El tomate fue uno de los viajeros americanos más ilustres entre los llegados a Europa durante el siglo XVI, tras las expediciones de Colón y otros. Algunos documentos llevan a creer que el tomate desembarcó en Italia hacia 1544, con lo que cabe imaginar la medieval desesperación de los italianos en los siglos previos, debiendo comer su pizza y sus spaghetti sin el tomate debido. Esa tragedia nacional no impidió sin embargo el florecimiento artístico. De hecho, el tomate llegó a Italia con el Renacimiento ya empezado.
La patata (vulgo papa) superó al tomate en su adaptación al nuevo medio europeo, donde encontró las debidas condiciones de humedad, temperatura y diversos otros factores físicos, sin las limitaciones del tomate, que sólo progresó naturalmente en los climas templados del Mediterráneo. El notable rendimiento de la patata, en comparación aritmética con la superficie cultivada, llevó a que el tubérculo (aparentemente nativo del Perú) se convirtiera en tarea intensiva y lucrativa para los campesinos de otros países más fríos, como Irlanda, Bélgica y Alemania. Su rendimiento en el primero de esos países ascendió a tal punto que una de las más difundidas sub-especies llevó el nombre de Irish potato (patata irlandesa) y contribuyó señaladamente a mejorar la economía y la demografía nacionales.
Como suele ocurrir en la Naturaleza, la patata tenía también sus enemigos. En Perú existía un hongo (Phytophthora infestans) que manifestaba tanta atracción por las patatas como la que sentían los comensales europeos. Durante tres siglos (aproximadamente entre 1540 y 1840) el hongo de la patata fue inofensivo para los cargamentos que se enviaban desde Perú a Europa. Simplemente el hongo no resistía un viaje tan largo, parte del cual se hacía a través de los calores del trópico. Pero como lo señala el historiador y médico William H. McNeill, esa situación fue modificada con los progresos de la navegación en el siglo XVIII. Se redujo la permanencia a bordo, con lo que el hongo llegó activo a Europa. Fue así como la Revolución Industrial produjo indirectamente los grandes fracasos en las cosechas irlandesas de patatas (especialmente durante 1845 y 1846), lo que a su vez derivó a una crisis alimenticia general, a episodios críticos de "hambruna", al progreso del tifus y de otras enfermedades que se agravan con la desnutrición. El enorme avance demográfico de la población irlandesa, a lo largo de tres siglos, se vio detenido de pronto con la muerte de medio millón de personas. La década pasó a ser conocida como los hungry forties (los "cuarentas hambrientos") y durante ella el primer ministro inglés Robert Peel terminó por dejar sin efecto las leyes tradicionales que regulaban la importación de cereales y que ya eran objeto de enorme controversia, por el choque de intereses distintos.
La crisis alimenticia provocó a su vez la emigración de un millón de irlandeses, que cayeron sobre Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Australia, generando una diáspora que duró más de un siglo. Entre los emigrantes irlandeses y sus descendientes se contarían después los escritores Oscar Wilde, George Bernard Shaw, James Joyce, Sean O'Casey, Eugene O'Neill, Liam O'Flaherty. La influencia de los hongos sobre la vida literaria no ha sido estudiada a fondo.
(Tomado de Alsina Thevenet Homero, “Una enciclopedia de datos inútiles”, Ediciones de la Flor: 1987)