Discusión en un general inverosímil
Prof. Gerardo Vivas Pineda*
Luis Manuel estudia ingeniería mecánica en la Simón. Sólo le falta un general para terminar la carrera y graduarse, pero sólo encuentra uno adaptable a su horario. El título le da risa: El Dios de los grandes poetas ateos. Luego —como es de esperarse— suelta la típica palabra que sueltan los estudiantes cuando no les queda otra alternativa con los generales disponibles: “¡Qué ladilla!”. A punto de arrebatarle el título a la Universidad y todavía verse obligado a discutir sobre Dios y la poesía.
¡Ironías de la vida! Si algo puede pensar del curso antes de iniciarlo es que… ¡Es inverosímil! Ahora resulta que los grandes poetas ateos tienen Dios. Su madre y sus abuelas no han logrado acercarlo al Señor, y una novia romántica ha visto frustrados sus esfuerzos para acercarlo a la poesía. Y¡quién lo diría! se ha convertido en estudiante del Alísimo y de poesía. ¿A quién se le ocurre? Decepcionado, por primera vez piensa que la Simón no es tan Simón como él creía. Investiga quién es el profesor que se ha quemado el cerebro ideando ese curso tan traído por los pelos. ¡Típico! Una profesora gorda, vieja y fea, cuyo único atractivo, según rumores al alcance de la mano, son unos ojos azules como el mar. Luis Manuel se baja de la nube en que flota por su condición de cuasi-ingeniero, y, resignado, opta por armarse de paciencia —si le queda alguna—, para volver al mundo estresado y vil del estudiante común y corriente todavía sometido a la opresión de las aulas. “Doce semanas igual doce siglos”, piensa echándole un vistazo a la constancia de inscripción.
Primer día de clase. La profesora, en efecto, gorda, vieja y fea, pero a salvo por sus ojos azulísimos. Los demás estudiantes, ¡qué remedio!, los propios nerds con cara de puñales incurables. El aula, otra vez, una de las peores, una de esas de EGE ubicadas al lado de la calle donde los autobuses y los reproductores reparten ruido a toda hora; en fin, un último suplicio antes de ser ingeniero. Pero Luis Manuel ni siquiera sospecha que sus prejuicios se verán sometidos a una rara confrontación.
En el programa del curso figuran Poe y Neruda, dos cuartos bates —en palabras de la propia profesora— de la poesía universal. La profesora propone escoger algunos de sus libros y contrastarlos con sus biografías, a ver si en su vidas aparecen claves de su rechazo o aceptación hacia Dios. Comienzan por Poe. Recurren a la biografía escrita por Emile Hennequin. La temprana muerte de su esposa y la pobreza demolieron muy pronto el ánimo de Poe. Alternó la bebida con el periodismo y la crítica literaria, pero los sueldos miserables lo mantuvieron al borde del abismo. Frecuentemente pensó en el suicidio, y mientras las desgracias parecían torturarle el alma iba escribiendo cosas como “Yo habitaba solo/ en un mundo de lamentos,/ y mi alma era una ola inmóvil”. Sobrevivía atándose alternativamente al alcohol y al ejercicio literario. Precisamente la bebida hizo posible una primera referencia textual del poeta a Dios, en una carta rescatada del olvido sobre la enfermedad, agonía y muerte de su amada: “Durante aquellos accesos de absoluta inconsciencia, bebí. Sólo Dios sabe cuánto bebí … Lo que yo no hubiera podido resistir más tiempo sin perder la razón —escribió— era la horrible y permanente oscilación entre la esperanza y la desesperación. En la muerte de quien era mi vida hallé una nueva existencia; pero, ¡qué triste, Dios mío!”. Discuten en clase estas terribles circunstancias, y también encuentran ramalazos de Dios en su poesía: “De lo que en otros mundos será y se nos dará/ en belleza por nuestro Dios” (Estancias); “Tus ojos, en el sagrado corazón del cielo/ caen desoladamente,/ ¡oh, Dios! en el funeral de mi mente/ como la luz de una estrella en un paño mortuorio”.
