

[1]Guillermo Sucre. Los cuadernos de la cordura. De la elegancia y otros anacronismos. En El Universal, Domingo 12/08/90, p. 4-1
[2]Fernando Savater. La Tarea del Héroe (elementos para una ética trágica). Editorial Taurus. Madrid, 1983, p. 112
[3]Max Scheler. El Santo, el Genio y el Héroe. Editorial Nova. Buenos Aires, 1961, p. 134-135
[4]John Steinbeck. Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros (según la obra de Sir Thomas Malory y otras fuentes). Traducción de Carlos Gardini. Edhasa. Barcelona, 1989, p. 122
[5] Fernando Savater. Op. cit., p. 124
[6] Ibidem, p. 111-112
[7] Ibidem, p. 119
[8] Max Scheler. Op. cit., p. 134
[9] Fernando Savater. Op. cit., p. 114
[10]Ibidem, p. 114-115
[11]Jorge Luis Borges. Otras Inquisiciones. Alianza/Emecé. Buenos Aires – Madrid, 1976, p.168
[12]John Steinbeck. Op. cit., p. 106
[13]Ibidem, p. 104
[14]Ibidem, p. 109. El subrayado es mío.
[15]Anónimo. Sir Gawain y el Caballero Verde. Traducción de Francisco Torres Oliver. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Epílogo y notas de Jacobo F.J. Stuart. Segunda edición corregida. Ediciones Siruela. Madrid, 1983, p. 63
[16]Ibidem, p. 64
[17]Ibidem, p. 134
[18]Cristian Alvarez. “La contemplación en Jorge Guillén”. En Salir a la realidad: un legado quijotesco. MonteAvila Editores Latinoamericana. Caracas, 1.999, p. 111
[19] Anónimo. Sir Gawain y el Caballero Verde. Op. cit., p. 69
[20]Fernando Savater. Op. cit., p. 134
[21]Ibidem, p. 113-114
[22]Mariano Picón-Salas. “Cultura y Sosiego”. En Viejos y nuevos mundos. Biblioteca Ayacucho y Delia Picón. Caracas, 1.983. p. 514
[23]Cristian Alvarez. “Aventura y Cortesía en Mariano Picón-Salas”. En Salir a la realidad: un legado quijotesco. Op. cit., p. 175
[24]Guillermo Sucre. Los cuadernos de la cordura. De la elegancia y otros anacronismos. Loc. cit.
Universalia nº 19 Abr - Sept 2003