Conclusión en clase: Poe recurre voluntariamente a Dios, tanto en vida como en poesía, sólo como víctima de la tragedia y el desespero. No cae en la categoría de los ateos puros, pero sí en la de los poetas malditos por su cultivo pesimista de los temas del más allá, por su dolorosa angustia y por sus cuentos de misterio y horror. Luis Manuel, para variar, discrepa sin mucha precisión. En un arrebato de incredulidad y escepticismo, dice a la profesora:
—Profe, si así fue la vida del desgraciado ¿de qué le sirvió Dios?
—Mira, Luis Manuel, este es un curso de literatura, no de religión. En cualquier caso, la utilidad de Dios no es cosa de la razón, sino de la fe. Quien cree en Dios, o supone creer en Él, no necesita pruebas, sino motivos para seguir creyendo. Y aún sin motivos hay quienes han entregado tanto su vida al Creador que les basta con sentir Su presencia más allá del límite que imponen los sentidos. Misterios, por supuesto, muchos misterios rodean la existencia de Dios, la fe y la vida religiosa. La misma poesía —sigue diciendo la profesora— permanece repleta de misterios. Toda fe en Dios tiene al menos una gran duda. Tanto Dios como el ser humano conllevan misterios insondables, y por eso se imantan entre sí. Los dos extremos del imán son la oración y la poesía, y en el medio se encuentran tantos misterios como seres humanos hay. La perfección de Dios es un imposible para el hombre, pero no por eso deja de ser una invitación al hombre. Si quieres encontrar un pretendiente a la perfección busca al poeta, porque sólo él ha tocado el fondo de sus misterios desde los cuales aspira a la perfección con la venia de Dios. Perfección, misterio, perfección, misterio, oración, poesía, oración, poesía. Tú mismo eres tu propio misterio. ¿Te has preguntado qué hace un incrédulo como tú en un curso sobre la poesía de los ateos? Más allá de tus conveniencias académicas y de horario, si estuvieras plenamente convencido de tu falta de fe en Dios y en la poesía hubieras tenido la valentía de no inscribir el curso, o por lo menos de retirarlo. Tu primera prioridad es graduarte de ingeniero, pero las dudas dirigen buena parte de tu vida, y por eso, en el fondo de tu ser, Dios, más que una negación, es una posibilidad tan remota como inquietante. Igual sucede con los ateos, y dentro de ellos con los comunistas. Obsérvalos cuando un rayo les revienta cerca o un terremoto les mueve el piso. Míralos cómo ese susto colosal les provoca al menos un pequeño arrepentimiento por no creer en Dios. Míralos al encarar la muerte. Algunos han pedido un confesor cuando la hora final les aprieta el cuello. En esos instantes terribles un miedo insuperable los acerca al Salvador. Están convencidos de que sólo hay un vacío indescifrable tras la muerte, pero como la nada absoluta los sobrecoge más que el mismísimo y despreciado Dios, dejan un resquicio para que el Todopoderoso pueda colarse cuando el espectro y la guadaña los invitan al viaje de ultratumba. Claro, en esas circunstancias terminales el Creador es la única salida ante la duda absoluta.
Ante tal andanada de cavilaciones profesorales, Luis Manuel se hace el loco para preparar un justificado contraataque.
En la segunda parte del trimestre, cuando llegan a Neruda, Luis Manuel, queriendo vacilarse a la profesora, escoge leer Residencia en la tierra, aquel libro tan terriblemente pesimista del vate chileno que provocaba suicidios al cabo de su lectura.
—Profesora, aquí no aparece Dios por ninguna parte.
—¿Estás seguro? No busques a Dios literalmente. Búscalo en los opuestos, en los contrarios. A veces está en lo obvio.
—No entiendo, profe. ¿Qué quiere decir?
—A ver. Leamos el poema Caballo de los sueños. En verdad Dios no aparece mencionado. Pero ¿qué puede deducirse de los siguientes versos?: “… arranco de mi corazón al capitán del infierno …/ amo la miel gastada del respeto,/ el dulce catecismo entre cuyas hojas/ duermen violetas envejecidas, desvanecidas … Atravieso con él sobre las iglesias …yo necesito un relámpago de fulgor persistente”. La profesora cierra el libro y mira a Luis Manuel, que parece asumir los comienzos de una derrota parcial.
—Ya sé por dónde viene usted, profe. Perdone que la contradiga. Hay infiernos, catecismos e iglesias, pero no hay Dios.
—No captas lo que, para mí, es la clave del poema. Es evidente el vacío interior del poeta en busca de un asidero: “… un sabor que tengo en el alma me deprime”. Pero también es evidente la metaforizada alusión a un poder superior, que un comunista como Neruda se niega a nombrar usando la palabra Dios. Repitamos: “…yo necesito un relámpago de fulgor persistente”. ¿Conoces, Luis Manuel, un meteoro más potente que el relámpago, o su padre el rayo? Las fuerzas más poderosas de la naturaleza ¿acaso no se convierten en la alegoría de la fuerza más poderosa del universo? Neruda persigue una fuerza insondable, quizás infinita, pero el materialismo que profesa lo deja aterido de un frío existencial. Quizás en la cara oculta de su ser busca a Dios, pero los compromisos estrictamente político-terrenales no lo dejan voltear hacia su lado intuitivo. Es como una tortícolis ontológica. “Ahora me viene con un malabarismo semántico”, piensa Luis Manuel.
—Profe, usted parece que hubiera conocido al poeta —riposta el futuro ingeniero—, porque tiene todo como adivinado y listo.
—Al poeta no lo conocí —devuelve el golpe la docente—, pero sus memorias sí—. La profesora, anticipando la estrategia racionalizadora del chamo con ambiciones de adulto, acude a una cita textual en la autobiografía del poeta chileno.
—Léete las páginas 354 y 355 de Confieso que he vivido, Círculo de Lectores, Barcelona, 1974. Cito: “… Han pasado unos cuantos años desde que ingresé al partido … Estoy contento …Los comunistas hacen una buena familia … Por todas partes reciben palos … Cuba y Chile se independizaban … ¿Y para qué nos sirve Cristo … ¿De qué modo nos han servido los curas? …”. Estar contento de recibir palos por todas partes —agrega la veterana maestra al finalizar la cita nerudiana—, se convierte en la tradicional justificación de los izquierdistas radicales que ven cómo las masas en el mundo les quitan la máscara del terror para abrazar la democracia que la Unión Soviética fue incapaz de entender y aceptar. La Cuba castrista y el Chile allendista, por supuesto, se convirtieron en una exigua tabla de salvación. Chile ya superó, no incruentamente, la etapa. Cuba sigue esperando la muerte del dictador por la que han rezado hasta las más piadosas almas. Y a continuación el argumento más débil y falaz: Cristo = curas, por eso no sirve de nada. Si no se cumple la razón utilitaria los comunistas no aceptan que todo ser humano, como el firmamento oscuro, es susceptible de misterios, y que el misterio mayor es Dios. Pero alcanzando el poder se convierten en el absoluto de los absolutos: el poder justifica repartir la muerte aun cuando ni el mismo pueblo que ellos juran defender la haya autorizado. Siempre a la defensiva porque la historia continuamente los acusa —continúa la profesora—, los comunistas como Neruda encuentran su máxima justificación cuando su causa está absolutamente perdida. Lenin inauguró con miles de fusilamientos esa tendencia al deshacer la asamblea constituyente en la que sus bolcheviques habían quedado reducidos a una ridícula minoría en diciembre de 1917, consiguiendo apenas 175 escaños de un total de 707, anunciando, de paso, que la revolución no podría triunfar sin destruir grupos enteros de población. Y cuando el arma favorita e implacable de Lenin —la muerte inconsulta— se lo llevó sin pedirle permiso, apareció un heredero quizá más siniestro, Stalin, para disputarle a Hitler el trofeo del asesino en masa más efectivo en la historia de la humanidad. Y lo más nefasto del sistema comunista es que crea admiradores de esos criminales. ¿No ves cómo todavía se abrazan a Fidel Castro algunos advenedizos de la política? Cuando el Neruda final escribió estas líneas —se dispone a concluir la profe—, faltaban 20 años para la caída del Muro de Berlín y la hecatombe de la Unión Soviética. La madre del comunismo se fue a pique dejando a sus hijos doblemente huérfanos: sin progenitora y sin obra que defender. Al menos, Luis Manuel, en el caso de Neruda queda una obra poética que trasciende los palos de ciego del comunista irreductible.
Conclusión en clase: Neruda, ateo confeso, comunista sin retroceso, pudo escribir una poesía relevante más allá de sus limitaciones políticas, es decir, de su mecánica negación religiosa. El Dios de Neruda es producto de un característico y simplista espíritu de contradicción: si la Iglesia es represiva Dios es represivo, pero sólo represivo. ¿Te das cuenta, Luis Manuel? Es como decir: si las plumas sirven al canario para volar, el canario sólo puede volar. El canto del canario se pierde en la inconsistencia del silogismo. Ahí está la conexión entre Dios y la poesía: cuando, por el contrario, conviertes las plumas del canario en herramientas musicales sigues un camino que Dios sólo te ha insinuado, pero no te ha revelado por completo. Ahí está la diferencia entre ser Frankenstein o ser poeta; entre querer duplicar a Dios o sólo seguir explorando sus misterios. Los poetas no imitan a Dios, sólo usan el don que Él les concede de imitarse a ellos mismos en su lado más humano.
A estas alturas Luis Manuel no tiene argumentos que presentarle a la profesora para contradecirla. Sin embargo, formula una última trampa.
—Profe, la reto a que me traiga una oración escrita por un poeta comunista.
—Hijo, me lo pones muy fácil. De hecho me la sé de memoria. Es la oración que más me gusta y la rezo todos los días.
—Profe, usted es capaz de inventar ahora un poeta comunista que le escribió una oración a Dios para ganarme la partida.
—Mira, Luis Manuel, me siento casi ofendida por lo que acabas de decir. El día que yo invente poetas comunistas inexistentes y les ponga rezos en sus plumas para engañar a mis estudiantes me retiro, abandono la profesión docente.
—¡Perdone, profe. Fue sin querer! Pero es que usted o la gana o la empata, pero no la pierde nunca.
—¿Sabes, Luis Manuel? La poesía no es un juego para mí. Es mi propia vida. Por eso no pretendo ganarte ni echar los dados. Este es mi último general antes de jubilarme, y quiero decirle adiós a la Simón con los dos temas que han dominado mi existencia: Dios y la poesía.
—¿Y porqué metió a los comunistas y a los ateos en este paquete, profe?
—Porque a ustedes, los estudiantes de ingeniería, hay que echarles el anzuelo de alguna manera para atraerlos porque, si no, me quedo con tres gatos en clase, y durmiendo los tres. El título de un general es la puntica del anzuelo. Si está bien formulado y estratégicamente dirigido más de uno lo morderá. De hecho, de los 20 inscritos que tuvimos este trimestre tú has confesado ser el único que se inscribió por descarte, porque no había más generales disponibles para encajarlos en tu horario. Los otros diecinueve estudiantes dijeron que la curiosidad los había atraído, y querían conocer ese Dios de los poetas sin Dios. Y aquí estamos. Y tú pareces ser el único en tapar el sol con un dedo.
Termina el trimestre. La profesora entrega las notas el último día de clases. Luis Manuel es el único tres. Todos los demás sacan sus cuatros y sus cincos. Cuando abandonan el salón Luis Manuel alcanza a la profesora.
—Profe, no me dijo cómo se llama el poeta comunista que le escribió una oración a Dios.
—Qué ¿te interesa?
—Es que en verdad creo que le gané una —afirmó muy orondo Luis Manuel—, porque no creo que ese personaje exista. De cualquier manera, el día que haya un poeta comunista pendiente de Dios a lo mejor yo mismo tendré que reconsiderar mi ateísmo.
—Por supuesto que existe. Se llama Miguel Hernández, y la oración es El silbo del dale. Por si en verdad te interesa —replicó la profesora—, se alistó del lado republicano en la guerra civil española, y luego de la derrota lo dejaron morir de tuberculosis en las cárceles franquistas. Por cierto, fíjate qué contradictorios son los comunistas. Neruda lo conoció poco antes de la guerra, y cuando el jovencísimo Hernández ya había desaparecido el escritor chileno le escribió estos versos incomprensibles en su Canto General: “Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos/ de la crueldad, Mao-Tse-tung dirige/ tu poesía despedazada en el combate/ hacia nuestra victoria./ … Y más allá la tierra se agiganta,/ la tierra,/ que visitó tu canto, y el acero/ que defendió tu patria están seguros,/ acrecentados sobre la firmeza/ de Stalin y sus hijos”. Incomprensibles digo porque si Neruda hubiera vivido dos décadas más y hubiera leído las 700 páginas de las memorias de Li Zhisui, médico personal de Mao, y los archivos desclasificados de la fenecida Unión Soviética que cuentan los crímenes inenarrables de los dictadores rojos, habría llorado de vergüenza al recordar esos versos en los que embadurnó de mierda maoísta y stalinista al más puro de los poetas españoles.
La profesora, sorprendida ella misma por sus fuertes palabras finales, da media vuelta y se marcha dejándole a Luis Manuel aquella misma sonrisa que en clase parecía dominarlo todo. Justo cuando él la pierde de vista cae en la cuenta de que se ha ido sin oírle la famosa oración del poeta comunista. “¡Claro que le gané una!”, sonríe. “Era mentira lo de la oración del tal Miguel Hernández”.
Meses después de graduado la novia de Luis Manuel le muestra un nuevo libro de poesía. Se le hiela la sangre al leer la portada: Miguel Hernández. Obra Poética Completa. Le arrebata el ejemplar a la sorprendida muchacha, y sin perder tiempo busca en el índice alfabético de títulos y primeros versos El silbo del dale, página 213 en la edición de Alianza Tres. En efecto, ahí está: “Dale al aspa, molino,/ hasta nevar el trigo./ Dale a la piedra, agua,/ hasta ponerla mansa./ Dale al molino, aire,/ hasta lo inacabable./ Dale al aire, cabrero,/ hasta que silbe tierno./ Dale al cabrero, monte,/ hasta dejarle inmóvil./ Dale al monte, lucero,/ hasta que se haga cielo./ Dale Dios, a mi alma/ hasta perfeccionarla./ Dale que dale, dale,/ molino, piedra, aire,/ cabrero, monte, astro,/ dale que dale largo./ Dale que dale, Dios,/ ¡ay!/ hasta la perfección”.
La novia le pregunta porqué se ha quedado con la boca abierta. Luis Manuel sólo acierta a decir “Perfección. Misterio. Oración. Poesía”. Luego sólo pudo mirar al cielo y buscar en los tonos azules aquellos ojos de la profesora que lo llevó a buscar caminos interiores para recorrerlos con su título de ingeniero.
(*)Profesor del Dpto. de Ciencias Sociales
Dicta el curso “El Quijote sin traumas: Una lectura multimedia”(CSX-144).
Universalia nº 20 Sep-Dic 2003